jueves,18 agosto 2022
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Alan Weismar: «La tecnología juega con la humanidad»

Redacción
El periodista Alan Weisman se pregunta en su último libro si tenemos futuro en la Tierra. Ha viajado durante dos años por 21 países entrevistándose con gente cotidiana y expertos –desde ecólogos a religiosos– para saber cómo viven y qué piensan estas personas. En su periplo, Weisman se ha encontrado con múltiples alternativas a problemas como la superpoblación o la producción de alimentos. Así se inicia La cuenta atrás.

 ¿Quiénes son los protagonistas del libro? Porque hay perfiles muy diferentes.

En dos años de viaje me entrevisté con muchos científicos, sobre todo ecólogos. También hablé con expertos agrícolas sobre la posibilidad de alimentar a todo el mundo, que tiene que ver con la subsistencia de cada especie en el planeta. Con religiosos, porque en este tema siempre interviene la religión; y con gente de a pie que vive en los países que visité.

¿Con quién se entrevistó en el Vaticano?

Fui a dos centros. Uno es la Academia Pontificia de las Ciencias. Sus miembros son desde cardenales y obispos hasta científicos, y hablé con algunos de ellos. Una cuarta parte son premios Nobel. Todas las religiones comienzan con la idea de fructificar, por eso son importantes al hablar de crecimiento demográfico. Cada tribu quiere ser la más grande o, por lo menos, mayor que sus vecinos, que podrán ser sus enemigos algún día.

¿Cuál es el papel de las religiones en el crecimiento demográfico?

Hoy estamos en una situación de urgencia demográfica y muchos cristianos y judíos lo entienden. Hay puntos en el Corán que también responden a esto, al igual que en el budismo. Me he encontrado con excepciones en el islam, por no tener una autoridad central. En el capítulo que dedico a Níger cuento el caso de dos imanes: uno dice que cada niño es un regalo de Dios y no podemos rechazarlo; sin embargo, el otro imán apunta que según el Corán cada bebé tiene derecho a la leche materna durante dos años. Esto supone esparcir los embarazos y justifica la planificación. Los dos imanes eran hermanos.

¿Y en el caso del cristianismo?

El catolicismo no está a favor del anticonceptivo porque quiere que la población creyente crezca. Cuando llegó la píldora, en el Vaticano se creó una comisión para decidir su posición sobre ella. Hubo una votación de 69 a 10 a favor, pero los contrarios le dieron al papa un escrito con una opinión basada en un obispo polaco –que posteriormente sería Juan Pablo II– donde explicaban que eso supondría admitir que durante un siglo los católicos habían estado equivocados y los protestantes no. Es decir, que habían considerado como pecadoras a muchas personas inocentes. Además, contradecir el mandamiento de papas anteriores cuestionaría la infalibilidad del papa.

Sin embargo, como apunta en el libro, países católicos como España o Italia tienen tasas muy bajas de natalidad.

Una de las primeras conversaciones que tuve sobre el libro fue con la demógrafa Margarita Delgado, de la Universidad Complutense, que me habló de la sociedad en Europa. Lo que pasa en países católicos como España o Italia es que gracias a la educación, las mujeres, aunque sean católicas, saben que es imposible tener todos los niños que vengan y ser una persona eficaz en este mundo. Las mujeres con educación secundaria no tienen más de dos hijos de media en todo el mundo. Con una educación universal evitaríamos muchos problemas.

¿Qué son los programas voluntarios de control de natalidad de los que habla en el libro?

Menciono varios. Uno de los más sorprendentes para los occidentales es el de una república islámica como Irán. Meses después de su revolución de 1979, fueron atacados por Saddam Hussein. La única fuerza de Irán eran las personas. El ayatolá les dijo a todas las mujeres fértiles que se embarazaran para producir un ejército de 21 millones de combatientes. Cuando terminó la guerra, un economista político avisó al ayatolá de que había un problema enorme. En los siguientes diez años, los niños nacidos durante la campaña de fecundidad iban a necesitar un empleo imposible de encontrar. Tener muchos jóvenes frustrados por el paro es la forma más fácil de desestabilizar un país.

¿Cuál fue la solución en Irán?

El ayatolá promulgó una fatua que decía que el Corán no estaba en contra del anticonceptivo. Además, hizo accesibles los métodos de anticoncepción en todos los pueblos. De hecho, una mujer muy religiosa a la que entrevisté me contó cómo equipos de cirujanos se desplazaban a caballo a los lugares más remotos, llevando desde preservativos hasta equipos quirúrgicos para vasectomías y ligaduras de trompa. Y todo el mundo estaba a favor. Una campaña del Gobierno iraní convencía a las niñas para que fueran al colegio, porque una mujer que estudia pospone la maternidad y luego no tiene muchos hijos. La tasa de natalidad bajó drásticamente, y se alcanzó lo que se denomina el remplazo, dos personas que tienen solo dos hijos.

Otro ejemplo curioso es el de México, donde una telenovela resultó muy eficaz para la planificación familiar.

En los años 70 –cuando fui a aprender español, por cierto– México tenía la tasa de crecimiento más grande del mundo. La capital, DF, hoy casi ha alcanzado la tasa de reemplazo. Se logró a través de la telenovela Acompáñame, que todos los mexicanos veían. En los agradecimientos se mencionaba a una fundación sin ánimo de lucro que produce ahora telenovelas en más de 40 idiomas. Hay muchos más ejemplos, como el teatro callejero en Pakistán, que hacía más o menos lo mismo; o en Tailandia, un país budista que introdujo el preservativo con éxito en la población general y en la industria del sexo.

Otros testigos en su narración son los agricultores indios de la revolución verde, que incrementó la productividad agrícola de la India en los años 70 mediante granos mejorados, monocultivos, fertilizantes y plaguicidas.

En India hablé con la autoridad agrícola para entender cómo la revolución verde había solucionado los problemas de hambruna. Me explicó que había funcionado muy bien, pero que, paradójicamente, alimentar a la gente para que sobreviva implica que tendrán más hijos, lo que ha provocado que esta región esté a punto de superar a China como país más poblado del mundo. Lo peor fue que me presentó a tres agricultores que me llevaron a sus comunidades para entrevistarme no solo con ellos, sino también con viudas de agricultores.

¿Por qué estaban viudas?

Al principio de la revolución verde, los agricultores perforaron pozos de 10 a 30 metros para obtener agua con la que regar sus nuevos cultivos ‘mágicos’, que producían más granos de cereal por planta. Pero cada vez había que perforar más y llegó un momento, más allá de los 150 metros, que los agricultores no podían pagar los costes y se suicidaban. Ahora, con pozos más profundos aún, se necesita una bomba muy cara que lleve a la superficie el agua.

¿De qué tasa de suicidio estamos hablando?

La que me explicaron en el sindicato de los agricultores era tan increíble que tuve que verificarlo con el gobierno de la India. Son 270.000 agricultores de la revolución verde los que se han suicidado desde el año 1995. ¡Imagínate! Es un ejemplo de cómo la tecnología juega con la ingenuidad humana, porque nos puede salvar, pero sus consecuencias son inesperadas.

¿Cómo podemos cambiar ese rumbo y tomar el control de la historia?

Si no somos capaces de reducir el consumo de energía, al menos sí tenemos tecnología para minimizar el número de consumidores; por ejemplo, dando a los anticonceptivos un alcance universal. Esto costaría ocho mil millones de dólares al año, que no es mucho. Es lo que EE UU se ha gastado cada mes en Afganistán e Iraq durante el último decenio. El cambio está en las propias personas y en sus decisiones. No podemos esperar que venga de manos de los políticos.

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