jueves,18 agosto 2022
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¿Quiebra del BCE o solución para el euro?

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A partir del jueves 6 empezaremos a saber si el Banco Central Europeo (BCE) puede aportar todavía alguna solución de futuro al euro, a las unidades monetaria y bancaria. Si no lo hace, terminará por acentuar la vía de quiebra propia y del proyecto europeo. En ese caso, el mundo reviviría lo sucedido en octubre […]

A partir del jueves 6 empezaremos a saber si el Banco Central Europeo (BCE) puede aportar todavía alguna solución de futuro al euro, a las unidades monetaria y bancaria. Si no lo hace, terminará por acentuar la vía de quiebra propia y del proyecto europeo. En ese caso, el mundo reviviría lo sucedido en octubre del 2008 por la desastrosa idea de dejar caer Lehman Brothers, que avivó un incendio mundial apagado enseguida en su foco por la FED norteamericana, para luego venir a precipitar la crisis de deuda europea y las dificultades de nuestra unidad monetaria. Si el BCE por fin cumple con sus funciones, podremos empezar a vivir el principio del fin de esta pesadilla, iniciada ya hace cinco años.

Ese día se reúne el consejo de gobierno del BCE para estudiar las «medidas extraordinarias» para el euro;»créanme, serán suficientes», dijo en julio, su presidente del BCE, Mario Draghi, semanas antes de empezar a enmendarse al dictado alemán. Al mismo tiempo, Mariano Rajoy espera en La Moncloa a Angela Merkel. Entonces sabremos si el BCE accede a lo que a todo el mundo, menos a Alemania y afines (Austria, Holanda, Finlandia, principalmente), le parece una solución inicial: que el BCE compre deuda española e italiana y de otros países en el mercado secundario (como garantía de sus préstamos a la banca), y que los fondos de rescate europeos lo hagan en el mercado primario (en las emisiones), hasta reducir en al menos unos 200 puntos las primas de riesgo. Merkel ha impuesto que ambas pasen por la «estricta condicionalidad», al igual que los préstamos con cuentagotas a los países hasta ahora rescatados y la liberación del tercer tramo para Grecia, y eso si reciben el visto bueno del Constitucional germano y de las elecciones en Holanda, ambos para el 16 de septiembre. Ello significa que los países necesitados pidan formalmente el rescate y se sometan a sus memorandum.

La relevancia de la decisión del BCE desborda el hecho de que Rajoy logre o no esas actuaciones y sin pedir el rescate, pues el Gobierno español quiere evitar las vías de Grecia o Portugal, con la apertura de líneas de crédito de la UE y el FMI, y su salida del mercado de capitales. En su caso, entiende que las condiciones no deberían ir mas allá de cumplir los objetivos de déficit públicos ya pactados con Bruselas (el 4,5% en 2013 y del 2,8% en 2014), además de la vigilancia más exhaustiva de las cuentas españolas por parte de las autoridades comunitarias. También el jueves saldrá la primera subasta de deuda a largo plazo del Tesoro español desde julio. En estos dos meses España necesitará colocar al menos un total de 60.000 millones de euros.

El mayor poder del BCE

Si el BCE termina de fallar ante las expectativas que ha contribuido a crear, estaríamos ante la quiebra de su mayor poder. Este no radica paradójicamente en crear el dinero real (el euro), sino en la principal fuente de este: las ideas y la comunicación de las mismas; es decir, la capacidad de generar expectativas y relaciones entre los agentes, sea por sus silencios, palabras, omisiones y actos (incluidos gestos). En esos frentes, y a la luz de los resultados, su balance de los últimos años ya ha sido mucho más que lamentable, pese al áurea que rodea a toda autoridad monetaria y al mimetismo de sus aduladores. Hoy, la eurozona, el resto de Europa y el mundo entero creen menos en el euro que en sus inicios, allá por el 1999, o tras su presencia física, en el 2002. Incluso demasiados han apostado crecientemente por su ruptura. Para colmo, el crecimiento y el empleo de la eurozona desde que empezó la crisis van mucho peor que en los EEUU, donde se inició, sin que el supuesto objetivo central o único antiinflacionario haya registrado mejora comparativa.

Las consecuencias de la falta de confianza en el euro saltan a la vista. En vez de unidad monetaria y financiera que contribuya a la unidad de mercado interno, nos topamos con mercados monetarios, financieros y de deuda pública y privada cada día más fragmentados y sin apenas actividad respecto al cumplimiento de sus funciones. Estas deben ser encauzar el ahorro hacia la inversión, y de paso realizar el control de la eficiencia técnica y asignativa de los recursos económicos reales. En lugar de esas tareas de estabilidad, inducidas desde lo monetario y financiero a la economía real, lo que impera es la creciente especulación financiera y sus secuelas de volatilidad, con efectos en la economía real de inestabilidad, ineficiencia y descontrol. El BCE ha trocado así el logro de su objetivo ordinario de estabilidad en la creación de incentivos como el de la redistribución de la renta por la vía especulativa; es decir, en vez de cumplir su principal función estabilizadora desde la autonomía y la independencia, ha restado incluso eficacia al monopolio de la función redistributiva de los estados, hoy en manos principalmente de mercados inútiles y hasta perjudiciales para la economía real.

Tanto el diseño del euro como su pésima gestión crearon excesos, antes y después de la crisis. Ahora los pagamos todos juntos con creces. Durante casi una década, la deuda pública y privada griega, española o italiana que marcan las primas de riesgo-país costaban como la alemana, varios puntos por debajo de lo que aconsejaban las diferencias de estructuras o capacidades económicas (los llamados fundamentales). Desde principios del 2010 sucede justo lo contrario, desde el 21,7% del viernes último en la rescatada Grecia al 6,8% español, 5,8% italiano y 1,3% alemán para los bonos a 10 años. Europa se ha impuesto a los mercados… hasta desorientarles, en parte por la obsesión en convergencias nominales más que reales y en anteponer reglas a instituciones. Desde el tratado de Maastrich en 1992 al último pendiente de ratificación (pasando por Ámsterdan el 1909, Niza el 2003, y Lisboa el 2007), todos ellos fueron iniciativa de una Alemania ya reunificada y crecientemente incómoda con la construcción de los padres fundadores de Europa, pese a ser su mayor beneficiaria.

El contagio de Weidmann

La prueba de fuego empezó cuando la crisis iniciada con las hipotecas subprime y transmitida por los mercados financieros se extendió a los de deuda pública, empezando hace mas de dos años y medio con Grecia. Por la deficiente gestión europea de la misma, en gran parte responsabilidad del BCE, ha logrado que el contagio se haya extendido estos años como la pólvora. Alemania y hasta Francia y otros países se benefician porque pagan por sus deudas públicas, en todos ellos mucho mayores que las de España, tipos de interés negativos. El beneficio alcanza hasta EE.UU y Reino Unido, que en el 2010 llegó a superar la prima de riesgo española.

Ese diferencial se ha abierto sobre todo por la irresponsabilidad histórica de Merkel y su equipo democristiano y liberal con la eurozona. Cuando debería haber apostado por avanzar en la integración y sus instituciones europeas, dio marcha atrás hacia la simple cooperación monetaria y política. El mayor exponente de ese giro, ideado entre otros por Jens Weidmann, entonces asesor de Merkel y luego guardián de las esencias del Bundesbank en el BCE, quien con su cara de niño bueno, raya, gafas y patillas asestó un golpe aún no valorado a la integración europea al liberar de su trabajo al BCE. El principal instrumento integrador de los 17 países de la eurozona esperaría para actuar el recurso al FMI, institución de cooperación de casi todos los países del mundo. Juntos cooperarían en los rescates (gesto que implicaba extender la factura al resto del mundo para eludirla en la eurozona), a través de la creación primero de un fondo de rescate provisional y luego de otro definitivo (el European Financial Stability Facility,EFSF, y el European Financial Stabilisation Mechanism, EFSM), todo para restar riesgo al BCE (27,15% alemán, 20,39% francés y casi 18% italiano y 12% español). La famosa troika (BCE, FMI y Comisión) ha generado desde entonces más desconfianza que confianza en el euro, primero por su origen contranatural y después por demorar sus préstamos con el cuentagotas de la condicionalidad de nuevas reglas de austeridad. El PIB griego es hoy un 20% menor y la deuda similar, tras pasar por una reciente quita del 50% cuando la banca extranjera había tenido tiempo de huir y enfrentarse ahora a la posible amenaza de Alemanía y aliados de ser forzado a salir del euro.

La última manifestación de desconfianza ante el euro y su deplorable gestión es la sangría de la fuga de capitales hacia los ricos países acreedores desde los deudores, menos desarrollados. Estos, como España (que ha perdido en el primer semestre de este año casi 220.000 millones, contra igual cantidad de entradas netas en el mismo semestre anterior), importaban capitales para financiar que gastaban cada año más de lo que producían, en parte porque necesitaban invertir más que los avanzados, no tanto por manirrotos. Ahora, en lugar de entradas de capital para poder financiar esos déficit por cuenta corriente (menores por su mayor recesión), Grecia, Portugal, España e Italia tienen un problema aún mayor. Como en una unión monetaria no hay oro ni reservas de divisas por medio, la cosa queda en meros apuntes contables. Pero a los Weidmann de turno que luchan contra la llamada unión de transferencias mentirosa y portan así la idea más cancerígena de la integración monetaria europea actual, se les ha ocurrido pedir a cambio como garantía activos inmobiliarios o sobre futuros ingresos fiscales. Como los bancos alemanes y otros nórdicos reciben así gran financiación del mercado, justo en la misma medida de las retiradas de los deudores, unos aumentan sus saldos acreedores ante el eurosistema y los otros sus deudores; es el sistema TARGET2, un mero mecanismo de ajuste de balanzas de pagos que ha funcionado sin provocar transferencias reales en el FMI el último medio siglo y que ahora Sinn y otros economistas antieuropeos quieren liquidar anualmente con activos líquidos reales que hagan la función de las reservas de oro y las divisas en el FMI, como si la unión monetaria europea fuera un simple grupo de ese club mundial, con la simpatía del Bundesbank y sin recibir la réplica adecuada por parte del BCE.

Hasta en la función la tiene todo banco central de prestamista de última instancia del sistema bancario (la única medianamente bien realizada) no ha logrado el BCE evitar el mayor deterioro de activos y hasta pasivos bancarios respecto a los EEUU o Reino Unido, depreciados sobre todo los primeros ante las incontenidas malas prácticas privadas y la ineficacia de la política monetaria y financiera. España era hasta hace apenas un año el país con menor coste de los rescates bancarios (apenas el 2% del PIB), y desde entonces el Gobierno de Rajoy ha aplicado tres reformas que dice no costarán nada a los contribuyentes pero han tenido que pasar por el rescate europeo de los 100.000 millones a la banca, solicitado y negociado hace tres meses y del que no se ha cobrado todavía ni el anticipo, como prueba de que la burocracia europea nos puede llevar por los derroteros griegos.

Nula autocrítica ante la dejación de funciones

Mientras los medios anglosajones la gozan ante esta deriva del euro y publican cada vez con mayor verosimilitud escenarios de ruptura, la capacidad del BCE es mínima, o mas bien nula, como puede verse en el editorial de su boletín mensual de agosto al justificar la demora de las medidas anunciadas por Draghi en julio y anticipar que tendrán una condicionalidad «estricta y efectiva», claro mensaje a Rajoy y otros para que no esperen demasiado. Entretanto, Weidmann había dejado clara su posición de que e BCE no puede ni debe sustituir a las políticas fiscales que aprueben los gobiernos y los parlamentos nacionales; implícitamente confirmara que su voz es hoy por hoy decisiva y que tras la misma sigue estando Merkel, pese a las representaciones en contrario y a los estatutos de autonomía e independencia del BCE. Según estos, las instituciones de la UE y los Gobiernos de los Estados miembros han de abstenerse de todo intento de influir en sus decisiones (artículo 130 del Tratado de Funcionamiento de la UE), como si el mero nombramiento de consejeros y de gobernadores de los bancos que forman el eurosistema no fuera ya un gesto.

En cualquier caso, la falta de autocrítica respecto a los resultados económicos de las políticas monetarias europea, norteamericana y británica, llevan al BCE a eludir graves responsabilidades y a esgrimir con cierta complacencia que su objetivo central es mantener la inflación en torno al 2%, como si en otras zonas con menor crisis y bancos centrales responsables no se mantuviera mas a raya. De la FED norteamericana, que sí se involucró a fondo desde el 2007 para evitar el contagio de las subprime y logró que no salpicara estos años a la muchísima mayor deuda pública norteamericana que europea, sabemos hace tiempo sus programas de compra de deuda y que no subirá su actual tipo real negativo de interés hasta finales del 2014, e incluso sus actas revelan que ha debatido mantenerlo hasta el 2015. Del BCE no sabemos qué decidira el jueves próximo.

Anta tanta amenaza de ruina, el BCE ha declinado su capacidad de tomar decisiones y ejecutarlas con celeridad, caso de las compras de deuda, las otras tareas cedidas a los dos fondos de rescate y las Operaciones de Financiación a Largo Plazo (las subastas de medio billón de euros a finales del año pasado y otro medio billón a tres años a principios del presente). De poco vale el argumento de que ha tenido que lidiar con políticas fiscales y ciclos económicos y financieros dispares en los 17 países miembros. La realidad es que la tensión entre la filosofía del Bundesbank (más o menos respaldada por Austria, Holanda y Finlandia) y el resto de los países (sobre todo los periféricos y mediterráneos, con la perenne indecisión de Francia) ha derrochado su inicial mayor autonomía e independencia, para incurrir en el actual descrédito, que no invita al optimismo, sino a reafirmar la impresión de que Alemania sigue empeñada en refundar la Unión Monetaria de acuerdo a sus principios y no a los comunitarios, cueste lo que cueste. Dicen que para ello la presión de los mercados ante los Estados es una fuerza de disciplina eficaz que no conviene neutralizar, porque los mercados pueden exagerar, aunque en el fondo reflejan los problemas económicos fundamentales. Pero la realidad es que no lo hacían en la eurozona ni antes ni mucho menos después de estallar la actual crisis.

El argumento habitual esgrimido para justificar la dejación de funciones (que el único objetivo del BCE es la estabilidad de precios) es tan falso como el de que Europa es una unión de transferencias. El artículo 127.1 del citado Tratado solo dice que será «el objetivo principal». Añade tras el punto y seguido que «sin perjuicio de este objetivo, el SEBC apoyará las políticas económicas generales de la Union con el fin de contribuir a la realización de los objetivos de la Unión establecidos en el articulo 3 del Tratado». Y ese articulo precisa lo que sigue: «La Unión establecerá un mercado único interior. Obrará en pro del desarrollo sostenible de Europa basado en un crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de los precios, en una economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social, y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad del medio ambiente. Asimismo, promoverá el progreso científico y técnico».

La próxima prueba

Sin embargo, no parece que la próxima prueba de fuego de la unión monetaria en el sentido de que avanza ya sin demoras u oficializa el resquebrajamiento vaya a venir porque las demás instituciones europeas (Parlamento, Consejo Europeo, Comisión Europea, Tribunal de Justicia de la Unión Europea, Tribunal de Cuentas y los comités consultivos de lo social y de las regiones) denuncien los incumplimientos de todos los demás objetivos del BCE, antes de que se rompa la eurozona o Alemania imponga otros tratados donde lleguen a desaparecer tales objetivos adicionales.

La próxima prueba, de cuyo desarrollo nos dará el jueves noticia el BCE, nos recordará que, si la crisis financiera de la subprime no estalló del todo hasta la quiebra el Lehman Brothers, algo similar podría llegar a ocurrir en los mercados de deuda a partir de esta semana. Sobre todo si se avanza en términos como los descritos hacia la ruptura del euro, por no ayudar a Grecia y a los países contaminados, ante la indecisión iniciada en la política europea desde hace dos años y medio. Si el BCE desaprovecha su última oportunidad del 6 de septiembre para que el mercado deje de tomar muy en serio la hipótesis de la desintegración del euro, esta resultará inevitable y se llevará con ella a toda la UE, o al menos a gran parte de la misma.

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