jueves,18 agosto 2022
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La caído del guindo de ´millenials´ y ´postmillenials´

Luis Moreno, Profesor de investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)
Las derivaciones de los rasgos de millenials y postmillenials el mantenimiento de un régimen del bienestar familista son de largo alcance. De realizar una proyección estadística mecánica con los últimos datos sobre la edad media de acceso al matrimonio (37 años los hombres y 34 las mujeres), si continuase esta tendencia en 2030 no se celebrarían matrimonios antes de los 35 años. El autor traza con ello desde el portal Academia un panorama de tendencias económicas y laborales para ellos.

Se utiliza la denominación ‘millennials’ con referencia a los jóvenes que nacieron en los dos últimos decenios del segundo milenio. Se les conoce también como la Generación Y, sucesiva de aquella X de los nacidos entre los años 1960 y 1980.   Sus edades están ahora en torno a los 25-35 años. Se les ha generalizado como jóvenes creativos, vitales y optimistas, en el lado positivo. Pero también caprichosos y alérgicos al trabajo sacrificado, en la visión más crítica.

Tales atributos se han intensificado, si cabe, con la siguiente Generación Z, o sea los nacidos entre los años 2000 y 2010.A éstos se les llama ‘post-millennials’, pero mantienen, como su apelativo indica, rasgos de sus antecesores, si acaso más acusados. Es decir, utilizan profusamente los medios digitales viviendo en un mundo virtual que ha desplazado las relaciones interpersonales al mínimo. Así queda ilustrado por los datos de que la formación de parejas mediante el contacto a través de internet sea el mayoritario en EEUU, o de que la mitad de los solteros británicos nunca hayan concertado una cita con sus parejas cara a cara (The datemix).  

Naturalmente cuando se habla de los millennials y post-millennials deben tenerse en cuenta los contextos donde viven y se socializan. Concentrando los análisis en las democracias avanzadas a ambos lados del Atlántico pueden identificarse efectos diversos e importantes. Por ejemplo, en el caso de España y de las sociedades mediterráneas, es crucial certificar la menor valoración que parecen prestar los (post) millennials a los roles asumidos culturalmente por la familia.

Las derivaciones que ello implicaría para el mantenimiento de un régimen del bienestar familista como el predominante en la Europa del Sur –y apenas patriarcal al modo en que solía desenvolverse– son de largo alcance.  Los sociólogos hemos acostumbrado a establecer como ‘ritos de paso’, fundamentales en la vida de las personas, los momentos en que se iniciaban otras etapas como la formación, por ejemplo, de parejas y familias. En el caso de España, sucede que ahora los miembros de la generación de los ‘millennials’ ya no se casan.

Según los datos de la EPA (Encuesta de Población Activa, II/2016), apenas un 19% del total de las españolas entre 20 y 34 años habían formalizado su unión sentimental. Según el INE, la edad media al matrimonio de los españoles es de 37 años para los hombres y de 34 para las mujeres. De realizar una proyección estadística mecánica, y si continuase esta tendencia, en 2030 no se celebrarían matrimonios antes de los 35 años.Las parejas vivirían ‘informalmente’ en convivencia o uniones de hecho.

Conllevaban los ritos de transición –o eran resultado– del acceso a un empleo estable que se confiaba mantener por largo tiempo (si fuese posible hasta la jubilación).Eran esos momentos críticos en la biografía de la gentes que el preclaro sociólogo Manuel Pérez Yruela, ilustraba socráticamente como de ‘caída del guindo’. Se requería clarividencia respecto a cómo afrontar el futuro. Aquéllos jóvenes adultos que no conseguían transitar funcionalmente hacia el nuevo estatus podían restar en una situación de permanente expectativa existencial durante el resto de sus vidas. Circunstancia que ahora forma parte inalienable del horizonte laboral de no pocos (post) millennials.  

En los tiempos que corren, la activación laboral y los cambios tecnológicos condicionan poderosamente al proceso de ‘caída del guindo’. Es indudable que la Gran Recesión desatada en 2007-08 ha afectado muy duramente al sistema general de relaciones sociales y económicas establecido en el hemisferio occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Por encima de cualquier otra consideración, destaca la progresiva robotización de nuestras democracias, que anuncia cambios profundos y estructurales en la vida de las próximas generaciones. Se corresponde ello a los efectos de la llamada cuarta revolución (post) industrial impulsada por la generalización de internet y la automatización.

Todo parece apuntar a que se intensificarán las progresivas aplicaciones de la inteligencia artificial (IA) y la ulterior maximización tecnológica productiva. Las consecuencias de tales tendencias es que buena parte del trabajo asalariado se considerará superfluo desde un enfoque estrictamente mercantilista.  

La visión convencional entre economistas era que los avances tecnológicos crearían nuevas oportunidades laborales. Pero en los últimos años se ha demostrado lo contrario. No es que disminuyan linealmente los empleos como consecuencia de la IA y la robotización, sino que grupos de ciudadanos con niveles bajos de cualificación laboral ya no pueden optar a salarios que les provean de estándares de vida satisfactorios, o que les habiliten a efectuar ritos de paso con garantías de suficiencia material.

En la medida en que se produce una bajada en los sueldos de los empleos susceptibles de automatización o de baja cualificación, menguan las ofertas laborales, tal y sucedía en fábricas y centros de trabajo tras la segunda y la tercera revoluciones industriales. Ante tal perspectiva, la caída del guindo puede ser traumática o, sencillamente, no llegarse a producir.  

Naturalmente si los (post) millennials con menores destrezas no disponen de capital para vivir, el problema de la pobreza aumentará. A no ser que las familias sigan funcionando como ‘cajas de resistencia’ de microsolidaridad que solventen las situaciones más perentorias, a falta de una eficaz acción del Estado del Bienestar y de la implementación de una renta ciudadana.  

No se trataría, por tanto, de que los asalariados menos cualificados permaneciesen en una situación de pobreza (working poor), sino que verían obstruidos sus itinerarios de movilidad ascendente. De ahí que cobre cada vez mayor importancia el acopio de instrucción, capacidades y competencias que posibiliten emancipación e igualdad de oportunidades. Alternativamente, y con el ascenso de la plutocracia, la anglobalización y el poder corporativo, el futuro de nuestros jóvenes maduros podría encaminarse hacia el neofeudalismo. Un escenario en el que la caída del guindo habría pasado a ser un episodio irrelevante en sus biografías.

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