Ya se sabe siguiendo los estudios de Dahrendofr y demás estructural-funcionalistas que se conseguiría que un pueblo como el español, cuya historia democrática es raquítica, aprendiera a votar según sus intereses, a aquellos que pudieran ser los mas idóneos para representarlos y a aplicar la delegación electoral a una representación que defendiera la mejora del sistema social y no la de unos pocos elementos estructurales: “El todo influye en las partes, como las partes influyen en el todo”.
Estoy convencido de que sectores de la estructura social trabajan para producir desencanto y estimular la abstención, como se sentenciaba en la obra titulada Consejos de las escuelas pitagóricas: “No creas nada extraño sobre los dioses o las creencias religiosas (aquí políticas)”. Y sobre todo nunca creas las promesas de los políticos que tienen como costumbre aplicar el refrán castellano que dice: “Prometer hasta meter, y una vez metido olvidar lo prometido”.
“A veces son los ideales por los que mueren algunas personas los que imposibilitan vivir y trabajar juntos”, un dicho anónimo que refleja el porqué se necesita formación e información hecha para la felicidad de todos los hombres que configuran la sociedad. Y es por ello también por lo que aparece esa confrontación de intereses y por lo que se estimula la sociedad de vencedores como una sociedad de consumidores, en la que vale todo para conseguir ese falso estatus. El objetivo de alcanzar el máximo consumo y el máximo poder nos ha llevado a la sociedad que denunciaba D’ Alambert: “La guerra es el arte de destruir a los hombres, la política ( aquí mala) es el arte de engañarlos”.
La necesidad, cada día más imperiosa, de una buena formación humanística se está viendo mermada. Cada día podemos observar cómo se manipula a través de la escuela, de la formación media y universitaria, substrayendo a la mayoría de la sociedad las técnicas de análisis para votar. En el libro titulado The Advancemente of Learning de Francis Bacon se expone que “debemos mucho a Maquiavelo y a quienes nos han mostrado que los hombres hacen, y no lo que deberían hacer”. Y ésa debería de ser una premisa de los periodistas que al trabajar en la industria de la conducta asumimos la responsabilidad de la formación emocional e intelectual de la sociedad en sus distintas vertientes ideológicas, y no desde el pensamiento único como ocurre actualmente por no tener un colegio profesional que pueda corregir los excesos. Éste es un tema cuyo desarrollo fue obstaculizado desde el inicio de la democracia, en donde se vetaron los primeros intentos de su creación por parte de algunos poderosos políticos. Dada la actual situación social, creo que ha llagado la hora de retomarlo.