jueves,18 agosto 2022
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El «Efecto Rebote»

Hace algunos meses tome una decisión arriesgada, me fui retirando la medicación. No toda, sino el antisicótico cuyos efectos secundarios me son intolerables (la quetiapina) me hace tener sobrepeso de forma exponencial, me genera síndrome metabólico (exceso de glucosa, diabetes, colesterol), me mantiene como una zombi emocional y me impide desarrollar el esfuerzo intelectual y físico que realizaba antes de mi diagnostico.
Como consecuencia hace dos semanas me devino el llamado “efecto rebote”, que no es más que un “síndrome de abstinencia” (lo desconocía). Resulta que una vez que tu organismo está intoxicado por psicofármacos es incapaz de subsistir sin ellos (es o no es un “síndrome de abstinencia” amigos psiquiatras?) . Y digo intoxicado porque cuando se me recetó en ningún momento se me informó de las consecuencias de iniciar dicho tratamiento.

El sistema sanitario es de perogruyo; no hay tiempo para tratar a un paciente con enfermedad mental, está simplemente desbordado, y en vez de tratarlo con medios menos agresivos se le receta un fármaco con tal grado de toxicidad (en escala siguiente a la quimioterapia) del que ya no podrá prescindir el resto de su vida; ha sido ya como considero “intoxicado”. Y es que los tratamientos se mantienen sine die sin plantearse tratamientos alternativos dado que no los cubre la Seguridad Social (al menos sus costes en medios personales y materiales).

Por otro lado a los psiquiatras les presiona en gran medida la familia cuando un enfermo ha entrado en crisis; dado el escaso nivel de información sobre la enfermedad mental es más fácil y tranquilizador para la familia mantenerlo con psicotrópicos aislado, con todas sus capacidades anuladas, que en un tratamiento a largo plazo donde se implique ésta.Y Por si fuera poco cada paciente de los centros de salud mental tiene como mucho una media de consulta mensual que poco margen de valoración puede dejar al psiquiatra o psicólogo.

A quién beneficia todo este sistema? es evidente; a la industria farmacéutica, y a otros denominados por los neoliberales free riders de partidas presupuestarias. ¿Y ahora nos asombramos de que de repente seamos el primer país de Europa en la prescripción de psicofármacos? Los médicos no tienen tiempo para abordar la soledad, el individualismo, los efectos de una crisis económica en la salud de la población.

Y no nos damos cuenta de que hemos llegado a tal estado por la necesidad que tienen los poderes neoliberales de que perdamos todo sentido crítico, por la falta de transparencia de los centros de decisión políticos. Ya decía el psicólogo social Erich Fromm en 1970 (el filósofo que abordó las causas del nacimiento del nazismo en la sociedad alemana)  que la salud mental  como criterio válido para todas las culturas venía determinada por un sentimiento de identidad basado en el sentimiento de sí mismo como sujeto y agente de las propias capacidades, por la captación de la realidad interior y exterior a nosotros, es decir, por el desarrollo de la objetividad de la razón.

Este criterio coincide en lo esencial con las normas éticas postuladas por los grandes maestros espirituales de la humanidad (Akh-e-Aton, Moisés, Confucio, Lao-Tsé, Buda, Sócrates, Jesús…). A priori dichas enseñanzas se basan en un pofundo conocimiento racional del hombre, de forma que sus preceptos no serían más que las recomendaciones de una ética humanista de la realización.. Ahora bien, este concepto también implica una propuesta social, ya que supone afirmar que no es el individuo el que ha de adaptarse a la sociedad, sino ésta a las necesidades del hombre.

Así lo avala el concepto de salud que propone la Organizacón Mundial de la Salud; la salud no es sólo la ausencia de enfermedad, sino la plena realización del hombre en todas sus facetas y para todas las individualidades.

Del resultado del debilitamiento de los sistemas públicos de salud, de los recortes presupuestarios a medios alternativos a los farmacológicos resulta que no hay suficientes recursos para derivar a pacientes como nosotros, con trastornos crónicos a psicoterapia, y menos para fomentar políticas educativas en hábitos saludables de salud; educar e informar a la sociedad sobre los riesgos a los que todos estamos expuestos a sufrir estos trastornos.

Pero ello no nos debe llevar a pensar que es debido a una falta objetiva de recursos, sino a la influencia de estos lobbies en los decisores públicos, en las políticas presupuestarias.

No nos debemos conformar con que ante el más mínimo indicio de trastorno se nos prescriba un fármaco que a largo plazo va a traernos más consecuencias negativas que positivas a nuestra salud.

No nos podemos dejar llevar tan fácilmente; debemos demandar la coordinación de nuestra sanidad con todos los resortes sociales, educativos, laborales, para que sea la solidaridad, la atención justa y adecuada a nuestra salud , a nuestras diferencias personales, la que impere y no la de algunos lobbies.

Esto es difícil de entender cuando no se ha pasado por la traumática experiencia de que un médico te ponga en la tesitura de tomar estos fármacos o ser hospitalizado en la Unidad de Agudos de un hospital, y ello porque desconocías que acabarías padeciendo “el efecto rebote” . Entonces te preguntas si vivimos en una sociedad dormida por un gran Leviathan que nos permite ser inconscientes de la deriva de nuestros destinos. 

 

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