jueves,18 agosto 2022
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Africa, continente de la esperanza III

Desmitifiquemos a exploradores y viajeros sin criterios

Lecturas de un viejo profesor
Aún a riesgo de desmitificar a los famosos exploradores que abrieron la geografía de África a los ojos europeos en el siglo XIX, no vacilaremos en recoger las expresiones racistas y erróneas que, en gran parte, motivaron sus "proezas".

Recordemos a sir Samuel Baker que, en 1865, expresó una opinión muy extendida en Europa refiriéndose a los pueblos dinrka del alto Nilo: "son inferiores a los animales: su naturaleza no es ni tan siquiera comparable a la del noble perro… carecen de gratitud, de amor y de compasión" (sic). Pero, escribe Leo Salvador, los dinka son uno de los pueblos más importantes dentro del grupo nilótico. La altura media de los hombres es de 1:90, “su carácter es generoso, abierto y jovial”, y añade “todo su esfuerzo imaginativo se encuentra en los adornos masculinos y femeninos. Sin embargo, es muy rica la narrativa oral, que evoca la historia de su tribu y de sus héroes. Aprecian la familia y tienen muchos hijos.” Son característicos los profundos tatuajes en torno a la cabeza a los que se someten al llegar a la pubertad como signo de valor y de capacidad de asumir el desafío de la naturaleza hostil en la que, desde hace siglos, desarrollan su vida pastoril.

Tienen profundas creencias religiosas y sostienen que la ley moral viene dada por Dios, creador del mundo, y que toda culpa contra la familia, la comunidad o la naturaleza debe ser expiada voluntariamente o recibirán un castigo. Son famosos, aparte de por su piel muy negra y porque se tiñen de rojo su rizado pelo, por la costumbre de descansar una pierna sobre otra mientras se apoyan en una lanza cuando cuidan sus ganados. Lo hemos visto también en los elmoranes masái (guerreros o adultos que cuidan ganados). También es característica una maza de madera dura con un mango de 80 centímetros y que sirve como arma y como objeto ritual. Es muy significativa una tradición inveterada de los dinka: en su antigua democracia ninguna familia está autorizada a poseer más bienes que los que poseían las demás familias. Como la tierra es muy pobre es preciso que alcance para los ganados de todas las personas. No se concibe la propiedad de la tierra y, al igual que sucede en el pueblo pokot que viven en tierras de Kenia, sus leyes están asentadas más en la idea de compensación que en la de retribución.

Es, pues, preciso distinguir los descubrimientos geográficos y científicos de las tendenciosas afirmaciones sociológicas y culturales que nacían de la ignorancia acerca de las culturas de los pueblos africanos y de los prejuicios que se apoyaban en el imperialismo que los animaba y sostenía. No fue así cuando emprendieron la conquista de la India o la de China o de Camboya o de Tailandia o de Laos o de Malasia o de Mesopotamia o de Egipto, por no citar más que unos cuantos casos bien notorios. Pero es inadmisible que todavía en nuestro siglo se sustenten teorías apoyadas en prejuicios desmontados por los datos de la historia, de la fenomenología, de la sociología, de la antropología y de tantas otras ciencias que hoy es imposible ignorar. Y si esos prejuicios informaron actitudes perversas, la razón y la justicia obligan a reparar afirmaciones que presidieron conductas racistas inadmisibles y muy dañinas. Nuestra reparación con esos pueblos (sus descendientes, sí como nosotros los somos de los colonizadores y de los esclavistas y de los misioneros también). Además, tenemos que aplicar el concepto de “lucro cesante” que tanto se utiliza en otras zonas del Norte sociológico. Por esa razón no podemos extrañarnos de que nos devuelvan las “visitas” que les hicimos durante 500 años, para “Cristianizarlos, Civilizarlos e introducirlos en el Comercio”, las tres CES de la Conferencia de Berlín, en 1884/85.

Este sofisma está en la base de todos los documentos que trataron de explicar la conquista, la cristianización, la civilización europea, la colonización y los protectorados de esos pueblos sin distinguir ni respetar sus señas de identidad, su historia, sus culturas, ni el medio en el que desenvolvieron sus vidas. Los dominadores-protectores (como se vio en la Conferencia de Berlín) partieron de sus intereses económicos y estratégicos haciendo caso omiso de la realidad de esos pueblos, a los que saquearon y explotaron bajo diversas figuras seudo jurídicas, pero encubiertos bajo las expresiones de "filantropía, misión civilizadora, cristianización y apertura de mercados".

Partimos del hecho, ya admitido, de que las dificultades presentes: regímenes dictatoriales, militarismo, corrupción en los cuadros, crisis económica, guerras civiles y desastre ecológico, tienen su origen, en gran parte, en los años del colonialismo europeo. Y en la precipitada y forzada independencia de muchos de los nuevos Estados, a veces, en contra de la razón, de la evidencia y de la historia. La consideración de África como un salvaje y oscuro continente, en el que la vida es peligrosa, embrutecedora y muy corta, es un mito montado por los primeros colonizadores y exploradores, así como por no pocos misioneros (léanse las cartas de los franciscanos desde Costa de Marfil en el siglo XVIII, y no digamos lo que me dijo el Padre General de los Padres Blancos en una ocasión memorable y privada, pero él ya ha muerto y a mí poco me falta: “Lo terrible fue que, al principio, tuvimos que convencerlos de que estaban en pecado y de que nosotros veníamos a traerles el perdón y el mensaje de Cristo”), para justificar su dominio. Lo que los invasores extranjeros denunciaron como superstición, embrutecimiento e ignorancia, magia negra y ritos demoníacos, es considerado hoy por los expertos en sociología, en fenomenología de las religiones y en antropología, como sistemas muy coherentes y, en muchos casos, avanzados en relación con las culturas donde se desarrollaron y en el medio donde expresaron su diálogo con la realidad cósmica. 

 

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