viernes,19 agosto 2022
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Wenceslao Castañares, un maestro de la Semiótica

Humor y Comunicación Política
Wenceslao Castañares como persona

 Los contribuyentes que sostienen las Universidades españolas se merecen profesores/as que sean un modelo de competencia, de pasión por el saber y de excelencia en el trato personal. O dicho de otra manera, necesitamos profesores que sean buenas personas, creativos, auténticos y con energía para irradiarla a los estudiantes.

He conocido a muchos docentes en Institutos y en la Universidad. Por eso, creo que escribo con conocimiento de causa. Pues bien, Wenceslao Castañares reúne esas características. Lo bueno que tiene este tipo de profesor es que también sirve como estímulo para sus compañeros.

Estoy convirtiendo esta introducción en un discurso epidíctico o laudatorio. Efectivamente, no soy imparcial cuando estoy juzgando a Wenceslao Castañares como persona. Ahora bien, de lo que me voy a ocupar en esta columna es de cómo él también constituye un modelo de investigador. Hay libros cuyo mejor destino es constituirse en modelos de cómo los investigadores españoles están a la altura de los tiempos.

¿Semiótica? Y eso, ¿qué es? Por ejemplo, lo que demuestra Castañares.

Hace unos días, Wenceslao Castañares ha presentado en Madrid su libro Historia del pensamiento semiótico. 1. La antigüedad grecolatina (Editorial Trotta).

Puesto a destacar los aspectos fundamentales del libro, me fijo en los siguientes:

Ante todo, nos encontramos ante una obra que no se limita a reunir doxografías diversas; es decir, el libro de Castañares no recopila sólo las opiniones que muchos autores han emitido a través de más de un milenio- desde Homero (siglo VIII a.C.) hasta San Agustín (siglo IV d.C.)

Este autor demuestra que tiene un pensamiento muy creativo. Podemos leer cada capítulo como si estuviéramos ante los de una novela o las secuencias y escenas de una película. Y además, utilizando toda la variedad de los movimientos de cámara y de planos: hay párrafos-panorámicas; hay párrafos-trávelings; encontramos primeros planos, planos de figura, etc. Y lo hace con una facilidad que sorprende. Porque los asuntos no son fáciles. En resumen, como diría Juan Marichal, el escritor y profesor tinerfeño, que enseñó nada menos que 40 años en Harvard, el investigador Castañares tiene «voluntad de estilo» . Cuando disponga de tiempo, procuraré dedicar una columna para ilustrar ese tipo de párrafos-movimientos de cámara y párrafos-planos. Espero que no me ocurra lo que, salvando la gran distancia, le ocurrió a Ortega: Se murió sin haber escrito Paquiro o los toros, que anunció durante cuarenta años.

Un gran profesor que ha leído mucho y ha asimilado más

Castañares ha leído mucho. Como diría Husserl, ha ido «a las obras mismas» . Dejo aquí a las personas reflexivas que calculen la enorme cantidad de horas que el autor ha dedicado a leer las obras originales en griego y en latín. El libro irradia «auctoritas», es decir, que no es siervo de las opiniones ajenas.

El autor promete que va a continuar investigando y escribiendo la continuación de la Historia de la Semiótica. A la vez, habrá ido ofreciendo pautas, pistas para que otros avancen en el terreno de la Semiótica. Sobre todo, la obra de Castañares es el mejor antídoto contra la pedantería, la vaciedad y la cursilería que algunos asocian a los «estudiosos » de la Semiótica.

Lo que descubrimos en los capítulos sobre epicúreos y estoicos

Ya metidos en el libro, exactamente hasta la pág. 100, el autor se ocupa de la Grecia pre-platónica, de Platón y de Aristóteles. Quienes hemos cursado Filosofía, ¿cuántas veces habremos estudiado a los presocráticos, a Sócrates, Platón y Aristóteles? Pues bien, cuando leemos esas páginas, podemos ir anotando, en los márgenes, las ideas originales de Castañares, lo que él pone sobre lo dado, sobre lo que hemos recibido. Es una forma mucho más completa de concebir la Historia de la Filosofía. Sí, de esa Filosofía que ahora quieren sumergir en los planes de estudio. Así es que, el libro de Castañares es uno de los mejores medios para reflotar la Filosofía. Esta obra muestra lo inútil que resulta intentar mantener un corcho, perdón, la Filosofía, en el fondo del agua.

El capítulo que el autor dedica a los epicúreos representa lo que los anglosajones denominan «an eye opener» , lo que sorprende sobre los hechos de la vida que admitimos como corrientes. Los cineastas hablan de «remake» o «nueva versión » de algunas películas. En muchos casos, la nueva versión no llega a la altura de los zapatos de la original. Recomiendo que quien esté interesado en los epicúreos, o les suene la opinión ramplona que asocia epicúreos a placer, lean las 32 páginas que Castañares dedica a este asunto. Y que luego vengan y me lo cuenten.

Dedica «sólo » 25 páginas a los estoicos. Titula el capítulo «La complejidad del significado» . Es uno de los aspectos en los que me parece que el autor afirma algo, mientras que su escrito demuestra algo distinto. Después de leer este capítulo, me resultan mucho más sencillo comprender los estoicos.

Nada menos que los romanos y San Agustín

Casi 50 páginas dedica Castañares a los romanos. Puede parecer un atrevimiento comparar ese texto con el inmenso Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Cedric Gibbons, el primer historiador moderno (1737-1794). Ahora bien, si tenemos en cuenta que la clave de muchas cosas está no en hacernos con la mayor cantidad de información importante sino en disponer de la menor cantidad de información no importante, reconozco que el autor da en el clavo. Y mucho. Sólo hay que ver la inmensa literatura que ha surgido de los asuntos que preocupaban a los romanos: la adivinación, la retórica y la medicina. Quienes tengan afición a escribir sobre estos asuntos, que acudan a ese capítulo.

Finalmente, Castañares escribe 65 páginas sobre «Una teoría general de los signos». Esa teoría es de Agustín de Hipona, de San Agustín. Este capítulo es el que más se asemeja a una novela policíaca, porque el autor decide no fiarse de las versiones recibidas sino que daa visión original. Como si estuviera jugando- así pintaba Goya-. Logra lo que pretendía. Por eso, me pongo en el lugar del autor y encuentro, como lo más natural, que decida dedicar sus esfuerzos a continuar la Historia de la Semiótica.

Voy un paso más allá. Aunque los dos hayamos trabajado, durante largos años, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, los dos nos sentimos atraídos por la Filosofía. Entonces, le animo a Wenceslao Castañares a que dedique todo su esfuerzo en los próximos años a saltar a la Web y grabar todos los capítulos de este libro y de los sucesivos en video y alojarlos en Internet para que un público, en principio ilimitado, se dé cuenta de la importancia que tienen la Filosofía y la Semiótica.

Él lo puede hacer. Otros, no. Es un gran orador. Es sólido. Es creativo.

Entonces, yo prefiero la seda de la Filosofía y de la Semiótica, al percal de la charlatenería pseudofilosófica y de la estafa pseudosemiótica.

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