En un extremo, Fama (fiel representante de la Escuela de Chicago) pontifica la racionalidad de los mercados y, por tanto, sostiene que las decisiones de inversión -observadas en su conjunto, ya que enumera unas cuantas excepciones- conducen a una asignación eficiente de recursos en la economía real. En el otro extremo, Shiller defiende la imperfección de los mercados en base a la irracionalidad de los inversores y la patente desigualdad en el acceso a la información.
No debe escapársenos la importancia y trascendencia de ambas posiciones: mientras en el primer caso apenas se apoya la creciente regulación de los mercados y de las instituciones financieras para dotarlas de mayor transparencia y accesibilidad, en el segundo se apuesta por democratizar las finanzas, entendido esto como facilitar que las instituciones financieras sean más inclusivas, abarquen a más personas, protegiendo los riesgos que directamente les afectan e involucrándolas en la toma de decisiones informadas.
El corolario de esta segunda tesis nos conduce inexorablemente hacia la educación financiera, entendida como el proceso por el cual los consumidores mejoran la comprensión de los productos financieros y adquieren un mayor conocimiento de los riesgos financieros y de las oportunidades del mercado.
La educación financiera, por tanto, puede y debe ser un vehículo para recuperar la confianza en el sistema financiero. Por más que algunos quisieran prescindir del mismo, sencillamente, eso es imposible (Se calculan unas 4.000 experiencias monetarias alternativas al dinero de curso legal, pero nada apunta a que, más allá de complementar modestamente al actual sistema, puedan sustituirlo.) . Entonces será mejor convertirse en un actor cualificado y poder participar en el mismo con conocimiento de causa. ¿Significa eso que todos debemos aspirar a ser doctores en economía? No lo recomiendo en absoluto, pero sí tenemos que ser capaces de dialogar con los muy diversos oferentes de productos financieros (habitualmente, aunque –por fortuna- no exclusivamente, nos topamos con la banca).
Así, al sentarnos en nuestra sucursal bancaria deberemos exigir al menos dos cuestiones: en primer lugar, una nítida separación entre la función asesora y la comercializadora (quien asesora debe estar libre de conflictos de interés, es decir, no percibir incentivo alguno vinculado a una eventual venta del producto); en segundo lugar, demandar productos que se adapten a los intereses de los consumidores: desde luego, ajustados a su deseo de exposición al riesgo, pero ahora también, a la voluntad del inversor o depositante en cuanto a la aplicación de sus ahorros: ¿A dónde va mi dinero?.
Para dar respuesta a esta pregunta, tendrán necesariamente que aflorar productos más transparentes, plenamente trazables, especialmente concebidos para el denominado segmento minorista. Y para el caso de los consumidores concienciados con la sostenibilidad, deberá proveerse una oferta suficiente de productos financieros socialmente responsables, es decir, aquellos que en las decisiones de inversión apliquen criterios de responsabilidad social, excluyendo determinadas inversiones (en armamento, industrias contaminantes, etc.) y seleccionando aquellas con mejor comportamiento (en términos sociales, medioambientales y de buen gobierno). El gran reto de la Inversión Socialmente Responsable (ISR) consiste en influir a futuro sobre las estrategias de las empresas y alinear los valores del inversor con los de su objeto de inversión.
Las asociaciones españolas de consumidores más comprometidas con este mercado emergente hemos colaborado con Spainsif, foro español de la ISR, en la concepción y diseminación de este vídeo:
Les animo, desde esta tribuna, a apoyar nuestros esfuerzos.
Carlos Trias Pintó
Consejero del CES Europeo y Director de ASGECO
