jueves,18 agosto 2022
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Cumbre del G-20 en Seúl

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Tres han sido las principales tesis mantenidas los últimos días por los grandes medios de prensa en torno a la cumbre iniciada hoy en Seúl por el Grupo de los 20 países más desarrollados y los emergentes, que representa cerca del 85% de la renta mundial: la ruptura de G20, el fracaso de la reunión sin mas consecuencias, o el acuerdo para la vuelta a algún tipo de patrón monetario con el oro de referencia, para poner fin a la actual guerra de divisas, que amenaza con derivar en la extensión del proteccionismo sin terminar con el actual capitalismo de casino.

 

Mi apuesta es por acuerdos sin contar para nada con el oro, aun consciente de que la única cumbre monetaria terminada con éxito sigue siendo Bretton Woods en 1945, creadora del patrón dólar-oro vigente hasta 1971 y de las instituciones que desde entonces dirigen la cooperación monetaria, financiera y comercial internacional y transmiten con ellas el también llamado consenso de Washington.

De momento, las apuestas de los grandes medios de prensa se han confirmado con sus propias informaciones: el portavoz de la cumbre, el coreano Kim Yoon-kyung, explicó anoche que las diferencias entre los países sobre los tipos de cambio son tan intensas que los negociadores no han sido capaces de llegar a un acuerdo, tras catorce horas de reuniones previas. El suplemento económico de EL PAIS titulaba el domingo en primera página, por ejemplo, “El G-20 se resquebraja. Los líderes del mundo afrontan la cumbre de Seúl divididos y sin nuevas respuestas ante la crisis”, mientras ayer todavía algunos medios internacionales seguían apostando por el oro.   The Wall Street Journal abría su edición con el récord de este activo en el mercado de futuros como refugio frente a la debilidad del dólar o la inestabilidad de la deuda pública. The New York Times habla de “la red de seguridad de 24 quilates para inversores” y sugiere que la Reserva Federal, con su impresión de 600.000 millones de dólares, ha dinamitado las divisas “de papel”. El recurso al oro es, según el diario, “como el Tea Party“. “Es, de hecho, un voto de protesta contra las actuales políticas”, explica un inversor. Para completar la carrera dorada, según cuenta EL MUNDO en su Orbyt, será más fácil hablar del oro que de las divisas en la cumbre del G-20 en Seúl, que el francés  Les Echos define como “la cumbre de la discordia monetaria”

A esta obsesión ultraliberal por el oro referente de necesarias reformas estructurales y salvavidas del actual naufragio del gobierno de la globalización ha contribuido destacada y paradójicamente el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, un excolaborador de Bush que no se ha caracterizado tampoco por mejorar la función de esa entidad de contribuir al desarrollo desde la cooperación financiera, aunque sí la ha sumado a las especulaciones por el activo que dio al dinero su sinónimo de vil metal con unas declaraciones al  Financial Times el pasado fin de semana. También al sumar su proyecto público Economic Premise como partner a Roubini Global Economics , el negocio del economista que gracias a los hedge funds y los fabricantes de posiciones bajistas ha prosperado mucho los últimos años augurando todo tipo de catástrofes financieras. Eso sí: en lo del oro, como en otros muchos frentes, Roubini no ha dado ni una: lo del oro como referencia de un nuevo Bretton Woods ya lo vendía como el principal debate económico mundial en el 2004:  BW2: Are We Back to a New Stable Bretton Woods Regime of Global Fixed Exchange Rates? Esperemos que si Zoellick y Roubini consiguen entronar de nuevo al oro como patrón (de momento, le han ayudado a subir un 50%, hasta superar los 1400 dolares la onza) no se limiten a lavarse las manos ante el consiguiente desastre, como acaba de hacer Bush con la guerra de Irak, que además de sus cientos de miles de muertos ha costado a los EEUU tanto como el rescate de los bancos, y en esas andamos.

Afortunadamente, mi apuesta es que la cumbre del G-20 en Seúl no entrará a ese trapo, aunque sí apostará por el multilateralismo para gobernar la globalización, línea iniciada hace justo dos años en la primera cumbre de Washington. Entonces Bush tuvo que tragarse su alergia multilateral y sentó por primera vez al G20 ante la mayor crisis económica mundial desde los años 30. Allí el nuevo Foro de Estabilidad recibió el encargo de preparar la reforma del sistema financiero mundial, incluido el secreto bancario y los paraísos fiscales, y el FMI y el Banco Mundial (BM) el de aumentar la representación de los países emergentes. La quinta cumbre del G20 desde entonces no solo ha cumplido con la aprobación de las tareas allí iniciadas, sino que ha intentado sentar las bases para evitar otra gran crisis mundial mediante el refuerzo de la cooperación multilateral orientada a reducir los desequilibrios monetarios, fiscales y cambiarios, y con ellos los comerciales.

Este es el nuevo reto una vez que el comercio mundial crece, especialmente con los emergentes, tras el bajón sufrido con la economía global durante el 2009, hasta que aquellas medidas fiscales y monetarias rescataron la confianza en la banca y el crecimiento mundial, ahora nuevamente divergente (apenas el 2% en los países avanzados, frente al 6% de los emergentes). De encauzar ese gran desafío y evitar el aumento del proteccionismo cambiario y de todo tipo se ocuparán por delegación de los miembros del G-20 las principales agencias de cooperación internacional: el FMI, el grupo del BM y otras instituciones no surgidas en 1945 de la Conferencia de Bretton Woods pero ahora también fortalecidas por el G-20, como el Banco Internacional de Basilea o la Organización Mundial de Comercio (OMC)

En vez de sucumbir al derrotismo de la guerra de divisas y al proteccionismo entre los países desarrollados y emergentes sentados en el G-20, espero que la cumbre de Seúl tenderá también un puente con el otro 15% de la economía mundial no representada por sus miembros, al acordar un plan multianual para promover el desarrollo en los países pobres, encargado a un nuevo grupo de trabajo del G-20. Así, este embrión del gobierno económico mundial reforzará su compromiso con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, orientados desde 1992 a reducir a la mitad la pobreza y el hambre en el mundo en 2015 respecto a los niveles de 1990.

Aunque tampoco en esta ocasión (quedará para la próxima cumbre de París) logrará un impuesto sobre las transacciones en divisas, cuya recaudación serviría para frenar la especulación y luchar contra la pobreza y el cambio climático, el G-20 se confirmará con mas claridad que en Londres y Pittsburgh (su penúltima sesión de Toronto fue casi baldía), como “foro principal de la cooperación económica internacional” y “marco para un crecimiento fuerte, sostenible y estable”. Pero lo más rompedor respecto a las negras expectativas previas a la reunión es que por fin se planteará medidas efectivas contra el creciente desacoplamiento y a favor de la convergencia de los países avanzados y los emergentes, iniciando el proceso de búsqueda de un sistema monetario que termine con el exceso de ahorro en los países con grandes superávit comerciales (China, Japón, Alemania) y los excesos de deudas en países con grandes déficit comerciales y ahora también fiscales (entre ellos EE UU, España y Reino Unido ).

De esta forma, esta cumbre puede pasar ala historia por su gran objetivo de reducir los desequilibrios de las balanzas de pagos. Casi un mes antes de la reunión de presidentes y sus sequitos oficiales y empresariales (en algún caso de hasta 50 primeros ejecutivos, si bien Zapatero solo lleva 5 de los grandes), los ministros de Economía de los países miembros se comprometieron a evitar las “devaluaciones competitivas” y a procurar mayor coordinación internacional del sistema monetario. Pero así como para esto último habrá acuerdo en terminar la reforma acordada en Londres del FMI, en lo primero y mas importante seguramente seguirán los desacuerdos de los últimos años. Los EEUU insistirán sin éxito en limitar al 4% del PIB los déficit o superávit en la balanza por cuenta corriente de cada países, lo que habría afectado sobre todo a España. El asunto disgustará de nuevo a los países con mayores superávit y en especial a Alemania y China, aunque la madre de todas las batallas se centrará nuevamente en cómo lograr esas reducciones con límites o sin límites; es decir, cómo impedir tales devaluaciones competitivas.

Al final la decisión sobre cómo instrumentar ese acuerdo y su seguimiento va a quedar en manos de Francia, y concretamente de sus dos grandes rivales políticos: de un lado, el presidente Sarkozy, que presidirá el G-20 hasta su próxima cumbre en París; de otro, su contrincante socialista, el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn. La próxima cumbre de París interesará especialmente a ambos que sea la más lucida y brillante de un G-20 que ha salido fortalecido de Seúl contra todo pronóstico.

En Nueva York y Londres el principal objetivo fue evitar la recesión (volver al crecimiento sostenido), mientras que en Pittsburgh y Toronto ya primó la bifurcación de estrategias para que ese crecimiento fuera equilibrado. Pero como el resultado ha sido un aumento de los desequilibrios globales e incluso de las tensiones y tentaciones proteccionistas surgidas en el camino, con los consiguientes riesgos para todos, en la cumbre de Seúl primarán los intentos por rebalancear las expectativas de mayor brecha entre el dinamismo y los superávit de los emergentes y el bajo crecimiento crecimiento con crecientes déficit de los países avanzados, lo que beneficiaría a las nuevas tendencias mundiales que explicamos este verano, cuando ya los precios de los productos básicos se habían duplicado desde sus mínimos de 2009 y algunas multinacionales apostaban de seguir así las cosas por futuras depreciaciones del 30% al 50% del dólar y del euro. Desde el 2005, pese a lo que dicen los americanos agobiados con importar menos y exportar mas a los emergentes para poder crear empleo, el yuan se ha apreciado casi un 25% en términos nominales frente al dólar, aunque en términos reales (contando el poder adquisitivo de cada uno) lo ha hecho el 50%, segun admitía en su último numero  The Economist.

El gran objetivo seguirá siendo un crecimiento fuerte, sostenible y equilibrado, como se ha repetido en anteriores cumbres, pero ahora con mucho mayor énfasis en los equilibrios con el fin de evitar el proteccionismo y las guerras de divisas. Por tanto, gracias a que la economía global corre menos riesgo que hace dos años, el G-20 desplazará el eje de su atención principal desde los ajustes fiscales, que han elevado los déficit y la deuda pública deuda pública como la Gran Depresión, aunque no tanto como tras las guerras mundiales (véase el gráfico).

El FMI, fuente de este gráfico, acaba de construir una base de datos con la evolución de la deuda pública de todos los países desde la revolución industrial. En azúl aparecen los emergentes, ahora sin problemas de deuda. En rojo, los paises pobres o de bajo ingreso, que la han reducido desde las crisis y ajustes de los años 90. En amarillo, los países desarrollados del G 20, cuya deuda ha crecido ya en esta crisis como en la Gran Depresion de los años 30 y alcanza tasas en términos de % sobre el PIB superiores a las derivadas de la I Guerra Mundial I y próximas al desapalancamiento posterior a la II Guerra Mundial.

En ese horizonte se inscribirán los acuerdos de reformas que sí adoptará este G-20, orientados a evitar otra crisis financiera como la vivida los tres últimos años, aunque también otros episodios como la crisis de los años 70, surgida precisamente a raíz de que en 1971 los EEUU abandonan como referencia de sus ajustes internos ante la inflación y los gastos de la guerra de Vietnam el patrón oro-dólar, para poder depreciar mas libremente el dólar y así recuperar competitividad, lo que suscitó como reacción varios años después una subida del petróleo y las materias primas como la vivida precisamente desde el año 2005.

Esas reformas financieras que si acordarán las 20 mayores economias del mundo en Seúl venían siendo preparadas desde la cumbre de Londres hace año y medio, y en especial el de endurecer la regulación y el coeficiente de solvencia bancaria en la línea de Basilea 3 de modificar la composición interna del capital, fijar unos colchones complementarios de capital, introducir un colchón adicional anticíclico y revisar los correspondientes estándares. Todo ello en calendarios que se extenderán mas de una década y que empezarán por la sustitución de híbridos y subordinadas por acciones y reservas.

Sin embargo, aunque ahora no avance mucho en ello, el G20 tendrá que ocuparse de organizar la nueva cooperación de las políticas monetarias, fiscales y cambiarias. No contará para ello con un acuerdo como el que pedían los EEUU para limitar al 4% los posibles déficit o superávit en balanza de pagos, de manera que tendrían que reducirlos drásticamente España (5,2% previsto del PIB para este año), Turquía (otro tanto) y Suráfrica (4,3%), en tanto que deberán reducir sus superávit Japón y Rusia(5,4%), Alemania (6,1%) y Arabia Saudí (6,7%). En cambio, si dispondrá de nuevos poderes y delegaciones para que vigile regularmente la reducción de esos y otros déficit o superávit menores.

A partir de ahora ,habrá más imperativos que los propios del mercado para que los países con grandes déficit en cuenta corriente y consiguientes altos niveles de deuda y déficit o estrés fiscal se vean impelidos a elevar las exportaciones netas. Por el contrario, los países con persistentes superávit en cuenta corriente se verán abocados a gastar e invertir mas en sus economías para aumentar la absorción interna de los mismos. Respuestas coordinadas que van a ser reforzadas con la mayor liberalización del acceso a los mercados de bienes y servicios.

Todo ello afectará especialmente a España, volcada hasta ahora a gastar mas de lo que ingresa, por lo que es la segunda economía mundial que mas capital neto necesita importar para funcionar. Aunque algo ha reducido esa dependencia durante los dos primeros años de ajuste, todavía toma del exterior nada menos del 8,2% de todo el ahorro neto disponible en todo el mundo. Así lo hizo durante el año de crisis del 2009, frente al 38,2% de los EEUU, aunque con la diferencia que su tamaño total es solo una décima de ésta, por lo que en términos relativos casi triplicó su dependencia de los capitales externos. Eso significa que España se lleva un tercio de todo el excedente chino, dos tercios del alemán o casi todo el excedente japonés, economías que siguen en tamaño a la de EEUU pero que a diferencia de ésta y de la nuestra exportan capital porque gastan menos de lo que producen cada año.

 

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