jueves,18 agosto 2022
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Najmanovich, Denise /Centro de Publicaciones Educativas

Complejidades del saber, una revisión ante las ciencias de los sistemas adaptativos

Redacción
La profesora argentina Denise Najmanovich, experta en educación de la complejidad, presenta un itinerario de reflexiones sobre las tareas educativas entendidas en el contexto más amplio de la vida social, honrando su complejidad, diversidad y vitalidad, percibiendo su multidimensionalidad en lugar de descomponerlas en compartimentos estancos. Hace una revisión y propuestas de replanteamiento ante las ciencias de la complejidad y sus sistemas adaptativos. A continuación, su prólogo y capítulo 1

El recorrido de este libro tiene tres momentos que organizan la travesía: el primero visibiliza lo que en la Modernidad fue invisibilizado; el segundo plantea la construcción de campos problemáticos complejos y el tercero propone explorar la dimensión ética del conocimiento para cultivar y cuidar la vida en común. 

En sus palabras preliminares,la autora dice que este libro contiene artículos muy diversos y, sin embargo, tiene una matriz común: intenta honrar la complejidad de la vida en su fluir. En todos ellos he buscado hacer visible el entramado de los procesos educativos, distinguiendo las diversas dimensiones que los constituyen sin disociarlas del conjunto. Se trata de una exploración de los paisajes educativos realizada a lo largo de veinte años, que no sigue un orden cronológico porque la vida no obedece al reloj pero, sobre todo, porque deseo evitar la perversa noción de progreso que supone que todo lo nuevo es un “avance”, y que siempre debemos avanzar. Sabemos por experiencia que seguir la novedad (que muchos pretenden que es necesariamente buena), más que mejorar nuestra situación nos ha llevado a veces a un camino sin salida o incluso al borde de un abismo.

En este recorrido el lector encontrará muchas referencias al fin de siglo, al nuevo milenio o tecnologías que en algún momento fueron novedosas y hoy están en vías de extinción. Preferí no modificar el texto para resaltar el hecho de que, desde entonces hasta hoy, seguimos sin comprender adecuadamente lo que es una tecnología como mediadora del vivir humano. A pesar del tiempo transcurrido y la omnipresencia de las tecnologías en la vida cotidiana, este desconocimiento, lejos de disiparse, se ha profundizado. Hemos pasado de los diskettes a la www, del aula de informática a los big data, de la escasez de información a la saturación, rechazando o adorando las tecnologías. Pero seguimos sin entender nuestro vínculo con ellas, porque los modos de conocimiento de la cultura moderna no permiten pensar los lazos, las afecciones mutuas, las transformaciones no lineales. Esta falta de comprensión del rol de las tecnologías en la vida humana –y en la educación, en particular– nos ha llevado a una situación peligrosísima. La irrupción de las TIC y las transformaciones en los modos de vida personales y colectivos nos brindan una gran oportunidad para ver aquello que el foco fijo del conocimiento moderno no permitía notar; para percibir y pensar aquello que había quedado en punto ciego del modelo de conocimiento instituido.

La autora hace una reflexión sobre los problemas educativos que estamos viviendo hoy

A diferencia de la concepción positivista del conocimiento –que no solo disocia la forma del contenido, sino que desvaloriza completamente el aspecto estético–, los abordajes de la complejidad suelen dar una importancia central a las formas de producir sentido y a la arquitectura del saber. En cada uno de los capítulos de este libro y en la obra en su conjunto, he intentado siempre salir “de las cajas”, no quedar fija en una sola forma de focalizar y, sobre todo, no fragmentar el saber, buscando comprender cada situación o problemática como un detalle en una trama vincular.

Cuando comprendemos que en todo saber habrá siempre puntos ciegos y que ningún punto de vista puede ser universal y eterno, salimos de la captura monológica para abrirnos al diálogo y la fertilización mutua, imprescindibles para abordar los desafíos contemporáneos: cómo pasar de un conocimiento estático a la comprensión de los procesos; cómo combinar los saberes establecidos con las innovaciones; cómo transitar desde perspectivas disciplinarias, reproductivas individualistas y jerárquicas hacia un pensar en red fluido, centrado en la investigación y trabajo colectivo, ¡sin morir en el intento!

La mirada moderna nos ha impuesto siempre un foco, una perspectiva, un marco, que constreñían nuestro pensar a lo que previamente se establecía. Por ese motivo el primer “movimiento” en el recorrido de este libro intenta visibilizar lo antes invisibilizado: las relaciones complejas e indisociables entre el observador y lo observado, entre la experiencia y la producción de sentido, entre el ser vivo y su medio, entre el ciudadano y el colectivo, entre nosotros y los otros.

En el Capítulo 1, “La revolución del saber contemporáneo”, expongo las transformaciones cruciales de las últimas décadas en nuestra imagen del mundo, desde las concepciones mecánicas y disociadas de la ciencia clásica hasta los abordajes dinámicos y entramados de la complejidad. Ese tránsito nos ha permitido pensar los vínculos, las mediaciones y las transformaciones que el paradigma de la simplicidad moderno invisibilizó y desconsideró. En el camino, no solo ha cambiado nuestra concepción de la naturaleza, sino también la del conocimiento. Se abrieron las fronteras disciplinares para dar lugar a un diálogo interdisciplinario y transdisciplinario.

Al aflojarse la grilla cartesiana pudo emerger también la pregunta por el observador, que llevó a un cuestionamiento profundo de la separación radical entre el sujeto y el objeto, característico de la epistemología positivista. A diferencia del modelo atomista y la estética disociada de la Modernidad, el punto de partida de la indagación compleja es el vínculo, la interacción, la afectación mutua, la reflexividad de saber. El conocimiento humano no surge de una mente incorpórea. Es el producto de la actividad de un ser vivo, que no habita en el vacío, sino en un ambiente con el que interactúa.

A diferencia del modelo de conocimiento moderno, que fija el punto de vista y propone una mirada teórica distanciada, el pensamiento complejo promueve la movilidad del punto de vista y los sistemas de enfoque, sabiendo además de la implicación del observador en la observación. Desde los abordajes de la complejidad, vivir es siempre convivir en una infinita trama vincular de la que todos somos partícipes y, por lo tanto, responsables.

Lejos de los dogmas y arraigado en la vida, el pensar complejo no busca construir un dogma, no pretende un saber universal ni total, sino que nos invita a la aventura del pensar sin término.

En el Capítulo 2, “El sujeto complejo: la condición humana en la era de la red”, abordo más específicamente el significado humano, personal y colectivo de comprendernos como parte inseparable de la naturaleza, profundamente ligados unos a otros.

En la actualidad, cuando el modelo que he denominado EGO-CEO (caracterizado por la exacerbación del individualismo) está en plena expansión, comprender que la independencia es una ilusión y que la calidad de nuestro vivir depende de la riqueza vincular, de la potenciación mutua, de la construcción de un “nosotros” con la vida toda y no solo con nuestros semejantes, es una tarea no tan solo necesaria, sino más bien urgente.

Pensar la educación sin tener en cuenta la vida en común, los modos de concebir el sujeto del conocimiento y la importancia de los vínculos en la producción de sentido es como intentar comprender la arquitectura sin considerar el suelo, el clima, los materiales o las formas de vida.

En tiempos neoliberales, cuando el lazo social se ha debilitado y desde los sectores dominantes se promueve una activa desafiliación, resulta imprescindible entender nuestra pertenencia a la naturaleza y nuestra existencia vincular para gestar una educación potenciadora de la comunidad y, paradójicamente, también de la singularidad. Hoy, la ilusión de independencia propia de la modernidad sólida se ha vuelto delirante hasta el punto de concebir a cada persona como un “empresario de sí mismo”, en competencia despiadada con todos los demás. Es más importante que nunca volver a percibirnos como parte de la trama de la vida. Comprender y sentir que:

(…) la vida no es de nadie, todos somos

la vida –pan de sol para los otros,

los otros todos que nosotros somos–,

soy otro cuando soy, los actos míos

son más míos si son también de todos,

para que pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia.

Octavio Paz. Piedra del sol (fragmento, 1985)

En la concepción identitaria de la modernidad no hay lugar para la singularidad ni para la diversidad. Desde la complejidad, por el contrario, lo singular está entramado en lo común y se producen mutuamente. En cambio, la concepción moderna del sujeto ha promovido la adecuación de la vida en su inmensa variedad a un modelo ideal que concibió como “normal”.

Luego de la visibilización de la trama más amplia en que se gesta la tarea educativa, comienza un segundo “movimiento” en la travesía que este libro propone: el de abandonar los marcos teóricos inmutables para comenzar a construir campos problemáticos fértiles.

En el Capítulo 3, “El desafío educativo en un mundo en mutación”, propongo “desnaturalizar” las creencias acerca de la tarea educativa abriendo un signo de interrogación (que sugiero que quede siempre abierto, para no aplastar la potencia de las preguntas con el peso de las respuestas).

Como este texto fue escrito en los albores del milenio, nos permitirá percibir cómo se sembraron las semillas de los modelos de evaluación basados en el discurso empresarial de la excelencia. Un modelo que se impuso como ideología dominante de la gestión en la década del 80 y continúa vigente a pesar de que, cinco años después de publicado el libro que le dio origen ( En busca de la excelencia, de Tom Peters y Robert H. Waterman), de las 64 empresas que los autores tomaron como ejemplo a seguir, más de mitad había desaparecido o bien estaba en crisis.

Los modelos de evaluación de calidad que hasta hoy se utilizan son promovidos por la OCDE (una organización económica y no educativa), el Banco Mundial y el BID. Nacieron de la confusión perversa entre el vaciamiento de sentido de lo educativo y la exigencia de eficacia propia del marketing, cuyo concepto de calidad es totalmente ajeno al aprendizaje en la vida.

La perspectiva temporal también nos permite dar cuenta del hecho de que muchos de estos desafíos aún están pendientes. Lamentablemente, lo más probable en estos tiempos de saqueo de lo público es que las nuevas reformas tiendan más a la destrucción que a la potenciación de lo común. Por suerte, son muchos los docentes, directivos, estudiantes, investigadores y otros actores de la comunidad que están dispuestos a reinventar la fiesta de aprender promoviendo ambientes de aprendizaje comunitarios centrados en la investigación activa y participativa, en espacios de convivencia capaces de albergar la diversidad y de nutrirse de ella.

Podemos pensar al Capítulo 4 (“Paisajes educativos: complejidad, diversidad y vitalidad) como un punto de inflexión en el recorrido. Será el momento en que comprenderemos en profundidad el sentido y el valor de la noción de “paisaje”, que busca dar cuenta de la complejidad en la vida educativa y de los modos en que podemos abordarla. También se despliega aquí la idea de nuestra relación con la tecnología, su función mediadora, trabajando específicamente con lo que se ha denominado “tecnologías de la palabra”: la oralidad poética, la lectura de textos impresos estandarizados y la multimedialidad propia de las redes interactivas contemporáneas. No busco oponer una a las otras ni suponer un progreso. Como afirmaba Eric Havelock, uno de los investigadores claves de este tema: “Cuando la musa aprendió a escribir, no dejo de cantar”.

Lo que sí es preciso destacar es el modo en que la escuela muchas veces ha limitado o incluso esterilizado la potencia creativa y transformadora de una tecnología. En particular, considero especialmente preocupante la forma en que las TIC han sido apropiadas y su uso restringido a ser proveedoras de información, para preservar el modelo mecanicista-reproductivo de la enseñanza.

El sistema educativo sigue funcionando como en los inicios de la Modernidad, en que la información era escasa y, por lo tanto, poseerla o acumularla podía convertirse en un objetivo. Hoy vivimos un verdadero diluvio informativo, con la consiguiente saturación de nuestra capacidad de producir sentido. Sin embargo, en las instituciones educativas regidas por la inercia del modelo mecanicista, se sigue funcionando como si nada hubiera ocurrido, manteniendo las “fuentes de autoridad” en lugar promover un aprendizaje activo para gestar criterios y prácticas que permitan discriminar información falsa, dudosa, innovadora, sesgada y/o incompleta. Estos son los saberes-habilidades imprescindibles en una época plagada de “noticias falsas”, “información que desinforma”, “cámaras de eco” y “burbujas epistémicas”. Tampoco suelen alentarse la creación de espacios dialógicos e informes capaces de aprovechar la capacidad multimedia contemporánea ni los análisis innovadores, y se sigue utilizando la información de modo “convergente” con lo ya sabido-instituido.

Por lo general, los modelos de apropiación de la tecnología no están orientados a la exploración abierta ni a la investigación de situaciones complejas. Se utilizan como las viejas enciclopedias de papel en la resolución de las mismas rutinas mecánicas del siglo pasado.

Quiero destacar también que existen muchísimos docentes que han salido del “corralito” del “objeto pedagógico simplificado” y utilizan las tecnologías para explorar, investigar, debatir y crear informes o prácticas multimodales. Sin embargo, la capacidad de innovar de estas personas se debe mucho más a su vocación personal que a lo que promueve el sistema de formación docente que, en muchos casos, dificulta o aísla su labor.

Al leer este capítulo con la perspectiva del tiempo sentí una gran preocupación, que quiero compartir. Las propuestas de cambio educativo que está desarrollando el neoliberalismo se basan ampliamente en la inteligencia artificial, los sistemas robóticos (o, como se los llama ahora chabots, porque se les puede hablar –que no es lo mismo que conversar con ellos–). Estos sistemas pueden llegar a hacer todo aquello que sea mecánico, estandarizado, prefijado, y en algunos casos ya los realizan mucho mejor que los humanos. Si no somos capaces de reinventar la educación para pasar de un modelo de transmisión reproductiva a uno de investigación creativa, de una escuela intramuros a un ambiente de aprendizaje comunitario, asistiremos a la “uberización” de la educación. Un triste espectáculo que están montando las multinacionales educativas, basado en MOOC ( Massive Online Open Courses ) que reproducen lo peor de las clases magistrales unidireccionales del modelo mecánico, pero con un rendimiento económico inmensamente superior, en sistemas de enseñanza centrados en lo que se ha denominado “Inteligencia Artificial”, como el Watson de IBM. Estos son los nuevos proyectos que promueven el Banco Mundial, el BID y los sectores de poder concentrados para terminar de destruir la educación pública y suplantarla por un modelo algorítmico de extremo control y nula creatividad singular y colectiva

En el Capítulo 5 destaco la importancia y el valor de la inter, la trans y también la in disciplina. He intentado hacerlo saliendo de los caminos trillados para arriesgarme a proponer una mirada contaminada de vida. La pureza es siempre estéril, en cambio la vida surge, se desarrolla y reproduce en el intercambio. Los seres humanos tenemos problemas complejos, pero la universidad tiene departamentos y la escuela, áreas. En la vida no existen “disciplinas”; estas son formas de focalizar la experiencia sumamente valiosas, pero también muy peligrosas cuando el resultado es un conocimiento fragmentado. La vida –o, más ampliamente, la existencia de la naturaleza– no viene compartimentada. Por eso es crucial la indisciplina: porque la vida no es disciplinada.

Además, la noción de disciplina no solo produjo fragmentación, sino que lo hizo a partir de un modelo de control. De allí el doble e indisociable significado del término. Esta otra faceta de la cuestión disciplinaria nos invita nuevamente a abandonar la dicotomía: en este caso, “control” opuesto a “descontrol”. No se trata de promover el “mal comportamiento”, sino de gestar modos convivenciales basados en la confianza, en lugar de la vigilancia.

Una vez más, la ética-estética de la complejidad no es la de “tirar al bebé junto con el agua sucia del baño”, sino la de comprender los límites de cada modo de producción de saber. En este caso, de ningún modo desvalorizamos lo que las disciplinas modernas han sido capaces de producir, pero lo resignificamos a partir de la comprensión de la naturaleza y el conocimiento de ella en la trama de la vida.

En el Capítulo 6, “Inteligencia única o múltiple: un debate a mitad de camino”, intento elucidar las formas en que se ha utilizado la noción de inteligencia en nuestra cultura. Al mismo tiempo, propongo una estética de abordaje para salir de la ceguera iluminista que exige un punto de vista que presupone “claro y distinto”, para arriesgarnos a pensar las complejidades de la(s) inteligencia(s) e incluso cuestionarnos si tiene sentido pensar en una facultad así denominada.

En lugar de la captura de la definición identitaria, propongo la aventura de pensar las diversidades. Un pensar prudente y audaz al mismo tiempo, agudo y sutil, y siempre abierto al devenir.

Esta reconsideración del sentido del término “inteligencia” es hoy imprescindible, porque el no haber indagado su complejidad nos condujo a considerar inteligentes a los teléfonos, a las heladeras y a los algoritmos. Lo que no sería tan grave, si no estuviéramos viviendo una neocolonización educativa basada la noción de Inteligencia Artificial.

Categorizar es humano; esencializar las categorías es un modo de dominación, un sistema de captura. Por eso la exploración no se limita a la inteligencia, sino que, para pensarla, primero considero de forma más amplia el sistema de categorización moderno, que impone un punto de vista esencialista sobre las categorías. A partir de la concepción de la esencia pura, se ha generado una confusión gravísima entre una medida artificiosa como el CI y una actividad vital como es la inteligencia. Estos deslices de sentido que reducen una producción compleja a una medida fija en un contexto estandarizado de laboratorio han tenido consecuencias gravísimas para la educación en la Modernidad sólida. Y en la medida en que no seamos capaces de dar cuenta de la complejidad, la situación parece que ha de empeorar, porque el modelo globalizado que promueven las pruebas de “calidad” (las globalizadas como PISA y sus hijas locales) se basa extensamente en el modo de evaluación que podemos denominar “ screening marketinero”.

Para que se comprenda en toda su amplitud el significado de estos modelos evaluativos, propongo como analogía una versión de un chiste sobre la valoración que efectúa un ingeniero de su experiencia al escuchar una pieza musical ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Berlín:

Los ejecutantes de violines y violas permanecían inactivos durante extensos períodos de tiempo. Su número debe reducirse drásticamente. Además, hay una gran repetición en muchos pasajes musicales, lo que significa un gran desperdicio del esfuerzo y un aumento del costo para pagar a los ejecutantes. La inversión sería más productiva si se eliminaran todas las repeticiones.

Finalmente, es preciso destacar que la mayoría de los procesos de evaluación de la calidad ¡no están asociados a ningún sistema de mejora de la misma! Ni antes ni después la comunidad educativa ha sido consultada, ni existe institución alguna dedicada a investigar cómo promover una mejor educación a partir de estos procesos.

Estos sistemas de evaluación nada tienen que ver con la calidad educativa, una noción sobre la que no existe acuerdo alguno y que solo pude ser definida dentro de cada sistema-paradigma educativo. Su objetivo es clasificar para invertir o, mejor dicho, para desinvertir. Al igual que al ingeniero de nuestro ejemplo no le interesa para nada la música, a estas agencias solo les importa el rendimiento de su inversión medido según un tipo de productividad en el que el pensamiento vital no tiene ningún lugar.

No solo estas pruebas sino, más en general, todos los sistemas de estandarizados atentan profundamente contra la incorporación de modelos de aprendizaje basados en la investigación activa. Las metodologías complejas han de ser evaluadas honrando su complejidad. Sin embargo, aún hoy y luego de varias décadas de experiencia, la evaluación sigue siendo el “cuello de botella” que estrangula el proceso de cambio educativo.

Finalmente, pero de ningún modo menos importante, la diversificación de la noción de inteligencia que aportó la Teoría de las inteligencias múltiples ha sido valiosa, porque amplía el foco puramente racional y lógico-matemático de las concepciones clásicas pero, al mantener la separación entre las diversas modalidades, no logra superar la estética de la disociación por la que se han colado otras modas pedagógicas empresariales, como el modelo de competencias. El éxito espectacular de la noción de inteligencia emocional es aún más preocupante, si cabe, puesto que abre la puerta a una manipulación peligrosísima de la vida emocional y afectiva sin aportar nada al desarrollo del pensamiento y el aprendizaje.

El tercer y último movimiento de este libro propone explorar la dimensión ética del conocimiento para cultivar y cuidar la vida en común.

En el Capítulo 7, “El saber de la violencia y la violencia del saber”, abordo una de las cuestiones más urgentes de la contemporaneidad. A pesar de haber sido escrito hace varios años, a mi entender no ha perdido vigencia. Ayer, hoy y siempre será válida la afirmación que sostiene que ninguna persona está a salvo de ejercer y padecer la violencia. Como asegura Wystan Auden, “El mal es vulgar y siempre humano, duerme en nuestra cama y come en nuestra mesa ”. La violencia humana no puede reducirse a la agresión ni corresponde a un puro instinto animal. Los modos de concebir el conocimiento están muy lejos de ser éticamente neutros. Como veremos en el artículo, la violencia del saber es crucial para comprender los modos específicos de la violencia en nuestra cultura. En el siglo XX, los pueblos europeos más educados y “racionales” de mundo (al menos, desde sus propios criterios y los de los países colonizados por ellos) desplegaron una violencia sin igual.

El no haber revisado las concepciones instituidas nos está llevando a un modelo de control ubicuo, permanente, que llega incluso a un tipo de “prevención represiva” ( pre-crime ) que solo Orwell y Philip Dick fueron capaces de imaginar en sus novelas 1984 y El reporte de la minoría (Minority Report ), y que hoy están ya funcionando en ciudades como Chicago, Londres y en buena parte de Rusia y China. Los presupuestos sobre los que se construyen estos modelos son los mismos que considero en el artículo: la violencia del absoluto, la violencia de las generalizaciones, la violencia del a priori y la violencia dicotómica. Lo que varía es la tecnología.

Para disminuir la violencia y construir una cultura del buen trato es preciso salir del círculo vicioso de la represión-transgresión propio del modelo de control que heredamos del mecanicismo y que está reforzándose en la cibercultura.

Una sociedad capaz de construir lazos de confianza, en la que todos los partícipes sean responsables de lo que generan, solo puede forjarse abandonando las dicotomías de tal modo que el otro no sea un competidor ni un enemigo.

Finalmente, en el Capítulo 8, “Nosotros y los otros: diversidad y cuidado de sí y del otro”, presento otro modo de concebir, habitar y experimentar la vida en común y sus tensiones. Luego de haber trabajado sobre los modelos de categorización reificados, me propuse abandonar los juicios a priori propios de nuestra herencia cultural para habilitar el pensamiento vital, en lugar de quedar capturada en etiquetas. Solo así podría hacer lugar a una convivencia en la que los otros –y, por supuesto, yo misma– fuéramos considerados legítimos otros.

El sistema de etiquetas y casilleros despotencia no solo a los que son clasificados como diferentes, sino también a los “normales” (“de cerca nadie es normal”, en palabras de Caetano Veloso). En este trabajo exploro desde una estética no dicotómica la distinción entre diversidad y diferencia. Desde esta mirada no se trata de “incluir” lo diferente, sino de convivir en la diversidad, ya que todos somos singulares y, por lo tanto, diversos. Esta forma de pensar implica también un modo de percibir, de sentir, de vivir y convivir que no está basado en la mera tolerancia sino en la aceptación. Por ese motivo elegí una película como ejemplo a seguir para poder desplegar la complejidad de la vida, las dificultades que tenemos en aceptar no solo la diversidad de los otros, sino la que anida en nosotros mismos.

La singularidad solo se conjuga con la diversidad. La aceptación no surge de un mandato moral, sino de la comprensión vital de nuestro modo de existencia entramado y del valor de los vínculos en el vivir.

Lo que se opone al modelo empresario que he denominado EGO-CEO es la reinvención de lo comunitario, el tejer los lazos que nos permitan gestar un “nosotros” donde todas las singularidades puedan florecer. Frente a la desafiliación neoliberal, la siembra vincular. Ante la competencia, el cultivo de lo común. No se trata de nuevas dicotomías, no hay un bien o un mal absolutos, la complejidad entiende el conflicto tanto en su faceta productiva como destructiva. La paz, desde esta mirada, no es una mera ausencia de guerra, es una situación tensa e intensa, que es preciso cuidar. No hay fórmulas ni garantías con respecto a los modos de hacerlo; es preciso habitar la experiencia, aprender a cuidarnos, estar atentos, pensar.

El espíritu que ha guidado la escritura de estos textos y su compilación es el de reinventar la fiesta de aprender, religar la educación a la vida, abandonar los credos para activar el pensamiento y promover la comunidad en un tiempo de desafiliación.

Como señala Antonio Machado, el poeta-filósofo: “Caminante, no hay camino: se hace camino al andar”. Y como aprendí con Gilles Deleuze, para mí un filósofo-poeta, “No hay método, no hay receta, solo una larga preparación”.

Experiencia de la autora

Su formación, recorrido e intereses son profundamente interdisciplinarios. Se formó en Bioquímica, luego realizó un Master en Metodología de la Investigación Científica para finalmente doctorarse en la PUC de San Pablo, con una tesis de Epistemología dirigida por Suely Rolnik.

Es profesora de la Universidad de Buenos Aires y de otras universidades del país. Ha sido invitada a España, México, Brasil, Uruguay, Colombia, Costa Rica y Chile, entre otros países.

Siempre le apasionó el conocimiento en todas sus formas, lo que la llevó a investigar sus posibilidades, límites, desafíos, modos de legitimación y también las formas de compartir el saber.

Es autora de El mito de la objetividad ; El juego de los vínculos. Subjetividad y redes: figuras en mutación ; Mirar con nuevos ojos. Nuevos paradigmas en la ciencia y pensamiento complejo y Epistemología para principiantes.

Su área de investigación abarca la construcción del saber, el pensamiento complejo y los nuevos paradigmas en las ciencias, especialmente en los campos relacionados con la educación, el cuidado de la salud, la subjetividad contemporánea y las redes sociales.

Índice de contenido
Capítulo uno. La revolución del saber contemporáneo
Estamos viviendo una transformación multidimensional de nuestra comprensión del mundo que nos incluye como partícipes activos. Las transformaciones contemporáneas no se restringen a una teoría o disciplina, ni se limitan a un cambio meramente intelectual. No se trata solo de que estamos pensando otras cosas, sino de que estamos comenzando a pensar de otro modo. La estética de la complejidad nos invita a cruzar fronteras y también a disolverlas, a tejer otras tramas y comprenderlas de manera muy diferente a las de la ciencia clásica y el pensamiento moderno.
La complejidad no es una meta a la que arribar. Es una forma de abordaje, un estilo cognitivo, un proyecto siempre vigente. No existe ni podría existir UNA Teoría de la complejidad, pues la complejidad es infinita, multifacética y dinámica. Sin embargo, es posible complejizar nuestra mirada. En las últimas décadas, se han ido desarrollando diversas líneas de investigación que coinciden en utilizar enfoques que nos abren la posibilidad de pensar un universo abierto en el que se conjugan la estabilidad dinámica con la creatividad. Ellos nos permiten pensar el ser como linaje de transformación, en un universo siempre cambiante que, sin embargo, es el mismo.
No solo de acuerdos está sembrado el campo del abordaje complejo; existen divergencias de diversa magnitud. No hay una historia única, así como no existe una teoría o paradigma de la complejidad. Sí hallamos itinerarios más o menos compartidos, que muchas veces se cruzan y nutren mutuamente. Los invito a realizar una travesía por algunos de los más fecundos afluentes de esta perspectiva que, en conjunto, proponemos bautizar como “enfoques de la complejidad”.
El universo mecánico y el paradigma de la simplicidad
Para comprender las profundas transformaciones del pensamiento contemporáneo, es preciso saber de dónde venimos y cuáles son los cambios cruciales que nos llevan de un conocimiento entendido como producto y concebido como representación del mundo, a un saber dinámico y multidimensional que, además, nos incluye como productores. El pensamiento moderno y la ciencia newtoniana fueron profundamente subversivos en sus comienzos, pero, como suele suceder en los procesos históricos, lo que empieza como una revolución puede luego resultar conservador. El Renacimiento y los comienzos de la Modernidad fueron tiempos de grandes cambios: los viajes transoceánicos en los que los europeos se chocaron con lo que luego llamaron América, los cismas religiosos, el auge de las ciudades, una ampliación enorme del comercio y el encuentro con otras culturas. Sin embargo, la sociedad, que se había atrevido a extender los horizontes del enclaustrado mundo medieval, pronto reemplazó los muros monacales por las coordenadas cartesianas y los sistemas mecánicos que, con el tiempo, resultaron tan opresivos como las paredes de los conventos (aunque menos notorias y, por eso mismo, más peligrosas) (Najmanovich, 2016).
A partir de una misma metáfora, pero de formas muy diferentes, Descartes inventó la soledad y engendró las grillas cartesianas, mientras que Newton gestó una concepción del universo de partículas aisladas moviéndose en el vacío. Ni el paradigma mecanicista ni la epistemología positivista se impusieron en un día. El proceso fue largo y complejo e incluyó muchas áreas diferentes del vivir humano: desde los modales y protocolos sociales hasta las prácticas políticas; desde la concepción del espacio plasmada en la cuadrícula de las ciudades “planificadas”, hasta las distinciones entre los ámbitos público y privado.
Todas las ciencias fueron “colonizadas” por las metáforas atomistas y los modelos mecánicos. Se estableció así un pensamiento que buscaba metódicamente unidades elementales que, en función de relaciones fijas, quedaban confinadas en sistemas cerrados, con estructuras estables y en equilibrio. Así, la Química intentó comprender el comportamiento de las sustancias complejas a partir de sus componentes más simples. La Biología pretendió explicar las funciones del organismo en base a unidades cada vez más pequeñas: órganos, tejidos, células; la medicina dividió la “máquina humana” en decenas de “aparatos”, cada uno de los cuales generó su propia “especialidad”. La Psicología conductista trató de descifrar la conducta como una relación lineal entre un estímulo y una respuesta. La Sociología mecanicista abordó el análisis de la sociedad como resultante de la sumatoria o la evaluación estadística de las acciones de individuos aislados. La Economía fue reducida a modelos simplificados a partir de variables idealizadas, basándose en la suposición de que los seres humanos toman decisiones puramente racionales (entendiendo por tal cosa la maximización de la ganancia monetaria).
La disección analítica que lleva a la descomposición de todo lo que existe hasta llegar a una partícula elemental fue acompañada luego por un proceso de composición mecánica. La Modernidad ha sido opresivamente sistémica, pues solo ha concebido sistemas cerrados, unidades inmutables y estructuras estables.
Un sistema mecánico puede ser explicado por el funcionamiento de sus componentes y por las fuerzas mecánicas que relacionan esas partes entre sí, pero sin modificarlas cualitativamente. Los componentes son partículas inertes y pasivas movidas por fuerzas exteriores que determinan completamente los cambios de movimiento.
Esta concepción se basa en un conjunto de presupuestos, entre los que hemos de destacar algunos que consideramos claves en el siguiente cuadro:
PRESUPUESTOS
 
De identidad estática
La partícula elemental es estable, eterna e idéntica a sí misma. Como no posee estructura interna, las relaciones entre las partículas solo modifican su posición y velocidad.
De totalidad mecánica
En las relaciones mecánicas, el todo es igual a la suma de las partes. Cada elemento es independiente y no hay entre ellos interacciones facilitadoras, inhibidoras o transformadoras que pudieran tener un efecto de transformación cualitativa. Los vínculos son siempre externos
De independencia absoluta
El sistema mecánico en su totalidad es concebido como un sistema cerrado.
De conservación
El funcionamiento del sistema mecánico es conservador, puesto que no puede pensarse la transformación cualitativa; todo cambio ha de ser reversible. No hay evolución, solo desplazamiento y reordenación exterior.
De linealidad
La magnitud de los efectos es proporcional a la de sus causas. Esta es una exigencia tanto conceptual como inherente al lenguaje matemático utilizado en la ciencia clásica.
Las metáforas atomistas y maquínicas son cruciales para comprender la concepción moderna del universo, del hombre y del conocimiento. Su potencia ha sido enorme, tanto en lo práctico-material como en lo político y conceptual. Ningún área de la vida humana ha sido ajena a la perspectiva mecanicista. Entre los muchos logros de esta concepción, podemos incluir la construcción de los modelos de organización social jerárquicos y centralizados, la Revolución Industrial y el desarrollo de la ciencia clásica. La inmensa productividad alcanzada tuvo también un costo enorme que los apologistas del progreso jamás mencionan: fue lograda merced a un implacable disciplinamiento en todas las áreas de la vida, desde la rutina del trabajo hasta las normas de comportamiento hogareño, pasando por la vida académica y las relaciones sociales. El éxito fue tal que no resulta exagerado decir que la máquina de producción fagocitó a su creador. (1)
Todos los aspectos de la vida que no entraban en la grilla de lo instituido, que no se comportaban según exigía el método, fueron desvalorizados, negados o reprimidos. La Modernidad dividió todo en compartimentos estancos. El hombre llegó a creer que era una excepción a la naturaleza. El cuerpo fue descuartizado en “aparatos” y “sistemas” y aislado de su medio nutriente; resultó un autómata, y el alma, “un fantasma en la máquina”. Las ciencias “duras” se distanciaron de las “blandas” y todas ellas del arte y de la filosofía. Lo corporal quedó reducido a lo biológico, lo vivo a lo físico y lo material a lo mecánico. A través de un proceso semejante, el individuo se creyó independiente de la comunidad y la humanidad se sintió ajena en el cosmos. La filosofía de la escisión arrancó de cuajo a la razón del vientre vivo que la gestó, la sensibilidad fue “cortada” de la racionalidad, la emocionalidad separada del lenguaje, la imaginación arrancada a jirones de la autoconciencia.
El pensamiento mecanicista ha dejado fuera del foco de la ciencia a todo aquello que no se adecuara a su metodología: la transformación cualitativa, las dinámicas productivas, las mediaciones e intercambios, los flujos irregulares, los afectos y sus efectos. A pesar de la ingenua (cuando no perversa) pretensión de neutralidad científica, hubo y hay siempre valores privilegiados en toda actividad y en todo conocimiento. La ciencia clásica privilegió la exactitud y la precisión, la linealidad, la estabilidad, la uniformidad, la repetibilidad, la determinación, el control y la homogeneidad, dejando de lado la sutileza, la diversidad, la irregularidad, la variabilidad y la multidimensionalidad, la espontaneidad, el fluir y el afectar.
Estas son algunas de las características centrales de la ciencia moderna:
– Modelos ideales universales.
– Metodología única.
– Cartografía estática exterior.
– Linealidad.
– Dinámica conservadora.
– Regularidad-precisión-exactitud.
– Claridad y distinción entendidos rígidamente.
– Elementos aislados y leyes deterministas.
– Compartimentos estancos y contextos inertes.
Tanto el conocimiento como la organización social moderna se han construido desde le ética-estética del control. Esta mirada se gestó en el miedo y la desconfianza radical hacia el otro (en palabras de Hobbes, “El hombre es el lobo del hombre”), junto con la convicción de que espontáneamente solo se desarrolla el caos y que es precisa una intervención divina para establecer el orden. Al convertirse Dios “en una hipótesis prescindible” (Laplace dixit ), los nuevos dirigentes se apresuraron a crear otra fuente de orden y control tanto interno como externo. La creencia en que la “ley de la selva” solo conduce al caos y la desintegración social fue crucial para el establecimiento de un modelo jerárquico basado en la obediencia. Los presupuestos del modelo mecánico de pensamiento hacían imposible pensar la generatividad inherente de la naturaleza, el orden espontáneo y gratuito, los encuentros productivos y transformadores y la organización evolutiva, así como la colaboración y el intercambio a todas las escalas.
Primeros pasos desde la simplicidad a la complejidad
Desde el nacimiento de la ciencia moderna hasta pasada la mitad del siglo XX reinó lo que en las últimas décadas se ha denominado el “paradigma de la simplicidad”. Antes de la aparición de los enfoques de la complejidad, la ciencia era prácticamente un sinónimo de “ciencia mecanicista”. El exponente máximo de este paradigma fue la dinámica de Newton. Siguiendo su ejemplo, todas las explicaciones debían ser económicas, expresadas en leyes deterministas, basadas en modelos ideales. Un conjunto limitado de principios y leyes debían bastar para explicar todos los fenómenos del universo.
El siglo XIX inauguró los grandes problemas conceptuales que eclosionarían en el XX. La termodinámica clásica dejó de regirse por el tiempo externo, reversible y abstracto de la mecánica, postulando un tiempo interno, transformador, encarnado en los procesos irreversibles (por lo que comenzó a hablarse de una “flecha del tiempo”). El tiempo termodinámico apuntaba hacia el apocalipsis: el universo se dirigía inexorablemente hacia su muerte térmica, la energía útil se degradaba día a día y la entropía crecería hasta un máximo a partir del cual no habría más procesos. Por el contrario, la Biología mostraba un mundo que parecía desenvolverse hacia una mayor organización y complejidad. La teoría darwiniana fue una de las primeras expresiones de una concepción científica capaz de pensar un tiempo propio, no abstracto: el de la transformación de las especies, el del aumento de complejidad de los seres vivientes. La flecha del tiempo biológica apuntaba en sentido opuesto a la termodinámica. La vida parecía exigir un escenario propio, un contexto específico que no podía reducirse al esquema conceptual de la Física.
La Biología y las Ciencias Sociales, al igual que muchas áreas de la Física y la Química, necesitaban explicar la organización, el cambio y la evolución. Sin embargo, el éxito newtoniano hizo que recién hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, un conjunto amplio de investigadores de distintas áreas comenzara a gestar nuevos paradigmas capaces de afrontar los desafíos que la ciencia clásica no permitía pensar. Ludwig von Bertalanffy, un biólogo centrado en la elaboración de conceptos que pudieran explicar el comportamiento del organismo como un todo, desarrolló la Teoría General de los Sistemas. Casi simultáneamente se publicaron los trabajos de Norbert Wiener sobre cibernética (1948) y los de Shannon y Weaver sobre Teoría de la Comunicación (1949). Fuertemente emparentada con la sistémica, la cibernética se ocupó de la regulación y control en todo tipo de organizaciones: máquinas, seres vivos o sociedades. Todas estas perspectivas nacieron y se desarrollaron en un fértil diálogo interdisciplinario en el que las fronteras muchas veces se desvanecieron para dar lugar a un intercambio transdisciplinario del que surgieron nuevas áreas del saber que no pueden encasillarse en las grillas clásicas.
Diferentes líneas de investigación han enfatizado diversos aspectos de la Teoría de los Sistemas y de la cibernética, pero todas ellas aceptan que, cuando hablamos de sistemas u organizaciones, el todo es más que la suma de las partes. Este es el primer axioma sistémico, que ya había planteado Aristóteles, pero que con las nuevas herramientas del siglo XX se convirtió en el núcleo de importantes y valiosos programas de investigación.
La Teoría General de los Sistemas tuvo que ampliar y cambiar el foco de mirada para poder incluir a los sistemas abiertos. A partir de ese momento, la noción de sistema ya no se restringió a los modelos idealizados de la mecánica, sino que comenzó a incluir un amplio repertorio de sistemas físicos, biológicos y sociales que no podían pensarse desde las concepciones newtonianas. En este primer período, Bertalanffy abrió el campo conceptual a los sistemas abiertos, pero siguió admitiendo la existencia de los cerrados, en lugar de concebirlos como lo que efectivamente son: idealizaciones abstractas.
La perspectiva dinámica se organizó alrededor del concepto de homeostasis, que sitúa el foco de atención en el equilibrio y mantenimiento de la organización, sin adentrarse en las transformaciones fuera del equilibrio. El sistema era algo “dado”, y el investigador creía describirlo desde “afuera” pues, aunque se había avanzado, –y mucho– en nuevas concepciones de la percepción y el saber, nadie se había atrevido a aplicarlas a fondo en relación a su propia práctica científica. En este período aún no era posible conjugar sistema y singularidad, mantenimiento y transformación, equilibrio y desequilibrio. El foco estructural no permitía ver las dinámicas transformadoras, los flujos turbulentos ni la generatividad, al mismo tiempo que las estrategias rígidas opacaron a los juegos vitales.
Podemos decir que el concepto de sistema abrió las puertas del mundo de la complejidad, pero esto no significa que haya traspasado el umbral. El universo científico en el que se gestaron la Teoría General de Sistemas y la primera cibernética todavía se regía por una dinámica de causa-efecto aunque, además de la causalidad lineal, se había incluido la “causalidad circular”. La pregunta por el observador y la consecuente revolución epistemológica recién cobrarían importancia crucial con la cibernética de segundo orden o “cibernética de la cibernética”, que inauguró un bucle de complejidad capaz de pensar simultáneamente al observador y a lo observado en su mutuo producirse. Estas investigaciones confluyeron con otras tradiciones muy diferentes que, desde la década del sesenta del siglo pasado, comenzaron a abandonar las arenas representacionalistas sin prisa, pero también sin pausa. Entre muchos autores que han contribuido y siguen aportando al cambio destacaremos la labor pionera de Thomas Kuhn, que comenzó a mostrar a la actividad científica como una empresa humana en la que la comunidad científica se organizaen torno a paradigmas (Kuhn, 1970). Paul Feyerabend fue aún más lejos en sus críticas, mostrándonos cómo se construye el saber científico sin seguir ningún método universalmente válido (Feyerabend, 1984). Los trabajos de Michel Foucault sobre la arqueología del saber y la micropolítica científica corrieron el velo que ocultaba las profundas, intrincadas e inevitables relaciones entre el saber y el poder, entre la política y el conocimiento (Foucault, 1985, 2009). La propuesta de Gregory Bateson para pensar la ecología de la mente (Bateson, 1991), junto con los aportes de Maturana y Varela sobre la biología del conocimiento (Maturana y Varela, 1990) y los desarrollos del construccionismo social (Berger y Luckmann, 1985; Gergen, 1991) han sido otras de las riquísimas vías de investigación que pusieron en jaque la epistemología positivista. Finalmente, las propuestas de Edgard Morin (1994, 1988) respecto del pensamiento complejo aportaron aguas refrescantes a esta gran ola de pensamiento epistemológico postpositivista.
De la interrogación sobre los sistemas a la pregunta acerca de quién pregunta por el sistema
La cibernética de segundo orden fue el primer programa de investigación científica que comenzó a observar al observador. Al abrir el foco cognitivo a la pregunta sobre quién pregunta irrumpió un nuevo mundo de interrogaciones, el espacio cognitivo se complejizó, nuevas dimensiones de la experiencia se hicieron posibles y fue haciéndose evidente que era preciso realizar una reconfiguración total de nuestra concepción del saber. Al incluir al observador y los modos en que es afectado, así como a las formas en que este afecta lo que observa, no cambia solamente nuestra concepción del conocimiento sino también la del mundo en el que estamos inmersos y la de nuestra relación con él.
Aunque ya en las primeras décadas del siglo XX el principio de indeterminación de Heisenberg introdujo al observador dentro de la Física, y más tardíamente la Biología (especialmente la neurofisiología) contribuyó a corroborar el rol activo del observador como parte del sistema de observación, la cibernética de segundo orden fue el primer espacio teórico organizado a partir de la pregunta por el observador y las consecuencias que esto tiene para el conocimiento en general.
Heinz von Foerster fue un pionero de la complejidad y el padre de la “cibernética de la cibernética”. Su capacidad para hacerse preguntas por fuera de los marcos instituidos le permitió encontrar que el “punto ciego visual” (un fenómeno natural por el cual todos los seres humanos tenemos una zona en la que no vemos) no era tan solo un fenómeno fisiológico curioso.
La imagen que pueden ver a continuación está diseñada para revelar ese punto ciego. Para ello cierren el ojo izquierdo, coloquen su ojo derecho a unos 50 centímetros del rombo negro y fijen la mirada en el rombo. Variando ligeramente la distancia a la hoja podrán comprobar que en un determinado momento (a unos 30-35 cm.), el círculo negro desaparece de su campo visual.
Médicos y fisiólogos encontraron y explicaron este fenómeno señalando que en la zona donde entra el nervio óptico a la retina no hay células fotosensibles. Von Foerster reconoció la validez de la explicación fisiológica que nos da una información valiosa, útil e interesante. Pero no quedó cautivo en ese foco de la cuestión, sino que fue capaz de darse cuenta de que, si nos limitamos a ella, queda en la sombra otro fenómeno aún más intrigante. Ningún ser humano va por el mundo con un “agujero perceptivo”; nuestra experiencia visual no nos permite ver “el punto ciego” y tampoco saber que no lo vemos. Es preciso abrir nuestro campo perceptivo y también nuestro espacio de pensamiento para poder comprender este fenómeno más ampliamente.
Como bien destaca Von Foerster:
¡Toda la magia que implica el punto ciego desaparece tan pronto se convierte en una cuestión natural! ¿Qué nos produce esta explicación? Por lo menos dos cosas: no solo barremos este fascinante fenómeno ocultándolo bajo la alfombra, por así decir, sino que además tiene por efecto cegarnos ante otra observación, que es la siguiente: si uno mira a su alrededor en todas direcciones con un ojo, luego con los dos, luego con el izquierdo, luego con el derecho, ve siempre un campo visual sin solución de continuidad, sin interrupciones. No se ven puntos ciegos que recorran el campo visual apareciendo aquí o allá, porque si eso sucediera ustedes irían a ver al médico (Von Foerster, 1991).
La gran mayoría de los médicos y fisiólogos no se ha interesado nunca por las implicancias cognitivas del fenómeno. Von Foerster, en cambio, se centró en esa característica desconcertante de la visión por la que “somos ciegos a nuestra ceguera”. Esa forma recursiva y reflexiva de abordar la cuestión le abrió las puertas para comprender la percepción como un fenómeno multidimensional. Un aspecto notorio del estudio del fenómeno del “punto ciego” es que ninguna explicación (independientemente de si es correcta o no desde algún punto de vista) es exhaustiva. Más aún, en el mismo momento en que creemos tener un saber completo, estamos cerrando la puerta al aprendizaje, empobreciendo nuestra experiencia y cayendo en la trampa del dogmatismo. El no saber, paradójicamente, es el motor de la indagación y la fuente de todo nuevo saber. Esto no implica desvalorizar lo ya sabido, sino situarlo reconociendo la apertura del conocimiento en lugar de encerrarlo en los marcos estrechos del saber instituido.
Con la cibernética de segundo orden comienza un proceso de reflexión sobre algunos aspectos cruciales de nuestra experiencia y del conocimiento que el paradigma de la simplicidad había dejado fuera del foco del saber. A partir de las investigaciones de Von Foerster y sus colegas comenzamos a darnos cuenta de que para conocer el cerebro utilizamos… el cerebro; para conocer el lenguaje utilizamos… el lenguaje. Es decir que la recursividad es la norma del saber humano y no una excepción. Esta forma de interrogación y enfoque del conocimiento no quedó restringida a la cibernética de segundo orden de Von Foerster y sus colegas. Edgar Morin, Francisco Varela y Humberto Maturana, entre muchos otros pensadores, han sido capaces de conjugar la investigación científica con la reflexión epistemológica, abriendo las puertas de la complejidad. Ellos no conforman una escuela ni un movimiento; tampoco han creado una disciplina, sino que han formado una constelación heterogénea de investigadores que se han nutrido mutuamente manteniendo al mismo tiempo una gran autonomía y un estilo propio.
La naturaleza del sistema y el sistema de la naturaleza
En consonancia con el nuevo estilo recursivo, Edgar Morin no se limitó a pensar los sistemas, sino que interrogó sistémicamente dicha noción. Como él mismo expresó con contundencia: es preciso unir “el fenómeno al problema: debemos cuestionar la naturaleza del sistema y el sistema de la naturaleza. (…) la Teoría General de los Sistemas ha omitido profundizar su propio fundamento, reflexionar sobre el concepto de sistema” (Morin, 1981).
Su trabajo fue crucial porque gracias a él aprendimos que el sistema no solo es más que la suma de sus partes, sino que, paradójicamente, también es menos, puesto que al incorporarse a un sistema las partes pierden grados de libertad al mismo tiempo que emergen nuevas posibilidades. En la conformación de un sistema se dan tanto sinergias como antagonismos, y ambos son responsables del modo de existencia sistémico, que solo existe en el intercambio dinámico con su medio. La mirada compleja empieza ya a cobrar fuerza. El punto de partida, y también el núcleo, es la construcción de un pensamiento multidimensional del encuentro y el intercambio. La naturaleza ya no nos es ajena, somos partícipes de una trama.
En la naturaleza se encuentran masas, agregados de sistemas, flujos inorganizados, objetos organizados. Pero lo remarcable es el carácter polisistémico del universo organizado. Este es una sorprendente arquitectura de sistemas que se edifican los unos a los otros, los unos entre los otros, los unos contra los otros, implicándose e imbricándose unos a otros, con un gran juego de masas, plasmas, fluidos de microsistemas que circulan, flotan, envuelven las arquitecturas de sistemas (…) El fenómeno que nosotros llamamos la Naturaleza no es más que esta extraordinaria solidaridad de sistemas encabalgados edificándose los unos sobre los otros, por los otros, con los otros, contra los otros: la Naturaleza son los sistemas de sistemas, en rosario, en racimos, en pólipos, en matorrales, en archipiélagos (Morin ,1981).
La visión sistémica de Morin es mucho más compleja que la de Bertalanffy y otros padres fundadores, pues ya no existe nada que en sí sea una parte o un sistema, sino en función de una configuración que se da al investigarlo. El pensamiento complejo continúa la labor de la cibernética de segundo orden, profundizando en las implicaciones epistemológicas de la interactividad y la organización. Gracias a los trabajos de Morin, la noción de emergencia se amplía y sutiliza. El todo formado no solo adquiere nuevas propiedades emergentes que no existían en las partes, sino que estas se transforman al participar de la organización. El punto de partida no es una unidad elemental esencial e inmutable (el famoso “ladrillo básico del universo”), sino que en todos los niveles encontramos intercambio, coproducción y coevolución, tanto a nivel interno de la organización como entre esta y el medio en el que está embebida y convive.
En la concepción dinámica, la emergencia no es la “inversa” del reduccionismo, pues en el universo complejo no hay una línea ascendente y una descendente. La arquitectura de la complejidad es intrincada, recursiva y fluida. Esta concepción compleja no solo no es reduccionista: también ha reconocido los peligros de la “ceguera holística”. En los procesos de organización, al mismo tiempo que aparecen propiedades emergentes –en el todo y en las partes–, también se producen constreñimientos, pérdida de grados de libertad de las partes, inhibición de ciertas potencialidades con respecto a otras configuraciones. En palabras de Morin:
Toda asociación implica constreñimientos: constreñimientos ejercidos por las partes interdependientes las unas de las otras, constreñimientos de las partes sobre el todo, constreñimientos del todo por las partes. Desde esta concepción de las organizaciones complejas, la interrelación determina propiedades que no están presentes en cada uno de los elementos aislados, así como cada relación constriñe alguna propiedad de cada elemento (Morin ,1981).
El conocimiento humano no puede abarcarlo todo, aunque sin duda hay enfoques más amplios y más restringidos, más sutiles y más groseros. Morin ha destacado siempre la incompletud del conocimiento humano. Muchos de sus lectores han interpretado esta característica como un defecto o falla. Esta “decepción” solo puede comprenderse desde los presupuestos omniscientes que el cientificismo promovió, ya que esta supone que el ser humano es capaz de tener una imagen completa del universo, al menos en principio o teóricamente. Esta mirada es ingenua, empobrecedora, soberbia y despótica. La perspectiva que se abre con la complejidad es, a su vez, más potente y menos prepotente, pues la incompletud de la que habla Morin no implica falta alguna, sino la aceptación de nuestra finitud. Nuestro saber es tan completo como puede ser el conocimiento de un ser finito.
Desde el paradigma de la simplicidad, es decir, desde la visión mecanicista del mundo, no fue posible pensar la recursividad, porque implicaba paradojas indigeribles para esa concepción del mundo. Unos de los aportes revolucionarios en el que coinciden todos los pensadores mencionados ha sido el atreverse a salir del cauce estrecho de la lógica clásica y a construir una estética cognitiva más rica y sutil, en la que las paradojas son verdaderas compuertas evolutivas. Todos ellos fueron capaces de comprender la importancia de los bucles recursivos y convertir los círculos viciosos en círculos virtuosos. De este modo logramos salir del estrecho foco del mecanicismo sin por ello desvalorizarlo. La complejidad no es una alternativa ni un oponente a la simplicidad. Es un modo diferente de relación con el mundo y el saber. Desde los enfoques de la complejidad podemos ver al mismo tiempo que la ciencia newtoniana produjo un saber sumamente potente que promovió un desarrollo antes impensado de la capacidad productiva mientras que la filosofía cientificista impuso un chaleco de fuerza a la experiencia, restringiendo el mundo a lo que su modo de interrogación permitía encontrar, al mismo tiempo que deliraba creyendo que su punto de vista era capaz de abarcarlo todo.
Autoorganización, caos, dinámicas no lineales y sistemas complejos: del ser al devenir
Los modelos mecánicos, como ya hemos comentado, no admiten novedad, no pueden aprender ni evolucionar. Nuestra experiencia cotidiana nos muestra, sin embargo, que la transformación es la norma, más que la excepción, incluso en la física. Sin embargo, recién después de la Segunda Guerra Mundial y gracias a una extensa e intensa colaboración interdisciplinaria comenzó a poder pensarse la transformación cualitativa, la organización, la evolución hacia formas complejas, la dinámica transformadora. Así nacieron las teorías de la autoorganización y la autopoiesis.
Llamamos autoorganizado a cualquier proceso en el que haya una espontánea emergencia del orden. El sistema autoorganizado surge de las interacciones locales sin ningún tipo de control central o agente organizador. Este fenómeno se verifica en todos los niveles: desde la Física hasta la Biología, se manifiesta en las sociedades y en la economía, a nivel neuronal, así como en lo geológico. En los procesos de autoorganización, la flecha del tiempo apunta en dirección contraria a la degradación que predecía la termodinámica clásica. En lugar de aumentar la entropía, crecen el orden y la complejidad. En las teorías de la autoorganización el punto de partida ya no es la independencia y el aislamiento, sino el encuentro y el intercambio. Aunque los sistemas autoorganizados existen en todos los órdenes, en la Biología son la norma. Al focalizar en los seres vivos, Maturana y Varela fueron capaces de comprender que lo que define a un ser vivo es el hecho de producirse a sí mismo o, utilizando el término que ellos acuñaron, la vida es un fenómeno autopoiético. Pero, al igual que los sistemas autoorganizados solo pueden existir en el intercambio de materia y energía con su ambiente, la vida es fundamentalmente intercambio, conservación y transformación a un mismo tiempo. Todo sistema, por el hecho de ser tal, tiene algún tipo de clausura, de límite que lo separa y, al mismo tiempo, lo une al ambiente. Los sistemas abiertos están cerrados operacionalmente, puesto que especifican su propia dinámica al autoproducirse y preservarse, pero, al mismo tiempo, se hallan en un continuo y permanente intercambio con su medio, del que se nutren y con el que coevolucionan. Solo desde un pensamiento paradójico y multidimensional puede hacerse coherente la apertura y el cierre, el cambio y la estabilidad, el ser y el devenir. Esa es la potencia, la sutileza y la gracia de la complejidad.
El punto de partida del aislamiento y la independencia fue reemplazado por una concepción basada en el encuentro y la afectación recíproca. La mirada de la escasez dio paso a una concepción capaz de pensar la abundancia y la gratuidad. Del paradigma del control (externo y/o centralizado) pasamos a poder pensar la regulación y ayuda mutua, la coevolución y la coadaptación.
El tiempo, domesticado, reversible, lineal e idealizado de la física newtoniana dio paso a unas temporalidades creativas, no lineales, productivas e impredecibles en la ciencia de la segunda mitad del siglo XX. El camino de la complejidad estaba ya en pleno desarrollo y una cascada de nuevas investigaciones amplió, diversificó y enriqueció lo ya conquistado.
En la medida en que las perspectivas dinámicas fueron desarrollándose, muchos investigadores empezaron a plantearse que la estabilidad y el equilibrio, si bien eran aspectos importantes de nuestra experiencia, de ningún modo podían dar cuenta de la vitalidad, diversidad y complejidad que encontramos cotidianamente. Los seres vivos, las personas y las sociedades no se mantienen estables, sino que se transforman, cambian y mueren. También cambian las partículas, las rocas y todo aquello que se creía inerte y hoy sabemos que es activo. Como sabiamente había planteado Heráclito antes de nuestra era, el modo de existencia de toda la naturaleza es el cambio perpetuo. El pensamiento de Spinoza fue excepcional, pues a diferencia de la mayoría de los autores modernos, el suyo fue capaz de promover una perspectiva dinámica planteando en el siglo XVII un principio clave para comprender la complejidad: la naturaleza se causa a sí misma eternamente. Podríamos decir que el suyo es un principio de autopoiesis generalizado que recién en el siglo XXI está encontrando un lugar en los nuevos paradigmas de la ciencia y en el pensamiento de la complejidad.
El pensamiento dinámico cobra un nuevo y máximo impulso a partir de la década de 1970, cuando el foco de la investigación se desplaza hacia la comprensión del cambio. Los aportes de Prigogine pueden tomarse como un ejemplo clave para comprender esta transformación. En lugar de presentarnos un universo mecánico y estable, nos muestra una naturaleza dinámica. Su modelo de estructuras disipativas sujetas a fluctuaciones internas y externas que, a partir de cierto valor crítico o umbral se amplifican y llevan a la formación de nuevas estructuras, permite desarrollar novedosas categorías conceptuales. En este modo de comprender el mundo se conjugan de una nueva manera estabilidad y transformación, orden y desorden, determinación y predicción, creatividad y regularidad.
En las descripciones termodinámicas clásicas, un sistema solo podía evolucionar linealmente hacia un estado final: el equilibrio. Prigogine mostró que en muchos sistemas que están lejos del equilibrio no existe una única trayectoria evolutiva, sino que aparecen distintas opciones. Al amplificarse las fluctuaciones, el sistema entra en un período caótico, se desorganiza. Sin embargo, este caos no es mero desorden, sino que es condición de posibilidad de la emergencia de nuevas pautas complejas de organización.
En este pasaje de la primera a la segunda cibernética, de la simplicidad a la complejidad y de una estructura estática a una modelización dinámica, la mirada se va trasformado y nuestro mundo con ella. Podremos seguir encontrando regularidades, equilibrio, homeostasis y redundancias, pero también estamos adquiriendo la capacidad de ver simultánea e integradamente comportamientos irregulares, caóticos, lejos del equilibrio, inestables, borrosos y ambiguos. Los enfoques de la complejidad no anulan el saber que nos ha aportado el paradigma de la simplicidad, sino que lo reconfiguran y resignifican.
La colaboración de Ilya Prigogine con Isabelle Stengers fue crucial para que la potencia de la investigación científica pudiera adquirir relieve a partir de la reflexión filosófica. El texto de ellos (La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia) constituye uno de los aportes más significativos de un movimiento capaz de aunar lo que ambas culturas pueden aportarse en su mutua fertilización.
Muchos de los autores del campo que llamamos Ciencias de la complejidad (un territorio heterogéneo, diverso y en activo crecimiento y evolución) han reflexionado sobre el conocimiento a la par que lo han ido produciendo. Sin embargo, la mayor parte de ellos ha mantenido un foco limitado a la dinámica del sistema que estudiaba, sin interrogarse acerca de nuestro modo de conocer los sistemas ni tampoco sobre las transformaciones que la ciencia va viviendo a medida que se aleja de los ideales mecanicistas. Por eso resulta crucial distinguir los cambios en los paradigmas científicos de aquellos que corresponden a la reflexión más amplia y global, capaz de comprender las complejidades de la complejidad. Entre los últimos se desataca el “pensamiento complejo” de Edgar Morin como un aporte sustancial, aunque de ningún modo es el único.
Las llamadas ciencias de la complejidad abarcan múltiples programas de investigación, muchos de ellos inter y transdiciplinarios. Entre los más destacados podemos mencionar la Teoría de los sistemas dinámicos, la Termodinámica no lineal de procesos irreversibles, la Teoría del caos, la Teoría de las catástrofes, la geometría fractal, la vida artificial, el diseño emergente, la nueva ciencia de las redes, la Teoría de la autopoiesis, los Teoría de los algoritmos genéticos y la Teoría de los sistemas complejos evolutivos. Estos nuevos paradigmas tienen aspectos comunes, aunque no por ello constituyen un campo homogéneo. La afinidad se da sobre todo en la aceptación de la recursividad, el pensamiento no lineal, la posibilidad de pensar sistemas abiertos y autoorganizados, capaces de aprender y evolucionar. También en el reconocimiento de la emergencia, la importancia de los encuentros, las mediaciones y la concepción dinámica de la organización, que permite pensar la creatividad de los procesos y la transformación cualitativa. En conjunto, podemos plantear que, a pesar de las muchas diferencias, hay una clara reformulación de los modos de conocer que se alejan de las concepciones esencialistas y abandonan la ilusión de independencia para tomar como punto de partida y estética conceptual la dinámica vincular, de la que surgen tanto las partes como los sistemas. La naturaleza, lejos de ser pasiva, es la fuente de producción espontánea de todo lo que existe, a partir de un proceso de autoorganización, configurando una trama inextricable a la que todos pertenecemos, sin que entidad alguna pueda trascenderla ni controlarla.
En la actualidad, el cambio de paradigmas afianza, renueva y nutre la posibilidad de aceptar y promover miradas múltiples para comprender la complejidad, en lugar de aplastar el misterio con respuestas “claras y distintas”. A diferencia del saber mecánico-especializado y la mirada teórica distanciada, el pensamiento complejo promueve la movilidad del punto de vista y los sistemas de enfoque, sabiendo además de la implicación del observador en la observación. De este modo se inscribe en un amplio movimiento que nos está permitiendo pasar del paradigma del control mecánico al pensar-actuar, desde la comprensión de que todos los seres están conectados y de que convivimos y evolucionamos en una infinita trama vincular de la que todos somos partícipes y, por lo tanto, responsables.
1– Recomiendo leer el cuento de Kafka En la colonia penitenciaria, una de las más lúcidas, trágicas y bellas descripciones de este proceso

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