jueves,18 agosto 2022
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Nubarrones de paletismo por el noreste

Cataluña estrellándose

José Ángel García Landa Vanity Fea
Hay unos arrogantes, y no miro a nadie en concreto, que se quieren arrogar el derecho de ser españoles de primera, y mandarnos a los demás a segunda categoría.

Qué patología la del nacionalismo catalán. Comentaba ahora Luis del Pino (en EsRadio) el síndrome de la banderita: después de tanto agitar su bandera catalana, cuando está plenamente admitida (y está excluida la española de toda Cataluña)—de repente, por eso mismo, ya no les parece lo bastante catalana, y se sacan otra que no es ni la de la Generalidad, ni la que ha tenido nunca Cataluña, sólo para señalar que es la bandera de la Cataluña que no existe (ni existirá)—la Cataluña que no tiene nada que ver con España, como no sea para odiarla.  La bandera de la ruptura, en lugar de la bandera de la transición y de la solución transaccional, que era a la vez catalana y española.

Vale. Entonces, lo que quieren los nacionalistas es romper totalmente con España, parece.

Pero no. Descubrimos esta última semana de campaña en las declaraciones de Romeva y de Junqueras (apuro me da hasta citar los nombres de estos pastores de papanatas como declaradores de nada) que la independencia de Cataluña no quiere decir que los catalanes pierdan la nacionalidad española. Ni mucho menos. Ni la europea, claro, pues seguirían siendo españoles.

A ver. Que Cataluña se independizaría, y ya no sería España, pero todos los catalanes seguirían siendo españoles. Parece que ese es el plan. Una especie de nación virtual, o en órbita, o despegada del planeta, o proyectada a las estrellas. ¿Quizá una paja mental nada más, entonces?

No—porque la idea es que los catalanes seguirían siendo españoles, pero los demás españoles no serían catalanes. Es decir, los españoles no catalanes serían extranjeros en Cataluña, según estos lumbreras. Habrían conseguido que en Cataluña hubiera españoles de primera (catalanes y españoles de doble nacionalidad, y dobles derechos) y españoles de segunda—los de a pie.

Esto no es sino la elevación al cuadrado de la política tradicional de los nacionalistas (no sólo los catalanes, sino también los vascos y navarros): Que lo mío es mío, y lo tuyo, de los dos. Si una concesión racional puede admitírseles a los cenutrios nacionalistas, es que ya hay de hecho españoles de primera y de segunda—vascos y navarros los primeros, y de segunda los demás. Así se entiende que yo también quiero,  y es un problema enquistado en la misma definición constitucional de España.

Por lo demás, y razones aparte, la razón tiene poco que ver en todo esto. Apenas puede comentarse racionalmente la patología nacionalista, es como cuando Sabino Arana (recuerda otro contertulio) decía que si los españoles aceptaban el vascuence, entonces los vascos deberían guardar el idioma vasco en las gramáticas, y aprender otro idioma que fuese totalmente ajeno a los españoles, por ejemplo el ruso. Como se ve, a este tronado le movían (como a tanto nacionalista radical) una demencia guiada por el odio, por la xenofobia patológica dirigida contra sus propios conciudadanos—y el paletismo profundo.  Porque ahí es donde se ve la españolidad particular (en el peor sentido) de estos nacionalistas supuestos extranjeros de su tierra: en su paletismo terminal, de catetos de España profunda de la de rascar en el fondo.

Y en el caso de estos nacionalistas catalanes, hipnotizados por sí mismos, idiotizados por décadas de sardanas y TV3 y autoinmersión y autoadoración cateta, en realidad se oculta un odio a lo que es la Cataluña real, y a lo que son ellos mismos. Porque muchos de ellos hablan en español, idioma mayoritario en Cataluña, y su vida es una pura ficción, una negación de la realidad que les rodea, la realidad que son ellos mismos. De ahí que a la vez, con todo su odio a España, quieran seguir siendo españoles. Por la pasta, dicen que es—cuando en realidad es para poder mantener viva esta dinámica estúpida en torno a la cual han organizado su identidad y su vida social y toda su imaginación—su religión integrista particular, vamos. Necesitan seguir siendo españoles para seguir no queriendo ser españoles; es una identidad parasitaria, definida a la contra. Así de patético es el caso de idiotización colectiva que asola Cataluña, la niebla densa de estupidez colectiva, de simulación y de vigilancia mutua que ha descendido en esa región y no para de espesarse allí.

Que no les pase ná, porque no van a aguantarse a sí mismos, desde dentro. Pues los mayores responsables de esta situación no son los que más agitan la banderita, sino los que se callan, hacen como que hablan catalán, y siguen la corriente esperando a que escampe, y hasta votan a los que aborrecen y les aborrecen. Y hasta cogen la banderita que  les dan. Doctor, ya soy catalán, pero querría ser más catalán. Pues van dados. ¿Que quieren estrellarse más? Sigan por ahí.

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