jueves,18 agosto 2022
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Metaficción à la Waugh

La huella de lo que se borra

José Ángel García Landa Vanity Fea
Patricia Waugh define la metaficción como ficción consciente de sí misma, en aquellas narraciones que contemplan irónicamente nuestra propia tendencia a fabular y a narrativizar el mundo. La novela irónica de Evelyn Waugh es conocida por su humorismo costumbrista sobre la antropología de la clase alta—pero también ha de tener su dimensión metaficcional. Aquí comento un aspecto de ´Oficiales y Caballeros´ (1955), segunda novela de su trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial ´Sword of Honour´.

La novela de Evelyn Waugh Oficiales y Caballeros tiene una traducción española de Carlos Villar Flor acompañada de una excelente introducción crítica y notas. Me llama especialmente la atención la relación tan cercana que observa Villar Flor entre los diarios de Waugh, con sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, y la versión literaria de esas experiencias transmutada en la trilogía que incluye a Oficiales y Caballeros (trilogía toda editada por Villar Flor en Cátedra). Y un tema metaficcional que se apunta, relativo a la supresión de testimonios de actos vergonzosos. La novela, mayormente satírica y desmitificadora, en la línea de Waugh, viene a narrarnos la progresiva desilusión del protagonista Guy Crouchback con respecto a la dinámica y motivaciones de la guerra, y con respecto a su implicación personal en ella. Una crónica de desilusión y deshonor (narra una derrota) que a la vez señala a más desilusión y deshonor de los que muestra directamente. Esa es la relación entre los diarios y la novela, o lo que podríamos llamar también la huella que deja en la novela lo que se borra, y no se cuenta ni en ella ni en los diarios. Es una dimensión metaficcioinal de la novela, pues señala a la convencionalidad de la ficción que se nos presenta, y a su ambivalente relación con lo testimonial y con las maniobras de autojustificación y de evasión y disimulo del autor. Para entenderlas, convendrá tener en mente una cuestión poco resaltada en el comentario: el esnobismo terminal de Waugh, su conciencia de clase y de la primacía de la solidaridad entre los Old Boys por encima de cualquier consideración práctica o idealista. Podríamos decir que es casi un identity-theme, de donde extrae Waugh la energía vital que anima su persona y su sátira. Esta participa del clasismo de los personajes a la vez que los satiriza (es decir, lo satiriza desde dentro)—como puede verse de modo ejemplar en la actitud de frivolidad dandy de los personajes del capítulo primero, poco impresionados por los bombardeos alemanes del Blitz, que al decir de Waugh mismo eran, "como todo lo alemán, exagerados".

Así comenta Villar Flor el tema crucial de la indignidad y la desilusión en la ideología de la novela:

 

Si el anterior enfoque temático se concretaba en la indignidad de oficiales concretos, al extrapolar tal inadecuación a todo el bloque aliado podemos vislumbrar la lectura política que Waugh propone con esta novela. Ya en la introducción a HA [Hombres en Armas] se reflexiona sobre esta materia (véase págs. 81-84). A pesar de obvias diferencias de matiz, se puede considerar que Guy actúa a lo largo de la trilogía como portavoz de las ideas de su autor; y para Waugh la honorabilidad de la contienda sufrió un revés irreparable con la alianza entre la URSS y Gran Bretaña. A partir de ese momento entra en crisis el concepto de guerra justa, que para Guy/Waugh era el motivo que legitimaba el esfuerzo bélico de su país. En HA Buy se plantea la pregunta de "para qué estamos luchando" a partir del cuestionario del MIM, número 31 (véase págs. 313-319). Su respuesta entonces es optimista, acaso ingenua: los aliados ganarán la guerra porque la suya es una causa justa. Al final de OC, sin embargo, su espejismo idealista se ha disuelto:

 

    Fue también un día mediterráneo soleado y oreado dos años atrás cuando leyó acerca de la alianza ruso-germana, cuando parecía que una década vergonzosa finalizaba en luz y razón, cuando el enemigo se presentaba claramente a la vista, enorme y odioso, despojado de todo disfraz; la era moderna en armas.

    Ahora esa alucinación se había disuelto (…) y había regresado, tras una peregrinación de dos escasos años en una ilusoria Tierra Santa, al viejo mundo ambiguo, donde los sacerdotes eran espías y los gallardos amigos [Ivor Claire, por ejemplo, huyendo de Creta sin sus tropas] resultaban traidores, y su país se conducía dando tumbos hacia el deshonor (pág. 415).

Como hemos señalado, Guy se endurece aún más en su aislamiento cuando comprueba que las personas de su entorno celebran con satisfacción la nueva alianza con Rusia. Y poco después realiza un acto simbólico destruir en el incinerador la libreta donde apuntó los detalles de la batalla de Creta. No tiene ya sentido comprometer el futuro de un antiguo amigo y compañero cuando la indignidad se extiende a los dirigentes del país. (71-72)

 

Así narra Waugh este episodio en la novela, una vez Guy se ha recuperado en un hospital tras huir de Creta en un bote hacinado, y sufrir penalidades y visiones en la travesía hasta Alejandría:

 

    El equipo de Guy le había seguido —si bien mermado por el pillaje— del campamento al hospital. También estaba el fardo que contenía los harapos, lavados y planchados, que había llevado en Creta, y un ordenado envoltorio de las posesiones sacadas de sus bolsillos y su mochila; junto al disco rojo de identidad estaba su manumisión por parte de Chatty Corner y la libreta en la que había tomado las notas para el diario de guerra. No estaba la goma elástica. Las tapas tenían jirones, se habían reblandecido, arrugado y estropeado, algunas páginas se habían pegado. Guy las separó cuidadosamente con una navaja. Todo estaba allí. Sobre el papel cuadriculado separado de manchas podía seguir, en el deterioro de su escritura, las sucesivas fases de agotamiento. A medida que se debilitaba había escrito con letra más grande y pesada. La última entrada era un profundo garabato que ocupaba una hoja en el que registraba la aparición de un aeroplano sobre el bote. Ésta era su contribución a la Historia; ésta, quizá la evidencia en un notorio juicio.

    Guy se tumbó en la cama, demasiado conmocionado por los acontecimientos físicos del día para concentrarse en las cuestiones morales. Para Julia Stitch no había dilema. Un viejo amigo estaba en apuros. Todos debemos cooperar. Tommy tenía su constante guía en el precepto "nunca hay que causar problemas excepto cuando supongan una predominante ventaja positiva." En el frente, si Ivor o cualquier otro hubiera puesto en peligro una posición, Tommy no habría tenido escrúpulos en fusilarle sin más. Pero ésta era otra cuestón. Nadie estaba en peligro salvo la reputación de un solo hombre. Ivor se había comportado abominablemente, pero no había herido a nadie salvo a sí mismo. Ahora estaba quitado de en medio. Tommy se encargaría de que nunca volviera a estar en situación de comportarse como en Creta. También su tropa estaba quitada de enmedio hasta el fin de la guerra. No importaba mucho, en lo que respectaba a ganar la guerra, lo que se comentara en un campo de prisioneros. Quizá al cabo de los años, cuando Tommy se encontrara con Ivor en el Bellamy's, sería una pizca menos cordial que antaño. Pero instigar un consejo de guerra por un delito capital era inconcebible; en sentido estricto causaría interminables molestias y retrasos profesionales; en conjunto, beneficiaría al enemigo.

    Guy carecía de estas sencillas normas de conducta. Ya no conservaba su antiguo afecto hacia Ivor, ni siquiera aprecio, pues el hombre que había sido su amigo resultó ser una ilusión. También tenía conciencia de que toda guerra consistía en crear problemas sin apenas esperanza de sacar nada en limpio. ¿Por qué estaba él en el sótano de la señora Stitch, por qué estaban Eddie y Bertie en prisión, por qué el joven soldado yacía aún insepulto en el pueblo abandonado de Creta, si no era por la Justicia?

    Así, permaneció acostado meditando hasta que la señora Stitch le convocó al aperitivo. (413)

La última frase resume la resolución ética que adopta Guy (y Waugh): aparcar las meditaciones, adoptar "estas sencillas normas de conducta" que engrasan la vida social y sus tomas y dacas, aceptar la propia implicación en la corrupción del sistema, y hacer lo más conveniente desde un punto de vista oportunista, no lo legal ni lo éticamente correcto. Podemos decir que a estas alturas el meditabundo Guy es aún inocente, pero accede al punto de vista cínico de su autor cuando decide callar y quemar las pruebas de sus anotaciones. Tras el párrafo citado por Villar Flor, "Ahora esa alucinación se había disuelto (…) hacia el deshonor", sigue así:

 

Esa tarde llevó su libreta al incinerador del patio exterior y la arrojó dentro. Fue un acto simbólico; como el del soldado de Skafia que desmembrara su ametralladora y arrojara las partes una a una por el puerto, chapoteo tras chapoteo, entre los residuos. (415)

Los dos son actos simbólicos a un nivel, pero reales a otro. Y el simbolismo que los identifica es engañoso, cosa que ni Guy el focalizador ni el narrador comentan, pues ambos son ahora solidarios en su visión cínica de los actos de Guy (for good reason). Lo que hay que matizar es lo siguiente: el ver a un soldado destrozar su ametralladora y dispersar las piezas es sólo aparentemente un acto de indignidad. En un heroísmo de tebeo, el soldado (abandonado en la playa de Creta por su plana mayor en retirada, no lo olvidemos) hubiera esperado a los alemanes y hubiera muerto ametrallándolos, llevándose unos cuandos por delante. Pero no eran esas sus órdenes, sino las más realistas de rendirse a los alemanes. Y el soldado destroza su arma no como acto simbólico que exprese su cobardía y oportunismo, sino como una contribución real al esfuerzo de guerra: impedir que los alemanes se hagan con armamento que podrían reutilizar. En cambio, la "ametralladora" de Guy, las notas comprometedoras que destroza, caerían en manos no precisamente de los alemanes, sino de alguien ajeno al círculo de amistades y contactos de la clase alta, alguien que no tendría reparos en llevar a Ivor a un consejo de guerra, porque sería lo legal. Guy elige pasarse al enemigo, en cierto, modo, pero el enemigo es a la vez su propio bando, al que pertenece o intenta pertenecer, la "casta" superior que usa la maquinaria de guerra, y de hecho todas las instituciones públicas, en beneficio propio. Así, Guy a la vez admite y reconoce su propia corrupción, su propia implicación en el sistema, y profundiza en ella con este acto cuyos efectos reales son tan notables como los simbólicos.

Villar Flor observa la manera en que en el paso de los diarios de guerra de Waugh a la trilogía novelesca, y en particular a Oficiales y Caballeros, la ficcionalización modera o desvía las indignidades y vergüencillas de la guerra, y desvía la responsabilidad de las personas concretas con quienes trató Waugh. Ahora bien, vemos aquí a Guy destruyendo unas notas previas a su diario de guerra, con lo cual se nos anuncia un nivel más de atemperación o autocensura: aun si toda la realidad observada, con sus miserias, pasó a las notas del natural tomadas por estos testigos, esos datos pasan al olvido, o quedan para la discreción de la memoria personal. El diario que producirá Guy en el mundo ficticio, y Waugh en el real, es ya una producción "ficticia", conscientemente amañada, de hecho, para encubrir la verdad y ocultarla bajo una apariencia de documento. Una ficción que a su vez se reelaborará en el caso de Waugh en otra ficción, esta vez explícita, la de la trilogía Men at Arms que incluye como pieza central a Oficiales y Caballeros. Allí Guy sale relativamente indemne en su honorabilidad (aunque una frase críptica y contradictoria, repetidamente sopesada por Villar Flor, sugiere que en el día de la desbandada en Creta, Guy "perdió buena parte de su hombría"). Es Ivor, el admirado 'buddy' símbolo de la elegancia y rectitud inglesa para Guy, quien resulta tener pies de barro. La ficción señala, sin embargo, a una supresión presente tanto en los diarios como en ella misma, de modo paradójico, como un tachón sobre un borrón.

Una doble envoltura de distorsión o de ficcionalización. Y sin embargo es a través de esta ficción, por vía interpuesta de su ficcionalizado representante Guy, como Waugh deja entrever que hay cosas que es mejor no contar, que no pasen a los diarios –posiblemente cosas a las que sólo se puede señalar como algo que se ha borrado. La intensidad de la desilusión de Guy, así como su elección final de la vida social y los contactos por encima de la honorabilidad, me hacen pensar que no es sólo en la traición de otros, o la de su país, en la que está pensando Waugh, sino en su propia traición a los ideales, y su desilusión consigo mismo, mostrada aquí por vía interpuesta.

Es más fácil justificarse a sí mismo si es todo el país el que se envilece, y si hay quien lo ha hecho más visiblemente. Pero hay también una honestidad en el hecho de dejar visible el borrón, debajo del tachón, o en incluir estos hilos conductores y alusiones por las cuales quien lo desee puede, si no extraer el ovillo de lo que en realidad se ventila en la novela, sí intuir que hay un ovillo, o que lo hubo antes de que se escamotease y dejase esta especie de huellas en el texto. Texto que deviene en cierto modo, en lo que se refiere a su relación con la realidad de la experiencia del autor, un self-consuming artifact, que a la vez expresa y oculta la desilusión del autor con sus propios ideales y consigo mismo, la desilusión vivida desde dentro.

 

 

—oOo—

José Angel García Landa es miembro del Grupo de Investigación Consolidado H69 HERAF: Hermenéutica y Antropología Fenomenológica, un proyecto de la Universidad de Zaragoza que cuenta con el apoyo institucional y financiero del Gobierno de Aragón y del Fondo Social Europeo.

 

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