jueves,18 agosto 2022
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Muerte de un becario

Redacción
La Vanguardia destaca la evolución de la jornada laboral y las idiosincrasia del ímpetu de la juventud como posibles argumentos para entender la autoexigencia del joven que murió en Londres tras trabajar 72 horas sin parar

 Moritz Erhardt, un becario de 21 años que trabajaba en la oficina londinense del Bank of America Merrill Lynch, fue hallado muerto en su domicilio el día 15. Erhardt estaba a punto de completar su programa de siete semanas como empleado temporal en esta entidad, donde trabajaba unas catorce o quince horas diarias, a cambio de un sueldo mensual de 2.700 libras. La autoexigencia del joven alemán era, pues, alta, y su ritmo laboral, frenético. Pero en sus últimos tres días de vida, Erhardt se esforzó algo más de lo que tenía por costumbre: trabajó hasta las seis de la madrugada, encadenando tres jornadas consecutivas de 21 horas.

El fallecimiento de este becario ha disparado las alarmas sobre la cultura laboral imperante en la City de Londres. Algún diario británico ha comparado sus condiciones con las del esclavismo. Fuentes del sector admiten que las jornadas de larga duración son moneda corriente. De hecho, han generado su propio léxico, lo que constituye una prueba no menor de su realidad. Por ejemplo, "rotonda mágica", fórmula que significa tomar un taxi de madrugada a la puerta de la oficina, darle la dirección de casa, dejarlo esperando en la calle, subir, ducharse, vestir ropa limpia, bajar y regresar en el mismo vehículo al puesto de trabajo.

Los motivos que pueden empujar a un joven de 21 años a someterse a este exceso son varios. La juventud es, por definición, la edad de los excesos; no siempre laborales, por cierto. Los trabajos en el sector financiero son muy competitivos. Las expectativas, fundadas o no, de un rápido progreso, con sus jugosas remuneraciones, actúan como un estímulo extraordinario. Y, por si todos estos motivos fueran pocos, está también la evolución de un mercado laboral que, según el reparto de la riqueza se desequilibra más y más, va reduciendo su número de plazas interesantes y endureciendo la rivalidad entre quienes las codician.

Poco puede hacerse ya por Moritz Erhardt. Pero su muerte invita a reflexionar sobre las prioridades vitales de un joven como él, y sobre los factores culturales que contribuyen a fijarlas. Sabemos desde Hipócrates que cualquier cosa en exceso se opone a la naturaleza. Eso vale para toda persona, joven o madura, y vale para toda esfera, también la laboral. Sin embargo, los excesos siguen reiterándose.

Respecto a los factores culturales, diremos que algo no funciona en una sociedad que propone a veinteañeros un sobreesfuerzo letal con la incierta promesa de un rápido progreso. Y, de paso, diremos también que la policía de Londres se equivoca al calificar la muerte Erhardt de "no sospechosa".

Fuente: La Vanguardia

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