Para demostrar esto, elabora teorías originales sobre una amplia variedad de problemas filosóficos, muy pocas veces considerados en un mismo libro: la metafísica del valor, el carácter de la verdad, el escepticismo moral, la interpretación literaria, artística e histórica, el libre albedrío, la antigua teoría moral, el ser bueno y vivir bien, la libertad, la igualdad y el derecho, entre muchos otros temas.
Lo que pensemos sobre uno de ellos debe estar, llegado el caso, plenamente a la altura de cualquier argumento que consideremos convincente sobre los restantes.
El escepticismo en todas sus formas —filosófico, cínico o posmoderno— amenaza esa unidad. La revolución galileana hizo antaño que el mundo teológico del valor fuera seguro para la ciencia, pero la nueva república se convirtió poco a poco en un nuevo imperio: los filósofos modernos engordaron los métodos de la física hasta transformarlos en una teoría totalitaria de todas las cosas.
Así, invadieron y ocuparon todos los términos honoríficos —realidad, verdad, hecho, fundamento, significado, conocimiento y ser—, y dictaron las condiciones según las cuales otros cuerpos de pensamiento podrían aspirar a ellos. El resultado inevitable ha sido el escepticismo. Necesitamos una nueva revolución: debemos hacer que el mundo de la ciencia sea seguro para el valor.