jueves,18 agosto 2022
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La demagogia nacionalista hunde la economía catalana (II)

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El nacionalismo catalán –no importa el color, porque todos son iguales- ha conducido a Cataluña a una situación económica decadente. Por poner un ejemplo, que es generalizable a otros ejercicios, el presupuesto de gastos públicos, que ascendió a 30.845,7 millones de euros en 2008 -casi el doble que el de la Comunidad de Madrid-, parece […]
El nacionalismo catalán –no importa el color, porque todos son iguales- ha conducido a Cataluña a una situación económica decadente. Por poner un ejemplo, que es generalizable a otros ejercicios, el presupuesto de gastos públicos, que ascendió a 30.845,7 millones de euros en 2008 -casi el doble que el de la Comunidad de Madrid-, parece estar muy poco orientado a activar la economía. La parte que de ese presupuesto se destinó a inversiones reales fue de sólo 1.566,6 millones de euros, aproximadamente un tercio de los préstamos recibidos y emisiones de deuda pública de Cataluña, que alcanzaron los 4.351,7 millones de euros; es decir, una parte considerable de esos recursos ajenos se destinó a financiar gastos corrientes al no estar cubiertos por los ingresos corrientes, regla básica de las finanzas públicas.
Ese nacionalismo excluyente utiliza el catalán no sólo como un vehículo de identificación cultural, que es lo razonable, sino y principalmente como un instrumento económico de protección que atenta abiertamente contra los principios de libertad económica que proclama la Constitución y los tratados de la Unión Europea. Hoy el mercado de trabajo de Cataluña, sirviéndose del catalán como barrera, está vedado a los que no lo hablan; y el de bienes, mediante la exigencia del etiquetado en catalán y otras prácticas por el estilo, pretende un efecto similar.
La progresiva sustitución de funcionarios y profesionales originarios de otras regiones españolas por catalanes, ha supuesto una considerable descapitalización humana y una merma considerable de su productividad. Así mismo, innumerables empresas han dejado de localizarse en Cataluña y no pocas de las que ya estaban han huido de su territorio (sirvan de ejemplo los casos de Braun, Lear, Philips, Samsung, etc.). Las inversiones directas extranjeras, tan importantes en el pasado, han disminuido drásticamente en los últimos años, situándose actualmente en torno al 10% de las que recibe España.
El último pulso del nacionalismo catalán a España, se está acometiendo en la actualidad: Convergencia y Unió (CiU), el partido que durante muchos años ha gobernado Cataluña y vuelve a hacerlo de nuevo, pretende conseguir un pacto fiscal –un concierto- con el Estado similar al del País Vasco y Navarra, aun cuando ello suponga retorcer, una vez más, la Constitución. Es una de las piezas clave que le resta al nacionalismo –por el momento- para ir completando su ideario identitario –sobre todo en euros- aun cuando ello comporte una manifiesta insolidaridad con el resto de las CC.AA. Y es posible que lo consiga, como en otras ocasiones, en cuanto tenga la oportunidad de mercadear sus votos con sus socios potenciales: el PP o el PSOE, que tanto da.

          La responsabilidad del PP y del PSOE en el desorden autonómico, como en tantos otros extremos, es compartida. En el pacto entre el PP y CiU de 1996, se acometió una desafortunada reforma de la Ley de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA) que, a través de la concesión de capacidad normativa a las CC.AA. sobre el tramo autonómico del IRPF –entre otros impuestos-, supuso un duro golpe a la unidad fiscal de España; adicionalmente, con las transferencias en educación y sanidad a las CC.AA. que aun no las habían asumido,  que eran la mayoría, el gobierno del Sr. Aznar volvió a revisar la LOFCA en 2001, incrementando el tramo autonómico para que tuvieran más recursos. Con el  gobierno del PSOE  presidido por el Sr. Rodríguez Zapatero, en este caso con el apoyo del tripartito formado en torno al Partido Socialista de Cataluña se acometió una reforma irresponsable del parcialmente inconstitucional Estatuto de Cataluña de 2006 -con el visto bueno de CiU- y nuevamente se volvió a revisar la LOFCA  -en 2009- ampliando una vez más el tramo autonómico en la misma dirección.

El nacionalismo es insaciable en sus reivindicaciones y profundamente insolidario con los demás, ya sean personas o territorios. No busca –aunque sí amenaza permanentemente-, como sería su obligación y legítimo derecho, la independencia de su supuesta idílica nación, sino el privilegio económico sin reparar en medios. En lugar de malgastar tantos recursos públicos en fuegos artificiales, más les valía a los nacionalistas adoptar en su política económica un modelo similar al que en lo deportivo ha conseguido el Barcelona, que ha logrado la mejor cantera de jugadores del mundo sin preguntarles de dónde vienen sino qué saben hacer; y no sólo lo hacen muy bien sino con un estilo catalán que ha contagiado y cautivado al resto de España.

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