jueves,18 agosto 2022
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¿Hasta dónde llegarán las fronteras de la Unión? (2 de 3)

Los nuevos candidatos a miembros de la Unión: no todos deben entrar

Transitar por Eurolandia
Este segundo artículo sobre límites de las fronteras de la Unión, pretende analizar la situación en la que se encuentra cada uno de los candidatos, reales o potenciales, a miembros de la Unión, así como las razones que, bajo mi punto de vista, aconsejan su admisión o no a la misma

Diez nuevos Estados aspiran a ser miembros de la Unión, probablemente la mayoría de ellos lo conseguirán, pero otros no lo debieran hacer. En cualquier caso, las ampliaciones previstas deben realizarse de manera ordenada y cuando se cumplan las condiciones requeridas, lo que llevará bastantes años. Algunos de los candidatos deberán resolver previamente sus problemas territoriales para ajustarlos a la legalidad internacional y aquí Rusia tiene mucho que decir.

Resumidamente expuesta, esta es la situación en la que se encuentra cada uno de los países que podrían integrarse en la Unión.

 Turquía

 La admisión de Turquía como miembro de la Unión, es, sin duda alguna, uno de los retos más serios que se le plantea. Su actual estatus es la de candidato a miembro, tras una larga historia de relaciones plagada de desencuentros.

Turquía formalizó su solicitud de adhesión a la Unión el 14 de noviembre de 1987 y fue admitida como candidato trece años después (el 11 de diciembre de 1999). Las negociaciones se iniciaron el 3 de octubre de 2005 y su desarrollo se condicionó, además de al cumplimiento de los requerimientos de Copenhague, a que reconociese a la República de Chipre, es decir, a la parte de dicha Isla que ya es miembro de la Unión; y también a que abandonase la ocupación de la parte que controla.

Las negociaciones no han avanzado mucho: de los 35 capítulos de los que constan, se han abierto 16 (los menos conflictivos), pero solo se ha cerrado uno y provisionalmente. Ello obedece a que Turquía nunca ha cumplido los requisitos de la Unión y, con bastante probabilidad, nunca los va a cumplir, razón por la cual debieran cancelarse definitivamente dichas negociaciones.

Los problemas que plantearía su incorporación a la Unión serian tan graves que pondría en serio peligro su supervivencia. De producirse la adhesión, Turquía se convertiría, con sus 780.580 km2 y 84,4 millones de habitantes (2020), en el país geográficamente más extenso de la Unión y en el de mayor población (superando ya a la de Alemania). En cambio, su dimensión económica sería la de un Estado mediano-grande. En 2020 el PIB nominal de Turquía fue de 1,35billones de euros, lo que equivalía al 39% del de Alemana, al 57% del de Francia, al 78,9% del de Italia y a solo un 16,4% superior al de España.

¿Qué razones hacen aconsejable la no entrada de Turquía en la Unión? Son varias y de mucho peso. Las más destacables son las tres siguientes:

En primer lugar, existe una clara incompatibilidad entre los valores que defienden Turquía y la Unión. Turquía no comparte prácticamente ninguno de los valores del artículo 2 del TUE: no es un país árabe pero sí es un país musulmán, religión que profesa más del 95% de su población. A los 22 millones de islamista que ya residen en la Unión se le agregarían otros 80 más, lo que equivaldría a casi un 20% de su población. Inevitablemente se produciría un choque cultural entre ambas comunidades que resultaría bastante complejo resolver. Esta diferencia es esencial y es la que provoca profundos recelos en no pocos de los Estados miembros.

En segundo lugar, se plantearían problemas institucionales. El peso que tendría Turquía en las instituciones de la Unión, atendiendo a su población, se igualaría al de Alemania, superando al que tienen Francia e Italia, lo que no parece muy razonable si se toma en consideración su dimensión económica. La cuestión no es baladí, sino de la mayor importancia ya que Turquía, con el apoyo de otros tres miembros que, en conjunto, representen más del 35% de la población de la UE, podría conseguir la minoría de bloqueo en la toma de decisiones del Consejo.

En tercer lugar, con toda probabilidad se incrementaría la inseguridad en las fronteras de la Unión. Ello obedece  a dos razones: la primera que, en su frontera sur, Turquía ejerce un difícil control sobre la movilidad de la población kurdistana que es muy permeable con la de Siria, Irak e Irán; y la segunda, en este caso en sus fronteras este y norte, que limitan con Armenia y Georgia, respectivamente, son países muy inestables por la presión que ejerce Rusia. En fin, el ingreso de Turquía haría muy vulnerables las fronteras externas de la Unión.

Balcanes occidentales

Los Balcanes occidentales los componen Albania y los hoy Estados independientes que formaron parte de la antigua Yugoslavia. Este país tenía una extensión de 256,7 mil km2 pero, a partir de 1991, en que comenzó a descomponerse -y no de forma pacífica-, se ha dividido en siete repúblicas independientes, dos de ellas -Montenegro y Kosovo-, más pequeñas que varias de las provincias españolas.

El Consejo Europeo de Salónica, de 19 y 20 de junio  de 2003, decidió incorporar a la Unión a todos los países balcánicos occidentales (Eslovenia ya lo es desde 2004 y Croacia desde 2013). Para hacerlo posible, la UE estableció, en 1999, una estrategia común de preadhesión, que se conoce como Proceso de Estabilización y Asociación (PEA), cuyo objetivo básico es el de evitar nuevos conflictos entre ellas así como fomentar sus relaciones políticas y económicas. En 2000, el PEA -que la Unión ha suscrito con cada uno de estos países- se complementó con un instrumento financiero conocido CARDS (Community Assistance for Reconstruction, Development and Stabilisation), con el fin de financiar las reformas necesarias para preparar su acceso a la Unión.

Todos los Estados de los Balcanes occidentales pendientes de ingresar en la Unión, tienen en común el de ser países pobres, con muchas deficiencias estructurales de todo orden y con distintos valores culturales. Por ello, no caminan a la misma velocidad en su acceso a la Unión: dos de ellos, Serbia y Montenegro, ya están negociando su ingreso, aunque los progresos son lentos. Otros dos, Albania y Macedonia del Norte, obtuvieron, en 2020, el plácet para iniciarlas, pero aun no lo han hecho. Finalmente, Bosnia y Herzegovina y Kosovo son los más rezagados; el primero, tras firmar el correspondiente PEA, solicitó su ingreso en 2016, que la Unión condicionó a una larga lista de reformas previas a las negociaciones; el segundo, Kosovo, que aun no ha solicitado su ingreso, merece comentario aparte.

Como es sabido, Kosovo goza de un estatus especial derivado de la guerra que, con apoyo de la OTAN, mantuvo con Serbia en 1999: actualmente se encuentra bajo la administración de las Naciones Unidas. Tras el fracaso de las negociaciones con Serbia, el gobierno provisional de Kosovo declaró unilateralmente su independencia, en 2008, con el beneplácito de EE.UU y algunos Estados de la UE. Kosovo ha logrado, por razones obvias, el reconocimiento de EE.UU. y de la mayoría de los Estados de la UE, aunque no de cinco de ellos: Chipre, Eslovaquia, España, Grecia y Rumania. Actualmente más de 100 países la han reconocido como Estado soberano, entre lo que no están China, Rusia y Serbia, así como una buena parte de los países latinoamericanos y africanos.

Kosovo firmó con la Unión el correspondiente TEA, en 2015, pero aún no ha solicitado su adhesión. Antes tiene que llegar a un acuerdo con Serbia para normalizar sus relaciones, requisito que exige la Unión. Este territorio no debe ingresar en la Unión salvo que lo haga como parte de Serbia, con los acuerdos internos que sean necesarios –por ejemplo, como Estado asociado-. Su expeditivo método de independencia ha servido de ejemplo –y así consta en la declaración correspondiente- para Crimea; y también fue un referente de la fallida iniciativa separatista de Cataluña en 2017. De ingresar Kosovo en la Unión en sus actuales condiciones, abriría las puertas a otras reivindicaciones separatistas en varias de las regiones de los Estados miembros. Y es bien sabido que los nacionalismos son un foco de conflictos y la negación de la construcción europea.

Ex repúblicas soviéticas

A los pocos días de la invasión de Ucrania por Rusia (24 de febrero de 2022), tres de las repúblicas que formaron parte de la URSS (Georgia, Moldavia y Ucrania), también han solicitado su ingreso en la Unión; y han pretendido que se hiciera de forma inmediata, siguiendo un procedimiento especial que no previsto por los tratados. Las tres tienen en común que, desde su independencia, en 1991, comenzaron virar, en sus relaciones internacionales, hacia occidente: hacia la OTAN, para su defensa –excepto Moldavia que es constitucionalmente neutral-, y hacia la Unión Europea en sus relaciones económicas.

El posicionamiento pro-occidental de estos tres países nunca lo ha admitido Rusia, por considerar que afecta gravemente a su seguridad así como a su tradicional influencia económica en un espacio –en particular el ucraniano- que considera como propio y vital. Por esa razón ha tratado de desestabilizar estos países por todos los medios a su alcance, incluido el militar. De hecho Rusia ha mantenido guerras con todos ellos: con Georgia y Moldavia, prácticamente desde su misma independencia; y, con Ucrania, desde 2014 (anexión de Crimea y desestabilización del Donbas) e invasión directa en 2022. Y en todos los casos ha seguido el mismo esquema: la desestabilización de partes de los territorios de los Estados díscolos en los que habita una población mayoritariamente rusa; y también ha utilizado el mismo argumento: que la población rusa en dichos territorios estaba siendo perseguida por unos gobiernos centrales corruptos y despóticos.

Estos son los casos de Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia; de Transnistria, en Moldavia; del Donetsk, Luhansk (ambos en la región del Donbas) y Crimea, en Ucrania. Simplificando y omitiendo, por razones de espacio muchos antecedentes históricos, el resultado final ha sido que dichos territorios se han autoproclamado, con el apoyo y reconocimiento de Rusia, repúblicas independientes.

En este contexto, Crimea presenta una situación singular. Este territorio que había pertenecido a Rusia desde 1783, fue cedido graciosamente a Ucrania, en 1954, por el entonces presidente de la Unión Soviética, el ucraniano N. Kruschov bajo el argumento de que, al no tener Crimea frontera terrestre con Rusia, una buena parte de sus servicios los recibía de Ucrania. Al independizarse ésta en 1991, su territorio también incluía el de Crimea. Cuando, en 2014, surgieron las desavenencias entre Rusia y Ucrania, por iniciativa de la primera, se celebró en Crimea un seudoreferéndum -el 16 de marzo de 2014- cuyos resultados le permitieron autoproclamarse república independiente. Acto seguido, el gobierno de Crimea –con el apoyo de su parlamento- solicitó, junto con la ciudad de Sebastopol, su anexión a Rusia, lo que no ha sido reconocido por Ucrania ni por la comunidad internacional.

En conclusión, las candidaturas de Georgia, Moldavia y Ucrania, dadas sus actuales condiciones de inestabilidad política, no deben ser admitidas por el momento por la Unión. Cuando la situación política se estabilice, las cosas pueden cambiar, aunque no en la misma dirección.

Georgia, no debiera entrar en la Unión ya que no tiene ningún sentido su incorporación si no lo hace Turquía. Este pequeño apéndice territorial, en los confines de Europa con Asía, rodeado de enemigos y con fronteras inestables, se convertiría en un foco de problemas para la Unión.

Los casos los de Moldavia y Ucrania son diferentes al de Georgia. Ambos países, una vez estabilizados políticamente, sí podrían convertirse en miembros de pleno derecho de la Unión.

Moldavia es un país pequeño (de solo 33.846 km² y con 2.618 miles de habitantes en 2020), económica y culturalmente muy ligado a Rumania y uno de los más pobres de Europa. Para la Unión, no supondría un gran problema integrarlo en su seno una vez resuelto definitivamente el contencioso con Transnitria.

Otro tanto sucede con Ucrania, en este caso un país grande en extensión (algo menos que la de Francia) y con una población de algo más de 44 millones de habitantes. Su ingreso en la Unión seria de gran interés para la misma tanto por su riqueza agrícola –en particular cereales y oleaginosas- como de materias primas minerales. No obstante, la razón fundamental para integrarlo radica en que ha demostrado, inequívocamente, su vocación europeísta: es el único país que tiene víctimas en nombre de la Unión (recuérdese la revuelta del Euromaidan de Kiev, en 2014). Actualmente Ucrania, mantiene, con gran heroísmo, una guerra contra su invasor –Rusia- que ha despertado una ola de solidaridad y de apoyo económico y militar en la Unión y en otros países.

Para que Ucrania ingrese en la Unión previamente ha de lograr su estabilidad política y un reconocimiento inequívoco de sus fronteras por parte de Rusia; y, paralelamente, reconstruirse de las enormes pérdidas físicas y de capital humano originadas por la invasión rusa.

La estabilidad política y el reconocimiento de fronteras por parte de Rusia pasa porque Ucrania declare su neutralidad -a lo que está dispuesta- y resuelva definitivamente los problemas que plantea el Donbas y Crimea. Para ello, seria necesario la convocatoria de sendos referendos con plenas garantías internacionales para que los habitantes de dichos territorios decidiesen libremente y democráticamente su futuro: bien su pertenencia a Ucrania o a Rusia.

Por lo que respecta a la reconstrucción del país, que en buena parte tendrá que realizar la Unión, los daños, en justicia, los deberá pagar Rusia; y se podría comenzar por utilizar las reservas de divisas del Banco Central de Rusia retenidas por occidente, que ascienden a unos unos 300.000 millones de dólares.

En el caso de Moldavia, al no tener Transnitria frontera directa con Rusia, dicho territorio habría de decidir entre permanecer en Moldavia o bien constituirse en Estado asociado, arbitrando para su acceso a la Unión una solución similar a la propuesta para Kosovo.

 

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