jueves,18 agosto 2022
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¿Se preocupa la universidad de estas Inteligencias?

De la Inteligencia Emocional a la Inteligencia Tecnoemocional

Neuronas del alma. El intangible del cambio
Hace 2.200 años Platón decía: "La disposición emocional del alumno determina su habilidad para aprender".Pues bien, si el desarrollo intelectual de nuestros alumnos nos preocupa y hacemos lo posible por mejorar su nivel de aprendizaje, conviene recordar que, aún cuando el intelecto puede estar excelentemente desarrollado, el sistema de control emocional puede no estar maduro.
Y en ocasiones logra sabotear los logros de una persona altamente inteligente. La emoción es más fuerte que el pensamiento, incluso puede llegar a anularlo.Entonces podemos preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo para desarrollar las habilidades de madurez emocional de nuestros alumnos que les permitirán potenciar su formación académica y elevar su nivel de aptitud social y emocional?

Todo este debate debe unirse al de los que afirman que existen habilidades más importantes que la inteligencia académica “tradicional” (que asociamos al coeficiente intelectual) a la hora de alcanzar un mayor bienestar laboral, personal, académico y social y que han dado paso al uso creciente del concepto de competencia emocional  (H. Gardner, 1983, 1993, 1997; Goleman, 1995, 1998; Sternberg, 1985, 1991; Salovey y Mayer, 1997; Epstein, 1998; Weisenger, 1998; Astin, 1993; Townsend y Gephardt, 1997). Esta idea tuvo una gran resonancia en la opinión pública y, a juicio de autores como Epstein (1998), parte de la aceptación social y de la popularidad del término “inteligencia (competencia) emocional” se debió principalmente al cansancio provocado por la sobrevaloración del cociente intelectual (CI) para discriminar las capacidades de los individuos y clasificarlos, a la antipatía que genera en las personas encontrarse ante alguien con un alto nivel intelectual, pero carente de habilidades sociales y emocionales y, al mal uso en el ámbito educativo de los resultados en los test y evaluaciones de CI que pocas veces pronostican el éxito real del alumnado una vez incorporados al mundo laboral, y que tampoco ayudan a predecir el bienestar y la felicidad  a lo largo de sus vidas.

Desde finales del siglo XX ha surgido un gran interés por el papel que juega la afectividad y las emociones en la educación. Es evidente la importancia de los sentimientos en el desarrollo integral de los alumnos y en su propio quehacer diario, por lo que es fundamental desarrollar las competencias sociales y emocionales a nivel educativo (Elias et al., 1997). Un importante estudio de meta-análisis de cerca de 300 investigadores ha mostrado que la educación socio emocional, no sólo aumenta el aprendizaje en estas áreas de desarrollo, sino también en el aprendizaje académico (Durlak y Weissberg, 2005). Siguiendo el trabajo impulsado por el Grupo The Collaborative for Academic Social and Emotional Learning (CASEL) en Estados Unidos, el cual lleva promocionando la inclusión social-emocional en educación desde hace mas de dos décadas, el departamento de Educación y habilidades del Gobierno de Gran Bretaña, ha llevado a cabo un estudio buscando el mismo fin. El trabajo consistía en identificar metodologías para desarrollar habilidades socio emocionales en niños mediante la educación de estas competencias “Every Child Matters” (DFES, 2004). El estudio concluye con la recomendación de que se dirija al profesorado y estudiantes de todos los niveles educativos.

Además, hay que tener presentes los cambios en la naturaleza del trabajo, y la creciente demanda de mejora continua de la productividad que conducen a nuevos cambios y restructuraciones. En la medida que las universidades preparan a su alumnado para su futuro profesional el sistema educativo necesitará modificar su oferta y adaptarse a los nuevos requerimientos. En la medida que las universidades preparan a su alumnado para posiciones de responsabilidad y liderazgo, existirá un interés creciente en reconocer la importancia de las competencias emocionales como un elemento indiscutible del éxito académico y profesional. Al mismo tiempo en el modelo de Dacre Pool y Sewell (2007) la inteligencia (competencia) emocional es una de las razones de ser de las universidades ya que garantiza la empleabilidad de las futuras tituladas y titulados.

Pero, ¿se hacen verdaderamente cargo las universidades, en sus distintos ciclos formativos, de desarrollar las competencias no-tradicionales que las empresas reclaman de los graduados, tales como habilidades sociales, liderazgo, gestión del estrés, inteligencia emocional y otras?

La erosión en la seguridad en el trabajo, acentuada con la actual crisis económica, ha conducido a un creciente énfasis en el concepto de empleabilidad como base de las relaciones laborales actuales (Clarke, 2008) y a la búsqueda de flexibilidad y adaptabilidad en la fuerza laboral que cómo el modelo de laborales cambia del “empleo para toda la vida” al de alta rotación y contratos temporales (Cord y Clements, 2010), con mucha mayor movilidad en las carreras profesionales Kidd et al. (2003).

Esta preocupación creciente acerca de la empleabilidad implica que las personas van a tener que adoptar un papel más activo en las decisiones que afecten a sus carreras y posterior desarrollo profesional (Coetzee y Schreuder, 2009). Para conseguir esto las tituladas y titulados universitarios necesitarán disponer del conocimiento, habilidades y competencias que les ayuden a la hora de gestionar su empleabilidad.  Para Coetzee (2008), y en el contexto del siglo XXI, las personas no serán más que competency traders y su empleabilidad dependerá de su conocimiento, competencias transferibles, experiencia y atributos diferenciadores. Por tanto, y en opinión de Coetzee (2008) la empleabilidad depende de lo que él llama meta-competencias de carrera  que son las responsables de la adquisición de las competencias que facilitan la empleabilidad, como las competencias emocionales.

Estas meta-competencias, ya aparecen reflejadas en las distintas definiciones de inteligencia (competencia) emocional y todo lo que este concepto conlleva. Autores como Bar-On (1997), Cooper y Sawaf (1997), Shapiro (1997), Goleman (1998) y Gottman (1997) publicaron aproximaciones al concepto de lo más diversas, propusieron sus propios componentes de la inteligencia emocional y elaboraron herramientas para evaluar el concepto. Para Mayer, Salovey y Caruso (2003) la inteligencia (competencia) emocional es la habilidad para percibir y expresar emociones, asimilarlas, entender y razonar a través de la emoción y ser capaz de controlar la emoción en uno mismo y en los demás. En la actualidad, y en algunas áreas de la teoría de desarrollo profesional se reconoce ya el poder de la experiencia emocional en el desarrollo de carreras (Kidd, 1998; Kidd, Jackson y Hirsh, 2003). En consecuencia, si queremos que las tituladas y titulados universitarios aprovechen el verdadero potencial de su propia empleabilidad, necesitarán tener bien desarrollada su inteligencia (competencia) emocional (Pool y Sewell, 2007).

Del planteamiento realizado y de la literatura revisada, parece razonable asumir que el desarrollo de competencias emocionales de las futuras tituladas y titulados es un factor determinante de la empleabilidad y, en consecuencia, un factor decisivo para la mejora de su inserción laboral y de su capacidad para aprender a lo largo de la vida. Estudiando la relación entre estos conceptos, será posible entender el papel que las instituciones universitarias, a través de sus programas de grado y pogrado (master y doctorado), deben asumir para la correcta puesta en práctica de los principios que rigen el proceso de Bolonia.

Parece, por tanto, claro que investigar la competencia emocional dentro de los actuales marcos competenciales universitarios, enfatizando en la necesaria búsqueda de empleabilidad, supone una contribución importante para la mejora de la misión de la universidad al impactar en la inserción laboral presente y futura de su alumnado.

Pero  y si todo este debate  de las emociones lo unimos a la tecnología, podríamos preguntarnos si las universidades están trabajando la intelgiencia tecnoemocional de nuestros alumnos. Cuando nos encontramos delante de un dispositvo tecnológico (móvil, pantalla del ordenador, ipad….ect)  se generan una serie de mecanismos que hacen emerger nuestros aspectos más íntimos, y que la narrativa científica ha etiquetado con el término de disclosure (Aviram, Amichai-Hamburger, 2005; Qian, Scott, 2007). La disclosure nos ayuda a explicar cómo nos fascina hablar con desconocidos o con alguien que ya conocemos, pero que a través de estos dispositivos experimentamos una libertad que no tenemos en el  cara a cara. Esto nos permite entender el éxito que tienen el uso de las tecnologías en diferentes aspectos de la vida. Fenómenos como el de las redes sociales garantizan justamente eso, contactar con alguien que ya conocemos, pero entrar en una dimensión más intima, donde es posible expresar nuestras emociones menos públicas o llevar nuestras relaciones a otro nivel, todo a través del lenguaje. Este razonamiento nos permite repensar en otros términos las relaciones afectivas, el aspecto íntimo en las nuevas tecnologías y las emociones que nos encontramos cuando estamos delante de una pantalla plana de ordenador o cualquier otro dispositivo. Las tecnologías informáticas miden, cuantifican e identifican los estados emocionales y afectivos, y la comunicación de estos afectos en tiempo real entre personas y las consecuencia entre maquinas.

Por ejemplo, un alumno está en clase,  mientras sus amigos miran sus fotos en el Facebook, le dejan un comentario, la novia le escribe un mail, la madre lo llama por Skype, un compañero de prácticas le envía un sms, todo al mismo tiempo. Si tomamos ese ejemplo y lo analizamos vemos como nacen las tecnoemociones (emociones que emergen por y gracias a  los dispositivos tecnológicos) y  comprender como todo eso se ha convertido en lo cotidiano en el día de hoy.Por estas razones, hay que entender el uso que hacemos de estas nuevas tecnologías como una extensión del propio yo y en que medida esto afecta al aprendizaje en el aula.

Emociones y tecnoemociones, o lo que es lo mismo inteligencia emocional e inteligencia tecnoemocional son los retos que tendremos que gestionar los profesores universitarios más allá del contenido teórico que enseñamos en las aulas.

 

 

Mar Souto Romero.

Profesora Doctora Acreditada en UNIR

Coordina el grado en Recursos Humanos y Relaciones Laborales (www.unir.net)

Consultora de Empresas..

Consejo Editorial de Ibercampus.

Codirige el programa radio Querer vivir/querer comprender en 107.3FM.

 

 

 

 

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