jueves,18 agosto 2022
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Colbert, el ministro mercantilista de Luis XVI. Retorno a Paris 1670

Futurolandia
París 1670. La mayor ciudad europea, junto con Londres, con medio millón de habitantes y en pleno esplendor del barroco, el "arte del estado" dedicado a glorificar el poder de Papas y Reyes. En política económica los ojos están puestos en promover la capacidad exportadora de los países y aumentar su poder con grandes reservas de oro y plata. En ese enfoque "mercantilista", Jean-Baptista Colbert tendría un papel destacado como responsable del área económica con Luis XVI.

 Estamos ya en tiempos de “validos” y, posteriormente, de auténticos primeros ministros. En España el duque de Lerma con Felipe III, el conde-duque de Olivares con Felipe IV y ahora Fernando de Valenzuela con Carlos II. En Francia, los cardenales Richelieu y Mazarino con Luis XIII y ahora un Luis XIV, “el rey Sol”, que concentra todo el poder y que ha cedido la parcela de Economía y Finanzas a Jean-Baptiste Colbert, con quien tengo concertada una audiencia.

En 1670 el rey francés mueve los hilos de Europa, conjugando su fuerza con una política amplia de alianzas que, a su vez, despierta desconfianzas en otros países y lleva a permanentes conflictos armados. El matrimonio de Luis XIV con la infanta María Teresa de Austria conduce a una supeditación de la política española a la francesa. Ahora,  después de renunciar Luis XIV a sus pretensiones, por vía matrimonial, a la corona de España o, al menos, a los Países Bajos (Paz de Aquisgram, 1668), está preparando una invasión a las Provincias Unidas (Holanda) con el apoyo de Suecia, algunos estados alemanes y España. El ministro Colbert apoya calurosamente la acción, ante el éxito económico del comercio holandés en Europa a costa de la exportación de bienes franceses.

El mapa geo-político europeo en 1670 señala seis grandes potencias: Francia, Reino Unido, Suecia, Polonia y los imperios ruso y otomano. Este último incluye Turquía, Grecia, Albania, Bulgaria, Servia y Bosnia. El Sacro Imperio Germánico es ya una ficción del pasado rota en pedazos, al igual que la futura Italia.

La audiencia con el ministro de Economía y Hacienda de Luis XIV me sorprendió en muchos aspectos. Sabiendo que era famoso por su jornada de trabajo del orden de 15 horas diarias, me imaginaba más a un funcionario lleno de papeles e ideas que a un político elegante y ambicioso.

Me encontré ante un sofisticado y orgulloso ministro, lejano para el común de los mortales. Su aspecto era de lo más rebuscado, muy propio de los excesos de la corte de un monarca absoluto que quería brillar en todos los aspectos. Unos 50 años, estatura media, peluca de color caoba llena de rizos que le llegaban hasta la mitad del pecho, la típica corbata de la época en forma de un pañuelo plisado de fina seda y una bata de tejido damasquinado con motivos vegetales que le cubría por entero.

El resto de su cuerpo no lo ví durante toda la sesión, ya que se mantuvo sentado detrás de su amplia mesa de trabajo y no se levantó ni para despedirme. Ojos pequeños, vivos y penetrantes; unas cejas que se notaban depiladas; labios finos y boca pequeña que sobresalía aún más por el hoyuelo que tenía en la barbilla.

-Perdone su excelencia mi insistencia en visitarle, pero quería conocer personalmente al hombre que, según dicen en toda Europa, lleva el pulso de Francia -dije, pensando en que mi interlocutor agradecería cualquier tipo de halagos.

Me seguía mirando de arriba a abajo con aire distraído y distante. Así que proseguí mi intervención para evitar un silencio que helaba el ambiente.

-Se que su excelencia trabaja incansablemente en sanear la Hacienda, proteger la industria, promover la potencia naval, mejorar las comunicaciones, defender la cultura, desecar las marismas y crear hospitales o luchar contra la mendicidad, …

Aquí “monsieur” Colbert me interrumpió con el gesto autoritario de alguien acostumbrado a imponer, en cada momento, sus propias reglas de juego.

-Déjese licenciado de zalamerías y cohetes de artificio y vayamos al grano. ¿Cuál es el motivo último de esta audiencia que ha solicitado?

-Ante todo, me gustaría conocer su opinión sobre cómo medir la salud social y económica de un país y su apreciación sobre la situación de Francia.

-Creo que un país rico debe disponer de grandes cantidades de oro y plata, que son como la sangre que recorre las venas del cuerpo social. Cuando en un país sale más oro del que entra es que está perdiendo fuerza.

-¿Y cómo conseguir que el oro se acumule? -pregunté, procurando aparentar la ingenuidad de un lego de la época.

-Mire, querido amigo, la clave está en tener una gran producción de bienes, en particular de los más valiosos, a fin de cubrir las necesidades internas y tener sobrantes para exportar a otros países que nos pagarán con su moneda, es decir en oro o plata.

-¿Pero cómo conseguir esa gran producción de bienes? -insistí.

-La producción es el resultado de un pueblo trabajador y conocedor de sus oficios, como lo es el francés. Pero al gobierno del Rey corresponde estimular actividades, suplir deficiencias y garantizar el acceso a los mercados exteriores.

-¿Podría ponerme algunos ejemplos?, excelencia.

-Hemos promulgado leyes que protegen nuestra industria de la producción de países extranjeros, estableciendo elevados impuestos a la importación; hemos creado manufacturas reales cuyos productos, de alta calidad, pueden llevar un sello con las armas de Su Majestad; se han constituido varias sociedades, controladas por este gobierno, que integran la compañía Francesa de las Indias Orientales; he prohibido la exportación de cereales para evitar carencias interiores; he reducido al mínimo los derechos de entrada de materias primas necesarias a la industria nacional,…

-Deduzco de sus palabras -interrumpí- que Francia goza de una salud económica envidiable, que garantiza un ministro llamado Jean-Baptiste Colbert al servicio de Su Majestad el gran rey Luis XIV.

-Nuestro Rey, a quien Dios conserve muchos años, es el único artífice del gran imperio francés. Los demás, somos pequeños artesanos del buen gobierno, que aportamos nuestro esfuerzo a la gran tarea común. Pero no crea que todo está resuelto. Un gran país tiene muchos gastos y las guerras aligeran nuestras arcas más de lo que podemos permitirnos.

-Pero estos problemas son comunes a todos los países -afirmé tímidamente.

-Por supuesto. Sin embargo hay algunas naciones que se aprovechan de una situación de privilegio con la que es preciso acabar. En este momento en Europa el comercio marítimo lo realizan unos 20.000 barcos. De ellos 15 o 16.000 son holandeses, entre 3 y 4.000 ingleses y sólo de 500 a 600 son franceses. Puede vuecencia comunicar a quien interese que no estoy dispuesto a mantener esta situación que es injusta, por haberse aprovechado de la buena voluntad internacional de nuestra nación. ¡Francia aún no ha dicho su última palabra en las nuevas rutas comerciales del Atlántico Norte!

Sus palabras finales (con ellas acabó la audiencia) eran vehementes y mostraban la seguridad en sus convicciones del ministro Colbert. Recordé entonces lo que conocía de su recorrido profesional: joven comerciante; a los 30 años pasa a administrar los bienes del cardenal Mazarino, el valido del Rey de aquellos momentos; pocos años más tarde ejerce como inspector de la Hacienda Real y desde hace ya diez años ejerce como Ministro de Economía (yo sé bien que continuará otros trece años más).

Había tenido la gran oportunidad de conocer a un personaje que haría historia. Sus recetas económicas darían al mercantilismo francés (es decir, al comercio internacional como eje principal) el calificativo de «colbertismo», llegándose incluso a considerar como variantes, la política económica de otros países de la época, como en el caso de Gran Bretaña, una especie de «colbertismo parlamentario» propio de un régimen democrático frente al poder absoluto de la monarquía francesa (en general europea) de aquellos tiempos.

Antonio Pulido twitter.com/PsrA

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