jueves,18 agosto 2022
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Ramón Tamames / Erasmus

Buscando a Dios en el universo. Una cosmovisión sobre el sentido de la vida

Ramón Tamames
En Buscando a Dios en el universo, trato de desvelar por qué una serie de eventos cosmológicos están a favor de la idea de una Inteligencia Superior (IS, el Dios posible) que en momentos determinados puede haber intervenido en pro de la creación del cosmos y su triple evolución: del espacio/tiempo desde el big bang, esto es, desde el universo como un libro abierto (Galileo dixit), a un complejo programa de ordenador, para una expansión indefinida o con o con retorno (big crunch).

En paralelo, la materia, desde el plasma originario se diversificó a más de cien elementos de la tabla periódica de Mendeléyev, ordenados según su creciente peso atómico de cada uno. Todo eso, sin olvidar las enigmáticas materia y energía obscuras.

En tanto que la evolución biológica se desarrolló desde la prime- ra bacteria viviente hasta el homo sapiens, con las posibilidades futuras del transhumanismo en el antropoceno.

En la dirección que apuntamos, se trata de intuir, conocerlo aún resulta imposible, cómo pudo intervenir la IS, sin que esa participación pueda sustanciarse hoy vía la revelación o de cualquier clase de misticismo. En vez de esas dos sendas, con todos los respetos, cabe buscar a través de los hechos científicos ya conocidos y los hasta ahora no explicables; episodios todavía in- ciertos. En ese sentido, tratamos de resumir, en diez, los temas sobre los cuales será más útil discernir:

1. El Big bang es una teoría que parece perfectamente confirmada (Lemaître, Hubble, Gamow), excepto que no se sbe por qué empezó hace 13.800 millones de años: ¿es- pontáneamente o la que llamamos explosión tuvo un deto- nante aún no explicado? Realmente, atribuir ese acto fun- dacional del todo, al azar y la necesidad, es reconocer unanotoria incertidumbre, en contra de la precisión que está en el espíritu propio de la ciencia.

2. ¿Qué pasó antes del big bang y cómo será el final de la expansión? No tenemos idea si será eterna, hasta terminar en un caos frío e inerte; o si habrá un retorno con el big crunch. Con la amnesia cósmica intermedia de los suce- sivos ciclos, a menos que la IS mantenga registros de un proceso virtualmente eterno.

3. La segunda evolución, de la materia, es evidente, en la línea de los crecientes pesos atómicos de los elementos, según la tabla periódica –del hidrógeno al uranio— desarrollada por Dimitri Mendeléyev. Una relación fija de la natura- leza, que ha sido continuada por el propio hombre, con la creación de nuevos especímenes, como el plutonio y otros. ¿Existía esta tabla en el ordenador de la IS antes incluso del big bang? ¿Será esa estructura evolutiva de la materia la misma en otros universos, de haberlos? ¿Cómo se sucedie- ron esos elementos en la realidad, con pautas tan admirables?

4. La tercera evolución, después del Universo y la mate- ria, es la biológica. Una certeza científica desde Wallace y Darwin. Pero no tenemos idea de si en un discutido avance teleológico, hacia la máxima perfección de los seres vivos en el sapiens, fue debido simplemente al azar y la necesi- dad, o si hubo algún tipo de teleonomía guiada por la IS, en momentos decisivos. Como fue la configuración del DNA – de 7.500 millones de kilómetros, como de la Tierra a Plutón en la longitud total de sus helicoides en el cuerpo humano—, o la configuración del cerebro (billones de neuronas interco- nectadas). Como plantearon Collins y Wallace, respectivamente.

5. Hay muchas indicaciones de que la Tierra puede ser un planeta antrópico (Wheeler, Rees, Bryson), en medio del Universo, con un Sol a la distancia debida, para aprovechar- lo y resistirlo; una Luna grande, convenientemente ubicada; el calentamiento global para una temperatura disfrutable; el campo magnético para la defensa frente a radiaciones del exterior, etc. En definitiva, el planeta experimentó el triple proceso evolutivo ya expuesto, y llevó a los humanos a que son; permitiéndoles su continuidad, en una zona cal- mosa de la galaxia Vía Láctea. Y la pregunta es: ¿podrían ser tales circunstancias una señal significativa de que la IS protegió y protege la vida misma del proyecto humano, hasta donde hoy sabemos, con algún designio definido de observación aún no conocido en la idea de que la Tierra sea un planeta de montaje, como imaginó Asimov, para ver desde algún lugar virtual cómo funcionamos?

6. La siguiente cuestión: ¿Existe alguna civilización avanzada en algún lugar del universo aparte de la Tierra? ¿O se encuentra la humanidad sola en un cosmos que tiende a la infinitud? La posible respuesta ¿vendrá con el progreso de la cosmología y de la astrofísica? En cualquier caso, la pa- radoja de Fermi (enormes distancias insalvables entre los cuerpos celestes para convivir e incluso comunicarse), hace pensar que la Tierra es un algo único, lo que nos obliga a su conservación sine die. En la idea de una continuidad en las generaciones venideras, que un día ocuparán el sitio que les dejemos en el Navío Espacial Tierra (NET, Boulding dixit) en su viaje indefinido a través del Universo.

7. Aparte de las cuestiones cosmológicas vistas hasta aquí, hay otras tres a tener en cuenta, comenzando por qué puede esperarle al hombre en su evolución, ya en las etapas del transhumanismo y de la inteligencia artificial, cuyo repertorio de posibilidades de conciencia y capacida- des cognitivas resulta hoy inimaginable. Y en la futura larga secuencia, cabe preguntarse: ¿será posible que se destruya la presente civilización –única conocida en el universo hasta ahora—, o habrá alguna previsión de la IS para preservar a la humanidad de peligros macroletales, como colisiones de grandes asteroides, incidencia de estrellas supernovas, choque de planetas errantes, etc.? ¿Se preservará la Tierra como plataforma de experiencia hasta ver dónde llega la humanidad? Tal vez sólo una IS pueda descartar tan gran- des peligros, y permitir así que la triple evolución siga en marcha.

8. En la dirección apuntada, ¿podremos suponer que el más alto nivel de evolución humana puede significar que se logre un día la armonía global, el punto omega previsto por al- gunos (Teilhard de Chardin), como culmen de la especie ensu faceta de solidaridad y creatividad? De ser alcanzado ese máximo nivel ¿sería factible dar fin a los peligros propios de la confrontación dentro de la humanidad, en forma de gue- rras cada vez más aniquiladoras? Y si ese omega se alcanza, ¿habrá cierta confluencia de la humanidad con la IS?

9. Entre actitudes pesimistas (a lo Kirkegand o Camus) u op- timistas (el principio esperanza), los seres humanos, hoy especialmente en los países más desarrollados, pueden elegir su propio iter personal; para aumentar su nivel de cono- cimiento de la creación evolutiva y entender a la postre que ese es el propio sentido de la vida. Desde los tiempos del gran obispo de Hipona (San Agustín), se piensa que el su- premo objetivo del intelecto, consiste precisamente en co- nocer cada vez más a fondo el Universo en que vivimos y el cuerpo humano en que nos guarecemos. Como también ca- be plantear como meta cognitiva máxima la confluencia de gravedad/relatividad/mecánica cuántica para la explicación del todo, según lo previsto por Einstein, Feynman y otros.

10. La religión es creer por la fe en una IS, que al tiempo sería la representación del amor, la justicia, la bondad, y de tantas otras cosas buenas. Sería el Dios creador y protector de sus hijos. Del otro lado, la ciencia busca explicaciones racionales de la creación evolutiva en medio de la cual nos hallamos. En esa doble vía, la religión podrá encajar filosófi- camente, cada vez más, con la Ciencia. Y la Ciencia habrá de tener respeto por la religión filosófica, considerando que sus intuiciones fundamentales podrían tener mañana una explicación científica, comprendiendo que haya creencias todavía no comprobadas sobre la eternidad.

Preguntas sagaces

Con todo lo dicho hasta aquí sobre el libro Buscando a Dios en el universo, la última pregunta que puede hacerse al autor me la formuló hace tiempo un sagaz interlocutor:

⎯ Y entonces, al final de libro, ¿Vd. piensa que ha en- contrado a Dios?

⎯ Lo he buscado sin cansancio, a través de lo mucho o po- co que he podido percibir a través de la Ciencia.

⎯ Insisto, al final ¿ha encontrado o no a Dios? Díga- noslo…

⎯ No sé si he encontrado a Dios, pero sí que lo intuyo. Y en ese sentido, no coincido con Norwood Russell Hanson, que en su libro Por qué no creo, según me recordó Juan Arana, viene a decir que se necesita la prueba final: “una especie de voz en off resonando en todo el Univer- so: Sí, existo, yo soy Dios”. Así ocurrió proféticamente con Moisés en el monte Sinaí, según él informó a todos (Éxodo). Y lo mismo dicen que le sucedió a Paulo de Tarso, llegando a Damasco (según Los Hechos de los Apóstoles). Y por su parte, Teresa de Ávila, conectó “en- tre los pucheros” de su residencia monacal… Pero todo eso es presunta revelación o misticismo.

⎯ Ciertamente, hay esas revelaciones a lo largo de la Historia, que pueden o no creerse. Y el caso es que, ahora nos viene Vd. con lo de la intuición: con eso no basta…

⎯ Insisto en lo ya dicho: muchas verdades primero las hemos intuido. Antes de muchos descubrimientos cientí- ficos hubo intuiciones de ellos…

⎯ Tal vez. Pero, ¿puede decirme si podrá confimar pronto sus intuiciones?

⎯ Para muchos ya está confirmada… Es el caso de Francis Collins, el director del Proyecto Genoma, para quien las cuatro letras del ADN son el alfabeto de Dios, de toda la creación de la vida. Por su parte, Einstein dejó claro (primero a Niels Bohr, en 1927, en la Conferencia Solvay en Bruselas, y después a Max Born, vía carta), aquello de que “Dios no juega a los dados con el Universo”. Co- mo podemos recordar, también, a Schröndinger cuando se refirió a la vida: “¿Cómo surgió? Eso solamente lo sa- be Dios”. Y hay muchos más casos, de sabios creyentes en la IS o Dios. Como también hay ateos militantes, que llegan a hacer del ateísmo una religión que tiene como dios fundamental la gravedad (Richard Dawkins, el ci- tando Hanson, etc.).

Por último, y ya fuera del decálogo anterior, no cabe duda de que el ser humano tiene el instinto de la felicidad, que se alcan-za de tiempo en tiempo, en los más raros momentos en que sentimos un equilibrio casi perfecto, en circunstancias que nos hacen intuir la grandeza de la propia vida, del privilegio de haber nacido.

Creo haber tenido esa sensación algunas veces, y la última de ellas hace bien poco, el 5 de diciembre de 2018, víspera de los 40 años de la Constitución Española. Fue escuchando en el Au- ditorio Nacional de Madrid la Novena Sinfonía de Beethoven y, más en concreto, su segundo tiempo.

En esa ocasión, en mi cerebro, el recuerdo del momento históri- co del referéndum constitucional de hace cuatro décadas se juntó con la alegría de intuir el hecho de haber cumplido con el deber. Convergiendo ese pensamiento con el placer de escuchar el sublime adagio previo al Himno a la Alegría (letra de Schiller).

Fue un momento perfecto, no exento tal vez de algún tipo de relación cósmica aún indescifrable. Me sentí transportado a un nivel nunca antes experimentado, de felicidad.

Luego, al salir a la calle, ya era otra cosa.

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