Entre las cuestiones tratadas en La construcción social de la realidad, de Berger y Luckmann, se encuentra el caso del individuo que pasa de habitar una realidad social, un universo simbólicamente construido, a habitar otra que es incompatible con la primera. Esto lo llaman Berger y Luckmann alternation, palabra poco adecuada, y ponen como ejemplo clásico la conversión religiosa; casos más modernos son la conversión política y la superación de una personalidad caduca mediante el psicoanálisis. De estas transiciones dimensionales entre realidades hablábamos en este artículo, a cuenta de la conversación como sistema de mantenimiento de la realidad. Pues estas realidades sociales siempre se han de apoyar en algún tipo de interacción comunicativa. En lugar de alternation, que parece sugerir un cambio de va y viene, o una doble personalidad (como la del relato de Stephen King "Rest Stop", en Just After Sunset), propongo que hablemos aquí de conversión sin más. Me llama la atención en la descripción de Berger y Luckmann la dimensión de retrospección, aún más, de dominio retrospectivo de la situación, que hay en este fenómeno, una cuestión de interés narratológico. El que se convierte no sólo habita una realidad distinta, sino que esta realidad ha de corregir y reinterpretar a la primera, desde un punto de vista más comprehensivo, más totalizador, más explicativo. En suma, el converso o convertido ha adquirido no sólo una realidad distinta, sino un conocimiento superior de la realidad anterior en la que habitaba. La ve desde una perspectiva superior o dominante (topsight) inalcanzable para los que siguen atrapados en ella; es la perspectiva con la que la madurez ve a la juventud, o la vejez a la (in)madurez.
Puede haber un bucle de vaivén retroprospectivo en este topsight de la conversión.Es decir, puede que se vea de manera distinta no sólo la realidad anterior, sino (dentro de ella) aquellos elementos que interpretaban, de un modo que ahora se aprecia como limitado o erróneo, la realidad presente. Esta retrospección sobre (lo que entonces no se sabía como tal pero era) un elemento prospectivo, proporciona una doble seguridad de que ahora se está en lo cierto, y de que antes se erraba. La representación, y la representación de la representación, intensifican el dominio perspectivístico de la realidad.
Es de notar que todas estas superioridades perspectivísticas de las que hablo no tienen por qué ser tales para un observador del converso. El converso está muy seguro de haber hallado la luz, pero el observador podría muy bien interpretar la iluminación superior del converso como una devastación parcial de las meninges, y por tanto de la capacidad de juzgar qué perspectiva es la realmente dominante, qué explicación contiene a la otra o qué mundo contiene al otro como un fenómeno marginal. Pero, visto desde dentro, bien puede ser que lo que antes parecía crucial sea de repente irrelevante, o incluso pase a olvidarse, y estos cambios de prioridades y estos olvidos son los que crean, precisamente, el efecto de perspectiva dominante de que ahora goza el converso.
Cuando digo converso me refiero tanto al creyente que de repente ve la luz y descubre las tinieblas del mundo, como al ateo al que se le funden los plomos y sufre una iluminación repentina, raptado por Jesucristo o, dios nos libre, por Mahoma. Lo que tienen en común ambas situaciones es que en los dos casos el universo en el que se habita es una construcción simbólica, sujeta a alteraciones y a descoyuntamientos súbitos, siguiendo las alteraciones de la retina y de la red simbólica que le dan estructura.
Pero citemos cum commento el pasaje crucial de Berger y Luckmann, del capítulo sobre la sociedad como realidad subjetiva, en el que tratan de las dimensiones retroprospectivas de la perspectiva dominante, cuando el individuo transita de una realidad construida a otra. La reinterpretación, podemos resumir, es el dominio perspectivístico de la realidad previa, y requiere una distancia retrospectiva con respecto a esa realidad y a la parte del yo que estaba ligada a ella:
In addition to this reinterpretation in toto there must be particular reinterpretations of past events and persons with past significance. The alternating individual would, of course, be best off if he could completely forget some of these. But to forget completely is notoriously difficult. What is necessary, then, is a radical reinterpretation of the meaning of these past events or persons in one´s biography. Since it is relatively easier to invent things that never happened than to forget those that actually did, the individual may fabricate and insert events wherever they are needed to harmonize the remembered with the reinterpreted past. (Volvemos a encontrarnos con esta tendencia a la deshonestidad intelectual que va asociada a la conversión; la conversión nos tienta a reescribir el pasado y rehacerlo a nuestra medida…. Pero no perdamos de vista tampoco la deshonestidad intelectual que supone el aferrarse a las viejas creencias, especialmente cuando no se cree en ellas). Since it is the new reality rather than the old that now appears dominatingly plausible to him, he may be perfectly ´sincere´ in such a procedure—subjectively, he is not telling lies about the past but bringing it in line with the truth that, necessarily, embraces both present and past. This point, incidentally, is very important if one wishes to understand adequately the motives behind the historically recurrent falsifications and forgeries of religious documents. Persons, too, particularly significant others, are reinterpreted in this fashion. The latter now become unwilling actors in a drama whose meaning is necessarily opaque to them; and, not surprisingly, they typically reject such an assignment. This is the reason prophets typically fare badly in their home towns, and it is in this context that one may understand Jesus´s statement that his followers must leave behind them their fathers and mothers. (179-180)
Es por tanto en una pequeña comunidad aislada, separada de la realidad oficial o enfrentada a ella, donde se originan las nuevas realidades, y se mantienen fuera de contacto con "the light of common day" que podría hacerles perder brillo. También es en las microcomunidades marginales, en los micromundos privados de las parejas, en el enamoramiento, y en la folie à deux, donde se pueden generar los mundos artificiales más peregrinos y sui géneris.
En una entrevista reciente, Berger se reía recordando que unos revolucionarios sudamericanos le habían visitado confundiéndolo con un ingeniero social, por lo de The Social Construction of Reality, y le querían consultar sobre cómo construir una realidad nueva, que es en lo que estaban ellos. No sé por qué los desengañó Berger, cuando los podía haber remitido a este pasaje de su libro donde da la receta sobre cómo construir un sistema de creencias y un mundo simbólico entero a base de adoctrinamiento, aislamiento, liderazgo, y disciplina religiosa—y pone el ejemplo sobre cómo crear una comunidad de Ictiosofistas adoradores de los peces. Pero en realidad ya está todo estudiado desde los ejercicios espirituales de los jesuitas y las Autocríticas de los comunistas.
Cada sistema de creencias es un caso práctico de cómo construir una realidad alternativa, y maravilla es que no rocen más estrepitosamente unas con otras. Claro que para eso se han desarrollados las tácticas de convivencia y gestión de realidades compartidas que mencionábamos en el artículo anterior sobre la conversación como gestión de las realidades: convenciones comunicativas y protocolos de interacción que permiten que la gente interactúe en determinadas áreas (por ejemplo el trabajo) con personas que habitan en otras realidades ideológicas o parcialmente en otros mundos, sin que por eso se cuestionen los aspectos escondidos, privados, diferentes, excéntricos o sagrados de esas realidades. Así, es aconsejable evitar hablar de temas como política o religión con desconocidos o con según que conocidos en la conversación cotidiana—especialmente cuando sabemos que hay en el grupo personas de una creencia minoritaria o que habitan en otra dimensión.
Berger y Luckmann también tratan esta cuestión del solapamiento parcial de realidades de modo interesante, al reconocer que hay muchos tipos intermedios entre la re-socialización o conversión o viaje interdimensional a otra realidad según hemos venido comentando, y un fenómeno mucho más frecuente: la socialización secundaria, o adquisición de roles sociales, profesionales, etc.—que también modela y transforma la identidad del individuo, y le hace habitar en un mundo parcialmente aislado del mundo de los demás (el mundo académico, pongamos, o el mundo de los pescadores de altura, de los criadores de perros, etc.). En estos casos no se produce, sin embargo, una ruptura con la biografía anterior del individuo, sino un desarrollo o extensión de la misma. Sí hay problemas para mantener la consistencia en la identidad en especial cuando hay interferencia de roles, o roles discrepantes; la consistencia del individuo siempre es un problema en estos casos. Y hay casos fronterizos entre la socialización secundaria o profesional y la conversión (o "re-socialización", como se la llama aquí):
La consistencia se mantiene con una gestión de las relaciones sociales, manteniendo el trato con los antiguos Otros significativos, pero a distancia prudente—visitando menos a los padres, dejando atrás amigos, rompiendo totalmente con antiguas parejas, etc., y desarrollando nuevas relaciones en un círculo social asociado a la nueva identidad social. También aquí es interesante la estructura temporal y narrativística que esta fenomenología de la identidad imprime al trayecto vital:
Procedimientos contrarios, y que sin embargo forman un continuo, en el que todos vivimos en un grado u otro, pues todos somos parcialmente conversos por el mero hecho de crecer y desarrollarnos. Todo un terreno gris hay aquí, en el que la identidad se va reformando y transformando, manteniendo (aun en los casos más extremos de reconversión) una continuidad o hilo comunicante con el pasado.
Las dos actitudes hacia estas transformaciones de la identidad pueden formularse en forma de dos lemas. A uno gusta de apegarse la mayoría de la gente común, a otro la minoría de iluminados. El primero es: "Yo no cambio con el tiempo, soy el que fui". El segundo es: "No soy el que era, ahora soy otra persona." Los dos lemas son falsos—son mentira, pero son de esas mentiras que buscan engañarse a uno mismo primero (que es la mejor manera de engañar también a los demás…) —hasta el punto de que no tenga sentido hablar ya de engaño, pues con estas mentiras se van construyendo las verdades.