Los millennials, la generación nacida entre los setenta y principios de los ochenta, ya se han hecho con el control de los partidos en España: Pedro Sánchez (1972) se ha hecho con el control absoluto del PSOE; Santiago Abascal(1976) dirige Vox como un líder absolutista; Pablo Iglesias (1978) es una especie de caudillo de Podemos; Albert Rivera (1979) manda él solo en Ciudadanos y Pablo Casado (1981) no ha dejado a nadie en el PP que le pueda hacer sombra.
Todos ellos constituyen los nuevos caudillos de España.
Todos ellos con el objetivo de regenerar el sistema político creado durante la Transición han implantado el totalitarismo en sus organizaciones.
Todos, imbuidos en un narcisismo insufrible, han proclamado el fin de la vieja política en base a un liderazgo personalista. Solo hay que comprobar las listas al Congreso para comprobar que han impuesto a sus fieles marginando a los que no lo son.
Estamos ante el fin de la meritocracia. Ahora para hacer carrera hay que estar con el amado líder, porque, como en su día dijo Alfonso Guerra, "el que se mueva no sale en la foto".
En el fondo todo sigue igual, o peor. Hemos pasado del bipartidismo excluyente a un neobipartidismo salvaje. Se han creado dos bloques irreconciliables, como ocurrió en la Segunda República: el de las izquierdas, con la articulación de una especie de Frente Popular aggiornado; y el de las derechas, con ese bloque conservador que recuerda demasiado a la CEDA.