jueves,18 agosto 2022
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El empleo en el nuevo paradigma

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Me ha dejado impresionado la conversación de esta mañana con el directivo de una gran organización española. Resulta que en poco tiempo han recibido 125.000 currículos de recién licenciados para el millar de plazas que tienen que cubrir. Pero la noticia es que siguen desesperados por encontrar candidatos idóneos, porque muy pocos les sirven. Todavía […]

Me ha dejado impresionado la conversación de esta mañana con el directivo de una gran organización española. Resulta que en poco tiempo han recibido 125.000 currículos de recién licenciados para el millar de plazas que tienen que cubrir. Pero la noticia es que siguen desesperados por encontrar candidatos idóneos, porque muy pocos les sirven. Todavía sin recuperarme de los ecos de esa conversación, leo en Ibercampus de hoy el titular La Universidad, una fábrica de parados: en Europa sólo hay un 57% de universitarios trabajando frente al 82% estadounidense. Y, sin embargo, hoy día muchas empresas e incluso algunas profesiones enteras no encuentran y tienen que importar fuerza de trabajo.

 

La principal razón que me da el directivo es sencilla pero aplastante: más del 99% de los candidatos no resisten la primera entrevista: “ni siquiera saben llevar la conversación”. Tanto estudio, tanto idioma, tanto mundo, tanto master y tantas otras cosas ausentes de generaciones anteriores, y al final muchos de nuestros alumnos encallan en lo principal: la comunicación de sus propias experiencias y saberes, dirigida a persuadir al otro de que les resultarán útiles. Pero no voy a abundar en la tesis de mi artículo anterior, aunque tampoco a escribir esta página sobre lo que había pensado, a la vista de la participación de lectores suscitada por el artículo Universidades ancladas en el neolítico:  los nuevos paradigmas científicos tras los cambios de paradigma tecnoeconómico.

 

Hago el propósito de reflexionar sobre el problema del desajuste entre la oferta y la demanda de trabajo en la España actual, así como de obrar en consecuencia. Y antes de encontrar explicaciones metódicas y soporíferas que me animen a la acción, prometo no incentivar más a quienes buscan como locos unos apuntes para memorizarlos y repetirlos como loros, a quienes obcecados por ese afán me piden que hable despacio para tomar apuntes, a quienes –sin embargo– se resisten a preguntar y discrepar sobre las representaciones más o menos ordenadas de una realidad cada día más desordenada, a quienes se escaquean a la hora de buscar sus propias respuestas con el fin de preparar una exposición o un debate sobre los temas del programa.

 

Ya no es sólo una cuestión de evitar futuros traumas personales, sino de impedir tan acuciante infrautilización de fuerza de trabajo, tan grave despilfarro de los recursos publicos (y con ello los privados de los contribuyentes). Vivimos en un país cada día más y mejor desarrollado, aunque afectado por serias deseconomías y paradojas. El porcentaje del PIB español dedicado a educación superior es ronda el 0,9%, a poca distancia del0,8% iberoamericano, la zona del planeta con nuestra influencia cultural y que menos invierte en este capítulo. Cifras que se alejan de la media europea (1,7%) y de EEUU (2%)

 

No tengo por ahora más soluciones personales, académicas ni investigadoras, pero se me ocurre que algo podría aportar a la discusión el largo artículo El trabajo en el espacio y tempo digital, que escribí hace diez años para la revista del Ministerio de Trabajo y que apenas ha sido citado en varias tesis doctorales. Repensaré aquellas ideas de que el nuevo entorno tecno-economico ha cambiado espacio (ya no es sólo físico) y tiempo(que en vez de estable se hace asíncrono y dinámico, pues donde había mucha materia movida por energía hoy hay cada vez más información movida por conocimiento). Las fuentes de la productividad, y por tanto de la competitividad, ya no derivan de mecanización, economías de escala, grandes fábricas o actividades industriales, sino del conocimiento (que se genera con información y relaciones orientadas a la búsqueda de regularidades), la flexibilidad propia de las pequeñas unidades y del complejo servo-industrial. El taylorismo y su orientación a tareas, agentes-individuos, control y mando, integración vertical y jerarquías, han cedido paso a la recualificación de aptitudes, orientación a habilidades, agentes-equipos, involucrar y facultar, empresa ensanchada, descentralización… Y las estrategias de producto, inversión material, marketing de masas, copar el mercado y ventajas de ser más grande, están siendo sustituidas por estrategias funcionales, inversión inmaterial, búsqueda de nichos, creación de mercados y ventajas de ser más rápido.

 

Las bases de este nuevo paradigma ya las he explicado hasta la pesadez. Las tendencias a la sustitución de energía por información, facilitadas por las nuevas tecnologías, no sólo están dando lugar a una nueva economía-actividad. Basta con asomarse a la dinámica generada por la revolución en ciernes para otear otros cambios de paradigma en lo cultural, empresarial, social, político, medioambiental  o científico. Esas formas emergentes de organización incluso pueden llegar a ser dominadas por agentes autómatas.

 

Sin embargo, aunque todavía el cambio siga ignorado por quienes deberían anticiparse, las bases del nuevo paradigma tecno-económico no son flor de estas primaveras, sino de la segunda mitad del siglo XX, cuando alcanzan su máximo apogeo y desarrollo el espacio y el tiempo económicos creados en el neolítico. Es entonces cuando la complejidad socioeconómica de las crecientes masas urbanas demanda el incremento en el uso de información para su construcción social, estimulando la aplicación de tecnologías inventadas siglos antes (la imprenta), en el XIX (telégrafo y teléfono) o a principios del XX (radio y televisión). Ese estímulo hace buscar y hallar otras nuevas, el ordenador.

 

Es en ese momento cuando se desarrollan servicios informativos como la educación y la sanidad, cuando al calor de esas demandas crece la dimensión económica de los Estados, cuando se sientan las bases para la convergencia de todos los códigos informativos en torno al digital, cuando en suma empieza a acelerarse la historia, en vez de terminar, en contra de la tesis de Fukuyama. Si en más de 100.000 años de historia el ser humano apenas había multiplicado por treinta su consumo de energía, el de la información crecía a ese mismo ritmo en una generación. Mientras la energía ha subido sus precios unitarios, la información en varias décadas los ha reducido más del 99%. Tal es la aceleración de lo informativo. En los años ochenta, los ordenadores eran capaces de procesar un millón de instrucciones por segundo; en los noventa se han superado los mil millones por segundo. ¿Por cuántos vamos hoy, que me bajo?. Pero no: seguiremos conversando.

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