Después de haber visitado a lo largo de mi vida numerosos puertos deportivos (tengo un pequeño barco de vela), mi sorpresa fue grande cuando pudimos observar (varias decenas, no exagero) de embarcaciones de recreo de inmensa longitud; de hecho, la marina no admite barcos con menos de 15 metros de eslora.
La pregunta obligada –ingenuamente- a nuestra guía (la muy amable Marketing Manager de tal complejo) fue de a quién podrían pertenecer semejantes embarcaciones. Menuda pregunta más tonta, la respuesta resultaba obvia: pues a banqueros y a emprendedores.
A continuación valía la pena observar las banderas de tales mansiones flotantes. ¿Sorpresa? Pues no, el 90% de las mismas correspondía a las Islas Caimán, conocido paraíso fiscal, con obvias conexiones a quien resultó ser durante largo periodo su metrópolis (Inglaterra).
Mientras tanto cae en mis manos el artículo semanal de Paul Krugman. En el mismo, sostiene el conocido premio Nobel de Economía que la desigualdad tiene poco que ver con la meritocracia (recuerden, aquel mito de la igualdad de oportunidades de la “American way of life”) y, en cambio, sí mucho que ver con la nueva oligarquía financiera. A modo de ejemplo, en Estados Unidos el pasado año los 25 gestores de fondos de cobertura (más conocidos como hedge funds) ganaron más del doble que todos los maestros de educación infantil juntos.
Á continuación, el maestro Krugman nos explica que las grandes ganancias de esas operaciones de corte meramente especulativo van a parar a los gestores de los mismos antes que a los propios inversores. Y eso que el riesgo, aunque infrecuentemente explicitado, no es en nada desdeñable para el que sus ahorros arriesga.
En definitiva, como se afirma en el libro de moda de Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, quienes hoy mandan, antes que los gobiernos, son los ricos, que trazan, con el beneplácito y la facilitación de países europeos con estándares tan avanzados como pueden ser los Países Bajos, las rutas del dinero que facilitan la escasísima tributación sobre los rendimientos empresariales y del capital.
Ayer pude observar cómo en una inmensa terraza de un yate escandalosamente grande, con helipuerto incluido, un potentado se despachaba un gin tonic a las 6 de la tarde. Me pregunto, en qué medida le sabría peor tal brebaje si antes hubiera pagado los impuestos que realmente le correspondían. Como asevera el mediático inspector de hacienda Francisco de la Torre en su también reciente publicación: ¿Hacienda somos todos?