Es un punto de saturación que no tiene retorno, porque ha alcanzado el techo de su propia contradicción. Ignorarlo es no saber escrutar los signos de los tiempos, y silenciarlo es convertirse en cómplices. Algo no puede ir bien cuando la vida se transforma en espera, muchas veces sin esperanza. Lo malo es cuando no se actúa por temor a equivocarse o por dudar de la capacidad para hacer algo por los demás. Durante mucho tiempo, a los voluntarios sociales nos han presentado como personas extraordinarias.
En realidad, se trata de personas capaces de descubrir a tiempo la radical indigencia de toda criatura y de comprender que, en el reconocimiento de la propia debilidad, están las raíces de la auténtica fortaleza. Un día comprendemos que nos agobiábamos por problemas que perdían su virulencia ante las verdaderas desgracias que se descubren cuando nos asomamos a los umbrales de la marginación y de
La gota que se sabe océano, la persona que se sabe humanidad y, por lo tanto, insustituible, única, tiene una actitud radicalmente distinta a las de las gentes manipuladas por el consumismo, las prisas, la inseguridad y el miedo. No hay que calentarse la cabeza buscando ocasiones extraordinarias para hacer cosas grandes. Quizá nunca lleguen esas ocasiones. No existen límites de edad, de sexo o de condición social para practicar
Nunca es tarde para comenzar porque hoy es siempre, todavía. Siempre se pueden sacar dos horas a la semana de cualquier actividad. No tenemos que hacer más. Así no nos cansaremos y podremos ser fieles a esa cita con lo mejor de nosotros mismos: con el que nos necesita y se agarra a la mano que le tendemos, abierta y pobre, pero generosa.