jueves,18 agosto 2022
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Crisis griega y suerte del euro

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Los ministros de Economía y Hacienda de los 15 países del euro intentaron sin éxito la semana pasada concretar la ayuda a Grecia, lo que marcará la pauta para países que incurran en situaciones similares y cuyas deudas públicas han sido la munición empleada contra el euro las última semanas.

 

Más allá de la posible creación de un Fondo Monetario Europeo, lo que se plantea es reescribir el  Pacto de Estabilidad y Crecimiento aprobado hace 13 años para dar soporte al euro, con sanciones que podrían llegar a la pérdida de voto de los auxiliados e incluso a su expulsión del euro, como ha indicado la canciller almena. De ahí que, pese a no figurar en la agenda provisional publicada este fin de semana, el asunto deba ser estudiado por el Consejo Europeo de jefes de Estado y de Gobierno convocado para la próxima semana bajo la copresidencia de  Zapatero, junto a la estrategia Europa 2020, los esfuerzos y medidas para salir de la crisis, y los preparativos de la próxima reunión para seguir la nueva agenda global del G-20, incluidas las regulaciones bancarias y de los seguros de crédito.

Las respuestas nos dirán si Europa retrocede hacia la cooperación intergubernamental, avanza en la integración o se muestra incapaz de cualquiera de ellas. La segunda opción es la que reúne más bazas. En cualquier caso, el resultado hará historia, por muchas razones. Del mismo depende la posibilidad de recuperar o perder un nivel  potencial de crecimiento ya muy reducido, sobre todo en España. Pero lo principal es que redefinirán el futuro de la Unión monetaria y, con ella, del conjunto de los 27, donde las medidas anticrisis han elevado el déficit público medio al 7% del PIB y el paro al 10% de la población activa, con una economía que retrocedió el año pasado entre el 2,2% de Francia y el 5% de Alemania.

No es alarmante que se planteen estos dilemas a los dos meses y medio de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. La UE es una fórmula original en permanente proceso de experimentación y simbiosis entre la política y la economía; se reinventa a sí misma en cada crisis o en su intento de impedirla (surgió para evitar otra guerra mundial), sin seguir modelos preestablecidos. Vivimos con Grecia la primera crisis en un país del euro, sin que por ahora ni la propia UE ni el Fondo Monetario Internacional (FMI) tengan definidas reglas a seguir. La UE es un proceso de integración que cuenta con el precedente de que auxilió, junto al FMI, a Hungría, Rumanía y Letonia, países miembros de la unión, no de la moneda única. El FMI es fruto de la cooperación entre gobiernos y bancos centrales, por lo que solo actúa en países que controlan sus tipos de cambio o de interés y los primeros sobre todo dependen en Grecia del BCE, no del Gobierno o el banco griego.

Una y otra institución han cumplido medio siglo, el FMI con ayudas siempre condicionadas a ajustes que debe aplicar el país receptor (cambiarios, monetarios, fiscales, laborales u otros) y la UE mediante la integración de políticas como la comercial, la exterior o la monetaria y de tipos de cambio, estas dos ultimas para respaldar al euro de 15 de los 27 países, mientras que la fiscal sigue siendo competencia exclusiva de los Estados. Ambas políticas, confiadas al BCE, tienen como objetivo primordial mantener la estabilidad de precios y el apoyo a la política económica general de la Unión. Para ello, las acciones de los Estados miembros y de la Unión implican el respeto a cuatro principios rectores: precios estables, finanzas públicas y condiciones monetarias sólidas y balanza de pagos saneada. De ahí que el Pacto de Estabilidad firmado por los miembros del Eurogrupo se fijara entre otros objetivos el mantener subidas de precios inferiores al 2%, déficit públicos menores al 3% del PIB y deuda pública inferior al 60% del PIB, sin sanciones cuando Francia y Alemania las incumplieron hacia el 2004, normas que son un remedo de las condiciones o planes de estabilidad del FMI, al igual que los plazos para recuperar en varios años esos topes.

Ahora, cuando las respuestas a la recesión han sustituido la burbuja creada con las deudas de empresas y familias por la eventual burbuja de las deudas públicas, tendrán que aprobarse condiciones para Grecia y para evitar futuras crisis; es decir, para dar confianza al euro, con el fin de que su credibilidad  no sufra durante años. Los mercados al menos esperan esas reglas de juego, o harán de las suyas. Lo mismo cabe decir de los otros ejes de poder geopolítico que compiten con la UE. Por eso la claves del caso exceden a las medidas inmediatas que se apliquen para resolverlo, más fuertes que la inicial declaración de apoyo de hace dos semanas a Grecia, que le permitió colocar sin problemas 5.000 millones de euros en deuda pública.

La novedad es que, al afrontar el incumplimiento generalizado y la crisis de confianza suscitada en primer lugar por Grecia (emitirá este año deuda por unos 50.000 millones de euros, menos de la  cuarta parte que España aunque paga por ellos cerca del 7%, casi el doble), no sólo Alemania encabeza la propuesta de duras sanciones, sino que respalda a Francia para  ensayar el gobierno económico en torno al Eurogrupo. Es cuando ha surgido la idea, criticada desde el BCE, de crear un Fondo Monetario Europeo, lo que reintroduce el sempiterno debate sobre la integración fiscal, pues la UE carece de impuestos y se limita a armonizar los de los Estados,  aunque tiene recursos propios transferidos desde los Estados, si bien limitados al 1,24% del PIB. Por eso, al margen de que la solución griega sea un préstamo de los países del euro, la emisión de bonos de la UE garantizada por ellos como ya pedía  Delors, o avales a las emisiones griegas, los países del euro intentarán ir más allá del plan para dar soporte financiero a Grecia.  El primer ministro belga, Yves Leterme, ha planteado crear un Ministerio Europeo de Finanzas y una Agencia Europea de la Deuda. Pero analistas como el catedrático belga Paul Degrauwe ve el FME mas a largo plazo y piensa que bastaría ahora con  poner fin a errores del  BCE como aceptar como aval bancario la deuda de países con análisis del riesgo encargados a organismos de clasificación estadounidenses.

El problema radica en compatibilizar esas iniciativas con el Tratado recien estrenado. Pero, sea cual sea la respuesta, la UE es muy probable que dé otra vez ejemplo de flexibilidad institucional al modificarlo sin problemas (Nota 1). Es el octavo de sus tratados constitututivos y todos se han modificado en varias ocasiones.  La noticia estará en que ahora lo haga para regular la posible salida del euro, nunca prevista hasta la fecha, como tampoco lo estaba hasta el Tratado de Lisboa la salida de la UE,  ambas descartadas en el pasado por la teoría y la práctica de la integración como caminos de no retorno ante la pérdida de beneficios netos tanto para el eventual actor como para todos los demás. Pero se equivocan los críticos en apostar que eso sería un trauma, como han proclamado editoriales de diversos periódicos, a la vista de las dificultades de las ultimas décadas para que todos los países ( “altas partes contratantes”)aprobaran cada Tratado. Estos  se dividen en el tratado como tal y en otro tratado defuncionamiento de la unión, cuyo texto ya puede ser modificado por acuerdo de los 27 sin los anteriores y complejos procesos de ratificación nacional. E incluso para los asuntos dentro del Eurogrupo basta la mayoría cualificada de los 15 países del euro, ni siquiera de los 27.

La solución tendrá que ser relativamente rápida, pues por fortuna esta crisis de la deuda ha surgido con tipos de interés en mínimos históricos (1%), si bien abocados a subir en cuanto la incipiente recuperación de la actividad y los precios se consoliden, lo que obligará a subir los tipos de interés y encarecerá o impedirá la salida a los países más endeudados. Descartado el colapso por los enormes recursos europeos y los intereses en juego (la UE siempre se mueve al son de Alemania y Francia, cuyos bancos son los más endeudados en Grecia), cabe pensar que otra característica de la solución será que inclinará a la UE por los caminos de la cooperación o de la integración. Lo primero sería un retroceso. Lo segundo, un avance. Vamos, pues, a encuadrar las coordenadas de esas dos rutas, aunque la segunda reúne más probabilidades.

La cooperación entre los países es un modelo de relaciones que ha superado con éxito la UE; es lo que realizan ya hoy la mayoría de lo países del mundo en materia política (para eso surgió la ONU), monetaria (a través del FMI), financiera (mediante el Banco Mundial otras instituciones de su grupo y los bancos regionales), comercial (antes en el GATT, ahora en la OMC), tecnológica (acuerdos de patentes y propiedad intelectual, OCDE..) y en otros muchas campos. En cambio, la integración es una fase más avanzada y superior, liderada hasta ahora por la UE, cuyos pasos siguen numerosos procesos en todos los continentes.

Además de participar en los procesos de cooperación abiertos en el mundo, los países de la UE ya han tenido y tienen muchas experiencias de ese tipo en muchos ámbitos, incluido el monetario, volcado hacia dentro (caso del ya superado Fondo Europeo de Cooperación Monetaria (FECOM), y el financiero (hacia fuera, caso del  Fondo Europeo de Desarrollo (FED). El primero fue creado en Europa para mantener con resultados nada alentadores la famosa serpiente monetaria durante la crisis  mundial de los años setenta (Reglamento del Consejo 907/1973)  y disuelto en 1994 al entrar en funcionamiento la  Segunda Fase de la Unión Económica y Monetaria, y crearse el Instituto Monetario Europeo. Su objetivo era reducir los márgenes de fluctuación de las monedas comunitarias entre sí, mediante intervenciones en los mercados decambios y normas entre los  bancos centrales para una política de reservas concertada.  Aunquesirvió para reforzar la política comunitaria, que desde antiguo contaba ya con el Comité Monetario creado por el Tratado de Roma, si Europa reinventara ahora algo similar estaría dando un paso atrás y ni siquiera los mercados se lo perdonarían.

Esa cooperación monetaria del FMI surgió tras la II Guerra Mundial para solucionar problemas similares a los ahora planteados con la crisis de la deuda: estabilizar a los paises que tienen déficit externos (necesidad de importar capitales, porque producen menos de lo que gastan) con los recursos de los que ostentan superavit por cuenta corriente (gastan menos de lo que producen). En este caso se encuentra España, que debe emitir este año deuda pública por  más de 200.000 millones de euros, y no ha encontrado problemas para ello, pues sus bonos a 10 años rinden no solo casi a la mitad que los griegos, sino menos que los Portugal e Italia, y últimamente tambien menos que los del Reino Unido. Por eso el acrónimo PIGS (cerdos, en inglés) tiende a ser sustituido por el de STUPID (España, Turquía, Reino Unido, Portugal, Italia y Dubai, si bien algunos añaden otra U para incluir a Estados Unidos, cuyo déficit publico supera al 12,4% español. Pero el problema de España es que la persistencia de los déficit anuales por cuenta corriente (ahora menos del 6%, aunque llegó al 12% del PIB a principios del 2008) ha sumado al 55% de deuda publica otro 225% de deuda privada, por lo que a este ritmo en varios años pronto sumará todo el PIB de tres años.

Frente a la cooperación, las teoría de la integración la presentan como un estadio superior como el conseguido por la UE en muchos ámbitos, salvo en el fiscal. Por eso ha resultado esperanzador leer antes de la reunión del Eurogrupo que  el ministro de Finanzas alemán hiciera una apasionada defensa en el  Financial Times del  Fondo Monetario Europeo con sanciones contundentes para asegurar la disciplina presupuestaria, no pensando precisamente en medidas específicas para estabilizar Grecia ni tampoco en discutir sobre una forma de gobierno económico, sino en avanzar en la integración porque “los mercados financieros globales parecen estar hablando con más claridad que muchas de las voces de la esfera política”. Claro que ello supondrá afrontar los graves problemas estructurales en algunos estados de la zona euro  mediante  “un largo y doloroso proceso de ajuste”.

Detrás del juego de intereses se perfila en la solución del caso griego y siguientes la sempiterna batalla de ideas, presente por ejemplo ayer mismo en ABC y El País. Los liberales clásicos comoSorman, partidarios del Estado mínimo y reducciones fiscales, advierten que el regreso de los Estados y de la ideología keynesiana llevarán a un euro frágil y unas  deudas públicas imposibles de gestionar, sin excluir quiebras de Estado de tipo argentino o el recurso a la inflación para devolver menos de lo que se debe, a costa del empobrecimiento general.  Los socialdemócratasneokeynesianos como Stiglitz,  arropados por la actual opinión mayoritaria de que los déficit actuales han acortado la recesión y evitado la depresión, insisten todavía en que reducir el gasto público  no es un riesgo que valga la pena tomar. o en regular mejor el sector financieroprotegiendo a los consumidores, como Krugman. Los más abogan por reducir en cualquier caso el déficit y, caso de Sachsy otros 300 economistas, han firmado una carta dirigida al G-20 en apoyo a la creación de un  impuesto sobre las transacciones financieras.

En suma, la solución para Europa, como en otros procesos de poder, tendrá como fuente inspiradora el miedo. De momento se otean dos tipos de miedos: a la crisis que se intenta evitar y a que las irresponsabilidades de unos países (los más incumplidores del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que soporta al euro) terminen por pagarlas los contribuyentes de otros (los que ahora menos incumplen ese pacto). Miedo al fin a que los sacrificios que unos intenta eludir (caso de las manifestaciones populares en Grecia) tengan que ser asumidos por otros. En consecuencia, la solución tendrá que pasar inexorablemente cuanto menos por la redefinición del Pacto de Estabilidad y Crecimiento para que, como gusta decir el  profesor Valbuena, teórico del poder de los medios y del análisis transaccional, no incurramos en la paradoja de Ayn Rand: quien recibe algo sin merecerlo acaba volviéndose contra el donante.

 

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