jueves,18 agosto 2022
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África, continente de esperanza (II): restaurar la armonía

El Envés
En un mundo de recursos limitados y lucha por la subsistencia, donde tener en cuenta las necesidades del medio ambiente era práctica común el no tomar más que lo necesario y tratar de restaurar la armonía de la naturaleza. Para Occidente, fue una evolución en la concepción de la justicia el "ojo por ojo y diente por diente. En la sociedad masái y en otras muchas de larga tradición en África, la justicia no se basaba jamás en venganza, sino en restaurar la armonía social vulnerada por el delito.

De ahí que los ancianos buscaran siempre una reparación en especie, cabezas de ganado, o en una prestación comunitaria en otros pueblos, siendo rara la aplicación de la pena de muerte. Es muy elocuente, a este respecto, una máxima de los bembas, de Zambia: “Es bueno encontrar un panal de abejas en la selva, y aún es mejor encontrar dos; pero si encuentras tres, eso es brujería”. Y la comunidad lo castigaba por su codicia porque entendían que si has encontrado dos panales y sigues buscando y te apoderas del contenido de un tercero, apropiándote de la miel que correspondería a otra persona, ya no actúas con un corazón puro. A eso, en su lenguaje tradicional denominaban “brujería” por no decir “codicia” que era un crimen detestable y más grave.

Es falsa la generalización de que, en las sociedades africanas precoloniales, sólo imperaba el caciquismo, el sometimiento al jefe de la tribu o al rey. El mismo concepto, tan absurdamente generalizado, de "tribalismo" hoy se toma con mucha más prudencia y acercamiento a la realidad que conoció instancias superiores y anteriores a la tribu, término más bien acuñado por los colonizadores para esconder su ignorancia de las lenguas, de las creencias y de los códigos de conducta de unas sociedades, a veces, muy evolucionadas con controles y equilibrios de poder para controlar al ejecutivo.

La participación popular en la toma de decisiones era más grande de lo que se ha dicho. Los jefes rendían cuentas y podían ser depuestos y sancionados con arreglo a códigos establecidos. 

En general, por tribu se entiende un grupo de personas o familias que hablan una misma lengua, reconocen un ancestro común y están unidas por relaciones de parentesco, aunque a veces, sea preceptivo buscar esposa en otro clan para mantener un sólido entramado de alianzas. Como sucede con los fang que es uno de los grupos bantúes más fuertes y de los más numerosos pues superan los veinticinco millones de personas extendidos por Camerún, Guinea Ecuatorial y norte de Gabón.

Si metodológicamente es útil clasificar a los pueblos africanos por sus troncos comunes en bantúes, nilóticos o sudaneses, hay que señalar que el mestizaje ha sido continuo durante siglos y que, unos y otros, se han enriquecido mutuamente. Podemos intentar seguirlo por la vía del lenguaje, de los rasgos físicos, de las tradiciones religiosas y de las costumbres, pero siempre abiertos a las múltiples influencias porque no existen etnias puras ni, por supuesto, una única raza negra.Partimos de que en el continente africano se encuentran los negroides (pigmeos), los bosquimanos y hotentotes (o grupos de habla “clik” por el chasquido linguo-palatal que emiten al hablar), los camitas (que penetraron desde el Este y se distinguen: libios, beréberes y tuaregs, por un lado; y egipcios, amhara y somalíes, por otro), los semitas (árabes que penetraron como conquistadores a partir del siglo VII) y aparte de asiáticos y europeos.

Cualquier simplificación es impertinente y fuente de toda clase de errores y de injusticias pero que estoy de acuerdo con Leo Salvador cuando destaca unos elementos culturales muy característicos que es preciso tener presentes al proceder a cualquier clasificación: Un estrecho contacto con la naturaleza. Viven en armonía con ella y no son esclavos de la técnica. Supremacía de lo social y comunitario frente al interés individual. Expresión oral, que tiene como instrumento principal la palabra y por archivo la memoria. Sentido de lo sacro. Sus tradiciones reflejan una visión religiosa del mundo. Junto a esto, yo añadiría una natural sensualidad junto a un sentido del ritmo innato y una alegría que se expresa con la misma espontaneidad que las demás emociones.

José Carlos García Fajardo

Profesor Emérito,  Universidad Complutense de Madrid (UCM)

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