La desilusión es parte crucial de la educación—sobre todo en el sentido de autoeducación, de educación a pesar de la educación recibida. O también en el sentido de maduración, o de aprender las lecciones de la vida. Es conveniente (o inevitable) desilusionarse, porque lo que se nos enseña son, en gran medida, ilusiones. Ilusiones que hay que aprender. Y para seguir aprendiendo, hay que desaprenderlas, y descubrir la desilusión: una verdad que quizá sea otra ilusión, pero que sin embargo produce un desencanto. Esto lo teorizan a su manera diversos sabios desilusionados, pero especialmente bien lo dicen Berger & Luckmann en La construcción social de la realidad. Siendo la realidad no lo que su nombre nos haría suponer, sino una construcción social, una de muchas posibles, el aprender esto, o aprender a verla desde otro punto de vista requiere desilusionarse—ver que las cosas que se daban por ciertas son relativas, o dudosas, o son símbolos, o ficciones. Desilusionarse es hacer filosofía, o semiótica social, y hacer filosofía, o semiótica social, es desilusionarse.
Las creencias y ritos religiosos suelen ser víctimas tempranas de estos ejercicios de desilusión. Muchos estiman que es de buen tono mantener la ficción social de la religión aunque no se crea en ella. Y es una postura que tiene su justificación, porque una vez se empieza a desmoronar la solidez del mundo recibido de la infancia, no está claro dónde se puede trazar un límite a su potencial disolución. Si el infierno, y luego el cielo, resultan ser ilusiones, no tarda en seguirles la tierra, no tan sólida como parecía una vez se la examina de cerca. Y tampoco resultan ser espejismos más sólidos, desde luego, la sustancia misma del sujeto que reflexiona, y la del del nuevo mundo social que le rodea y que ha ocupado, más precariamente, el lugar de las antiguas certidumbres. La filosofía, entendiendo por tal la crítica y disolución de los mitos heredados, nos lleva a habitar en un mundo extraño e incierto, donde ni el pensamiento, ni nada más, puede tomar asiento.