jueves,18 agosto 2022
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Lenguaje claro, un derecho ciudadano

El lenguaje oscuro también puede ser una «jerga de rufianes»

Cuestión de estilo Cuestión de estilo
He asistido, con la conciencia de ser un privilegiado, al seminario internacional de Lengua y Periodismo que desde hace doce años se celebra en el monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja). Un privilegio y una suerte participar junto a expertos de calibre en lenguaje claro.

Profesores de universidad, profesionales de la comunicación, el periodismo y la expresión escrita han compartido un tiempo de intenso trabajo que presidió en la jornada inaugural la reina Letizia. La organización y gestión del seminario por parte de la Fundación San Millán de la Cogolla y de la Fundación del Español Urgente (Fundéu-BBVA) ha sido un éxito. El título de este año Lenguaje claro, un reto de la sociedad del siglo XXI, una diana. Y la elección de la filósofa y ensayista Adela Cortina para dar la conferencia de apertura no podía ser más afortunada. Su lección inaugural Lenguaje claro: de la cortesía del filósofo al derecho de los ciudadanos ya es un referente obligado.

Decía Adela Cortina que «en lo que hace a los gobiernos y las Administraciones Públicas suelen utilizar en sus documentos una jerga de rufianes [así definió Walter Benjamin las explicaciones de algunos filósofos]». Esta anécdota lo define:

 

Un filósofo dicta un texto a su secretaria y, cuando termina, le consulta:

—¿Le parece a usted que queda bastante claro?

Ante la respuesta afirmativa de la secretaria, el profesor responde:

—Entonces oscurezcámoslo un poco más.

 

Adela Cortina
Adela Cortina es catedrática de Ética y directora de la Fundación Étnor

¿Y a quién sirve el lenguaje oscuro? ¿Al poder, quizá? «Quien lo utiliza desde una posición de superioridad social puede dominar a quienes se encuentran en un escalón inferior». Y añade: «Tal vez lo hagan sin intención», pero ahí está. Lo explica así: «¿Cómo se puede conseguir que los ciudadanos hagan suyos mensajes de dirección única, que en realidad no intentan ser comprendidos?». Y sigue: «Los gobiernos y Administraciones públicas introducen entonces una radical asimetría entre gobernantes y ciudadanos usando la jerga de rufianes de un lenguaje abstruso y unilateral. Como sucede también con el lenguaje judicial, hermético, duro y casi ofensivo, que ignora de hecho la presunción de inocencia». Lo mismo pasa con las leyes, cuya incomprensión, cuando están redactadas en un «lenguaje críptico y arcano» no nos libran de cumplirlas.

 

Dice más adelante Cortina que «la comunicación clara genera un vínculo de confianza entre los distintos poderes del Estado y los ciudadanos, que se sienten tratados en pie de igualdad, aumenta la eficiencia de las instituciones, pero sobre todo ahorra a la ciudadanía incertidumbre, ansiedad, dinero para contratar a un experto que ayude a entender el mensaje abstruso, promueve la transparencia, el acceso a la información pública y la rendición de cuentas». ¿Se puede decir más y mejor? Difícilmente. Lo explica así: «Se trata entonces de redactar los textos situándose en el lugar de los destinatarios, pensando en sus necesidades, intereses y perfiles […] En estos tiempos en los que se promueve hasta la saciedad el Gobierno Abierto, uno de cuyos grandes empeños es la práctica de la transparencia para reducir la corrupción, no hay mejor comienzo para ese viaje que las alforjas de un lenguaje llano, cuidado y abierto al diálogo».

 

«En el siglo XXI, en sociedades democráticas y pluralistas […] que se precian de aspirar a construir un mundo inclusivo, no es de recibo recurrir a jergas excluyentes y predicar a la vez el discurso de la inclusión. Sobre todo en ámbitos tan necesitados del lenguaje inteligible y llano como el de la Administración pública, el mundo legislativo, el de la educación, la esfera de las profesiones, muy especialmente las jurídicas y sanitarias, el campo de las empresas y las entidades financieras, o el universo de las redes y los medios de comunicación».

 

Reivindica Adela Cortina que no solo la claridad, sino también la veracidad es derecho de los afectados y obligación de los poderosos. «Si los mensajes son claros, pero hay contradicción entre lo que se dice y lo que se hace o lo que se pretende hacer, la confianza de los afectados se evapora con toda razón. Y la confianza es el principal capital ético de los países, difícil de conquistar, fácil de dilapidar».

Y digo yo: corren tiempos en los que la posverdad, versión pos-posmoderna de la mentira, se extiende como un fluido viscoso sobre una sociedad desorientada.

 

P.D.: Todas las negritas son mías.

►Las conclusiones del XII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo se pueden descargar, en PDF, pinchando aquí.

 

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