De ahí que los ancianos buscaran siempre una reparación en especie, cabezas de ganado, o en una prestación comunitaria en otros pueblos, siendo rara la aplicación de la pena de muerte. Es muy elocuente, a este respecto, una máxima de los bembas, de Zambia: “Es bueno encontrar un panal de abejas en la selva, y aún es mejor encontrar dos; pero si encuentras tres, eso es brujería”. Y la comunidad lo castigaba por su codicia porque entendían que si has encontrado dos panales y sigues buscando y te apoderas del contenido de un tercero, apropiándote de la miel que correspondería a otra persona, ya no actúas con un corazón puro. A eso, en su lenguaje tradicional denominaban “brujería” por no decir “codicia” que era un crimen detestable y más grave.
Es falsa la generalización de que, en las sociedades africanas precoloniales, sólo imperaba el caciquismo, el sometimiento al jefe de la tribu o al rey. El mismo concepto, tan absurdamente generalizado, de "tribalismo" hoy se toma con mucha más prudencia y acercamiento a la realidad que conoció instancias superiores y anteriores a la tribu, término más bien acuñado por los colonizadores para esconder su ignorancia de las lenguas, de las creencias y de los códigos de conducta de unas sociedades, a veces, muy evolucionadas con controles y equilibrios de poder para controlar al ejecutivo.
La participación popular en la toma de decisiones era más grande de lo que se ha dicho. Los jefes rendían cuentas y podían ser depuestos y sancionados con arreglo a códigos establecidos.
En general, por tribu se entiende un grupo de personas o familias que hablan una misma lengua, reconocen un ancestro común y están unidas por relaciones de parentesco, aunque a veces, sea preceptivo buscar esposa en otro clan para mantener un sólido entramado de alianzas. Como sucede con los fang que es uno de los grupos bantúes más fuertes y de los más numerosos pues superan los veinticinco millones de personas extendidos por Camerún, Guinea Ecuatorial y norte de Gabón.
Si metodológicamente es útil clasificar a los pueblos africanos por sus troncos comunes en bantúes, nilóticos o sudaneses, hay que señalar que el mestizaje ha sido continuo durante siglos y que, unos y otros, se han enriquecido mutuamente. Podemos intentar seguirlo por la vía del lenguaje, de los rasgos físicos, de las tradiciones religiosas y de las costumbres, pero siempre abiertos a las múltiples influencias porque no existen etnias puras ni, por supuesto, una única raza negra.Partimos de que en el continente africano se encuentran los negroides (pigmeos), los bosquimanos y hotentotes (o grupos de habla “clik” por el chasquido linguo-palatal que emiten al hablar), los camitas (que penetraron desde el Este y se distinguen: libios, beréberes y tuaregs, por un lado; y egipcios, amhara y somalíes, por otro), los semitas (árabes que penetraron como conquistadores a partir del siglo VII) y aparte de asiáticos y europeos.
Cualquier simplificación es impertinente y fuente de toda clase de errores y de injusticias pero que estoy de acuerdo con Leo Salvador cuando destaca unos elementos culturales muy característicos que es preciso tener presentes al proceder a cualquier clasificación: Un estrecho contacto con la naturaleza. Viven en armonía con ella y no son esclavos de la técnica. Supremacía de lo social y comunitario frente al interés individual. Expresión oral, que tiene como instrumento principal la palabra y por archivo la memoria. Sentido de lo sacro. Sus tradiciones reflejan una visión religiosa del mundo. Junto a esto, yo añadiría una natural sensualidad junto a un sentido del ritmo innato y una alegría que se expresa con la misma espontaneidad que las demás emociones.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito, Universidad Complutense de Madrid (UCM)