La ciudad, hoy inconcebible sin el concurso de las redes digitales, representa, sin lugar a dudas, el laboratorio social por antonomasia. Al observarla, advertimos las corrientes políticas, los cambios en la psicología social y las mutaciones culturales de todo cuño.
Desde perspectivas complementarias tales como la filosofía, la geografía histórica, la política, el arte, la sociología y la antropología, la mirada transdisciplinar ofrece así un caleidoscopio que cuestiona las promesas libertarias e intenta, al mismo tiempo, desvelar las realidades y esperanzas depositadas en los nuevos modos de ser.
La ciudad digital podría concebirse como un lugar errante, descentrado y polimórfico. Una arquitectura volátil; múltiples Walking Cities como las proyectadas por el grupo Archigram. La atraviesan infinitos vectores de comunicaciones distantes e instantáneas que empequeñecen el mundo y lo convierten, a su vez, en una ciudad más compacta e interdependiente, sin fronteras y sin límites.
Quizás una sociedad global de individuos aislados, incomunicados a pesar de las comunicaciones virtuales. Quizás microsociedades atomistas de arraigos localistas y dinámicos, donde las redes funden en ocasiones el aquí y ahora con lo planetario.