Es interesante el tratamiento que da Hegel, en su Fenomenología del Espíritu, a la crítica racionalista a la religión.
Mente compleja, Hegel, que por el planteamiento mismo de su teoría del espíritu superando una forma de conciencia tras otra, parece situarse ya por anticipado más allá de toda creencia o doctrina concreta, y más allá de cualquier planteamiento crítico simplista. Lo que ha habido y hay, dice Hegel, se ha dado por alguna razón, es una fase del desarrollo del Espíritu, y no queda anulado por su rechazo en forma de antítesis, pues siempre seguirá a ésta una síntesis más compleja que aúne los dos elementos opuestos, en una ecuación superior a ambos—emergente de ambos, podríamos decir.
Esto es lo que sucede con su tratamiento de la dialéctica entre la creencia religiosa y su negativo—el escepticismo, ateísmo, anticlericalismo, es decir, el pensamiento de la Ilustración enfrentado a las creencias, mitos y dogmas religiosos. Tomemos como paradigma a Voltaire, hablando ya no digo del cristianismo, sino, por tener las manos más libres, del Islam. La frase "Écrasez l'infâme" viene a la mente, y Hegel, sin dar nombres, está pensando en este tipo de crítica demoledora al dogma y a la mente dogmática. No viene mal recordar este debate no sólo para hablar del Islam, que sigue casi igual de vigente a pesar de toda la Ilustración—sino también para reconsiderar la pertinencia del discurso "escéptico" un poco al estilo de la Ilustración clásica, que también cabalga fuerte (me refiero a Dawkins y a sus cruzados contra the God Delusion).
Hay que decir que no estoy muy de acuerdo con el peso que da Hegel a cada término de esta Tesis/Antítesis entre fe y racionalismo—como si fuesen casi del mismo peso intelectual. Me parece un poco desagradecido por su parte el desvincularse tanto del racionalismo y de la Ilustración, y presentarlos como una fase del espíritu, superada, hay que pensar, por la propia síntesis hegeliana entendida como negación de la negación. Es normal que haya en esto un momento de afirmación, claro, una recuperación positiva de lo que la negación Ilustrada negaba. Y sin embargo también se echa de ver que esta síntesis, en cuanto que es ella misma una negación de la antítesis, corre el riesgo de minusvalorarla. El propio Hegel describe la dinámica pendular por la que esto ha de suceder:
En fin, que en esta dialéctica de la Fe y la Ilustración, Hegel no se considera un Ilustrado, y puede estar subestimando lo que le debe su propio razonamiento a la Ilustración.
Veamos primero cómo surge la Ilustración a modo de nuevo ídolo, con tintes paganos (o satánicos) que lo hacen desagradable para el Narrador. El pensamiento crítico, cuando surge de modo consciente, ya ha dado lugar tanto a una positividad consciente como a la negatividad ahora casi abyecta de la que se ha desprendido:
Observemos la imagen de enfermedad o infección referida a la expansión de la incredulidad o escepticismo. ¡No parece, digamos, muy favorable a este Progreso del Espíritu! Sigue Hegel:
—a este ídolo satánico me refería, cuando digo que Hegel no presenta a la Ilustración con imágenes favorables. Para distinguirse de ella, será, quizá con una dosis de la anxiety of influence. La historia de cómo se pierde la fe es aquí demasiado vívida y certera como para no reconocer en ella una experiencia propia—no sólo de la Conciencia universal, sino de cómo la vio y la vivió desde dentro el individuo Hegel: con desilusión en todos los sentidos de la palabra. La Síntesis que proporciona su noción de Noción, o de fenomenología del Espíritu, será en parte una recuperación simbólica de la religión perdida, a un nivel mayor de complejidad intelectual, y un castigo simbólico a la Ilustración por su arrogancia intelectual, más vívida ahora que la arrogancia del dogmatismo religioso (y aquí es donde creo que a Hegel le falla la memoria emocional en lo referente a ese dogmatismo).
El escepticismo se manifiesta pues, por fin, de modo triunfante y explícito, con denuncias a los sacerdotes por falsarios y manipuladores (§ 542), con mofas a la fe y a los dogmas, con manifestaciones de violenta oposición a la religión:
Ahora bien, veremos cómo Hegel pasa a desarrollar los paralelismos o simetrías entre esta fase negada (la Religión) y su negación (el escepticismo y anticlericalismo, lo que algunos llaman "la religión del ateísmo"). Su razonamiento lo lleva a mostrarlos como fases simétricas, o como alter egos que no pueden reconocerse uno a otro en una imagen especular demasiado abyecta. El terreno estará maduro para la superación de estas dos antítesis en la propia filosofía hegeliana, que ni cree ni deja de creer, sino que va más allá de la creencia y del escepticismo para mostrar la condiciones de posibilidad de ambos. Veamos el parágrafo 547:
Observemos que, aunque dirigido el razonamiento principalmente al dogma ilustrado, la simetría misma de los términos planteados nos sugiere que con la misma razón se puede reconocer esta actitud, o corrupción de la actitud y del entendimiento, en la Religión que se resiste a la Ilustración en las guerras culturales… Sea como sea, lo interesante es cómo Hegel prepara el terreno para presentar tanto a esta Religión sometida a la crítica ilustrada, como a la Ilustración en su batalla contra el dogma, como dos momentos parciales, superables, fases del espíritu que piden una fase emergente superior.
Veamos cómo la Ilustración se atasca a sí misma en su lucha contra el dogma, y viene a ignorarse y a desconocerse a sí misma, perdiendo el filo de su impulso crítico más penetrante (el que recuperará quizá en su reencarnación idealista, en boca de Hegel). Hay aquí, por cierto, toda una mina de material para trazar la prehistoria de los conceptos psicoanalíticos de abyección y de los procesos inconscientes; y es que Hegel es mucho Hegel para todo el siglo XIX, y para el XX. Veamos (desde su perspectiva panorámica) esta pelea dialéctica entre Racionalismo y Creencia, vistos desde las alturas de la espiral hegeliana como dos gemelos, Dumbledumb y Doubledee, enzarzados en una estúpida pelea que sus limitados presupuestos no les permiten comprender:
Y es esta posición en la que se ubica explícitamente Hegel, como una síntesis o superación tanto de la creencia religiosa como de la crítica racionalista a la misma, crítica insuficientemente consciente de la dialéctica propia de las formas del Espíritu:
Aunque los Ilustrados no lo entiendan así. Y tampoco lo entiende así la Religión, que en estos combates también se queda con el aspecto más superficial o simplista de su propio contrario, de la Ilustración, construyendo una imagen abyecta de ésta:
En los párrafos siguientes sigue Hegel desarrollando esta simetría o dialéctica de desencuentros y confrontamientos, con una base de identidad oculta o subyacente, entre la religión y la Ilustración, como formas del Espíritu en busca de lo absoluto. Por ejemplo, presenta este bonito razonamiento de cómo la Ilustración, al igual que la Religión, crea sus propios ídolos, en el acto mismo de denunciar los ídolos del otro, viendo la paja en el ojo ajeno pero no en el propio (viga no hay, en efecto, pero…). El conocimiento crea su propio objeto, como hace la religión con Dios—pero al principio no lo reconoce:
Creo, sin embargo, que a pesar de la belleza irresistible del argumento, Hegel es algo injusto con la Ilustración o la crítica racionalista aquí, pues para mí sí suponen un grado mayor de consciencia de la manera en que los objetos de conocimiento son generados por la mente, y no tienen una existencia todo lo objetiva que parecen. Por lo mismo, me parece "sobredimensionado" el crédito intelectual que le da Hegel a la Religión equiparándola a la Ilustración en cuanto a su consciencia de las realidades sustanciales como proyecciones mentales. (Es una objeción que quizá pueda hacérsele también en parte a la teoría de René Girard, admirable relectura del cristianismo como crítica de la violencia ritual, que revaloriza la dimensión crítica de esta religión).
Aquí explica Hegel esa consciencia que él encuentra en la religión, y como digo me parece creíble como descripción de algunos tipos de religión pasados por la Ilustración (desmitologizados, por ser exactos, en la línea de Bultmann y Ebeling y los anglicanos ateos; descripción avant la lettre, claro, y tanto mayor el mérito de Hegel al concebirlos)—pero creo que en absoluto puede aceptarse como una caracterización adecuada de lo que es la Religión en su propia salsa, la generada por ella (y no por la Ilustración). Dice Hegel que
—aunque la honradez intelectual, o el realismo, le hace matizar a Hegel que, claro, "no es que esta acción de la fe le haga representarse que el Ser absoluto mismo sea producido por ella" (§ 549). No es lo mismo, podríamos decir, aunque el Espíritu sintético se reconozca a sí mismo en parte en las acciones de la mente del creyente. Y Hegel quita importancia al hecho de que la gente pueda creer (¡y de hecho normalmente crea!) literalmente en los dogmas religiosos del Más Allá, el Dios vigilante, el Cielo, la resurrección de las almas, y la Vida Eterna… —Pasa Hegel a quitarle importancia a la idea de que todo esto pueda considerarse en algún modo una estafa intelectual para nadie, puesto que "nadie" lo cree de modo factual (!!). Vaya, hemos pasado de la fe universal y sustancial, a la simulación universal de la fe, o a la transubstanciación simbólica, sin solución de continuidad. Todo esto se hace con criterio dudoso, a mi entender (y altamente conservador, claro, en su inspiración, conservador dentro de la Ilustración).
Más acertado suena Hegel cuando observa que cuando la fe entra a discutir con la razón en sus propios términos, cargándose de razones, es que ya ha perdido la batalla:
Quizá podríamos volver contra Hegel su propia argumentación, observando que lo antes comentado al efcto de que la no factualidad de los objetos de la fe no puede en ningún caso considerarse en algún modo una estafa intelectual para nadie, puesto que "nadie" lo cree de modo factual… esto es, a su manera, un síntoma de que Hegel parece no poder concebir la fe en la era contemporánea sino a su propia manera —ya penetrada de Ilustración y escepticismo, olvidándose de las viejas certidumbres de la fe ingenua, para la que no hay diferencia entre la factualidad de los objetos de la fe y los del mundo tangible. De esa fe a la que sí le supone una diferencia que haya cielo o no lo haya, que las almas de los difuntos existan o no existan y nos estén contemplando realmente o no.
Tras afear a la Ilustración su crítica simplista a la fe, Hegel da una vuelta de tuerca más a su síntesis negativa, y observa cómo la Ilustración supera necesariamente a la fe, puesto que saca a la luz un impulso que está latente en el sentimiento religioso mismo. Y le da una expresión perfeccionada (esperando la perfección última del razonamiento sintético Hegeliano, claro está). Es el impulso de negatividad y superación de lo sensible, la actividad de la Idea siempre en busca de sí misma—shedding off one more layer of skin, siempre un paso más allá del perseguidor interior (Bob Dylan, "Infidels"). El ataque de la Ilustración a la fe es, en su raíz más profunda, un impulso espiritual, sostiene Hegel. Su razonamiento es, de paso, un uso magistral de las nociones del pensamiento implícito en la acción humana, y de cómo se hace explícito mediante la reflexión—o, si se quiere, un análisis magistral de los conceptos de lo implícito y lo explícito:
Magistral, y sin embargo también inexacto, creo. Porque algo esencial para la religión es esa visión imperfecta de lo espiritual—la que viene de adherirse a dogmas, ritos, creencias, mitos, símbolos, objetos e instituciones temporales, específicas y limitadas. La fe tiene el impulso de lo espiritual, pero para la religion es todavía más crucial la adhesión a lo temporal, a los ritos, dogmas y creencias específicos de un grupo humano, de una comunidad, que los sustenta y a la que sustentan.
Podríamos decir: para la religión auténtica (y me refiero con ello a la que se da y se practica efectivamente, la religión de a pie, más allá o más acá de deísmos ecuménicos y teologías racionales) es esencial la idolatría. El creyente no adora a un leño, o al sol, éstos son sólo símbolos (como analiza Hegel en §567, la fe se indigna y ofende de que se la confunda así con la idolatría). Pero el objeto simbolizado por el ídolo es, en sí mismo, otro ídolo, un ídolo de la comunidad, en el que se fija la atención y la identidad de la Religión, impidiéndole reconocerse en las demás religiones (o permitiéndole no reconocerse en las demás religiones). El aferrarse al leño, a la cruz, es esencial para el creyente (es su cruz).
Una religión autocrítica e ilustrada, como la que parece promover Hegel, sería una religión desmitologizada, que se entendería a sí misma como una fase del espíritu. En realidad dejaría de ser religión y se convertiría en filosofía que simula ser religión. Es magistral a su manera la manera en que muestra Hegel cómo la fe, de por sí, tiende a reconocer en sí misma un elemento de idolatría sin llegar a atreverse a hacerlo. Lo haría una religión "civilizada" que se entendiese a sí misma como una parafernalia simbólica, y a veces parece que sea eso lo que tenemos, cuando investigamos las creencias auténticas de las personas, más allá de la religión oficial o pública. ¿Pero no es eso la piel de la serpiente abandonada? ¿No estamos, necesariamente, en otra fase del espíritu?
El orden social necesita al parecer una religión de ritos y mitos, de ofrendas a la Virgen, misas, entierros, procesiones y bautizos. Pero no habría que confundir eso con la religión como impulso espiritual o entendimiento puro. Ese impulso está en otra parte, sobre todo desde el momento en que entiende el ritual como un ritual simbólico o un apego comunitario a una fase previa del desarrollo espiritual de la humanidad. En términos de honestidad intelectual, una religión no puede ser a la vez dogmática y crítica, mitológica y desmitificada, ilustrada e ingenua. Es sin embargo lo que se lleva, claro, y es lo que recomiendan el Papa y las mejores autoridades políticas.
Pero los místicos siempre han ido por otro lado, y cuando algo se percibe como peso muerto o idolatría, es hora de dejarlo porque la religión auténtica, o lo que haya de ocupar su lugar, está en otra parte. La solidaridad humana o los compromisos sociales nos pueden hacer transigir con los rituales religiosos de otras personas, y procurar no ofenderles, pero la espiritualidad auténtica no puede apegarse a ritos o creencias que ella misma reconoce como meras maniobras simbólicas o productos culturales transitorios. Es decir, la espiritualidad no puede apegarse a las religiones, esas idolatrías.
Un análisis semiótico de la idolatría nos diría que es la confusión del signo con el referente; un defecto de atención o análisis, quizá. Y sin embargo hay pocos partidarios de comprender la circulación universal de los signos; se busca darles un asentamiento final, una base que detenga esta huida hacia el infinito de la consciencia y del sentido. Quizá Hegel también lo haga a su manera, buscándole estas justificaciones a la religión, frente a la crítica de la Ilustración,—negándose a ver en ella el elemento necesario de idolatría que contiene, el alto que le echa al entendimiento puro, como un corruptor de las creencias.
Por mi parte, a mí me desagrada más la corrupción del entendimiento que la de las creencias—aunque transijo con ambas.