jueves,18 agosto 2022
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Política fiscal

Austeridad y crecimiento: ¿Keynes vive?

Futurolandia
Al inicio de la pasada Gran Recesión, los gobiernos se plantearon la eficacia de incrementar el gasto público o reducir la presión fiscal. Años después, tras déficits públicos consecutivos y aún a la espera de "brotes verdes", se enfrentan a una reducción de la deuda acumulada con una política de "austeridad" de menor gasto y mayor carga impositiva ¿Ha funcionado el sistema?

A principios de 2015 dediqué un post a las dosis a aplicar de austeridad (reducción de gastos/elevación de impuestos) sin perjudicar gravemente, con visión de medio plazo, el crecimiento económico (http://blog.antoniopulido.es/austeridadcrecimiento-el-brebaje-magico/).

La austeridad como elección de política económica tiene dos caras. La positiva, en el campo de la gestión del presupuesto público, es que elimina gastos superfluos, mejora la eficiencia recaudatoria, devuelve la confianza a los mercados financieros internacionales, reduce el coste de la deuda y posibilita alcanzar un equilibrio entre ingresos y gastos que culmina con un relanzamiento de la economía del país después de un periodo (¿corto?) de ajuste, en que se ha reducido el crecimiento y el empleo.

La otra cara de la políca de austeridad en el sector público ( también denominada consolidación fiscal) puede convertir la sonrisa en mueca,  si los efectos contractivos son tan importantes como para provocar un debilitamiento acusado de la capacidad productiva del país, del nivel de vida de sus ciudadanos (con posibles implicaciones en la inestabilidad política y social) , así como una reducción significativa de la recaudación impositiva por efecto de la caída de rentas y del estímulo al fraude fiscal. En esas circunstancias adversas, pueden realimentarse los temores de impago de la deuda soberana en los mercados financieros internacionales, elevación del coste de una deuda pública creciente y entrar así en un círculo vicioso de austeridad y reducción del crecimiento y del empleo.

La polémica sobre la adecuación de políticas públicas expansivas o contractivas para guiar las fluctuaciones del ciclo económico, hunde sus raíces en lo más profundo del pensamiento económico. En particular, el estimulo fiscal es una de las propuestas innovadoras de John Maynard Keynes, incorporada, hace ahora 80 años, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936)  y ya adelantada cinco años antes por Baron Kahn al afirmar que construir carreteras provocaba un impulso inicial al crecimiento y tenía "repercusiones benéficas", al crear nuevo empleo y permitir que los trabajadores aumentasen su gasto. Puede, al respecto, resultar interesante mi post de 31/3/16, http://blog.antoniopulido.es/que-pensaba-keynes-del-crack-bursatil-del-29/

En aquellas fechas, la opinión predominante en Gran Bretaña era la del Tesoro, que partía de la premisa de que un gasto público que se financiaba endeudándose no podía estimular el conjunto de la economía porque la oferta disponible de ahorro era fija y existía un efecto "expulsión" (crowding out) equivalente para el sector privado.

Sin embargo, Keynes defendia la idea de que, cuando la economía está trabajando por debajo del pleno empleo, es la demanda más que la oferta quien determina la inversión y la renta. En estas situaciones, el dinero adicional gastado por el gobierno añadiría directamente producción, trabajo y rentas a través de los contratistas de obras, funcionarios o receptores de las políticas de bienestar social. Además, el nuevo gasto tendría efectos en cadena que podrían multiplicarse en el tiempo.

El enfrentamiento de posiciones entre partidarios y opositores a una política fiscal contracíclica, ha cubierto estos últimos 80 años, con subidas y bajadas en su aceptación por parte de técnicos, políticos y ciudadanos.  Hasta hace unos 50 años hubo una aceptación cada vez más generalizada, que llevó a Milton Freadman (algunos atribuyen la cita al presidente Nixon) a afirmar en 1965: Keynesians somos todos. 

A partir de los años 70, el entusiasmo por las políticas keynesianas de gasto va decayendo. El propio Freadman defiende la posición de que las fluctuaciones cíclicas pueden tratarse con una política monetaria estable, sin que sea necesario que el gobierno aumente o disminuya arbitrariamente el gasto. La pasada crisis de crecimiento, con sus múltiples derivaciones financieras introduce nuevos condicionantes y los planes de estímulo fiscal terminan dando paso a la austeridad o consolidación fiscal, con variedad de detractores y defensores de las políticas adoptadas. Los economistas tienen posiciones enfrentadas.

Para mis seguidores menos versados en las diferentes escuelas de pensamiento de los economistas, apuntaré que es habitual diferenciar cerca de una decena de corrientes principales. Personalmente recomiendo el libro Modern macroeconomics: its origins, development and current state, de Snowdon y Vane (EE 2005) que distingue ocho grandes escuelas: clásica, keynesiana, monetarista, neoclásica, del ciclo real, neokeynesiana, postkeynesiana y austriaca.

Con un afán simplificador, en EEUU es habitual diferenciar entre dos grandes corrientes que agrupan a las diferentes variantes keynesianas (muy dispares entre sí) y al resto. La primera reúne a los economistas de "agua salada", cuyos líderes (como Stanley Fisher, Larry Summers, Greg Mankiw,Josep Stiglitz,…) se vinculan principalmente a universidades de la costa, como California, Berkeley, Harvard, Pennsylvania, Princeton,Columbia o Yale. Los más críticos con los planteamientos keynesianos actualizados serían economistas de "agua dulce o fresca" (Lucas, Barro, Sargen,…) relacionados, habitualmente, con universidades del Midwest  como Chicago, Minnesota o Rochester.

En los años 70 parecen tomar la iniciativa los economistas de "agua dulce". Robert Lucas lanza sus ideas sobre expectativas racionales. En lo que afecta a la política fiscal, las personas descuentan en sus previsiones de futuro que deberán realizar nuevos pagos de impuestos para que el Estado pueda atender (con intereses) al endeudamiento por un gasto público adicional. Por tanto, deberán ahorrar más y se perderá el efecto de la nueva renta generada por estímulo de la política fiscal. Robert Barro utiliza la variante de equivalencia ricardiana: la carga para el sector privado derivada del nuevo gasto público implica un  ahorro equivalente a futuro para pagar impuestos.

En un artículo dedicado a multiplicadores fiscales, la revista The Economist (13/8/16) recoge las palabras despectivas de un profesor de University of Chicago, John Cochran, en 2009 sobre las ideas keynesianas: "Son cuentos de hadas que han probado ser falsos. Es confortable en tiempos de tensión volver a los cuentos de hadas que que hemos oído de niños, pero eso no los hace menos falsos". Pero también reconoce The Economist que el multiplicador keynesiano permanece como un tema relevante, aunque controvertido.

Por supuesto la polémica se extiende a todos los países. Sólo a título de ejemplo citaré dos opiniones contrapuestas aparecidas en las redes sociales.

Daniel Lacalle escribía  en su post "La OCDE y el dudoso multiplicador del gasto público" (23/2/16): Leí el otro día a un economista del socialismo inflacionista argumentar que un euro de déficit público es un euro más en el bolsillo de las familias. Se lo juro. Es el milagro de los panes y los peces del gasto estatal. No, un euro adicional de déficit público es un euro y sus intereses de deuda adicional que le pasamos a nuestros hijos y nietos. No solo no es cierto que el gasto público a base de déficit incentive la economía, sino que existen estudios empíricos que demuestran su baja efectividad"

Carlos Manera, miembro del grupo Economistas frente a la crisis, aportaba la visión que compartía en su post "La austeridad disyuntiva: Europa como ejemplo" (22/6/16): La posición de estos expertos, académicos y profesionales, que no se adscriben en su totalidad a las corrientes del pensamiento keynesiano, sino que también proceden del más estricto liberalismo económico, no hace más que corroborar una conclusión que se viene diciendo desde las palestras consideradas heterodoxas en relación al <mainstream>: que la austeridad es nociva para el crecimiento económico, y una fuente poderosa de desigualdad.

Detrás de la amplia diversidad de opiniones sobre el impacto de programas públicos de estímulo, elevación o reducción de impuestos y de las medidas de austeridad, están planteamientos dispares del pensamiento teórico, pero también resultados empíricos en múltiples países y periodos. En el centro de la polémica está el valor del multiplicador keynesiano, al que dedicaré el próximo post.

Antonio Pulido http://Twitter.com/PsrA

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