jueves,18 agosto 2022
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Alfonso Piñeiro, de Comunidades Online y sus Profesionales

«El escándalo de Facebook era absolutamente previsible»

Redacción
Alfonso Piñeiro Pérez se presenta en redes como ocupado en estar libre y poniendo cerebro a la parte social de Internet desde su empresa @socialbrainsES. Comunicador en Beta Permanente, adicto a la transformación digital, ex-periodista, representa en Barcelona la Asociación Española de Responsables de Comunidades Online y Profesionales del Social Media (AERCO&PSM). Responde a preguntas de Ibercampus.es como la brecha de privacidad de Facebook, los bulos de salud en internet, sus plataformas, etc

¿Como ve el impacto de la crisis reputacional de Facebook tras extenderse el escándalo que denunciamos hace más de 6 meses en Ibercampus de invasión de la política por propaganda y violaciones a la privacidad?

Cuando tuve noticia del escándalo en torno a los sucesos de Cambridge Analytica me pareció vivirlo como quien escucha los ecos de algo absolutamente previsible. Mi percepción no casa necesariamente con la de cierto entorno de amistades y conocidos, que parecían despertar violentamente de un apacible sueño, en algunos casos, o señalar con el dedo acusador, el colmillo afilado y una expresión de suficiencia que decía “¿lo ves, lo ves? Si ya sabía yo…”

Considero que la crisis hay que estimarla en su justa medida. Primero, a estas alturas de la partida, a nadie le debería sorprender que el usuario es la moneda de pago de todas, de absolutamente todas, las plataformas de Internet que ofrecen sus servicios de forma gratuita; solo se puede sorprender quien voluntariamente ha decidido permanecer en la ignorancia durante todos estos años. Segundo, el tráfico y la interpretación de datos agregados, es decir, sobre los que no se pueden establecer vínculos que permitan identificar usuarios con nombres y apellidos, es algo completamente legítimo; como legítimo es oponerse a ello, y establecer los sistemas individuales, comunitarios o legales que se estimen oportunos para evitarlo. Y tercero, hablamos de un robo de información, mediante el uso ilegítimo de aplicaciones vinculadas a una red social, que es una posibilidad de la que nadie está a salvo; el mayor favor que nos podemos hacer a nosotros mismos es ser conscientes de una vez de que la seguridad al 100% no existe, y que allí donde exista un tesoro de información que se pueda atacar, allí estarán los expertos para extraer petróleo. Es un comportamiento tan humano que hasta avergüenza tener que explicarlo: si puedes obtener beneficio por lo que sabes, irás a donde puedas hacer caja.

Dicho lo cual, ¿tiene sentido cargar toda la responsabilidad sobre Facebook? Es tanto como echar la culpa a un fabricante de coches por las muertes producidas en carretera por la circulación irresponsable de los conductores que manejaban vehículos de dicha marca. Nuestros datos en redes sociales son vulnerables, como lo son nuestros reflejos al volante; y los gestores de las plataformas no son ángeles del buen custodio (nunca mejor dicho), al igual que los fabricantes de coches no son enviados de San Cristóbal (ídem), pero es responsabilidad de cada cual las aplicaciones que instala en sus dispositivos y en su entorno cibernético, como lo es de cumplir o no las normas de circulación. La educación es una herramienta mucho más poderosa que la combinación de multas ejemplarizantes y escarnio público y mediático. Siempre mejor una vacuna, si existe, que un cóctel de medicamentos. Y aquí existen vacunas. Cosa distinta es que resulte más fácil, más acrítico, más cómodo, hundir la reputación de un grande.

¿Tienen futuro autónomo plataformas sanitarias como las presentes este fin de semana en el Congreso de los periodistas y comunicadores de ANIS, que vinculan servicios con información,  o terminarán absorbidas por las gigantes digitales (Google, Amazon, Alibaba, Apple, Uber, Airbnb, etc.), como se dice sucederá con las finanzas, el comercio, los transportes o la educación por sólo citar grandes sectores?

Considero que en la propia pregunta está preconfigurada la respuesta más esperable. A pesar de los “sustos” como el de Facebook con Cambridge Analytica, si algo han demostrado los gigantes digitales como los que se mencionan es su ingente capacidad para generar sistemas de economía a partir de la interpretación de los datos de sus usuarios. Lo que cabe exigir a todas esas plataformas es que tengan capacidad para salvaguardar, proteger y no consentir usos ilegítimos de dichos datos, de forma que se eviten violaciones a la privacidad, especialmente en un ámbito tan sensible y susceptible como el sanitario. En ese sentido es en el que a priori apunta la inminente entrada en vigor de la Global Data Protection Regulation (GDPR), pero es de locos o de ingenuos pensar que una legislación específica hará que los ciberdelincuentes se conviertan en gente honrada, y se dediquen a respetar dichos datos. Si hay negocio, habrá intentos por explotarlo. Y las regulaciones no serán las que pongan a disposición de las plataformas un 100% de infalibilidad, confiabilidad y resiliencia ante las ciber-amenazas.

¿Qué alternativa tenemos? ¿Oponernos a ser “deglutidos” por los grandes players? Pues tengamos presente una lección: si ellos son vulnerables, mejor no imaginar las vulnerabilidades de nuevos actores no especialistas en la materia. Pretender ir por libre es tan irresponsable, sino más, como ir de la mano con empresas de ese calibre. Cabe una tercera opción: estudiar, comprender, aprender y proponer herramientas que sobre las que ya existen generen mayores y mejores capacidades. Ir de la mano de la nueva economía y crecer sobre ella. Eso es, por ejemplo, lo que está sucediendo con el entorno de las criptomonedas: cada una aprende de las virtudes de la anterior y sugiere un escenario más competitivo y eficaz. 

¿Cómo cambiarán el negocio de todas ellas y en concreto de la sanidad las tendencias de privacidad en el uso de datos?

Obligándoles a lo que per se ya están obligadas por las regulaciones al respecto, y por los usos y costumbres generalmente aceptados en la relación entre usuarios y plataformas: a tratar los datos únicamente para optimizar y mejorar la relación con el paciente, y en el caso de terceras partes que pudieran cooperar en su sostenimiento económico o en su monetización, mediante su tratamiento de forma agregada y desinvidualizada para salvaguardar la privacidad y la intimidad del usuario.

Oponerse a ello es como si nuestros antepasados se hubieran opuesto al negocio de los fósforos porque suponían acabar con milenios de conocimiento sobre el origen del fuego. Hoy casi nadie sabe hacer fuego frotando dos piedras o dos palos, pero nos basta un pequeño gesto con un encendedor para obtener una llama. Que es más lógico, eficaz y económico. No podemos hacer frente a un presente digital que, por muchos riesgos y amenazas que suponga, ofrece toda una suerte de beneficios completamente inimaginables hace solo 10 años. Y esto es solo el principio. Los retos para las próximas décadas son incalculables, y llevan aparejado un incremento en los niveles de conocimientos, habilidades y eficiencia como especie inteligente que apenas hoy somos capaces de concebir.

¿Qué opina de la experiencia para terminar con los bulos sanitarios en Internet?

Con los autores de bulos sanitarios tengo una reacción que difícilmente sería compatible con lo que entendemos como un comportamiento cívico en una sociedad democrática. Como no es plan de dar salida por escrito a lo que soy capaz de imaginar para las sanguijuelas que juegan con las esperanzas de cientos de miles de personas, trataré de convertir esa rabia en una actitud más constructiva.

Toda la experiencia digital se asienta sobre el principio de la confianza. La construcción del discurso entre iguales con las mismas capacidades de interacción, influencia y generación de vínculos experienciales, es justamente lo que pone en jaque a las empresas y organizaciones que no son capaces de vislumbrar ese cambio y adaptarse a él. Por ponerlo en palabras más llanas: es más confiable lo que nos dice por WhatsApp un miembro de un foro que hemos conocido en Internet y con el que sentimos afinidad, que lo que nos dice en la televisión el directivo de una compañía sobre los beneficios de su producto. Eso no es nuevo en el comportamiento humano: lo nuevo es que hoy podemos establecer esos vínculos con personas que hasta hace solo unos años habrían sido perfectas desconocidas durante todas nuestras vidas. 

La debilidad de ese principio es que es terriblemente vulnerable, o dicho en términos técnicos, “explotable” por quienes se amparan en él para generar confianza a partir de identidades falsas, ingeniería social, ingeniería inversa, hacktivismo, generación de fake news y un largo etcétera, entre el que cabe incluir, con mayúsculas y en negrita, los bulos sanitarios. Así que la única forma que hay de hacer frente a estos bulos, como a casi cualquier amenaza digital, es educación, educación y más educación. Regulaciones y multas cuando procedan, pero sobre todo educación, alfabetización digital. Porque los “malos” van por delante, y a mucha, mucha distancia.

Por tanto: vives en una sociedad digital. Tu entorno es de confianza, sin la cual no existiría dicha sociedad. Pero tu obligación es saber desconfiar cuando sea preciso. En definitiva: sentido común. Los milagros, en Internet o en la vida, a Lourdes. Para todo lo demás, y especialmente para la salud, ciencia. ¿Es usted una científica, un científico? ¿No? Pues largo.

¿Qué nivel comparado tiene la transformación digital de la sanidad en España y en Europa, y por qué ustedes y su competencia se centran tanto en Iberoamerica?

Temo no poder dar respuesta a esta pregunta, dado que en un ámbito tan especializado, y nunca mejor dicho de nuevo, me siento un aprendiz entre tanto galeno. Me limito solo a reseñar lo que es moneda de cambio habitual entre las y los profesionales que componemos el ámbito de la Asociación Española de Responsables de Comunidades Online y Profesionales del Social Media (AERCO&PSM): la transformación digital no tiene que ver con los esfuerzos de una “marca” (empresa, organización, entidad, país, sector) para ser más “tecnológico”, sino para adaptarse a una realidad que está en la calle y que da pasos de gigante, como es la construcción paulatina, imparable, a todos los niveles y sin parangón, de una nueva sociedad: la sociedad digital.

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