jueves,18 agosto 2022
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Europa impulsa el cambio de paradigma

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  La Europa cuyo proyecto de unión cumple hoy 50 años no sólo ha sido en la historia cuna de civilizaciones, sino que puede seguir siéndolo. De momento, pese a sus dudas, crisis e imperfecciones, nos ofrece el mejor ejemplo del cambio de paradigma aplicado a las relaciones internacionales. Su mayor activo es que brinda a […]

  La Europa cuyo proyecto de unión cumple hoy 50 años no sólo ha sido en la historia cuna de civilizaciones, sino que puede seguir siéndolo. De momento, pese a sus dudas, crisis e imperfecciones, nos ofrece el mejor ejemplo del cambio de paradigma aplicado a las relaciones internacionales. Su mayor activo es que brinda a estas un modelo innovador para superar el neolítico y avanzar en el infolítico con el fin de lograr la unión política desde la económica, al revés de lo que han hecho hasta ahora otros procesos.

 El 50 aniversario del Tratado de Roma nos ha dado la oportunidad de leer en la prensa casi un centenar de artículos sobre la Unión Europea, entre ellos los de los jefes de Gobierno de los 27 Estados que hoy forman parte del proyecto, publicados en una separata del Frankfurter Allgemeine Zeitung de Alemania. Obviamente, las perspectivas son muy diferentes, como podíamos esperar en la iniciativa de unión en la diversidad que caracteriza al proyecto. Pero para mí ha sido una oportunidad de refrescar las reflexiones a la luz de mi tesis sobre el tema, donde utilicé el caso de Europa para analizar las transformaciones del poder (Aproximación al análisis del poder en economía, UAM, 1993).

 Dos de los tres tratados fundaciones (Carbón y Acero de 1951, o CECA, y el Euratom de 1957) perseguían la unión en temas de energía. Este ha sido paradójicamente un campo donde, 50 años después del tratado de Roma creador de la Comunidad Europea y 56 años después de la inicial CECA, ni siquiera se ha logrado una política común, aunque la declaración aprobada en Berlín por los hoy 27 insiste en el propósito de acometer “juntos la iniciativa en política energética y protección del clima” (Ver Texto de la Declaración Berlín). Pero afortunadamente los cambios operados este medio siglo en la economía tradicional de la materia movida por la energía han desplazado la hegemonía de la actual economía real, y por consiguiente de las principales políticas, hacia la nueva economía de la información movida por el conocimiento, a la que el mismo documento hace un guiño relevante: “La riqueza de Europa se basa en el conocimiento y las capacidades de sus gentes; ésta es la clave del crecimiento, el empleo y la cohesión social”. Estos horizontes sí inspiran, junto a la estabilidad macroeconómica, otras muchas políticas en cuya puesta en común ha avanzado mucho la Unión Europea en estos 50 añós, empezando por el desplazamiento de la inicial política agraria por la de cohesión en las prioridades incluso presupuestarias de la UE.

 Algunas de de las valoraciones del proyecto europeo en este aniversario han resaltado recientes frustraciones, la última el intento –ni siquiera recordado en la Declaración de Berlín– de fundir en una Constitución los 3 tratados fundacionales y los 4 posteriores: Acta única Europea de 1986, Unión Europea o de Maastricht en 1992, Amsterdam en 1997,y Niza en el 2001. Los socios de la Unión han declarado la meta de renovar los fundamentos comunes de la UE antes de los comicios europeos de 2009, y Alemania ha expresado su compromiso de que al menos la ruta hacia ese objetivo se defina antes del fin de su presidencia de turno. Pero otras muchas opiniones de balance han coincidido en que la realidad ya ha ido incluso más lejos de lo que se propusieron los fundadores de la Europa comunitaria cuando hace 50 años acordaron en Roma la desaparición de barreras arancelarias entre los entonces 6 estados fundadores para impulsar la mayor fluidez de los intercambios comerciales.

 Más allá de las fases iniciales fijadas en la teoría integradora sobre las áreas de libre cambio o libre comercio, la comunidades europeas siguieron primero las fases de union aduanera (al añadir la tarifa exterior común), luego la de mercado común (con la libre circulación de personas, servicios y capitales), después la de unión económica y monetaria (al coordinar las políticas macroeconómicas para gestionar conjuntamente la política monetaria desde una autoridad independiente) y ahora estar en la fase de la unión política , que se debate los últimos años y que algo ha avanzado en la unidad fiscal y la cohesión social pese a la demora de la Constitución.

 Estos pasos y el actual debate nos reafirman en la idea de que estamos ante un proceso racional e innovador, que no responde a los modelos políticos convencionales acuñados por la teoría representadora de la realidad (Estado, Confederación, Federación o Macroestado), ni ha ido como esos modelos tradicionales desde la política a la economía (como sucedió con España y otros muchos países), sino a la inversa, además de ser el más avanzado respecto a otros procesos que lo intentan imitar en los demás continentes. Hace 14 años lo definí como autocracia monetaria para resaltar el relativo automatismo del proceso y la relevancia que en la unificación de políticas tendrían los objetivos de la monetaria. Pero el nombre resulta accesorio cuando el proceso está todavía abierto, como seguirá por muchas décadas. Lo relevantes es el método organizativo del correspondiente consenso de los intereses y las ideas; es decir, su capacidad transformadora de las relaciones; es decir, de cambiar el poder.

 Aquí es precisamente donde radican las aportaciones del proceso de unión europea al cambio de paradigma socio-económico y político, su mayor innovación. La UE ofrece en este frente un ejemplo para superar las relaciones acuñadas a lo largo del neolítico y entrar en las del infolítico. Este alberga la actual sociedad de la información y del conocimiento, donde el mundo no será ya, como nunca lo ha sido más que en sus representaciones tradicionales imperantes, la totalidad de los hechos, sino de las relaciones, pues desde Marx para acá incluso el capital bien entendido no es una cosa o mercancía, sino una relación social de poder. Es en esa sociedad donde, parafrasenado a Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicu,s aparece la primera y más clarividente puesta del conocimiento en función de la información: conocimiento es igual a información mas relaciones o reglas.

 El método seguido para lograrlo ha sido el funcionalismo definido por el profesor de relaciones internacionales David Mitrany, nacido en Rumania y graduado de la London School of Economics, al observar las transferencias de funciones y competencias específicas a una alta autoridad de regulación del sistema eléctrico en EEUU como instrumentos capaces de generar soberanías compartidas con un alto potencial de crear desbordamientos positivos. La prueba del eficaz gradualismo de ese A Working Peace System de Mitrany ha sido que el compartir intereses e ideas para organizar el poder ha evitado la petición de guerras fratricidas y mundiales como las provocadas en el pasado, objetivo asumido explícitamente como principal por los padres fundadores de las comunidades europeas.

 La Europa que después de cada gran guerra tuvo la capacidad de crear cambios en el sistema de relaciones internacionales ha inventado por fin uno que por lo menos evita las guerras, y se lo ofrece al mundo. Tras la Paz de Westfalia inauguró en 1648 el primer esbozo de multilateralismo basado en el balance de poder, tras las guerras napoleónicas el sistema de concierto europeo abierto en 1815 y que permitió un siglo de relativa paz y prosperidad, tras la I Gran Guerra del pasado siglo el sistema de seguridad colectiva , y tras la II Gran Guerra el sistema de concierto mundial que consagró la transferencia de la hegemonía continental a los EEUU ante la evidencia de una Europa debilitada por sus batallas. Terminada la guerra fría a finales de los años ochenta, Europa entró con el resto del mundo en la actual globalización, guiada por unas tecnologías de la información y de las comunicaciones y por unas instituciones que permiten transnacionalizar las relaciones tanto de las empresas como de las familias, los individuos e incluso de las administraciones públicas y sus estados.

 La UE es en realidad la primera evidencia de este proceso de transformación del poder en el seno de la actual globalización. Ha tenido que venir estos días un norteamericano como Jeremy Rifkin. autor de El sueño europeo: Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano (Ediciones Paidós), a reconocer que la UE es “un vuelco revolucionario en la conciencia”, un “cambio en la imaginación política”, al presentarla en un articulo publicado el sábado 23-3-07 en EL PAIS como “El primer espacio político transnacional del mundo”, “una extraordinaria estructura de gobierno sin paralelo en la historia”, creado en menos de tres generaciones y tras derramar más sangre que en ninguna otra región del mundo durante dos mil años de luchas y conflictos.

Dice muy bien Rifkin  que, a” diferencia de otras formas de gobierno en el pasado, cuya razón de ser siempre era la extensión del poder y la expropiación de personas, recursos y territorios, la UE se concibió con un objetivo distinto: el deseo de aunar los intereses colectivos, ampliar la reciprocidad y crear una paz duradera basada en la confianza entre los pueblos”. Digamos amen aunque nos recuerde que los sueños son lo que a la gente le gustaría ser, no lo que es. Al fin y al cabo, fijar unos fines es el primer paso para poder elegir los medios adecuados para perseguirlos y dar lugar así a un proceso racional como es el de integración europea. Quizá no sepamos a dónde va, pero sí que, incluso en un contexto de creciente interdependencia como el definido por la actual globalización, depende de “nosotros, los europeos”.

*Profesor de Organización Económica Internacional en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, UAM

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