jueves,18 agosto 2022
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La mayor mentira que nos domina

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Justo el día en que el Eurogrupo terminaba de aprobar el rescate bancario español para cortar su contagio a la deuda del Estado, arreció el viernes la desconfianza de los mercados hacia España, acrecentada de nuevo por el Gobierno de Rajoy. Lejos de causar perplejidad, debería llevarnos a asumir que ahora nos enfrentaremos a un problema mucho más grave: cómo evitar que el riesgo soberano contagie por su parte al bancario. Vamos, que España y la eurozona reviven ya el caso de Grecia, aunque a lo grande. La principal causa de que el incendio se extienda entre nosotros, además de amenazar de nuevo al euro, es la gran mentira política de Alemania y sus aliados más afines: la que justifica sus políticas en el intento de evitar que la eurozona se convierta en una unión de transferencias de renta hacia el sur mediterráneo.

 

En la justificación ideológica de la coartada de esa coalición, bárbara tanto en sus orígenes históricos como etimológicos, han colaborado mucho medios y operadores de los mercados anglosajones, todavía dominantes. Todos ellos han desvirtuado la realidad y han contribuido a crear un mito: el de la amenaza del sur mediterráneo para el centro y el norte europeo. Es verdad que por estos lares tenemos menos desarrollo, básicamente porque somos menos productivos y por ello tenemos menos competitividad. Tan cierto como que no vivimos ni suponemos peligro alguno para la prosperidad de los demás. Y, si no lo creen, echen cuentas.

Al contrario, es la ciega política de esa coalición la que nos empuja de nuevo hacia el abismo en nombre de un mito, sin librarles a ellos del precipicio, ni al euro de la integridad tantas veces proclamada desde las instituciones europeas. Dicen querer evitar la mutualización de las deudas en la eurozona, para que sus bancos y países o contribuyentes futuros no tengan que pagar las nuestras. La amenaza que veían décadas atrás en la unión de transferencias vía presupuestos europeos la extienden así ahora a las finanzas. Pero esta es tan falsa como la anterior. Los presupuestos europeos siempre han tenido una capacidad de redistribuir rentas cercana al 1% del PIB. Esa cifra es muy inferior a las transferencias reales de rentas en favor del próspero norte generadas por la actividad productiva de un mercado llamado a la unidad; es decir, por la libertad de circulación de personas, bienes, servicios y factores productivos.

Verdaderos beneficiarios

La realidad ha beneficiado más a los mejor preparados para esa unión, donde en la práctica tampoco se liberaron las fuerzas compensatorias de la ausencia de unidad monetaria que atribuía la teoría al trabajo y a lo fiscal (ambos muy fragmentados por países), aunque sí al capital (globalizado desde principios de los años noventa). El proyecto de Unión Económica y Monetaria (UEM) pretendió a partir de entonces corregir las deficiencias detectadas desde los años sesenta por las teorías de las zonas monetarias óptimas. Pero aunque aquellas teorías señalaban la necesidad de políticas tanto de estabilidad como de redistribución, la UEM sólo fue diseñada para atender a las primeras; es decir, solo fue preparada para la convergencia monetaria, no para la convergencia real de rentas, ni tampoco para la unión financiera que se acaba de abordar como nuevo objetivo a finales del pasado mes.

Cuando el Tratado de Maastrich nos conducía hacia esa dualidad de convergencia monetaria y no de rentas ni de instrumentos financieros, en mi tesis doctoral vaticiné que la nueva UE caminaba hacia la autocracia monetaria. Sería una figura innovadora que, por ausencia de unidad política, se diferenciaría de las formas organizativas del poder político históricamente acuñadas: el Estado, la confederación, la federación o el superestado. Hoy hasta esa autocracia ha devenido en esperpento, lo que afecta también al supuesto automatismo u objetividad de sus dictados. Hay cierta unión de normas con una mínima unión de transferencias compensatorias. Pero esas normas ni siquiera están respaldadas por instituciones formales u otras informales. Las han impuesto a su antojo los países más poderosos.

Así, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento ha sido violado sin consecuencias una treintena de veces, cuando convenía a Alemania y Francia, sus principales incumplidores, hasta que hace casi tres años la crisis griega les llevó a renegociarlas. Hasta el BCE, diseñado como independiente, ha seguido en la práctica los dictados de Alemania, máximo intérprete de su supuesta exclusividad en la estabilidad de precios. Abrió el grifo del dinero abundante y barato cuando a Alemania le convino para financiar mejor su reunificación, hasta el punto de sobrarle dinero para financiar por si sola la mitad de la burbuja inmobiliaria española. Luego lo ha cerrado, con las conocidas consecuencias de abaratar su deuda y la de sus aliados ideológicos, a costa de encarecer la de los países periféricos, ampliando sus primas de riesgo hasta la extenuación.

Hoy son ellos los que pagan sus deudas sin apenas coste, y tienen la abundante financiación del mercado, que nos falta a los demás. Sin fijarnos en el 6,1% adicional que paga España por los bonos a 10 años, ni en los precios aun más disparatados de Grecia, Portugal, Irlanda o incluso Italia, la realidad es que el dinero público a dos años está al 0% en Alemania, Austria, Holanda, Finlandia e incluso Bélgica y Francia. Excluida la siempre dudosa Francia, esa es la coalición de países que lanza el espantapájaros de la unión de transferencias, creando desde sus medios nacionales o el Financial Times la impresión de que los ciudadanos europeos del norte están hartos de los vecinos de la periferia del sur y se niegan a aprobar nuevas ayudas, ni del BCE ni los dos fondos creados trabajosamente los últimos años para liberar al instituto emisor de las medidas monetarias no convencionales.

La realidad es muy distinta a esa ficción mediática creada y alimentada irresponsablemente desde la política por Merkel y sus coaligados alemanes o de otros países. El último mes se han publicado en Alemania tres manifiestos de economistas, unos situados  a la derecha de Merkel y hasta desautorizados por su ministro de Economía, otro de economistas más afines y el tercero  de próximos a organizaciones empresariales y sindicales. Pero ninguno de ellos desmonta con números esa falacia. Tampoco lo ha hecho ningún órgano de la Unión Europea o de la eurozona, ni siquiera de países afectados por tamañas mentiras, como el Gobierno español, aunque dejaremos los números para otra ocasión.

El BCE, entre el descrédito y la renacionalización

Los EEUU no tienen menores problemas económicos y políticos que Europa para afrontar el envite de los países emergentes. Pero durante la pasada década y los cinco años que llevamos de crisis se han mostrado más dinámicos y efectivos que Europa. Tanto allí como aquí, las políticas monetarias y financieras sentaron las bases de la burbuja de activos. La diferencia principal es que el mismo banco emisor que allí ayudó a causar la crisis luego la ha evitado,  mientras aquí el  BCE se ha vuelto clandestino, en  términos de nuestro ministro de Exteriores, García Margallo. Lo escribí hace meses: desde principios del 2007 hasta noviembre del 2011 la FED elevó su base monetaria casi el 350% y  el BCE sólo  un 37% (apenas una décima parte) , con la consecuencia de que los EEUU recuperaron tasas de crecimiento real del 2% desde el 2009, en tanto aquí nos instalamos en un estancamiento o recesión desde la que trata de legitimarse la devaluación social: trabajar mas y mejor  por menos  rentas reales  y con menos participación.

No es de extrañar que ante los desaciertos del BCE, que ya se mueve entre el descrédito y la renacionalización de los mercados interbancarios, ni su inyección de medio billón de euros a tres años a finales del año pasado ni la ulterior de otro medio billón en marzo, ni el pacto intergubernamental para la unión fiscal, ni los posteriores acuerdos del Consejo Europeo avanzar en ello y caminar hacia la unión bancaria, ni el rescate bancario español hayan calmado a los mercados. Tampoco que la sangría siga pese a que el Gobierno de España hace suyas las recetas europeas a los países intervenidos.  En vez de frenar el contagio desde la banca a la deuda soberana, es esta la que directamente está en candelero por el mero anuncio de que Valencia inicia el rescate con intervención de las comunidades autónomas por parte del Estado español, ámbitos entre los cuales sí existe esa política de redistribución de rentas.

Entre tanto, mientras prosigue la huida de capitales hacia países de la coalición alemana, se acentúa la renacionalización financiera de la deuda pública española, como la de Grecia con motivo de sus largos e infructuosos rescates. Ya sólo el 31% de esa deuda pública en bonos y obligaciones (la de mayor plazo) está en mano de no residentes, cinco puntos menos que al comenzar el año. De poco o nada han servido aquellas inyecciones finales de liquidez del BCE (casi un billón de euros).  Al principio de la crisis era que España, como otros países periféricos, gastaba mas de lo que producía, y por tanto debía importar capital y acumulaba deuda privada, no pública, porque entre nosotros el Estado es tan procíclico como la banca. Pero ahora que el déficit básico por cuenta corriente ya casi no existe, ha desaparecido casi por entero la financiación nueva o la refinanciación de los vencimientos públicos y privados.

Malas respuestas, riesgo mundial

Bien ha hecho Monti en sumar ante el último Consejo Europeo fuerzas con Rajoy, quien le ha convocado a la Moncloa para el próximo 2 de agosto, ante la insuficiencia de aquel envite. A este paso, el contagio de España (antes de su banca y ahora ya de su deuda) acrecentará aún más el de Italia, y tras el mismo a otros países del euro y quizá al final también a otros que tienen mayores deudas públicas, como al Reino Unido y los EE.UU., que por ahora se han convertido igualmente en destino de los capitales que huyen de los países periféricos, por mucho que Cameron y Obama hayan llamado últimamente también al orden a Merkel. Tal como van las cosas, se pondrá a prueba  no sólo la función real de las instituciones que gobiernan la UEM en el paso de la inicial crisis financiera internacional (la primera prueba de este calado sufrida por la eurozona) en una crisis fiscal y de deuda soberana europea, debido fundamentalmente a la lenta, inadecuada y muy parcial respuesta de esas instituciones, por sus carencias para afrontar los golpes asimétricos, ya previstos por las teorías de las zonas monetarias óptimas. Tras ellas quedarán igualmente en cuestión las que gobiernan el aun mayor desconcierto mundial, salvo que antes los países emergentes paren esta locura, tras haber contribuido esta primavera en mayor medida al FMI.

Las iniciales presunciones de que el carácter institucional de la crisis procedían de las limitaciones de la teoría de las áreas monetarias óptimas y del propio proceso de integración monetaria mediante una arquitectura de gobierno y de reglas incompletas (carecían especialmente de recursos fiscales y de mecanismos de solución de crisis financieras y bancarias) resultan explicativas de la transformación, intensidad y duración de la crisis, así como de su comparación con estructuras fiscales mas completas como la de EEUU, como ha demostrado hace unos días el profesor Emilio González en la tesis brillantemente presentada en la Facultad de Ciencias Económicas de la UAM. Entre sus conclusiones, elaboradas meses antes del último Consejo Europeo y que parecieron inspirar su contenido, cabe destacar la necesidad de que la zona euro se dote de mecanismos de mercado capaces de prevenir en lo macro y en lo micro, así como de resolver las crisis bancarias que pudieran suponer riesgos de carácter sistémico, idiosincrático, moral o puramente monetario, como las burbujas locales de activos.

Sin embargo, para explicar la persistencia de la crisis, que además de económica es acrecentada por la comunicación  o manipulación política, me remitiré en otra ocasión a la tesis que el próximo miércoles 25 de julio presentará en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense la joven y sobradamente preparada periodista Yolanda Rodríguez, adjunta a la Asesoría de Imagen de la Justicia del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), quien demuestra sobre la serie televisiva El Ala Oeste de la Casa Blanca que actualmente la comunicación política tiene mayores dosis de ficción que de verdad.

 

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