jueves,18 agosto 2022
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Lecturas de un viejo profesor

Lecturas y tribulaciones de Maqroll, el Gaviero, de Alvaro Mutis

Cuando relato mis trashumancias, mis caídas, mis delirios y mis secretas orgías, lo hago únicamente para detener, ya casi en el aire, dos o tres gritos bestiales, desgarrados gruñidos de caverna con los que podría más eficazmente decir lo que en verdad siento y lo que soy.

En el homenaje a Álvaro Mutis por su setenta cumpleaños, dijo Gabriel García Márquez: “Fue Álvaro quien me llevó mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: ‘Ahí tiene, para que aprenda’. Nunca se imaginó en la que se había metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprendí no sólo a escribir de otro modo, sino a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo”.

Amigos y compañeros de fatigas que se reunían para ser amigos y recorrían miles de kilómetros en coche casi sin hablar, pero iban juntos por toda Europa. Cada uno recibía del otro la primera copia de cualquier original que tuviesen entre manos. Durante los 18 meses que le llevó a Gabo escribir Cien años de soledad, Álvaro fue a su casa para que le contara los capítulos terminados, pero éste le contaba cuentos diferentes para captar sus reacciones. Mutis los repetía a sus amigos, corregidos y aumentados por él. Le envió el primer borrador a su casa. Al día siguiente, Mutis le llamó indignado: Usted me ha hecho quedar como un perro con mis amigos. Esta vaina no tiene nada que ver con lo que me había contado.

Pero ninguno de los dos fue capaz de ceñirse a la sobriedad de Rulfo, ni falta que les hizo, porque ambos estaban poseídos por el trópico y por la selva, por el páramo y por el Caribe, por los ríos y por el sentimiento desbordado de un mundo mágico y entrañable. Pero en la prosa de los dos se percibe ese aleteo fugaz de un control en las palabras, como el jinete siente entre sus dedos los belfos de su montura. No las riendas.

Tengo entre mis manos la edición en dos volúmenes de la obra de Álvaro Mutis Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, editada por Mondadori, 2008. Un auténtico festín que he vuelto a devorar en sus 900 páginas, con un Epílogo del Premio Nobel, “Mi amigo Mutis”, que no tiene desperdicio. De ahí he sacado la cita con la que he comenzado.

“Mutis inventó a Maqroll el Gaviero como García Márquez a Macondo, Onetti a Santa María, Rulfo a Comala. Maqroll es también una región de lo imaginario, aunque creada mediante un habilísimo montaje de pequeñas y grandes realidades”, escribió Benedetti.

El gaviero es el marino que, situado sobre la gavia o vela mayor, otea el horizonte. Ve más que el resto pero no puede ser sus ojos, pues todo lo ve antes y desde otra perspectiva, no transmisible. Mutis ha construido sobre la figura del gaviero Maqroll un universo literario particular que, desgranado en las siete novelas que contiene esta edición, conduce al lector hacia puertos, mares y lugares recónditos, en busca de ese yo más auténtico y paradisíaco, quizás de la infancia, que nunca encontrará. “Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se escribe”, escribe Gabo. “Maqroll somos todos”.

En La Nieve del Almirante, Maqroll emprende un desesperado viaje corriente arriba por las aguas del río Xurandó, en el que, bajo un sol inclemente y golpeado por la enfermedad, recorrerá como un náufrago el camino hacia el verdadero sentido de la existencia que no es sino para el riesgo…

“… Porque, al fin de cuentas, todos esos oficios, encuentros y regiones han dejado de ser la verdadera sustancia de mi vida. A tal punto que no sé cuáles nacieron de mi imaginación y cuáles pertenecen a una experiencia verdadera. Merced a ellos, por su intermedio, trato, en vano, de escapar de algunas obsesiones, éstas sí reales, permanentes y ciertas, que tejen la trama última, el destino evidente de mi andar por el mundo. No es fácil aislarlas y darles nombre, pero serían, más o menos, éstas:

“Transar por una felicidad semejante a la de ciertos días de la infancia a cambio de una consentida brevedad de la vida”.

“Prolongar la soledad sin temor al encuentro con lo que en verdad somos, con el que dialoga con nosotros y siempre se esconde para hundirnos en un terror sin salida”.

“Saber que nadie escucha a nadie. Nadie sabe nada de nadie. Que la palabra, ya, en sí, es un engaño, una trampa que encubre, disfraza y sepulta el precario edificio de nuestros sueños y verdades, todos señalados por el signo de lo incomunicable”.

“Aprender, sobre todo, a desconfiar de la memoria. Lo que creemos recordar es por completo ajeno y diferente a lo que en verdad sucedió. Cuántos momentos de un irritante y penoso hastío nos los devuelve la memoria, años después, como episodios de una espléndida felicidad. La nostalgia es la mentira gracias a la cual nos acercamos más pronto a la muerte. Vivir sin recordar sería, tal vez, el secreto de los dioses”.

“Cuando relato mis trashumancias, mis caídas, mis delirios y mis secretas orgías, lo hago únicamente para detener, ya casi en el aire, dos o tres gritos bestiales, desgarrados gruñidos de caverna con los que podría más eficazmente decir lo que en verdad siento y lo que soy. Pero, en fin, me estoy perdiendo en divagaciones y no es para esto para lo que vine”.

“… pensé con desmayada tristeza que ésa había sido, precisamente, la esquina de la vida que no hubiera querido doblar nunca. Mala suerte”.

Después siguen Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del tramp steamer, Amirbar, Abdul Bashur soñador de navíos, y Tríptico de mar y tierra.

Y dicen que hay gente que se aburre. Qué festín.

José Carlos Gª Fajardo

Profesor Emérito, Universidad Complutense

 

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