El galardón lo otorga el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y está dotado con 20.000 euros. Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Ha desarrollado toda su actividad laboral en el sector editorial. Comenzó en 1964 en Ediciones Ariel y en 1976 fundó Crítica, editorial que recibió el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural en 2007, y de la que ha sido consejero delegado hasta su jubilación. En 2011 fundó la editorial Pasado & Presente, de la que es presidente. Ha sido, además, director del Gran Diccionario Enciclopédico Grijalbo, consejero delegado del grupo Grijalbo-Mondadori y director del Área Universitaria del grupo Planeta.
Ha sido presidente de la Cambra del Llibre de Catalunya (1994-1998), miembro de la Junta directiva del Gremio de Editores de Catalunya, presidente de la Comisión de comercio exterior de la Federación de Gremios de Editores de España y representante de España en la comisión 'Freedom to Publish' de la International Publishers Associaton.
En su obra “La lucha por la desigualdad» (Pasado & Presente), de 2016, Pontón desvela las fisuras de la Ilustración: «No fue un movimiento original y unitario, paneuropeo, destructor del cristianismo, padre de la democracia, defensor de la igualdad y redentor de los oprimidos». Si algo unía a los filósofos era su conciencia de clase: «No saben lo que es la solidaridad, en todo caso, se refieren de pasada a una vaporosa fraternidad universal», señala. A excepción de Rousseau, todos eran aristócratas o disponían de holgadas rentas: Voltaire provenía de familia de prestamistas y vivía de la usura al clero y la nobleza decadente, D’Holbach era barón, Helvetius recaudaba impuestos como Lavoisier, Montesquieu era un próspero vinatero de Burdeos y Locke accionista de una sociedad negrera… «¡La gauche divine del XVIII! ¿Cómo se iban a ocupar de las necesidades de sus subalternos?», exclama Pontón. En lugar de redimir a los menesterosos, «los ilustrados proporcionaron munición intelectual a la pujante burguesía que quería superar a la aristocracia y atar corto al pueblo».
«La divulgación histórica debe planterse en un plano internacional, no en pequeñas parcelas nacionalistas», advierte el autor. Como otras muchas cosas, subraya el editor e historiador, Francia nos vendió la Ilustración para paliar las cruentas invasiones napoleónicas, presentándolas como una extensión de la Revolución: «Y aquí, como el único idioma foráneo conocido era el francés, compramos el invento».