jueves,18 agosto 2022
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Por poco beneficio de accionistas, alta deuda y mucho tiempo

The Economist critica la gestión de Alierta en Telefonica

Redacción
La revista británica "The Economist" subraya en su último número que los casi dieciséis años que César Alierta ha estado al frente de Telefónica suponen "demasiado" tiempo y destaca que la semana pasada, por fin, accedió a colgar el teléfono. Critica además a Alierta por el poco beneficio de su gestión para los accionistas y alta deuda, no solo por el mucho tiempo que ha permanecido al frente, al margen de que eluda como la prensa española los casos en los que se ha visto implicado.

En su artículo, la publicación considera que el relevo de Alierta por el consejero delegado, José María Álvarez-Pallete, no supondrá "el inicio de un cambio radical". De hecho, ironiza con la afición de Álvarez-Pallete por las carreras de fondo y lo relaciona con el "largo periodo de su predecesor al frente de la compañía". "Eso no es especialmente alentador", concluye.

"Dieciséis años son sin duda demasiado tiempo para cualquiera al frente de la mayor compañía de telecomunicaciones de España", sostiene The Economist, que destaca que durante este tiempo Alierta "creó un gigante". Sin embargo, advierte que en estos años los "beneficios para los accionistas fueron difíciles de ver" y añade que "los inversores han tenido poco que celebrar".

En este sentido, la publicación pone en duda que se cumpla la promesa de Alierta de que el dividendo está asegurado durante los próximos diez años. "Hay razones para dudar sobre su gran promesa de que el dividendo está asegurado durante la próxima década, ya que Telefónica tiene que afrontar el pago de la deuda", apunta.

En cuanto a la evolución de la compañía en estos dieciséis años, The Economist sostiene que son un "espejo" de las subidas y bajadas de la economía española. La revista apunta que bajo el mandato de Alierta, "la expansión de Telefónica basada en el endeudamiento fue un calco del ´boom´ económico de España y su subsiguiente hundimiento". Así, continúa afirmando que, aunque en un principio mostró "cautela" para limpiar el "lío" de la burbuja de las ´puntocom´, posteriormente, "como hicieron los jefes de otras compañías españolas como el Banco Santander, Alierta fue tentado por el derroche".

Este "derroche" llevó a la compañía a adquirir la latinoamericana BellSouth, la británica O2, o su inversión en China, alcanzando un valor de mercado por encima de los 100.000 millones de euros (este lunes su capitalización era inferior a los 47.000 millones incluso en dólares, tras bajar el retorno para los accionistas durante el último año el 25,15%, aun cuando Alierta destacó entre los grandes empresarios españoles que se precipitaban a declarar que la crisis había terminado).

Esta expansión permitió a la compañía "capear la crisis financiera española", pero provocó que su deuda también creciera, según recuerda la revista global. Cuando las grandes fortunas españoles empezaron a caer, Alierta tuvo que optar por la "retirada" y vendió sus inversiones en países como Italia, República Checa o Irlanda, y ahora está en negociaciones para desprenderse de O2 en el Reino Unido.

En este sentido, destaca que Telefónica optó por concentrarse en sus "mercados principales", como Alemania, con la compra de E-plus, o Brasil. En cuanto a España, destaca la decisión de empaquetar los servicios y la fuerte inversión en nuevas redes, que ha llevado al país a tener la red de fibra óptica más extensa de los pauses de su entorno.

Texto completo en  inglés 

SIXTEEN years was surely too long for anyone to remain as boss of Spain’s largest telecoms company, Telefónica. During his spell in charge, César Alierta, 70, who at last agreed to hang up his receiver this week, created a giant. Telefónica expanded far and wide in Latin America and Europe, yet the benefits to shareholders were hard to see.

A former stockbroker who was famously fond of cigars, Mr Alierta became one of the most powerful businessmen in Spain. Under his guidance, Telefónica’s debt-fuelled expansion mirrored Spain’s own overheated economic boom and subsequent slump. Early on he had shown caution: his tenure began with his cleaning up the mess that resulted from Telefónica’s dud investments during the dotcom bubble. Then, like bosses at other big Spanish firms such as Santander, a bank, Mr Alierta was tempted to splurge. Telefónica bought BellSouth’s Latin American mobile operations in 2004; acquired O2, a British telecoms firm, in 2006; and invested in China. By 2007 its market value exceeded €100 billion ($150 billion).

Under Mr Alierta’s guidance, Telefónica invested some €100 billion in all and its customers grew to 322m, from 68m in 2000. That sounds impressive, but it brought shareholders relatively little to cheer. Their returns, including reinvested dividends, amounted to minus 4.7% over the course of his tenure. Reasons exist to doubt his grand promise that dividends are assured for the next decade, as Telefónica will have to pay down debt in the next few years. One consolation is that other former telecoms monopolies, such as Telecom Italia, did even worse. Nimbler rivals such as Vodafone, however, delivered more solid returns.

Spaniards see a generational shift under way in politics, as newcomer parties like Podemos and Ciudadanos show. Might some similar change be in the offing among corporate leaders? Spain’s largest firms are run by powerful executive chairmen, men in their late 60s who have been bosses for over a decade. In fact, Telefónica is not ushering in radical change. Its new boss is likely to be a well-liked and slightly younger insider, José María Álvarez-Pallete, who has a notable fondness for endurance running. Given his predecessor’s lengthy time at the company’s helm, that is not necessarily encouraging.

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