jueves,18 agosto 2022
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Escenas domésticas en la colección Thyssen

Redacción
Espacios cerrados, luz en penumbra y una mujer como protagonista de la escena, entregada a una tarea de la vida diaria, familiar o íntima. Las escenas domésticas constituyen unos de los subgéneros más atractivos de la historia del arte hasta el punto de que son pocos los grandes pintores que no se han dejado seducir […]
Espacios cerrados, luz en penumbra y una mujer como protagonista de la escena, entregada a una tarea de la vida diaria, familiar o íntima. Las escenas domésticas constituyen unos de los subgéneros más atractivos de la historia del arte hasta el punto de que son pocos los grandes pintores que no se han dejado seducir por ellas.

La exposición Juego de Interiores. La mujer en lo cotidiano que hasta el 2 de junio se puede ver en la Fundación Thyssen es una exquisita selección de diez obras maestras escogidas de los fondos del museo y se inscribe dentro de la serie Miradas cruzadas.

 

El juego consiste en confrontar obras del mismo tema pero de distinta época a fin de mostrar como ha evolucionado el género con el paso del tiempo.

María Eugenia Alonso, comisaria de la exposición, ha escogido El tamborilero desobediente (1655) de Nicolaes Maes, alumno de Rembrandt para contraponerlo con Mujer con frutero (1.900-1910) del danés Carl Vilhelm Holsoe. En el primero, la mujer regaña al niño que toca el tambor para que no despierte al bebé que duerme en la cuna que ocupa el primer plano de la composición. En el segundo, una mujer se entretiene pelando piezas de frutas. En ambos casos, los pintores reproducen la decoración de la habitación. Se ven los cuadros que adornan las paredes, las cortinas, los manteles. Las luces son tenues, producidas por velas o quinqués.

 

El siguiente encuentro se produce entre Muchacha cosiendo (c. 1720), del pintor italiano del siglo XVIII Antonio Amorosi, con Muchacha cosiendo a máquina (c. 1921) de Edward Hopper. La soledad más profunda y el ensimismamiento son los auténticos protagonistas de ambos óleos.

Lo que hacen las mujeres en su tiempo libre, dentro de sus habitaciones particulares (leer libros, escribir cartas, aseo) es otro de los temas más retratados especialmente a partir del XVIII. La toilette (1742) de François Boucher reproduce un interior lujosamente decorado con motivos orientales. Dos mujeres parecen hablar mientras se arreglan, ante la presencia ínica de un gato que duerme en el suelo. El gusto por el orientalismo se ve con igual contundencia en una obra posterior, El quimono (c. 1895), del norteamericano William Merritt Chase.

 

El momento en el que una mujer se asoma al exterior desde su habitación está planteado por dos artistas que utilizaron el tema para desarrollar sus estudios de luz y perspectiva. Joven a la ventana con una vela (c. 1658‐1665), de Gerrit Dou, hace que la luz de la vela ilumine de forma inquietante a la mujer. Un efecto semejante consigue Édouard Vuillard con La cantante (1891‐ 1892), donde el pecho de la mujer parece abalanzarse sobre el espectador.

 

Por último, la exposición cierra con una actividad exterior clásica del ámbito femenino: la compra. El mercado, pese a ser un espacio público, es visto como un escenario en el que se prolonga la vida doméstica. El mercado de pescado, Marsella (1904‐1905), de Raoul Dufy, y El antiguo mercado del pescado en el Dam, Amsterdam (c.1650), de Emanuel de Witte, son dos obras en las que pese a la multitud del fondo, las mujeres pasean su ensimismamiento ajenas al ajetreo del entorno.

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