jueves,18 agosto 2022
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Bolonia, hito mal valorado

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Todo lo que hagamos por el éxito de Bolonia será poco, sobre todo en España, "único país miembro donde las personas con estudios universitarios no tienen más probabilidades de encontrar trabajo que el resto y, además, los licenciados no disfrutan de mejores sueldos". Lo ha dicho Adreas Schleider, jefe de la división de análisis de educación de la OCDE. Llevamos toda una década mareando la perdiz y así nos va. Por eso Ibercampus se ha sumado con entusiasmo a la difusión del proceso, cuyos cambios han sido debatidos este fin de semana en Barcelona por tres centenares de rectores y de dirigentes universitarios europeos, convocados por la Asociación Europea de Universidades, considerado el lobby del sector por los detractores del proceso, algunos de los cuales han hecho el ridículo de recibir el evento con protestas en vez de entrar a valorar pros y contras.

 

Cuando ya se han sumado a la iniciativa de Bolonia medio centenar de países y otros que como China, India, Rusia y Brasil liderarán la economía mundial en unas décadas, por estos lares seguimos instalados en prejuicios como el de la necesaria defensa de la universidad pública, que impiden a muchos apreciar los mejores valores del proceso. No entienden la vital transcendencia de ese cambio en la cultura docente, imprescindible para que en la economía del infolítico (la de la información movida por el conocimiento) no reiteremos prácticas propias del neolítico, o a lo sumo otras que fueron introducidas hace mas de un siglo para adaptar las universidades medievales a los imperativos de la revolución industrial (estadio ya superado de la economía de la materia movida por la energía).

La universidad pública ha sido clave en la construcción del Estado de Bienestar, por contribuir a la igualdad de oportunidades y a generar economías internas y externas muy favorables. Incluso a pesar de esos sus valedores, que parecen mezclar churras con merinas cuando nos quieren tomar por ovejas, seguirá teniendo una función fundamental en las economías y sociedades avanzadas. Pero no es esa la cuestión, por mucho que intenten confundir a la ciudadanía. Pública o privada, lo importante es que la universidad cace lo que debe cazar, poniéndola al servicio de la sociedad e impidiendo su rapto burocrático por quienes oponen mercantilización a servicio público.

Tienen todo mi apoyo quienes critican el proceso porque, a pesar de haber mareado tanto la perdiz, las reformas se están abordando a tontas y a locas, sin aclarar el problema crucial de la financiación, ni siquiera el mundo más importante y vertebrador de la participación de la comunidad educativYa, que en gran parte sigue sin enterarse de lo mucho que nos jugamos en el proceso. Pero de ahí a banalizar el proceso por los riesgos para la educación p´ñublica o a velo como una maniobra para cargar de trabajo a los alumnos y descargar a los profesores va todo un trecho.

Lo que nos jugamos no es solo un sistema de títulos comparables y por tanto dotado de movilidad entre los 45 países que lo avalan, y lo de menos son sus formalidades de descansar en los niveles de grado y posgrado mediante créditos comunes, con menos clases magistrales y más prácticas y tutorías. Lo de más son cuestiones nada baladís como la  integración social en la globalización, la productividad de los participantes y la competitividad del país, la igualdad de oportunidades, la adaptación a la sociedad del conocimiento, la articulación entre docencia, investigación e innovación. La Universidad no tiene que responder ya como le pedúa el Estado-nación liberal a las demandas de profesionales y servidores del estado, ni a las necesidades específicas de formación de la era industrial de las industrial en la forma de profesiones definidas y estables, sino a los imperativos de la actual sociedad, dotada de mayor movilidad en el mercado laboral como consecuencia de la alta movilidad del conocimiento, que convierte e este en estrategia central del desarrollo económico y social y a la universidad en necesario instrumento de universalidad de la universidad, en todo lugar (geográfica y virtual), en todo tiempo (lifelong-learning) y para todos (acceso masivo).

Lo relevante es que, para favorecer la movilidad de estudiantes, profesores e investigadores en todos los países participantes en el proceso de Bolonia, no solo se va a adoptar un sistema homogéneo de cualificaciones en dos niveles y tres ciclos (bachelor, máster y doctorado) mediante un sistema compartido de garantía de calidad y una serie de instrumentos comunes (3 ciclos, ECTS, Calidad, DS, marco de cualificaciones, reconocimiento de estudios,…). La clave radica en el objetivo de la transferencia de conocimientos al desarrollo de competencias; es decir, de orientar la formación universitaria a la empleabilidad, no a la formación profesional para empleos concretos. En el consiguiente objetivo de que los estudiantes desarrollen su potencial para conseguir trabajos y conservarlos.

Para ello se necesitará financiación adicional: lo requieren en especial el diseño de titulaciones, la mayor formación del profesorado, la movilidad, as nuevas infraestructuras vinculadas a las TICs, y el aprendizaje a lo largo de toda la vida. Pero eso es harina de otro costal y tendrá que ser atendido y organizado en cada país, pues las políticas de educación superior ni siquiera son competencia de la Unión Europea.

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