jueves,18 agosto 2022
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Países emergentes otra vez en alza

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Retorna el debate de si los países emergentes serán capaces de mantener su fuerte crecimiento sin el dinamismo de la demanda externa de los avanzados, forzados por sus ajustes de la crisis de deuda a gastar e importar menos. Las dos últimas veces la prueba de lo ocurrido, a partir del 2008 y previamente del 2000, fue que no. Pero ahora las multinacionales y sus principales asesores descubren cada día con más énfasis que puede haber llegado la hora de un desarrollo más duradero de los países menos favorecido. La primera razón no es su mayor riqueza en materias primas, muchas de las cuales han vuelto a duplicarse el último año, sino unos costes de producción que tienden a reforzar la deslocalización de capitales hacia mercados cuyos estados tienen poca deuda.

 

Mientras algunos temen en los países más avanzados otra recesión o depresión por causas coyunturales y políticas, el análisis de los centros más influyentes en la opinión económica al empezar las vacaciones veraniegas es que el principal problema de los países desarrollados es estructural, económico y resistente a los ajustes fiscales. De ahí que la estrategia de las multinacionales empieza a descontar durísimos ajustes en EEUU y Europa, con devaluaciones a largo plazo de hasta el 30% al 50%, si quieren evitar duplicar su paro, y más fuertes subidas de las materias primas, como ya sucedió en los dos años previos al 2009.

La mayor esperanza de ese nuevo desacoplamiento o decoupling de los de los países emergentes es que en los próximos 20 años unos 4.0000 millones de personas podrían incorporarse al desarrollo y cuadriplicar su renta. Muchas son las noticias de los últimos días que abundan en esa dirección, y no sólo el informe publicado ayer por el BBVA en el sentido de quelos países emergentes impulsarán la economía mundial en 2010 y 2011 u otros reportajes acerca de que el riesgo cambia de bando porque la crisis de deuda penaliza a los países desarrollados frente a los emergentes.

A mediados de junio, The Economist se preguntaba en portada si hay vida después de la deuda que afecta a Europa, Japón y EEUU, con datos como los revelados por Consejeros en su número de mayo. Las respuestas de algunos de los economistas que más influyen en las decisiones de las multinacionales empiezan a ser que no, a menos que Europa y los EEUU asuman que el euro y el dólar deberían devaluarse el 30% y el 50% frente a las divisas de los países emergentes para reflejar las diferentes paridades de poder de compra. Estos sí ofrecerán enormes oportunidades de beneficios cuando en los próximos 20 años sus 4.000 millones de habitantes cuadrupliquen sus ingresos, lo que encarecerá hasta niveles nunca vistos los alimentos y otras materias primas.

La ultima cumbre del G-20 en Toronto, más decepcionante que la anterior en Pittsburg, ha contribuido a extender el pesimismo sobre el alcance de la recuperación iniciada en marzo del año pasado por la economía mundial. El consenso en que los estímulos fiscales y monetarios decididos hace 15 meses en Londres habían evitado que la recesión se convirtiera en depresión se ha diluido tras la crisis de la deuda europea, hasta el punto de que algunos economistas neokeynesianos como Krugman aseguran que se ha iniciado la primera fase de una larga depresión como la que siguió al Pánico de 1873.

Mientras la mayoría de la prensa ha reflejado la decepción por la falta de acuerdos sobre el ajuste fiscal o la recuperación y las reformas del sistema financiero entre los líderes de los 20 países que suman el 85% del PIB mundial, multinacionales como Goldman Sachs y McKinsey han sacado conclusiones bien diferentes, en la búsqueda de oportunidades para las grandes empresas a las que asesoran. Sus conclusiones han sido que tales oportunidades serán enormes para ellas y para los países emergentes, en las que aconsejan que se centren con más atención.

Esos consejos se basan en que la economía mundial va a iniciar una nueva etapa, aunque en sentido diferente al sugerido por los economistas neokeynesianos. Al igual que la internacionalización y globalización abrieron en el pasado grandes posibilidades de arbitraje en las diferencias de precios de las mercancías, en la medida en que se reducían los costes de transporte y de transacción, durante las dos próximas décadas esos arbitrajes deben centrarse en las amplias diferencias de costes laborales, que hoy son como mucho de la cuarta o quinta parte en los países emergentes, en algunos de los cuales la productividad podría asistir en los próximos años a fuertes crecimientos porque las infraestructuras y la formación y calidad de su fuerza de trabajo han aumentado en los pasados años a mayor velocidad que en los países avanzados.

La consecuencia será que los capitales, asustados por los elevados ratios de deuda y apalancamiento en EEUU, Europa y Japón, empezarán a fluir menos hacia ellos que hacia dichos países emergentes. En estas naciones, unas asiáticas como China y la India, pero otras más próximas y afines cultural y económicamente a España, como Brasil, Chile, México o Argentina, tenderán por tanto a crecer con mayor velocidad las rentas, hasta el punto de que durante los próximos 20 años podrían llegar a multiplicarse hasta por 4 los ingresos de sus poblaciones, próximas a los 4.000 millones de personas.

Así las cosas, parece como si la historia económica se fuera a acelerar de nuevo, a la luz de los cambios de estrategias a medio y largo plazo de las multinacionales, que empieza a descontar durísimos ajustes en los países desarrollados, ahora en beneficio de los que se incorporarán paulatinamente al desarrollo, incluso a mayor velocidad que durante las dos últimas décadas, durante las cuales su crecimiento ha sido mayor que en los países avanzados. En efecto, mientras que antes y después de la recesión del 2008 y 2009,  los países en vías de desarrollo crecían y han vuelto a crecer a tasas  medias superiores al 5%, en los EEUU el crecimiento ha sido del 3% y ahora Europa tiene incluso dificultades para superar el 1% previsto para el presente año antes de que se generaralizaran en la misma los ajustes fiscales, que deprimirán aun mas su demanda de consumo e inversión.

El consejero delegado de Goldman Sachs ha explicitado públicamente la prioridad por esas estrategias, al indicar que el creciente riesgo de los países avanzados como consecuencia de sus densas masas de deuda pública y privada ha convertido en más interesantes a los países emergentes, donde los niveles de apalancamiento total apenas sobrepasan 1 o 1,5 veces el PIB, mientras que en Japón sobrepasa en términos brutos las 4 veces y en Europa y los EEUU se aproximan a las 3 veces.

Tal es así que empieza a generalizarse entre los directivos de altos ejecutivos de muchas multinacionales lo de abrir una segunda casa en China o otros países. Building a second home in China es en concreto el título de un reciente informe de MCKynsey, consultora que igualmente ha cuantificado las tendencias y posibilidades de la convergencia de rentas mundiales en su informeCapturing the world’s emerging middle class.

Las conclusiones de estos trabajos es radicalmente distinta a la emitida por las ultimas cumbres del G-20, donde se reitera el objetivo de lograr un crecimiento mundial fuerte, equilibrado y sostenido o sostenible. En efecto, indican que la crisis en Japón y los Estados Unidos o Europa es cada vez más estructural y no cíclica, por lo que tiende a empeorar con el tiempo, al margen de cuántos estímulos públicos decidan los gobiernos.

Al margen de generar cambios de gran importancia en los realineamientos de las divisas para reflejar las nuevas paridades de poder de compra, estas tendencias pueden activar una crisis monetaria, cuyo riesgo se solapa al de las crisis financieras que suelen ocurrir en los 7 años que duran los procesos de desapalancamiento, a la luz de la experiencia de las crisis bancarias ocurridas en el ultimo medio siglo.

Al menos habrá un proceso de corrección de los actuales desequilibrios entre los países avanzados y los emergentes. El nuevo equilibrio global que otean informes como los citados no es muy diferente al que aconsejan los organismos internacionales desde hace años. Consistiría en que los países del mundo desarrollado deben ahorrar más, consumir menos, ser más disciplinados fiscalmente, y reducir sus déficit por cuenta corriente al menos hasta convertirlos en neutrales. Por el contrario, los países emergentes deben dejar apreciar sus monedas hasta que las paridades de poder de compra se aproximen a las tasas de intercambio financiero, hoy según McKynsey desequilibradas en un 30% respecto al dólar y hasta en un 50% ante el euro. Para ello, necesitan consumir más, ahorrar menos, incurrir incluso en déficit por cuenta corriente para seguir invirtiendo con algunos capitales extranjeros que fluyan hacia ellos.

El proceso de ajuste sería gradual y no traumático si los principales gobiernos trabajan activamente para reequilibrar y coordinar sus políticas fiscales, así como los flujos comerciales y monetarios y las políticas de tipo de cambio.

Sin embargo, hoy parece casi inevitable en tales informes que sobrevengan crisis alimentarias y de materias primas como las ya ocurridas en los años 2007 y 2008 antes de la crisis, cuando el petróleo sobrepasó los 140 dólares el barril, frente a los 60 dólares de principios de 2007, mientras la tonelada de carbón alcanzaba los 170 dólares, desde lo 50 dólares del año anterior. De hecho, ya actualmente  los precios de los productos básicos están sometidos a una considerable presión. A pesar de que el mundo desarrollado tiene un crecimiento económico relativamente estancado, la  mayoría de los precios de los productos básicos se han duplicado desde sus mínimos de 2009.

Lo que no han conseguido apenas hasta el último momento las presiones de los EEUU ante China podría conseguirlo así el aumento espectacular de los precios de los productos básicos. Aunque podría llevar al estancamiento a muchos países o frenar la recuperación económica en todo el mundo, también es candidato a convertirse en catalizador para que los mercados emergentes se animen por fin a revaluar sus monedas frente al dólar y el euro, con el fin de reducir el alto coste de su dependencia de esos productos básicos.

Agendas corporativas

En sus recomendaciones a los líderes empresariales mundiales que forman parte de su clientela, Goldman Sach presenta la actual coyuntura global como un “paso del Rubicán ante cuyos “dramáticos cambios” las compañías deben reposicionarse. Dice que los próximos 25 años ofrecerán en magnitud y velocidad del aumento de las rentas y riquezas “algo nunca visto”, pues 1.600 millones de personas se incorporarán en una década a las clases medias (ingresos superiores a  6.000 dólares al año), el 90% fuera del G-7, cuyo gasto y deuda públicas han crecido el doble que en los países emergentes.

La firma más importante y rentable de Wall Street señala en sus últimas recomendaciones que el ratio deuda/PIB en el mundo desarrollado es casi el doble que en los mercados emergentes y no deja de crecer, lo que convierte a estos en doblemente interesantes porque ofrecen mayores rendimientos y de cara al retorno los inversores están tomando menores riesgos macroeconómicos.

En su informe Crossing the Rubicon: Our investment framework for the next Decade”, resume lo que hacen y deberían hacer empresas de una veintena de sectores, y precisa que el mercado de acciones seguirá siendo el central, aunque la duración media de los inversores institucionales se ha reducido mucho y descuenta la convergencia de beneficios en 3-4 años

Por su parte, además de constatar igualmente las tendencias al envejecimiento y al endeudamiento de los países desarrollados, MCKinsey dice en su papel, titulado Globalization’s critical imbalancesque, que “serán enormes” las oportunidades de ganancias ante los 4.000 millones de personas llamados a multiplicar por tres o cuatro sus ingresos en 20 años, aunque pide cautela a los lideres empresariales por la imposibilidad de saber la velocidad e intensidad del ajuste.

Para empezar, dice que las “oportunidades de arbitraje de trabajo” (por su diferencia de costes con el mundo desarrollado) no va a desaparecer, aunque las estrategias sólo basadas en ello podría ser menos rentables. En segundo lugar, considera prudente estar preparados para la alta probabilidad de futuras crisis financieras, por lo que las empresas necesitan  más y mejores expertos en gestión de riesgos, para no errar tampoco en liquidez o excesos de capital. Además, deben planificar los “impensables”, incluyendo el potencial de cambios importantes y rápidos en las divisas (cita como ejemplo un 30% de caída del dólar frente a las divisas emergentes), la salida del euro por parte de algunas naciones, cambios drásticos y rápidos en los precios de los productos básicos (el petróleo podría llegar a 200 dólares por barril), o los impagos de deuda por parte de “principales naciones”.

En similares términos en el sentido de que la visión estructural lleva a desplazar el interés desde los países avanzados a los emergentes se ha pronunciado el responsable de Pacific Investment Management Co.’s (PIMCO), Mohamed El-Erian, que maneja inversiones por valor aproximado a billón (millón de millones) de euros.

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