viernes,19 agosto 2022
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Un español en la Conferencia de Solvay

Fernández Otero se lamenta de la universidad española

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Toribio Fernández Otero, catedrático de la Universidad Politécnica de Cartagena, se ha convertido en el primer químico español invitado a la Conferencia Solvay, un encuentro de premios Nobel (y futuros candidatos) celebrado en Bruselas, que este año ha tenido representación española por primera vez. El científico aprovechó el evento para denunciar el falso interés por la Ciencia de los políticos españoles y la "lamentable" situación de nuestras universidades.

Según publica El País, tras 12 años de parón en la vertiente de la química, la legendaria conferencia ha vuelto con ambiciones de regularidad y lo ha hecho con el tema "Desde organizaciones no covalentes a máquinas moleculares", críptica terminología traducible para profanos en la creación de moléculas capaces de realizar trabajos mecánicos, lo mismo reproducir artificialmente órganos humanos que crear máquinas para explorar físicamente extremos impensables. "Estamos abriendo una ventana al futuro", dice Otero.

El director del laboratorio de Electroquímica, Materiales y Dispositivos Inteligentes de la universidad cartagenera fue uno de los invitados a exponer sus investigaciones en la sesión final de esta 21ª Conferencia de Química que organizan los Institutos Solvay. Otero ha conseguido sintetizar muy largas moléculas de polímeros (plásticos) que inmersas en una solución salina se curvan y encogen al paso de la electricidad. Lo nunca visto: plásticos que responden a señales eléctricas. "En mi laboratorio hemos desarrollado el primer músculo artificial basado en los movimiento de estas moléculas", explica. "El dispositivo tiene una conciencia primitiva".

Conciencia primitiva debe entenderse como la capacidad del músculo -formado por dos láminas de polímero separadas por una cinta aislante y sometidos a una corriente eléctrica, según se vio en Bruselas- de actuar y responder a obstáculos o fuerzas y de arrastrar objetos o detenerse si es lo aconsejable. "Trato de desarrollar un modelo que junta la mecánica, la ciencia de los polímeros y la electroquímica, tres componentes que la mayoría de los científicos consideran incompatibles", dice Otero.

¿Hacia dónde apunta su investigación? "Sabemos adónde queremos llegar", responde con pasión y convicción.

"El músculo artificial puede sustituir al natural. Estamos abriendo una ventana al futuro: se pueden hacer robots de musculatura artificial, sondas para llegar a zonas inalcanzables del cuerpo, órganos artificiales, mecanismos para adelantarnos a la enfermedad… cosas que no podemos ni imaginar". ¿Y eso cuándo? "Si se pone dinero y se elige a los mejores, en muy poco tiempo", responde.

Todo es posible a juicio de Otero, optimista histórico que se lamenta amargamente del estado en que se encuentra la universidad española, burocratizada, minada por enanas ambiciones políticas y con estructuras que son para llorar, en particular en lo relativo a la investigación y desarrollo. "En la universidad española hay más de 400 investigadores del programa Ramón y Cajal que no serán premios Nobel porque la universidad les asfixia", clama . "¿Cómo es posible que la octava potencia económica del mundo no tenga un premio Nobel? Es estadísticamente imposible".

Se embala el profesor, que llegó a Cartagena desde la Universidad del País Vasco en San Sebastián. "En España no hay interés en que la ciencia funcione. No sé por qué. Se ha decidido que seamos un país de servicios. Los políticos se han creído que no estamos capacitados para Investigación y Desarrollo, que no somos competitivos. ¡Pero tenemos capacidad y gente para hacer lo que queramos!".

No termina de creer Otero el interés que por la ciencia dice profesar la clase política española. "El interés por la ciencia se ve en los presupuestos, el resto es palabrería vacía para ingenuos. Cuando dediquemos el 6% o el 7% del Producto Interior Bruto a I+D como hacen los países nórdicos, entonces tendremos premios Nobel". La España de 2007 dedica a ese renglón en torno al 1%.

Fuente: El País

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