El modelo energético chileno ha sido presentado al mundo como un éxito. Sohr demuestra en forma convincente que lo contrario es lo cierto. El país tiene un grado de dependencia sin parangones en Sudamérica. Tres cuartos de los insumos de la matriz energética son importados. Esto es sinónimo de inseguridad como se vio con el shock petrolero en 1973, cuando un conflicto en el Medio Oriente afectó seriamente los mercados. La dependencia es extrema ya que más de la mitad del consumo petrolero, gas y carbón destinado a la producción eléctrica y el transporte camionero proviene de combustibles fósiles. Si hay una certeza económica, señala el autor, es que el precio del petróleo, cada vez en mayor demanda y cuya explotación es cada vez más cara, seguirá aumentando. Para peor el crudo es cada vez más escaso.
Chile ya tiene una de las tarifas eléctricas más altas de la región y cabe esperar un aumento sostenido. A lo anterior hay que sumar la creciente carbonización de la matriz a medida que se suman nuevas centrales carboníferas, productoras de CO2 al por mayor. En síntesis: una matriz energética amenazada por la inseguridad, con cobros altísimos para los consumidores que además deben sufrir los efectos de la contaminación.
La tesis central del libro es que es que la raíz de los males se origina en el ámbito político: la ausencia de una estrategia estatal para el desarrollo energético. Dejar la espina dorsal de un país, como lo es la energía, en manos de grandes consorcios económicos que ante y por sobre todo velan por sus intereses equivale a abandonar el futuro del país a las veleidades del mercado. Sohr contrasta Brasil con nuestro país: “La dictadura brasileña, con notable lucidez, inició en 1974 el programa de proácool” (hoy se le llama etanol).
Es combustible producido a base de caña de azúcar que hoy moviliza más de la mitad del parque automotriz. El gobierno brasileño enfrentó las críticas de los economistas neoliberales pues no vaciló en subsidiar una industria que garantizaba su seguridad energética. Hoy el programa es plenamente rentable y Brasil tiene una de las mejores matrices energéticas del mundo. La clave estuvo en la intervención decidida del Estado”. Sohr cita ejemplos semejantes sobre el rol del Estado en Dinamarca con la energía eólica, que hoy representa 22 por ciento de la producción eléctrica, y el de Francia con la energía nuclear que le provee casi 80 por ciento de la electricidad.
Es un libro rico en antecedentes que analiza en detalle los avances de las energías renovables no convencionales en Chile. También destina un capítulo al impacto del calentamiento global en nuestro país y otro a qué ocurre con la industria nucleoeléctrica. Es una obra indispensable para entender las fortalezas y debilidades en un área que afecta a cada chileno y que es clave para el futuro del país.