jueves,18 agosto 2022
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Innovadores de éxito sin título universitario

Jorge Barrero para El País
Marck Zuckerberg aprovechó bien su breve paso por la universidad. En 2003 inició sus estudios en Psicología e Informática. En segundo año de carrera, inspirado por lo que observó en aquel entorno, ya había lanzado tres proyectos propios. Programó una herramienta, CourseMatch, que ayudaba a los alumnos a elegir asignaturas a partir de las recomendaciones de otros estudiantes.

Creó una página, Facemash.com, para elegir a los chicos y chicas más guapos de Harvard. Un año más tarde, en 2004, dejó los estudios para dedicarse por completo al tercer proyecto: Facebook.

Zuckerberg no acabó la carrera. En 2015 es el decimoquinto hombre más rico del mundo y la quinta parte de la humanidad consume su producto. Seguramente su éxito no es consecuencia de la primera afirmación, pero es obvio que tampoco fue un impedimento.

Sacar conclusiones a partir del caso Zuckerberg –como del también recurrente en conversaciones de salón caso Amancio Ortega– es tan oportunista como demagógico. La historia del joven emprendedor digital –como la del revolucionario industrial textil– es un caso extremo en cuanto a éxito en los negocios e impacto global; trasciende incluso, por irrepetible, el calificativo de ejemplar. Pero provoca reflexiones interesantes.

Sacar conclusiones a partir del caso Zuckerberg –como del también recurrente en conversaciones de salón ´caso Amancio Ortega´– es tan oportunista como demagógico"

¿Es excepcional tener éxito al margen de la educación superior?, ¿qué parte de las innovaciones en la economía digital son fruto del ingenio de personas que no terminan sus estudios universitarios o ni siquiera los empiezan?, ¿por qué no completaron sus estudios?, ¿entonces, cómo se formaron?, ¿cuántos emprendedores acceden a la universidad después de triunfar en los negocios –aunque sea para recibir un Honoris Causa-?, ¿cuál es su visión del actual modelo educativo y del sistema de innovación?, ¿qué podemos aprender de ellos? Sobre todo nos interesa esto último.

La ciencia de frontera siempre es necesaria para innovar en entornos y herramientas digitales. Sus avances nutren a la postre a los nuevos modelos de negocio en la red. Y este conocimiento básico se genera en gran medida en nuestras universidades y centros de I+D, de donde sale asimismo buena parte de la mano de obra que hace funcionar a las compañías más innovadoras. Ningún líder en ningún sector se permite el lujo de ignorar a las universidades, tampoco lo hace Facebook, que cuenta con multitud de licenciados y doctores entre sus más de 10.000 empleados. No obstante, pensar que las innovaciones disruptivas en servicios (los futuros Google, Facebook, Spotify o Uber) solo saldrán de los laboratorios y universidades, por el mero hecho de que emplean metodologías y herramientas exóticas para muchos de nosotros es, como mínimo, arriesgado.

Una parte nada despreciable de la revolución económica basada en las empresas digitales está desarrollándose en entornos y por cauces al margen de la estructura clásica del sistema de ciencia, tecnología y universidad"

Muchos jóvenes se desenvuelven hoy día con total naturalidad en el nuevo hábitat digital. Son autodidactas hasta el punto de que emprenden e innovan en él sin ser conscientes de la novedad que protagonizan desde una perspectiva histórica. De hecho, las nuevas formas de relacionarse y de hacer negocios solo son disruptivas para quienes crecimos con el modelo anterior -que incluía una formación mucho más ortodoxa- y seguimos recibiendo con asombro cada novedad tecnológica, por frecuentes que ya sean. Enfrente tenemos a esa juventud que ha perdido la capacidad de asombro, que no se fascina ni acompleja por nada, que apenas utiliza el concepto de nuevo -aunque se divierte con la tecnología vintage-.

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