jueves,18 agosto 2022
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Una nueva aportación al debate sobre las medidas de la profesión docente propuestas por el ministerio

Ampliando las fronteras de la profesión docente: de lo individual a lo colectivo

Director Instituto Emergente de Investigación en Formación de Profesionales de la Educación (IFE.uma), Universidad de Málaga
Frente a una mirada individualista de la profesión docente es preciso avanzar hacia una concepción colectiva, donde el trabajo conjunto y colaborativo construye la praxis educativa. Para ello planteo una educación basada en un conocimiento situado, complejo y en acción.

No cabe duda de que la profesión docente se encuentra en el centro del debate político educativo. Se asume el mantra, presente en el documento de debate del Ministerio de Educación para la mejora de la profesión docente, que ningún sistema educativo será mejor que su profesorado. Desde mi punto de vista, una cosa es asumir la importancia de su papel en la calidad de los sistemas educativos y otra es situarle por encima de cualquier otra responsabilidad. Así considerado, se quedan fuera de foco cuestiones como las condiciones de trabajo, los modelos organizativos, los presupuestos educativos, los desbarajustes de las políticas educativas, etc. De este modo es fácil colocar al docente en el centro de la diana. Para bien o para mal. Un docente comprometido, sin duda, hará un buen trabajo allá donde esté. Pero si además de buen docente, el contexto escolar también es el mejor posible, sin duda su actuación será mucho mejor.

El modelo de “buen docente”

En la mentalidad buro-tecnocrática del legislador, en estos tiempos de neoliberalismo, la tentación es clara: diseñar el tipo de docente que mejor se acomode a este escenario. Elaborar un catálogo de competencias profesionales cumpliría claramente este objetivo. Supone llevar al mismo aquellas funciones que desarrollan el modelo que se entiende más eficaz. Podemos hablar de una especie de Prometeo tipo Frankenstein, elaborado con competencias, a modo de piezas de mecano.

Una primera mirada a este modelo me lleva a pensar en una responsabilidad individual: cada sujeto docente debe incorporar en su desarrollo el conjunto de piezas que componen su diseño. Se pone a funcionar la máquina de fabricar docentes, y obtenemos un cuerpo profesional homogéneo, compuesto de individuos multicopiados, cada uno de ellos capaz de funcionar de forma completa.

So consolida así, el ideal del racionalismo liberal individualista, que aboga por una aplicación técnica de supuestos principios científicos. El resultado es el desarrollo de una ética individualista de la profesión: Cada docente es plenamente responsable de la educación de su alumnado, tanto en su éxito como en su fracaso. Este planteamiento “competencial”, así pensado, vuelca en cada docente el conjunto de competencias que cada una y cada uno debe adquirir y desarrollar.

Para que nada cambie

Una consecuencia es clara; se reduce de forma radical la aplicación de fórmulas de evaluación del sistema: evaluado el docente, muerta la rabia (me permito esta licencia refranera tuneada). Pero también, entiendo que supone reproducir una práctica de la profesión centrada en el modelo convencional: docente frente a grupo de estudiantes, en un orden segmentado por cursos, niveles, asignaturas y especialidades. Es difícil no pensar en que el legislador tiene este pensamiento cuando se preocupa por acotar el trabajo docente de este modo. Pensar en un ejercicio más abierto de la profesión obligaría a complejizar de tal manera este catálogo que claramente lo haría inviable.

De esta forma, entiendo que apostar por una propuesta de este tipo, por competencias, apunta a sostener y reproducir este modelo educativo. Si la apuesta es por un cambio profundo del sistema escolar acorde con un proyecto de transformación social, crítico y emancipador, el modelo profesional necesita otra orientación.

Para qué educación

Desde mi particular posición apuesto por un sistema que rompa la matriz de poder implícita en la educación actual. Esto supone, por un lado, reconocimiento del valor de la experiencia de los sujetos como conocimiento del mundo. Esto apunta hacia el principio del conocimiento situado y la soberanía epistemológica de los sujetos y los colectivos. Por otro lado, la educación se construye desde el diálogo entre estos diversos conocimientos situados; ampliando el rango de estos hasta donde queramos, incluyendo, obviamente, los relatos académicos científicos. Hablo en este caso de un conocimiento complejo y democrático. Por último, la educación tiene sentido cuando nos permite participar en la construcción del mundo. No solo reproducirlo. En este caso planteo lo que denomino conocimiento en acción. Esto es, aquel que construye una realidad “otra” basada en los valores radicales de la humanidad: equidad, emancipación y solidaridad.

La docencia como acción colectiva

Esta apuesta educativa requiere otro modelo profesional que rompa con el paradigma de la individualidad. Entiendo que se hace necesario empezar a contemplar la docencia desde una mirada colectiva. Esto significa que las competencias profesionales (por mantener el concepto al uso) no se reproducen en todos y cada uno o una de los o las docentes, sino en el colectivo. Esto es, en quiénes comparten un mismo escenario educativo y social. Deberíamos dejar de pensar en un modelo homogéneo. La riqueza de la experiencia educativa radica en la diversidad que nos caracteriza a los seres humanos, y la posibilidad que cada uno aporte desde su singularidad. El éxito está en el colectivo.

A nadie se nos escapa que cada una y cada uno afronta el trabajo docente de acuerdo con sus características personales, su propia biografía y su particular mirada del mundo. Por tanto, es la confluencia de las diversas “competencias” la que construye una acción educativa de cambio. No se trata de buscar el mejor docente, sino la comunidad profesional docente capaz de afrontar su tarea de forma colectiva. De esta forma cada uno y cada una aporta desde su peculiaridad y entre todas y todos se crean las condiciones educativas más adecuadas.

Esto supone plantearse la práctica docente no como un problema de uno a uno (un docente con un grupo) sino de un grupo de docentes, trabajando conjuntamente con un grupo de alumnas y alumnos. Esto es, es un asunto que pertenece al colectivo. Este para mí sería la primera condición para una mirada ética de la enseñanza. En este caso, una ética colectiva. La ruptura con este modelo “cartón de huevos” sería la primera premisa para pensar en un cambio educativo y, por tanto, de modelo de profesión docente.

 

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