viernes,19 agosto 2022
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Fanatismo religioso en el Toledo medieval

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Del románico al gótico, del latín al romance.Estamos en una época de predominio absoluto de lo militar y lo religioso en toda Europa. La Iglesia, en particular, había vivido desde los inicios del siglo XI una profunda renovación de retorno a la pobreza y al recogimiento, cuyas raíces estaban en el centro de Francia, ya distantes en el tiempo. Pero seguía imperante un cristianismo radical y de dominio social.

 El monasterio de Cluny se funda en 910, con las estrictas reglas de vida comunitaria de los benedictinos) y se proyecta a escala europea durante el siglo XI y culmina con el nuevo centro de Cister en 1098 (Citeaux) que se presenta como una vuelta a la regla de San Benito, rectificando algunas desviaciones cluniacenses más recientes.

Sin embargo, la Iglesia cristiana sigue con radicalismos, fanatismos y una moral algo más que relajada.La fundación de miles de iglesias y monasterios en el proceso de difusión europea de las nuevas formas de vida religiosa, van de la mano de la renovación arquitectónica del románico, principalmente durante los siglos XI y XII. Solo en Francia, entre 1100 y 1200 se edifican unas 80 catedrales, 500 abadías y 10.000 templos parroquiales.

La vida de todas las personas discurre, día a día, alrededor de las normas morales y de conducta que establece la Iglesia, sus celebraciones y su labor de refugio y protección.

En la segunda mitad del siglo XII y sobre todo durante el siglo XIII, el románico va cediendo ante las novedades arquitectónicas del gótico. Las catedrales e iglesias se hacen más altas, más esbeltas, con más luz y espacios interiores más diáfanos. Es la victoria del arco apuntado frente al circular, de las bóvedas más amplias sostenidas por nervios que se cruzan en diagonal apoyados en los tejados por arbotantes, de las grandes ventanas que iluminan los interiores, del apoyo exterior de los edificios a base de contrafuertes que permiten muros mas delgados.

Así será, cuando se termine, la catedral de Toledo, ahora en construcción, en clara competencia con otras catedrales del momento como las de Burgos y León. La de Notre-Dame de Paris se había comenzado más de medio siglo antes y era ya todo un punto de referencia.

En una época de profundos contrastes, una parte considerable del ahorro de los países (el que no se atesoraba directamente) se dedica a la construcción de edificios religiosos, castillos o murallas, en un entorno de miseria generalizada de gran parte de la población y en que la educación o la sanidad estaban fuera de su alcance. Una ciudad importante debía tener una catedral prestigiosa, aunque se careciese de hospitales o en los escasos existentes pudieran amontonarse dos o tres enfermos por cama. Bien es verdad que también las iglesias tenían su función económica y asistencial. Incluso los altos campanarios eran utilizados como puesto de vigía para posibles ataques y control de paso de ganado para recabar los correspondientes impuestos por parte del señor del lugar.

En todo caso, me encontraba inmerso en una sociedad de profunda influencia de la religión y de la Iglesia Católica en todo el Occidente europeo. Eso sí, la degradación ética y la subordinación política de la Iglesia (al menos en determinados momentos y lugares), había provocado un amplio movimiento de órdenes mendicantes, preocupadas por la oración y la vida ascética del cristianismo más puro.

Aparte de los ya tradicionales benedictinos de siglos anteriores, aparecieron los franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, clarisas, … En Toledo, durante mi visita, conocí la fuerte influencia que tenían los dominicos, a los que desde 1231 el Papa les había encomendado el Santo Oficio de la Inquisición. Un dominico ilustre, Santo Tomás de Aquino, tenía en ese momento 45 años y era el punto de referencia obligado de esa filosofía, hecha desde la fe, a las que conocemos por «escolástica».

La cultura tradicional, que durante siglos habían mantenido los monjes en los conventos, más como puros copistas que como partícipes en el pensamiento de la época, había ya desembocado en la creación de las primeras Universidades o Estudios Generales, dependientes de las órdenes mendicantes.

A mi llegada a Toledo hacía ya más de un siglo que las primeras universidades europeas se habían establecido en Salerno, Bolonia, Montpellier, París, Modena u Oxford. En la Península, a mi llegada, sólo existían las universidades de Palencia, Salamanca, Valencia y Sevilla. Los estudios en las diversas universidades no se limitan, en exclusiva, a doctrina o filosofía. En muchas se incorporan las enseñanzas del trivium (gramática, retórica, dialéctica) y del quatrivium (aritmética, geometría, música y astronomía, más rudimentos de física, química y medicina). Pero las universidades (inicialmente Estudios Generales) nacen vinculadas a la Iglesia, que trata de controlar así la evolución de las ideas para evitar perversiones indeseables.

En París, en 1210 un sínodo episcopal había prohibido los comentarios de Averroes a textos de Aristóteles. En 1215 los nuevos estatutos de la Universidad prohíben la enseñanza de la filosofía aristotélica, aunque en París se reúnen muchos de sus seguidores. Este año de 1270, el obispo de París, Tempier, ha hecho pública una lista de trece proposiciones que no pueden enseñarse. En 1277 habrá aumentado hasta doscientas diecinueve.

A pesar de estos focos de saber, de monasterios con copistas y escuelas de traductores como la afamada de Toledo, la gente, incluso la acomodada, no sabía leer, ni escribir, ni hacer las cuentas más elementales. Es decir, eran mayoritariamente analfabetos de acuerdo con los estándares del mundo moderno.

Sólo un escaso 5 o 10 por 100 de la población sabía leer y escribir, habitualmente en latín, la lengua de la fe y la ley, que manejaban los hombres de la Iglesia, los copistas, los altos funcionarios del Estado, los maestros de escuela, los notarios y los escribas.

Estaba, pues, en un mundo de ideas simples, desconocido mas allá de las fronteras del pueblo o ciudad, que, con cierta ingenuidad, esos poetas del Libro de Alexandre (una de las grandes obras de la llamada clerecía) veían como un hombre en que los tres continentes conocidos se asignaban a cuerpo y piernas, dejando los brazos para formar la señal de la cruz.

Y como sin iglesia y fe no podía entenderse el Toledo medieval, pensé que sería oportuno tratar de mantener una conversación con algún sacerdote representativo de la época.

Me desvié un poco de la plaza de Zocodover y callejeando en dirección oeste me encontré con una antigua iglesia visigoda, restaurada, que creo se llamaba de San Román. Allí conocí a un clérigo tradicional, hijo de la Castilla profunda: el padre Aniceto. En la sacristía tuvimos una conversación que me permitió discutir algunas ideas y observar las reacciones de una persona que me pareció un claro exponente de la sociedad del momento. s.

Para empezar la conversación pensé que sería bueno hacer alguna afirmación de fe:

Padre, estoy de paso por Toledo en peregrinación hacia Santiago para rezar ante el Sepulcro del Apóstol.

-Me alegran tus palabras. Ya sabes que aquí no tenemos buena imagen de los mozárabes como tú, a los que consideramos demasiado tibios en su fe, a base de convivir con nuestros enemigos los moros.

-Unas fuertes creencias religiosas no son incompatibles con un respeto a la forma de vida de los musulmanes o de los judíos -respondí. Vive y deja vivir.

Me di cuenta entonces de que había iniciado nuestra charla por el lado equivocado. El clérigo empezó a ponerse rojo de ira y a media voz, pero masticando sus palabras y mirándome fijamente a los ojos me dijo:

-Solo admito la guerra al infiel. Hay que  arrojarlos definitivamente de la Península y también de los Santos Lugares. Una obligación de todo cristiano es apoyar las Santas Cruzadas

Decidí cambiar de tema, ya que en cuestiones de religión el Padre Aniceto era un radical, de los muchos del momento.

-¿Qué oficio es digno de un buen cristiano en este religioso Toledo?

Sabes bien que la recomendación de la Iglesia es dedicarse a las “artes prossessivae”, es decir agricultura, industria o administración de asuntos públicos, frente a las “artes pecuniativae”, vinculadas al manejo del dinero, los negocios y el cambio de moneda. El dinero es un peligro para el alma y desemboca frecuentemente en el pecado de la usura. Dejemos a los judíos y a los moros el chupar la sangre de aquel a que se presta un dinero, pidiéndolo lo devuelva con intereses. ¡Como si un maravedí de hoy, no fuese lo mismo mañana, dentro de un mes o de un año!. El dinero, hijo, no produce frutos ni engendra nada.

No era cuestión de discutir sobre algo que el padre Aniceto desconocía, tanto por razones de la economía de la época como por los prejuicios de la religión, según se entendía entonces.

Bien, padre. Dejemos aparte el manejo del dinero y centrémonos en como se puede aquí, en Toledo, vivir de la forma más desahogada posible.

-Te equivocas en tu objetivo, Laureano. El hombre debe trabajar para vivir, pero no absorberse en la persecución de ganancias. Lo que debes buscar es un salario justo, lo suficiente para vivir de tu trabajo, atender a los tuyos y ahorrar un poco para superar las malas épocas.

-Aún así, debo buscar un oficio con suficiente futuro. ¿Qué le parece abrir un nuevo comercio con productos exóticos provenientes del mundo árabe, que yo bien conozco?.

-El comercio lícito no puede producir grandes beneficios. El producto que se vende es igual al que el comerciante compró, “res inmutata”, y no puede admitir cambios de precio, excepto por el trabajo que se incorpore.

-Pues yo, padre, no soy hombre del campo y tampoco domino las artes de los tejedores, zapateros, peleteros, curtidores, ni los oficios de la construcción. A mi edad tenía que ser ya maestro o al menos oficial. No puedo empezar ahora de aprendiz.

Por primera vez vi en el rostro del padre Aniceto una sonrisa de complicidad.

Tú debes vivir de lo que sabes, hijo, de la pluma. No para copiar e iluminar con miniaturas los libros sagrados, que para eso ya están los monjes, sino como copista profesional.

-Entonces, ¿podría poner un tenderete en la plaza de Zocodover, por ejemplo, con un rótulo de copista, mi pluma de ave y mi rollo de papel?.

-Es una posibilidad, ya que cada día hay más necesidad de un escrito de súplica, un arriendo o un testamento. Incluso podrías ganarte fama de eficiente ayudando en los trámites de registro y así multiplicar tu clientela.-¿Cuento con su apoyo?.

La respuesta parecía que estaba ya pensada de antemano, como si el clérigo supiese que íbamos a llegar justo a este punto.

Claro que sí. Desde hace tiempo tenía el proyecto de abrir un studium a medias con un hombre de la pluma como tú. Yo podría aportar la fiabilidad de un hombre de la iglesia y garantizar así la fidelidad de cualquier copia. Además te ayudaría a buscar un pequeño local que pagaríamos con los ingresos del estudio.

El padre Aniceto era bastante cerril en sus planteamientos religiosos y en su proyección de estos sobre la vida cotidiana, pero no era nada tonto. Había visto a otros clérigos poner este tipo de establecimientos que serían los antecedentes de los notarios de nuestros días. .

Como el padre Aniceto no entendía demasiado del tema, le pedí que me pusiese en contacto con algún prestamista o cambista de la ciudad. Aunque a regañadientes, por tratarse de un judío, me dio una nota para que me recibiera Ishaq ibn Sadoc, hijo del almojarife mayor, una especie de recaudador general de impuestos.

Ibn Sadoc, era conocido en el Toledo cristiano como don Zag. Su rostro algo oscuro, con una barba corta que no ocultaba su cortés sonrisa, nariz aguileña y ojos almendrados, le daban un aire amigable no exento de una mirada inteligente que parecía querer atravesarte.

Los primeros minutos fueron de presentación y cortesía, pero rápidamente se estableció un clima de agradable comunicación. Nos unía no sólo una inquietud intelectual hacia los grandes temas del momento, sino también la relativa marginalidad de un mozárabe y un judío en la sociedad toledana del momento. Había llegado el momento de descubrir mi desconocimiento del funcionamiento práctico de los negocios y, en particular, del mundo del dinero.

Mi alejamiento de la sociedad más allá de las fronteras de al-Ándalus, me hace un ignorante incapaz de dirigir un despacho de escribiente. ¿Podría hacerle algunas preguntas elementales, don Zag?

-Responder a preguntas inteligentes de un extranjero en esta tierra será para mí un atractivo reto, de esos que nos mantienen despiertos -me respondió.

-Procuraré que las preguntas sean, sino inteligentes, al menos interesantes. Supongamos que alguien quiere que le prepare un contrato de venta de un huerto, de alquiler de una casa o formalizar un préstamo. ¿Cómo suelen hacerse y en qué moneda se valoran?.

Mi amable introductor en el mundo de los negocios toledanos se levantó y seleccionó unos cuantos pergaminos de un mueble repleto de ellos.

Durante más de una hora revisamos documentos y comentamos posibles valores de los mismos en doblas y maravedíes. Como recordatorio y por el valor del metal que contenían, yo había decidido asignar a la dobla de oro, un valor de unos 100 euros (el doble que un dinar o un besante) y al maravedí de plata lo asimilaba a unos 5 euros. Era una regla sin duda muy discutible, pero me permitía tener una idea aproximada.

Días después aún conservaba una sensación de profundo agradecimiento hacia mi instructor. Realmente existió don Zag e incluso llegó a ser también almojarife, como su padre. Desgraciadamente fue ajusticiado, por mandato del propio rey Alfonso X, por permitir que su hijo Don Sancho (el futuro Sancho IV) se apropiara del dinero que se necesitaba apara sufragar el cerco de Algeciras.

Y es que el dinero era ya un elemento esencial de aquellos tiempos. Como escribiría, pocos años después, un noble con funciones eclesiásticas delegadas del obispo de Toledo, el Arcipreste de Hita, en su Libro del Buen Amor:

                       «Mucho faz el dinero e mucho es de amar,

                       al torpe faze bueno e omne de prestar,

                       faze correr al coxo e al mundo fablar;

                       el que non tiene manos, dineros quiere tomar.

Sea un omne nesçio e rudo labrador,

                     los dineros le fazen fidalgo e sabidor;

                     quanto más algo tiene, tanto es más de valor;

                     el que non á dineros non es de sí señor.

                    Si tovieres dineros, avrás consolaçión,

                   plazer e alegría, del Papa raçïón;

                   comprarás paraíso, ganarás salvaçión

                   do son muchos dineros, es mucha bendiçión.»

De vuelta a casa reflexionaba sobre la profunda sensación que la visita a Toledo me había causado. Después de mis viajes a Córdoba y Constantinopla, tenía la impresión de haberme internado en una Edad Media sin fin.

Si fuera periodista y me pidieran  alguna buena noticia para compensar las malas que llaman más habitualmente nuestra atención, me preguntaría qué signos positivos de futuro podían encontrarse en aquellas fechas, aunque fuese a escala peninsular o incluso en otras tierras. Por ejemplo:

-En España se estaban consolidando Barcelona, Sevilla y Burgos como tres importantes polos comerciales. Barcelona, en particular, establece ya oficinas de exportación en otros países e inicia un amplio movimiento de reglamentación de estas operaciones (Consulado del Mar).

-Cataluña inicia una importante producción textil, transformando los habituales excedentes de lana de la península.

-Ya se dispone de las primeras cartas marinas; se generaliza el uso de la brújula; se inicia el uso de vidrieras para catedrales y de lentes; se empiezan a manejar las matemáticas para asuntos comerciales.

-Se difunde por toda Europa la creación de Universidades. En un siglo se establecerán más de 50.

–  Marco Polo recibe el encargo  del emperador de China de recorrer el país en busca de nuevas opciones para su economía , poco después de llegar a la corte imperial en 1275.

Pero la lucha de religiones y su defensa por los más fanáticos aún seguirá viva… y no solo en el terreno intelectual.

Antonio Pulido http://www.twitter.com/@PsrA

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