jueves,18 agosto 2022
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Hacia el futuro sistema financiero

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El nuevo curso arranca con mejores expectativas económicas que el año pasado. Este clima de esperanza en la recuperación, aunque sea lenta y en el caso de España más tardía, atenúa el debate sobre el futuro del sistema financiero. Si el termómetro de los mercados de valores mundiales ha subido desde marzo casi un 70%, algunos bancos, causantes de la crisis de los dos últimos años, han visto recuperar su propio valor más del doble. Pero el crédito sigue mucho más tocado que la propia economía, la inversión, el empleo y el bienestar, por lo que merece la pena pensar sobre la función bancaria de intermediar entre el ahorro y la inversión.

 

En vez de interesarnos por ello en especular sobre la recuperación o en si el mercado bursátil empieza otra vez a resultar caro y  sobrevalorado como indican los ratios Q o los PER, y eso que todavía el nivel de las bolsas anda un 30% por debajo de los máximos de hace dos años, voy a hacer partícipes a los lectores de IBERCAMPUS.ES de la primera de las cartas que dirigí este verano a la autora de un proyecto de libro cuyo resumen me pasó el profesor Tamales para que le realizara una crítica:

“Me ha resultado apasionante, y quizá por ello no puedo ser neutral ni objetivo, por sentirme en su misma onda desde el título, convencido de que tras el capitalismo mercantil, industrial y financiero, vendrá lo que en el 2001 denominé "Digitamismo",  en un libro escrito con el profesor José B. Terceiro para divulgar ciertos efectos de la entonces más incipiente revolución digital. Ahora estamos algo más cerca, pues lamentablemente, y como había dicho previamente en una de las conclusiones de la ponencia Euro y Dólar: hacia la moneda universal,  presentada junto al profesor Ramón Tamames al Congreso Internacional Grandes Temas de Fin de Siglo, organizada por el Cabildo de Gran Canarias-INCIPE en marzo 1999, "sin una moneda universal cuyo advenimiento aporte  soluciones duraderas a la actual economía de casino, en cualquier momento puede aparecer una enorme crisis financiera que mine el crecimiento mundial mucho más de lo que lo ha empezado a hacer la asiática y latinoamericana". La crisis que sufre todo el globo desde mediados del 2007 es, según muchos de sus actuales indicadores, cuatro veces superior a las anteriores desde la II Guerra Mundial, incluida la de los años setenta. Pero sobre todo estoy totalmente de acuerdo con usted en que deja al sistema financiero obsoleto y con necesidad de sustituirlo. Y, por supuesto, también en que la alternativa vendrá con el nuevo mundo digital. Sin embargo, la sustitución no me parece tan fácil ni rápida como la vislumbrada en su informe. Antes cabe predecir una tremenda y cruenta lucha de intereses e ideas, materias primas por excelencia del poder. Como antes los agentes económicos tendrán que tomar conciencia de la necesidad de drásticos cambios, ser persuadidos para que colaboren en reformas como las que propone, para ayudarla en ese objetivo le comento lo que sigue.

No creo que contribuyan en esa dirección, aunque sí hacen la lectura de su informe más rápida y amena, algunas afirmaciones demasiado drásticas, desde mi perspectiva, como la de que no existe desde la caída del muro de Berlín discusión política respecto al modelo más idóneo para el desarrollo del ser humano. Ahí está, sobre todo, el debate sobre el desarrollo sostenible, al que usted misma alude en varios momentos y hace referencia explícita al terminar argumentando algunas de sus propuestas con la necesidad de "incluir criterios de sostenibilidad en la economía". La mejor perspectiva de esa nueva utopía es la perspectiva intergeneracional, basada en añadir a la tradicional dimensión económica otra ecológica y una tercera aun si cabe más importante que es la de social o institucional, articulada por la idea de equidad. Tras la caída del muro de Berlín vinieron las conferencias de la ONU en Río y en Yohanesburgo, y tendrán que venir otras en las batallas por la redistribución del poder a escala local y global que se avecinan.  

Sus propias propuestas constituyen una iniciativa que forma parte de esa tercera dimensión del desarrollo sostenible, nutrida por las instituciones (que incluyen a las empresas), entre las cuales  no puede dejar de destacar en el potscapitalismo el dinero como centro de otras herramientas vinculadas que operan a favor del intercambio y tejen su "complejo sistema de engranajes interdependientes". Las instituciones son por naturaleza contextos de relación social, facilitadoras de las relaciones sociales, al igual que en plano material hacen las infraestructuras, entre las que ya destacan las de información en una economía cada día menos basada en la materia motiva por la energía y más en la información movida por el conocimiento.  Por esa cada vez más relevante función relacional que hoy comparten el dinero y las TICS me parece muy apropiada su propuesta de convergencia como alternativa al actual sistema financiero. Pero no entiendo –salvo que se refiera a las nuevas leyes de la nueva economía de la información y el conocimiento, y en especial a la de su tendencia a los rendimientos crecientes–de qué manera esas TICS pueden restar protagonismo a la "macroeconomía" con el multiplicador de Keynes. Ante una mayor presencia de esas nuevas leyes el dinero digital tendría si cabe  mayores efectos macroeconómicos que hoy. 

Mi discrepancia se acrecienta con su clasificación de "los tres elementos fundamentales del sistema económico vigente", que en un párrafo presenta en forma de trilogía economía de mercado-sistema financiero- Estado y en el siguiente como economía de mercado-capitalismo-keynesianismo. Toda clasificación con pretensiones científicas debe basarse en conceptos depurados y en interdependencias más amplias de las que menciona. Me parece más riguroso y susceptible de consenso hablar de Autoridades y Mercados, de los sistemas que forman siempre en conjunción  ambas instituciones ( pues actualmente  los Estados y Mercados dan lugar a formas de economías de mercado difíciles de clasificar por su carácter más mixto que polar) y en su caso de las ideas o ideologías que las sustentan.

En cuanto a su propuesta de "articular la economía de mercado en un sistema llamado V-economía, donde los mecanismos monetarios y financieros estuvieran integrados en la economía real", hoy entiendo que ya forman parte de esa economía real, aunque algunos no la consideren nada o muy productiva, y en su caso habría de cargarse argumentos para persuadir al resto de los agentes de que no lo es. Sí es cierto que algunos economistas y filósofos afirman con razón retórica que el dinero, más que realidad (pero casi nunca negándosela), tiene "idealidad". Dicen que es algo por el que el futuro obra a través de representaciones mentales capaces de ordenar las relaciones humanas, como recordaba en la citada ponencia junto al profesor Tamames. Es el caso de Vitorio Mathieu, quien parte de Carlos Marx (las relaciones económicas son relaciones de los sujetos entre sí, no con las cosas) y también de Adam Smith (el valor lo da el trabajo y el valor del dinero está en "ordenar –o generar– trabajo). Claro que Mathieu asegura que el valor de un objeto no depende del valor trabajo que lo "ha producido", sino del que es capaz de producir, induciendo a otras personas a trabajar para poder conseguirlo. Lo cual implicaría que el valor viene realmente de la capacidad de organizar, más que el presente, el futuro; es decir, que depende fundamentalmente de las ideas. Tal inversión de los términos temporales –y merece la pena entretenerse en el papel de las ideas, menos desarrollado en economía que el de los intereses– sintoniza muy bien con el actual papel de las finanzas y la actual aceleración de la historia, así como con las modernas concepciones del poder, derivadas hacia la idea de poder global. Concepciones que, para hacer justicia, ya estaban implícitas en la genial intuición de Hobbes, quien definió y expresó el poder y la relación de poder en dos términos: "medios presentes" y "bien futuro". El poder enlaza así en su movimiento la actualidad con el porvenir, la actualidad de los recursos movilizables (principio del proceso) con la realización de la potencialidad de los recursos movilizados.

Estas disquisiciones me parecen importantes para enfrentarnos al dinero que queremos sustituir, porque ese gran símbolo de nuestra civilización, aunque haya perdido valor de uso y ganado valor de cambio, además de representar prosperidad y abundancia, o por ello mismo, representa ante todo y sobre todo poder, sin que parezca tan claro que el progreso tecnológico haya barrido los fundamentos del concepto. El que queramos sustituir el dinero financiero por el digital abunda en esta afirmación. Pero incluso para ello tendremos que cargarnos de argumentos porque la teoría dominante incluso todavía ante la actual crisis atribuye al dinero, y por extensión al sistema financiero, la función de intermediar entre agentes pero sobre todo ante flujos reales tan importantes como son los del ahorro y los de la inversión. Y en esa intermediación se les atribuyen no sólo funciones de eficacia y eficiencia técnica y asignativa, sino en algunos casos funciones de control de esas dos modalidades de eficiencia. Pero no debemos olvidar que, en el fondo, gracias a esas funciones y controles, el sistema financiero compite en la práctica con los poderes clásicos del Estado  en la capacidad de distribuir y redistribuir las rentas. En la mencionada ponencia conjunta con el profesor Tamames lo explicábamos así:        

"En efecto, las monedas libran a través de las finanzas una batalla permanente de intereses en el campo de la redistribución de la renta. Además de la propia eficiencia técnica o funcional de lo financiero –esto es, mediar entre el ahorro y la inversión–, toda transacción monetaria busca un tipo de eficiencia asignativa (al aplicar sus recursos a una actividad que se considera mejor, y no a otras infinitas alternativas). Pero al mismo tiempo genera unas consecuencias distributivas (o redistributivas), que no se limita en el caso de las divisas a crear rentas adicionales a favor de quienes las utilizan (el interés o rentabilidad) e igualmente a favor del poder que las emite.A este último respecto, el poder de lo financiero no sólo tiende a equiparse al poder que sólo se atribuía en la teoría económica a los estados (el poder de redistribuir la renta distribuida en la espera de la economía real), sino que incluso en el actual proceso de globalización ha demostrado su clara tendencia a superar esos poderes. No es de extrañar que algunos atribuyan a las nuevas finanzas globales el “quinto poder”, que no sólo complementa, sino que compite con los tres poderes clásicos atribuidos por la clasificación de Mostesquieu a los estados (legislativo, ejecutivo y judicial) y con el “cuarto poder” (el poder surgido en los modernos estados democráticos de la opinión pública o publicada). Un “quinto poder” que en el actual estado de la globalización ya rivaliza al de los estados. Las raíces de ese “quinto poder” son similares a las anteriores. Como señalaba Parsons, en el poder, que ya se ha dicho depende de las ideas tanto como el dinero o de los intereses, hay un aspecto distributivo, igualmente atribuible al dinero (para que B obtenga un poder A tiene que perder algo del suyo, en juego de suma cero), pero también otro colectivo, mediante el cual varias personas en cooperación pueden aumentar su poder conjunto sobre terceros o sobre la naturaleza[1]. En casi todas las relaciones sociales, el poder distributivo y el colectivo, el explotador y el funcional, actúan simultáneamente y están entrelazados. Se trata de una relación dialéctica. Al perseguir sus objetivos, los hombres establecen relaciones cooperativas y colectivas, crean una organización social y una división del trabajo. La organización y división de funciones comporta una tendencia inherente al poder distributivo, derivado de la supervisión y la coordinación. Pero la división del trabajo es engañosa: aunque entraña la especialización de funciones a todos los niveles, el más alto supervisa y dirige".

También decíamos en esa ponencia de hace diez años que "las finanzas, cuyos mercados –los primeros realmente globalizados– han empezado a desbordar a los poderes de los estados, así como a ejercer cierta tiranía sobre la economía real. Y la cuestión no radica sólo en que la votación diaria de esos mercados no tiene por qué coincidir con la elección democrática de los ciudadanos, sino en que han empezado a invadir el propio campo de los otros poderes. Las finanzas globales, a través de sus mercados, ostentan ya en realidad el poder instantáneo hasta ahora reservado a la opinión pública, el poder judicial, el ejecutivo… e incluso el legislativo. En efecto, los mercados financieros generan sus propias leyes, juicios, valores, ideas al fin y al cabo. “Juegan con unas reglas para formar sus expectativas de futuro”, ha escrito el profesor Pulido, “que basta con que sean mayoritariamente aceptadas como ciertas  para que se conviertan, mientras duren, en ley. Por ejemplo, es suficiente con que se admita la idea de que crecer por encima del 3% es inflacionario para que cualquier indicador de rápido crecimiento de la economía productiva afecte negativamente a los mercados. Simplemente un mercado, con fuerte aversión al riesgo de sus participantes, traslada crecimiento a peligro de inflación, inflación a posible subida de tipos de interés y, automáticamente, la reacción racional es vender  hoy para comprar mañana a mejor precio. Pero, además, como alguien tiene que comprar, para que exista esa transacción al precio actual, el juego exige adelantarse a lo que hacen los demás. Esto lleva a mercados sobreexcitados, atentos a cualquier nueva información, sea ésta de mayor o menor calado”[2]. Y concluíamos que esos poderes, aunque también los riesgos de sobreexcitación, crecerán conforme aumenta de masa el mercado financiero global.  Un incremento que está siendo exponencial. Según algunos, el valor de los intercambios diarios de divisas, multiplicado por cien en quince años, será al menos trescientas veces mayor que el del comercio mundial en el espacio de 30 años. Igualmente, los intercambios de activos financieros, que habrán pasado de 5 billones de dólares en 1980 a 83 billones hacia el año 2000 (tres veces el PIB de la OCDE), aumentarán todavía mas. Las transacciones en bonos del Estado habrán pasado de 30.000 millones a 8 billones de dólares. Los créditos bancarios internacionales, que ya representan 24 billones de dólares, pasarán a 50 billones hacia el año 2005".

Pues bien, hoy no solo se ha confirmado nuestro pronóstico de que "en cualquier momento puede aparecer una enorme crisis financiera que mine el crecimiento mundial mucho más de lo que lo ha empezado a hacer la asiática y latinoamericana", sino también el relativo a los poderes del mundo de las finanzas, que han obligado a los estados a comprometer hasta ahora cerca de 5 billones de dólares de los contribuyentes en inyecciones para sanear activos o reforzar sus capitales, sin contar con las decenas de billones de dólares empleados en el multiplicador keynesiano o en los estabilizadores automáticos frente a la crisis, amén de las inyecciones de liquidez de los bancos centrales de todo el mundo. 

Para enfrentarse a esos poderes y sustituirlos hay que pulir mucho los argumentos y emplearse a fondo con cada uno de los varios cambios que se proponen, si bien la actual crisis ayudará a concienciar sobre la necesidad de los mismos y sobre todo a reforzar las ya emergentes reivindicaciones de una nueva oleada de derechos más que civiles económicos y sociales: el derecho de acceso al crédito.

En esta línea, la utopía de la desaparición de la economía financiera y del retorno del crédito debe de ser mejorada en su diseño y argumentación en torno al dinero digital, en la que por ejemplo se ofrecen alternativas exclusivamente para las empresas como productoras de bienes y servicios, sin tener en cuenta a los otros agentes institucionales: individuos y familias que, además de producir y de ser los artífices de tales reivindicaciones, consumen e invierten, pero sobre todo administraciones públicas que, además de consumir e invertir, necesitan actualmente más que los anteriores el crédito porque el poder de las finanzas ante la conducción de los remedios a la actual crisis ha llevado a sustituir el previo apalancamiento crediticio y de deuda de las familias y de las empresas por el apalancamiento de los llamados poderes públicos, encaminados de esta forma hacia deudas insostenibles o generadoras de serios desequilibrios futuros.  Omisiones que deberían subsanarse al mismo tiempo que imprecisiones como la de la vuelta al "commodity-standard" o "límite físico", cuando no puede quererse decir más que "real standard" y "límíte real" pues los servicios no serán físicos pero son tan reales que hoy representan en las economías desarrolladas más del 60% del PIB.         

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[1]Parsons, Talcott, 1960, "The distribution of power in American society", en "Structure and process in modern societies, Free Press, Nueva York, páginas 199 a 225.

[2] Pulido, Antonio, “En el umbral del siglo XXI”, Pirámide economía XXI, 1997, página 40

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