jueves,18 agosto 2022
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Modelo productivo tradicional almeriense (II): autoconsumo, especulación y emigración

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El modelo tradicional almeriense, el que estuvo vigente hasta la primera mitad del siglo precedente, tuvo como principal actividad productiva la agraria que, con la excepción de la uva de mesa, se caracterizó por ser mayormente extensiva y muy orientada al autoconsumo; y, en la costa, también la pesca. Durante un tiempo también florecieron algunas otras actividades que después se marchitaron hasta desaparecer casi por completo; estos fueron, los casos del esparto y la minería.
La base esencial del modelo tradicional fue la agraria y más específicamente, la agricultura de secano. El historiador Andrés Sánchez Picón recoge una estadística en “De frontera a milagro. La conformación histórica de la economía almeriense” (en Jerónimo Molina –Director- “La economía de la provincia de Almería”, Cajamar, 2005) en la que se aprecia que, en los inicios del siglo XX, la práctica totalidad de las tierras cultivables –en su mayoría de secano- se destinaban a cereales (205.948 ha en 1900, el 94,7% de la superficie cultivada), repartiéndose el resto, por este orden: viñedo (3.377 ha), olivar (2.028 ha) y otros cultivos (almendro, cítricos y otros), ya con superficies poco significativas. En el transcurrir del siglo, y muy especialmente en su segunda mitad, es cuando comienza a cambiar la fisonomía de dicha área cultivable: en secano, los cereales van perdiendo terreno a pasos agigantados en favor del almendro; y, en regadío (que se expande considerablemente gracias a las aguas subterráneas, los trasvases y las desaladoras), se imponen las hortalizas, seguidas, a gran distancia, por el olivar y los cítricos.

El cultivo de cereales, principalmente trigo (en el que destacaba la Comarca de los Vélez), fue bastante importante hasta la década de los noventa del pasado siglo gracias a los elevados precios de apoyo que le proporcionaba el entonces Servicio Nacional del Trigo (actual Fondo Español de Garantía Agraria –FEGA-). Pero cuando la economía española se fue abriendo al exterior, impulsada por el Plan de Estabilización de 1959 y el posterior ingreso de España en la Unión Europea en 1986, los cereales no pudieron resistir la competencia por lo que fueron progresivamente sustituidos por otros cultivos, principalmente por el almendro (Almería, con 58.621 ha en 2014, es la tercera provincia española en superficie, tras Granada y Murcia).

Otro cultivo tradicional de gran importancia hasta los años setenta –en este caso en regadío- fue la uva de mesa, también conocida como uva del barco (de la variedad Ohanes), por su gran resistencia y duración. Su producción se inició en el siglo XIX en los valles del Andarax y Nacimiento y de ahí se extendió a las huertas de Berja, Dalías y Alto Almanzora. Decayó cuando la exportación entró en crisis como consecuencia del proteccionismo europeo que se generó con la crisis económica de 1929; a partir de los años cincuenta, se volvió a reactivar, aunque solo fue por un par de décadas: a finales de los sesenta, se consumó su crisis definitiva de la que no se ha vuelto a recuperar por falta de adaptación a los requerimientos de la demanda. En sus momentos de mayor esplendor, el área de cultivo llegó a superar las 5.000 ha, incluso algunos autores, como Rueda Casinello (“La calidad y la exportación de la uva de Ohanes de Almería”, Boletín de Estudios Almerienses, 1982), la elevan a unas 8.000 ha.

La suerte que corrió la uva de mesa me la ha proporcionado directamente y en todas sus fases, el almeriense Fermín Alcoba, no en su calidad de antiguo alto funcionario de la Organización Mundial de Comercio (OMC), sino como conocedor directo de la situación al haber iniciado su actividad laboral en una empresa familiar dedicada a la exportación de esta fruta. En sus propias palabras:

 

“Yo creo que, durante los años de auge, la uva debió de ser tan importante para la provincia de Almería como lo son hoy los invernaderos. Es posible que su contribución relativa al PIB provincial fuese incluso más alta, pues sectores que hoy hacen una aportación considerable a la economía local (mármol, turismo,…) eran entonces prácticamente inexistentes. En ciertas zonas, sobre todo en el Poniente, no había más actividad económica que el cultivo, comercialización y exportación de la uva. En Berja o Dalías, donde se concentraba la mitad de la producción de la provincia, la vida giraba en torno a las labores del parral: abonado, riego, sulfatado, engarpe y, finalmente, la faena. Además, las escasas y modestas industrias existentes (barrilerías, corcheras, alcoholeras) eran tributarias del cultivo de la uva, como lo era también buena parte de la actividad del puerto y del ferrocarril de Almería”. 

 

Pero, curiosamente, en los inicios del desarrollismo español y cuando el comercio europeo y mundial ya era bastante abierto, vino la decadencia de la exportación de la uva almeriense y, con ella, la desaparición práctica de su cultivo cuyas tierras han pasado, en buena parte, a ser ocupadas por el olivar y por los cítricos. A dicha decadencia contribuyeron múltiples factores, tanto exógenos como endógenos.

 

“Entre los primeros –continúa Alcoba-, puede que la aparición del contenedor y el mejor control de las temperaturas fuesen determinantes. Como sabes, la gran ventaja de la uva de Almería (variedad Ohanes o “del barco”) era su resistencia, su duración, que permitía venderla durante 3-4 meses y exportarla a lugares lejanos simplemente envasada en barriles o cajas de madera y acondicionada con serrín de corcho. Durante los últimos meses del año no había otras uvas que pudieran hacerle la competencia, de modo que se vendía muy bien. 

La mejora de los medios de transporte y de las técnicas de conservación hizo que el aguante de la uva del barco dejara de ser un factor decisivo y, como consecuencia, ésta perdió su ventaja comparativa. Comenzaron a llegar así al mercado nacional variedades de uvas más atractivas, europeas primero (de Italia sobre todo), y de otros continentes después (las primeras que recuerdo son las de Sudáfrica y, algo más tarde, las de Chile). Lo mismo ocurrió en los mercados extranjeros. Por otra parte, entre los factores endógenos, la uva de Almería, con su piel dura y sus abundantes pepitas, estaba mal equipada para competir con las nuevas variedades, sin pepitas, de piel fina y de mejor presentación. También pienso que los parraleros probablemente hubieran podido hacer más por mejorar la variedad de uva local, pero se limitaron a explotar durante décadas un producto que no evolucionó en absoluto. Si acaso, empeoró por el abuso de fertilizantes y pesticidas. Ni que decir tiene que los organismos públicos tampoco se mostraron hiperactivos, de modo que nunca se puso en marcha un programa serio de I+D (…). 

Durante muchos años el principal mercado fue Inglaterra. Londres fue el mercado central de la uva de Almería. Desde allí se reexpedía la fruta a muchos países de la antigua Commonwealth. Es posible que, hacia el final de la época dorada, Alemania llegara a sobrepasar a Inglaterra, pero no lo sé con certeza. Francia, Países Bajos y los escandinavos también fueron mercados importantes. Uno de los grandes exportadores (Fermín Enciso, mi tío) tuvo sus principales mercados en Asia, donde Singapur y Penang eran las grandes plataformas de reexpedición a los distintos países de la región. También exportaba a varios países de América del Sur, de África y, por supuesto, de Europa”. 

 

Otra actividad del modelo tradicional, en este caso más próxima a la foresta que a la agricultura, fue la explotación del esparto para la obtención de papel y otras muchas aplicaciones: aperos de labranza, calzado, cestería, ornamentales, etc. De su importancia para la economía provincial durante el siglo XIX -y nuevamente en la Autarquía franquista de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX-, es buena muestra lo que al respecto escribe Gómez Díaz en el Boletín del Instituto de Estudios Almerienses –IEA- núm. 5, 1985:

 

“… el esparto durante el siglo pasado, supuso una fuente de trabajo y de vida de una gran parte de la provincia, y podemos estimar que en los años cuarenta, un cuarto de la población de la ciudad de Almería vivía de elaboraciones que utilizaban esta materia prima como base”.

 

La exportación del esparto en fibra adquirió cierto relieve en la segunda mitad del siglo XIX y primeras dos décadas del XX. Tras el bache de la crisis de los treinta, el esparto volvió a tener gran importancia, en este caso en el mercado interior debido a la Autarquía; en algunos municipios almerienses, entre ellos Pulpí, según Cortina y Zapata (Boletín IEA, núm. 4, 1984) evitó que la emigración fuese masiva. Con el desarrollismo de los sesenta, el aprovechamiento del esparto pasó a mejor vida al no poder resistir la competencia del plástico y, también, debido a la sobreexplotación de su área de producción y a la competencia del Norte de África.

Otro buen ejemplo de ese modelo tradicional lo constituye la minería. La mayoría de los yacimientos existentes en la provincia (ninguno de los cuales con grandes reservas) fueron explotados por capitales extranjeros y también españoles. Pero su comportamiento fue típicamente colonial: la prosperidad local duró mientras la explotación fue rentable; al dejar de serlo, las empresas sencillamente cerraron y se marcharon convirtiendo el lugar en un desierto poblacional. Estos fueron los casos, entre otros, de Cuevas del Almanzora, de Las Menas (Serón) y de Rodalquilar (Níjar).

En Cuevas del Almanzora, la actividad minera para la obtención de plomo y plata se inició a gran escala hacia 1840 en Sierra de Almagrera, y para ello fue determinante el descubrimiento del  rico filón argentífero del Barranco del Jaroso. El minifundismo empresarial, las malas condiciones técnicas en que se realizaba la explotación y la especulación que se desató, fueron los grandes responsables del fracaso industrializador del área. La liberalización de las concesiones mineras que tuvo lugar a partir de 1868 -lo que los historiadores denominan la Desamortización del subsuelo-, lejos de corregir la situación, la agravó: como consecuencia de la misma, se produjo una ola especulativa en la adquisición de tierras, viviendas y concesiones de explotación, ante la perspectiva de venderlas con considerables beneficios a sociedades extranjeras, lo que, a la postre, apenas se produjo; este afán acaparador unido a la caída de la demanda del exterior, dio lugar a la paralización casi total de la actividad minera y al cierre de las fundiciones. Unas décadas después, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial (PGM), se produjo de nuevo una considerable demanda -sobre todo de plomo- lo que permitió la reapertura de las minas y, a Cuevas del Almanzora, vivir otro corto aunque intenso periodo de auge. Duró poco, menos de una década, pero este municipio superó los 20.000 habitantes entre 1900 y 1920 (llegó a los 26.000 en 1910); tras este segundo fracaso, su población se redujo en más una tercera parte (en 1988 era solo de 8.450 habitantes). Actualmente, con el surgimiento de la nueva agricultura y el turismo, se ha recuperado alcanzando una población de 13.l776 habitantes en 2018.

En el complejo minero de Las Menas de Serón, se extrajo hierro desde finales del siglo XVIII hasta 1968, fecha en que se cerraron las minas debido al agotamiento de las reservas. Su mayor apogeo se produjo entre 1920 y 1960, en buena parte debido a la construcción del complejo urbanístico de la pedanía de Las Menas (que se inició en 1910). Serón alcanzó su máximo de población en 1930 con 9.361 habitantes; al cerrarse el complejo minero, la población de este municipio ha ido descendiendo ininterrumpidamente hasta situarse, en 2018, en 2.035 habitantes: ha perdido casi el 80% de la misma. Hoy Las Menas –que en sus momentos de esplendor llegó a albergar a 2.000 personas- se ha convertido en un paraje, que siendo bello, es desolador; la Junta de Andalucía que ha adquirido parte de las edificaciones, ha rehabilitado algunas de las más emblemáticas, para enfocarlas al turismo rural, pero con muy poco éxito.

Finalmente, Rodalquilar, una pedanía de Níjar en el corazón del Parque Natural de Gata-Níjar, es yacimiento de diferentes minerales (entre ellos la caolinita,  el cuarzo,  el plomo, la plata, el oro, el zinc etc.), algunos de ellos conocidos desde tiempos prehistóricos. Este fue el caso del alumbre que, en su momento, tuvo una gran importancia económica.

Pero Rodalquilar es conocida sobre todo por el último de sus aprovechamientos mineros: el oro. No se tuvo conocimiento de su existencia hasta los inicios de la década de los ochenta del siglo XIX. Ocurrió en una fundición de Mazarrón (Murcia) cuando, al separar la plata del plomo, mena que se enviaba desde la Mina de las Niñas de Rodalquilar, se descubrió la existencia de oro, desatándose a partir de entonces la fiebre del oro.

En feliz expresión del profesor Sánchez Picón, más que de fiebre del oro, debería hablarse de la “La quimera del oro…”  que da título a uno de sus artículos (“Revista de historia industrial”, núm. 58, 2015) ya que su explotación nunca resultó rentable debido al bajo rendimiento en oro que se obtenía. Por eso, las distintas empresas que lo intentaron (Minas Auríferas de Rodalquilar, Minas de Abellán y Minas de Rodalquilar) acabaron fracasando. En 1940, al finalizar la Guerra Civil, el franquismo nacionalizó las minas arguyendo la escasez de oro en la reserva del Banco de España. Un año después, en 1941, se creó el Instituto Nacional de Industria (INI) y la primera sociedad que constituyó este holding fue la Empresa Nacional Adaro que es la que se hizo cargo de dichas minas. Su explotación pública duró poco tiempo: desde 1941 hasta 1966. Pero durante ese corto periodo, Adaro fue para Rodalquilar como el maná caído del cielo: todo giraba en torno a la misma.

Actualmente los restos de las viejas instalaciones mineras son propiedad de la Junta de Andalucía. Ha rehabilitado los edificios más emblemáticos –en uno de los cuales se localiza un museo minero en el que se explica la historia del lugar- orientando los restantes a la protección del medio ambiente dada su localización en el Parque Natural de Gata-Níjar; en cambio, no lo ha hecho con las viviendas que ocuparon los mineros -y algunas otras instalaciones-, que se encuentran en un estado de abandono lamentable y con un futuro incierto. Rodalquilar hoy sobrevive gracias al turismo que lo visita por su paisaje singular y también por unas reliquias mineras que merecen ser conocidas.

En definitiva y para concluir, el modelo tradicional era básicamente agrario, del mismo dependía la mayor parte de la población y estaba enfocado fundamentalmente -salvo la uva de mesa- a satisfacer el autoconsumo. El resto de las actividades productivas tampoco generaban excedentes de importancia y los habidos (caso de la minería) no se supieron canalizar para consolidar un modelo de desarrollo. En esta situación, la única salida era la emigración bien a las regiones más prósperas (caso de Cataluña) o bien al extranjero: en las primeras décadas del siglo XX, a Latinoamérica o incluso a Argelia; y en su segunda mitad, a Europa Occidental.

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