jueves,18 agosto 2022
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Hombres ricos… hombres pobres

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Un estudio sobre riqueza mundial, publicado por el Banco Credit Suisse, confirma algunos datos bien conocidos: a pesar de la crisis, o tal vez, a tenor de la misma, el número de grandes fortunas aumenta escandalosamente y se ensancha la brecha entre las élites económicas y los condenados a sobrevivir en condiciones indignas.

Un solo dato es suficientemente revelador de la vergüenza que encaramos: el 0,7% de la población planetaria acumula el 41% de la riqueza total. Considerando el parámetro patrimonial, la pirámide de población cuenta con una base muy ancha, la ocupan el 68% de la población adulta mundial, principalmente de África e India, continentes que suman el 3% de la riqueza. Y en la cúspide de la pirámide, nos encontramos con un 87% de patrimonios entre 1 y 5 millones de dólares, de los cuales el 42% reside en Estados Unidos, país conocido no sólo por su tan cacareado dinamismo y sus oportunidades de triunfo, sino también por contar con niveles de imposición fiscal muy por debajo de otros países con similares niveles de desarrollo económico

Numerosos factores -y no sólo la denominada planificación fiscal agresiva o la elusión de impuestos mediante paraísos fiscales– explican la creciente ampliación de las citadas diferencias (la devastadora incursión de las multinacionales en las economías más vulnerables y la devaluación salarial a tenor de los fenómenos globalizadores, la irrupción de productos financieros de corte especulativo, la brecha digital, etc).

Pero lo más preocupante, a mi parecer, es que esa tendencia –lejos de atenuarse- va consolidándose, lo cual, más allá del ignominioso sufrimiento al que someten a numerosas personas, nos deja la famosa “gobernanza económica” en manos de los lobbys más poderosos, cuya influencia sobre una clase política timorata y acobardada (cuando no cómplice de los grandes intereses) se revela abrumadora.

Es por ello que en los últimos tiempos nos enfrentamos a una creciente dicotomía: por una parte, las resoluciones y normas progresan (no hay más que leer las conclusiones de la última cumbre del G-20) pero, a su vez, la aplicación de las mismas se deteriora, los gobiernos toleran “ventanas” que permiten escapar a los “mejor armados” de la tan prolija como inefectiva regulación. Para los que trabajamos en torno a las instituciones de la Unión Europea nos produce gran desazón comprobar que una buena parte de nuestros esfuerzos acaban siendo fácilmente contrarrestados por esos potentes contingentes de técnicos muy cualificados al servicio de los grandes poderes económicos, a veces poco visibles pero sumamente eficaces en su acción cotidiana.

Desgraciadamente, el mejor antídoto, la respuesta ciudadana, al menos en la Unión Europea languidece. La pérdida de confianza y la creciente desafección hacia las instituciones aleja al ciudadano de la participación social y política, limita en extremo su compromiso. A la postre, sólo los más activos actúan, pero muy a menudo creando sus propios microcosmos o islotes, es decir, espacios democráticos, equitativos y solidarios, pero difícilmente extensivos a la mayoría de la población.

Me refiero, más en concreto, a algunas experiencias muy alentadoras en el marco de la economía social y solidaria, cuyo denominador común es la sostenibilidad (económica, social y medioambiental). A modo de ejemplo, nos encontramos con el consumo colaborativo, el comercio justo  o las cooperativas integrales. Se trata de pequeños resquicios que deberían orientar hacia un cambio verdadero, pero parece difícil que esos modelos, hoy por hoy, puedan hacer frente al creciente poder de los cada vez más ricos.


Carlos Trias

Consejero del Comité Económico y Social Europeo y Director de ASGECO

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