Tenemos que rescatarnos del olvido para que no nos privaticen y nos homologuen, nos "uniformicen" y vengamos a perder la magia de la palabra. Ahora que todo parece posible porque todo está más cerca, tenemos que hacer el mejor espacio para la palabra, que siempre está dentro de nosotros, y dejar que sea ella la que nos busque y encuentre.
“Que hablen, pues, los todos que son diferentes. Que hablen y encuentren la memoria, que con ella conspiren y que con ella labren un futuro mejor para todos: el mañana”.
Hay días en los que parece pesar la vida. Es porque la tomamos como sustantivo y es preciso arriesgarse en el infinitivo.
André Malraux respondió al General de Gaulle, cuando éste le preguntó ¿cómo podría hallar consuelo ante la muerte de su hijo, vous que n'y croyez rien?: “Aunque la vida no tuviera sentido, tiene que tener sentido vivir, mi General”. Pero nos llevan a tanta velocidad que ni siquiera “experienciamos” el vértigo. Nos dejamos llevar como si dioses ociosos tuvieran en sus manos nuestras vidas. Y, en la vorágine, no nos atrevemos a discrepar y nos aferramos al inane concepto de la seguridad que nos venden bajo mil formas. Como si hubiera algo más seguro que la incertidumbre portadora de desafíos que transforman los problemas.
Quizá la frase más reveladora del Quijote sea “Yo sé quién soy, Sancho amigo”.
Ante el malestar de un mundo en crisis, es preciso agarrarse a la memoria y hacer espacio a la palabra. Dentro del laberinto de espejos en que se ha convertido la historia contemporánea hay que tallarlos y convertirlos en cristales para ver lo que podemos ser. “Los espejos son para ver de este lado, los cristales son para atravesarlos y pasar al otro lado”. Y empezar a ser felices queriendo lo que hacemos para superar esta soledad colectiva que hará crisis si nos lo proponemos.
Hagamos verdad nuestra memoria para que no haya olvido.
José Carlos García Fajardo,
profesor Emérito U.C.M.