jueves,18 agosto 2022
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Internet Economy (2/3)

¿Dónde estás que no te veo?

Futurolandia
Hace un año inicié una serie de post sobre medición de lo no observable, en particular de la economía digital y las limitaciones del PIB como medida del crecimiento. Ahora quiero resumir y ampliar aquellas reflexiones. Mi punto de partida es que renunciar a lo no directamente observable sólo nos lleva a una visión deformada de la realidad. Acometer la tarea es no sólo difícil sino también peligroso, por tratarse de un terreno escurridizo susceptible de múltiples errores de cuantificación.

La aventura contemporánea de medir lo inobservable en Economía a nivel de países se inicia hacia 1993  con la publicación, a escala internacional, del nuevo Sistema de Cuentas Nacionales (SNA 1993). Una década después, el proceso se consolida en el manual de la OCDE (2002), Measuring the Non-Observed Economy.  El punto de partida es que "las actividades ilegales deberán incluirse en los sistemas de cuentas nacionales a pesar de las dificultades prácticas obvias de obtener esos datos". Explícitamente se cita la venta de drogas, el tráfico de bienes robados o la prostitución.

Adicionalmente se incluyen, como parte de la economía sumergida, las actividades que deliberadamente se ocultan a a las autoridades públicas para evitar el pago de impuestos, contribuciones a la seguridad social o restricciones legales (salario mínimo, jornada laboral…). Por último queda la economía informal, principalmente referidas a un subconjunto de hogares que no están explícitamente incorporados como empresas. La Economía No-Observada (ENO) sería entonces la suma de la ilegal, la sumergida y la informal.

Pero a la medición de esa economía sumergida, ilegal o informal hay que añadir un agujero creciente en nuestras mediciones: la de lo intangible y lo digital, que está detrás de los nuevos avances tecnológicos y que muchas veces resulta invisible con los criterios estadísticos actuales ¿Cuanto valen  el software libre, las redes sociales o  los blogs gratuitos que no tienen publicidad? ¿Y las apps o servicios de comunicación sin cargo? ¿Son representativos del valor económico real los precios a la baja de un material electrónico con prestaciones crecientes? ¿Se pueden y deben medir los avances organizativos o las mejoras de calidad de los servicios, públicos y privados, posibilitadas por las nuevas tecnologías?.

Cada año que pasa, más economistas pensamos que hay que revisar los criterios contables actuales para medir las actividades económicas. En un post de World Economic Forum redactado por el economista británico Charles Bean (Do we need to rethink how we measure economic activity?) se reconoce que la forma en que medimos la economía ha evolucionado, en un intento para adaptarse a los cambios en la realidad, aunque esto ha resultado recientemente más difícil.

Entre las múltiples llamadas de atención sólo citaré tres. El economista británico Charles Bean decía hace un año en un post del WEF que  "los recientes cambios tecnológicos han alterado radicalmente  la forma en que las personas conducen hoy día sus vidas, tanto en el trabajo como en el tiempo libre… Un cambio especial de la medición económica proviene del hecho de un incremento en el área de consumo de productos digitales proporcionados a precio cero o a partir de alternativas tales como la publicidad o la venta a terceros de información sobre los consumidores. Mientras que presentan un valor claro para los consumidores, los productos digitales disponibles a precio cero están totalmente excluidos del PIB, de acuerdo con los estándares estadísticos acordados internacionalmente".

La Revolución de la Información es la protagonista del libro de Schmidt y Rosenberg (How Google works, 2014). Internet ha hecho la información más libre, abundante y ubicua para el consumidor a través de una variedad explosiva de aplicaciones en buscadores, comparación de productos y precios, mapas de tráfico,…, con la participación activa de los consumidores a través del intercambio de información en redes sociales.

Hace unos días Hulten y Nakamura, en el artículo que cité en mi anterior post, centran el fallo de medición en una limitación conceptual:  "la teoría convencional del crecimiento caracteriza la innovación como recurso-ahorradora, en el sentido de que permite que la misma cantidad de producto pueda ser obtenida con menores recursos,(…) sin introducir un modelo de fuentes del crecimiento del bienestar, que también incluya una medición de la innovación  producto-ahorradora, que amplía la utilización y eficiencia en la elección del consumidor, como posibilita  la economia de internet  y de la telefonía inteligente".

Su conclusión es que hay innovaciones que van directamente al consumidor, sobrepasando al PIB convencional, que puede no ser un medición suficiente del impacto en la "Era de Internet", valorando crecimientos de la economía que ignoran mejoras del bienestar de los consumidores.

Mi punto de vista, que anticipé en mis post Cómo medir la nueva economía del siglo XXI (3/5/2016) y Del fetichismo del PIB al PIB-plus y más allá (9/5/2016), es que el problema de una adecuada medición de la nueva economía apunta cambios radicales para un futuro inmediato y exige tratar cuatro cuestiones diferentes:

  1. Cálculo de precios de bienes y servicios que simultanean mejoras con reducción de costes.
  2. Tratamiento de las inversiones y capital intangibles, habitualmente considerados como gastos.
  3. Valoración de bienes y servicios disponibles gratuitamente.
  4. Superación de limitaciones conceptuales del PIB para valorar bienestar

El primer punto nos lleva a una metodología desarrollada ya hace algunos años y que se conoce con el nombre de precios hedónicos: precios según el "placer"que producen unos bienes al consumidor al satisfacer sus necesidades. Tomando como punto de partida un nuevo enfoque de la utilidad del consumidor a partir de las características de los bienes y servicios (Kelvin Lancaster, New aproach to consumer theory, 1966), lo inició el Bureau of Economic Analysis (BEA) de EEUU en 1990, en el contexto de una revisión de indices de precios en su Contabilidad Nacional, en el documento "Measurement of real output and prices for high-tech goods".

La idea básica es disponer, en diferentes periodos, de distintos modelos de un mismo producto (p.ej. ordenadores personales) para los que conocemos sus precios y principales características, que se corresponden con las cualidades que el comprador valora cuando adquiere cada modelo (p.ej. memoria, capacidad de disco duro, velocidad de proceso,…). A partir de estos datos se estiman unos "precios-sombra" para cada característica y se deducen los precios que un consumidor teoricamente valoraría para un modelo nuevo más evolucionado. Los ordenadores más recientes tendrían precios contenidos o incluso a la baja (ley de Moore sugiere un coste reducido a la mitad cada dos años), pero los precios hedónicos marcarían el valor implícito para el consumidor de esas mejoras.

La experiencia en EEUU indicaba que los precios de los ordenadores se habían estancado prácticamente, pero deberían haber crecido entre un 15 y un 40% anual si se valorasen sus mejoras, lo que debiera incorporarse a una medida más adecuada del PIB y, por tanto, de las mejoras de productividad del sistema. El proceso se aplicó a ordenadores, semiconductores, radios, televisores, automóviles, instrumental científico…y se estimó su efecto en un 0,3 de crecimiento adicional del PIB, como promedio anual durante el periodo considerado.

La segunda aplicación a la que quería referirme es la de medición del capital intangible o capital basado en el conocimiento, tema que ya adelanté en dos post anteriores ("9 tipos de capital intangible" e "¡Invertir en innovación, en conocimiento, en futuro!"  ). Aunque existen antecedentes hace más de 20 años, en relación con la consideración de los gastos en I+D o software como auténticas inversiones con impactos a varios años, no hay hasta 2006 una propuesta integral aplicable (Corrado, Hulten y Sichel,  "Intangible capital and economic grow").

La idea básica es buscar indicadores de gasto que puedan reflejar los esfuerzos hechos en los siguientes campos, que pueden considerarse como inversiones a capitalizar:

  1. Información computarizada (software y bases de datos)
  2. Propiedad de innovaciones (I+D, nuevos productos y sistemas, originales artísticos y de entretenimiento, exploración minera)
  3. Competencias económicas (valor de marca, estructura organizativa)

Sin entrar en detalles fuera de lugar, el impacto de este enfoque conduce a elevar el PIB de un país entre el 5 y el 15%  y las mejoras de productividad entre 2 y 9 décimas de punto de porcentaje, en países desarrollados en que ya se han realizado aplicaciones. Los cálculos más recientes dan aún valores más elevados al incluir, el capital intangible, actividades de no-mercado como salud, educación, cultura o protección social (Corrado,Haskel y Jona-Lasinio, 2015).

Pero ni precios hedónicos, ni capital intangible solucionan el problema más delicado y posiblemente el más difundido y creciente en ésta nueva sociedad del conocimiento que se viene conformando: la existencia de bienes y servicios a coste cero.

En una conferencia sobre tecnoeconomía celebrada en 2012 ("Why it matters that GDP ignores free goods"), un economista del MIT, Erik Brynjolfsson, señalaba que miles de nuevos bienes y servicios de esta sociedad de la información se introducen cada año. "Pero de acuerdo con las estadísticas oficiales de PIB, el sector de la información (software, publicación, audiovisual, telecomunicación y servicios de información y proceso de datos) supone aproximadamente la misma proporción que hace 25 años -aproximadamente el 4% ¿No tenemos ahora más información que nunca?…A pesar de la mayor revolución tecnológica, las estadísticas oficiales no incluyen el valor de bienes digitales y uno podría concluir que el sector de la información no ha crecido nada desde 1960…Pero sólo en los últimos cinco años hemos duplicado el tiempo que dedicamos a estos productos."

El problema parece insoluble de partida, ya que el PIB sólo recoge valor de cambio de los bienes y servicios producidos, a partir de los precios de mercado o, excepcionalmente, por los costes de producirlos en los casos de no-mercado. Pero los servicios distribuidos a través de Internet no tienen costes adicionales por la expansión de su uso, se compensan costes con otras actividades de las empresas o son incluso fruto del "tiempo libre" de las personas.

Brynjolfsson y Oh ("The attention economy: Measuring the value of free digital services on the Internet", 2012) han utilizado ese tiempo libre (según su experiencia para EEUU entre tres y seis horas por semana), valorado por el coste de otras alternativas de uso, que lleva a asignar un valor del bienestar ganado o excedente del consumidor de unos 2.600$ por usuario, que supondría elevar la tasa de crecimiento del PIB en 0,39 puntos de porcentaje de media entre 2002 y 2011.

Más alla de ésta u otras soluciones (encuestas a consumidores, asignación de valor de publicidad,…), la realidad es que hasta ahora incorporamos a las estadísticas de PIB lo que tiene un valor asignado y excluimos los bienes de uso libre. Un economista dedicado a economía digital hablaba en las redes de la Clothline Paradox: Si metes  la ropa en una secadora, su coste y el de la energía que gastas se contabiliza; si la cuelgas en un tendedero desaparece de la economía. Por eso seguimos sin valorar las labores del hogar, la naturaleza libre o la destrucción del medio ambiente sin coste.

Dejaré para un nuevo post la cuestión de superar las limitaciones conceptuales del PIB.

Antonio Pulido http://www.twitter.com/@PsrA

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